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jóvenes en las milicias chiíes


[Sudarsan Raghavan] Jóvenes milicianos construyen poder por medio del terror. Colegialas deben llevar pañuelo de cabeza, so pena de muerte.
Bagdad, Iraq. El primer día de clases, dos adolescentes entraron a la escuela secundaria de niñas en el barrio de Tobji, blandiendo rifles de asalto AK-47 en sus manos. Los jóvenes combatientes chiíes entregaron a la directora una nota manuscrita y le ordenaron reunir a las alumnas en el patio, dijeron testigos.
"Las niñas deben llevar hijab", leyó ella en voz alta, la voz temblando. "Si no lo hacéis, cerraremos la escuela o mataremos a las alumnas".
Ese día de octubre, Sara Mustafa, 14, una árabe sunní laica, también tembló. A la mañana siguiente, se cubrió la cabeza con un pañuelo, por primera vez en su vida. Ahora los jóvenes combatientes controlaban su vida. "No podíamos hacer nada", recordó Sara.
El Ejército Mahdi del clérigo chií Moqtada al-Sáder está utilizando a una nueva generación de jóvenes, algunos de apenas quince años, para expandir y fortalecer su control de Bagdad, pero la crueldad de algunos de esos jóvenes combatientes le está enajenando el apoyo de sunníes y chiíes por igual.
Los combatientes están llenando el vacío de autoridad creado por la ofensiva de seguridad norteamericana, ahora en su décimo mes. Cientos de cuadros milicianos de niveles altos y medios han sido detenidos, matados u obligados a ocultarse, debilitando lo que fue una vez la segunda fuerza más poderosa de Iraq después de los militares norteamericanos. Pero la milicia todavía controla por medio del miedo y la intimidación, a menudo bajo el radar de las tropas norteamericanas.
"JAM está vivo e ileso en Tobji, aunque ahora son más jóvenes, como en muchas otras áreas", dice el teniente coronel Steven Miska, utilizando el acrónimo militar que se deriva del nombre de la milicia en árabe. Durante la mayor parte de este año, sus soldados operaron en muchos enclaves chiíes y mixtos de Bagdad, incluyendo Tobji.
El surgimiento de esta nueva generación es un reflejo de la profunda infiltración de la sociedad por del Ejército Mahdi y podría presagiar un turbulento renacimiento de la milicia cuando las fuerzas armadas norteamericanas reduzcan sus niveles de tropas. La emergencia también destaca los obstáculos a los que Sáder debe hacer frente en su lucha por el control de la capital y la dirección de Iraq.
A fines de agosto, el clérigo de 34 años declaró un congelamiento de las operaciones, en parte para ejercer más autoridad sobre su indisciplinada y descentralizada milicia. Muchos de sus seguidores renunciaron; tanto así que los comandantes norteamericanos reconocieron a Sáder por su contribución a la reducción de la violencia este año. Pero algunos líderes milicianos han ignorado la tregua de Sáder y sus jóvenes reclutas hambrientos de poder podrían socavar el atractivo popular del clérigo.
"Tenemos que mostrar a la gente que no somos débiles", dijo Ali, 19, combatiente del Ejército Mahdi en Tobji.

Controlar el Poder
Hace dos años, Ali estaba desempleado. Recordó que idolatraba a sus primos mayores que eran combatientes veteranos del Ejército Mahdi. Como ellos, nació y se crió en Tobji, un barrio del centro-norte de Bagdad donde los vecinos se conocen todos unos a otros. Su nombre oficial es Salaam, paz.
Ali y sus primos tenían antes buenas relaciones con los sunníes, kurdos y cristianos. Pero después del atentado con bomba contra un santuario chií de Samarra febrero de 2006, la violencia sectaria ha destrozado los vínculos tribales y sociales de Tobji. Repentinamente todo lo que importaba a Ali era su secta, y la milicia se convirtió en su nueva familia. Tenía diecisiete años.
Abu Sajjad, 44, ex combatiente del Ejército Mahdi, recordó haber visto en esa época un aumento de jóvenes reclutas desempleados y resentidos. "Antes de unirse al Ejército Mahdi no eran nada", dijo Abu Sajjad, que pidió que se utilizara solamente su apodo por razones de seguridad. "El Ejército Mahdi les protege mejor que sus tribus o sus familias".
Los combatientes más viejos adoctrinaron rápidamente a Ali. "Ellos son sunníes. Nosotros somos chiíes. No nos sacarán de Tobji", decían.
Ali, alto y delgado con ondulados cabellos negros, habló a condición de que no se mencionara su nombre completo, por temor a ser arrestado por las fuerzas norteamericanas y a las represalias de la milicia. Está tratando de salirse de la milicia y se ha incorporado al ejército iraquí, lo que sus camaradas todavía no saben. En entrevistas separadas, vecinos sunníes y chiíes dijeron que Ali era un conocido miembro del Ejército Mahdi implicado en varios atentados.
Al principio, Ali fue asignado a un puesto de control de la milicia. Revisaba coches y pedía a los conductores que le dijeran sus nombres tribales, para determinar a qué secta pertenecían. "Yo era un adolescente. Pero lo controlaba todo. Yo mandaba", dijo Ali, que durante la entrevista de cuatro horas llevaba un sweater marrón y, como muchos chiíes, lucía un anillo de plata en su dedo meñique izquierdo. "Si quería parar a un coche, lo paraba".
En la oficina local de Sáder, los reclutas reciben clases de religión chií y en la ideología del Ejército Mahdi, que enseña la supremacía chií. Los reclutas deben denunciar a cualquiera que sea sospechoso de quebrantar las normas islámicas.
"Pueden convencer a cualquiera", dijo Ali. "Si te dicen que tu padre es un tipo malo, vas a estar más que feliz que matarlo".
Ali también trabajaba en una barbería. Cuando los clientes comentaban sobre sus vidas, tomaba notas mentales y las transmitía más tarde a la oficina de Sáder.
Cuatro meses después de unirse al Ejército Madhi, Ali tuvo su primera batalla callejera. Con un lanzacohetes, disparó una granada en la casa de un miembro de la tribu sunní Egheidat, matándolo. Ali dijo que sintió remordimiento, pero que este desapareció cuando otros combatientes más viejos se acercaron a felicitarlo.
"Eres un héroe", le dijo uno de ellos a Ali. "Esa granada salvó nuestras vidas".
Dos líderes de Egheidat, incluyendo a Mustafa Salih, el padre de Sara, dijo que se sabía que Ali había disparado con un lanzagranadas durante la batalla, pero no estaba seguro de que hubiera matado a alguien.
Comandantes del Ejército Mahdi castigaban a los combatientes que desobedecían órdenes. Los infractores eran llevados a un cuarto en el despacho de Sáder, lleno de cables de acero, látigos y bloques de hierro, donde eran torturados. Ali dijo que lo llamaban ‘el Cuarto de la Felicidad'.

Asesinato y Protección
Hace poco en las calles de Tobji grupos de niñas en uniforme se encaminaban hacia la escuela. Todas llevaban un pañuelo. El retrato de un sereno Haider Hamrani, un miliciano de diecisiete muerto a balazos por tropas norteamericanas, observaba desde una cartelera.
Jóvenes con celulares rondaban por el barrio, que estaba cubierto de imágenes de Sáder. Montaban motocicletas en calles secundarias o se reunían en las esquinas. Algunos llevaban vaqueros; otros, gorras de béisbol, fundiéndose con el paisaje. Conformaban el sistema de alarma temprana, vigilando a los desconocidos y a las patrullas norteamericanas.
"Nadie sospechará que son del Ejército Mahdi", dijo Ali.
Hoy, más de la mitad de los milicianos tiene menos de veinte años, dijo Ali y otro miliciano llamado Mahmoud. La nueva generación está fuertemente implicada en las estrategias de generación de ingresos de la milicia. Venden los coches de las víctimas de secuestros y alquilan las casas de sunníes desplazados. La milicia también exige dinero a los encargados de los generadores que suministran electricidad. Cada mes los jóvenes cobran a las familias cinco mil dinares iraquíes -unos cuatro dólares- por concepto de protección.
"Los grupos de jóvenes más decididos tienden a concentrarse en el crimen organizado y en llenarse sus bolsillos con dinero", dijo Miska, el oficial norteamericano.
Muchos jóvenes milicianos parecen haberse convertido en despiadados asesinos, reemplazando a los combatientes más viejos que han sido capturados o han entrado en la clandestinidad. Ali dijo que él participó en el asesinato de cuatro vecinos. Después de que Ali informara a la oficina de Sáder de que su amigo de escuela Wissam se había incorporado al ejército iraquí, varios jóvenes milicianos lo secuestraron a él y su madre. Primero mataron a Wissam. Cuando su madre se agachó sobre su cuerpo, gritado y llorando, la mataron a ella disparándole a la cabeza, dijeron Ali y Mahmoud.
Otro vecina, una mujer divorciada, fue asesinada después de que Ali dijera que había oído en la calle que era prostituta -un delito en opinión de la milicia-, aunque no tenía pruebas de ello. Uno de sus asesinos, dijo Ali, era un chico llamado Saad, de diecisiete años, que se había unido a la milicia a los quince.
Cuando se ordena a los jóvenes que maten a alguien, dijo Ali, "matarán a esa persona sin ninguna duda al día siguiente".

En la salita de su apretada casa de dos pisos, Abu Ali Hassan, un sunní de 42 años, ha colgado un retrato del imam Ali, una de las figuras más veneradas del islam chií, en caso de que lo visiten los milicianos. Cada mes les paga sus cinco mil dinares, que llama "extorsión".
Ha observado que los combatientes más viejos han desaparecido. "Están controlando el barrio con estos niños", dijo Hassan, empleado del ministerio del Transporte.
Como muchas zonas de Bagdad, Tobji ha vivido una reducción de ataques violentos. Pero la mayoría de los sunníes que huyeron tienen que volver todavía, dijeron líderes de la comunidad. Aquellos que se quedaron viven bajo el constante temor de estar siendo vigilados. Este año la milicia empezó a utilizar a mujeres como espías, dijeron Ali y otros vecinos.
Desesperado, Hassan ha trabado amistad con algunos jóvenes milicianos de su calle. "Que Dios me perdone, pero si algo pasa mañana, me pueden servir", dijo. "Ahora ellos son el poder supremo en nuestro barrio".

Chiíes como Víctimas
Cada vez más las víctimas de las milicias son chiíes.
El jefe chií del consejo local de Tobji, Abu Hussein Kamil, y otro funcionario, fueron asesinados en agosto. Kamil, dijo Ali, no había dado trabajo a familiares de los milicianos y se sospechaba que estaba colaborando con las tropas norteamericanas. "Estaba dañando a su propio pueblo", dijo Ali.
En junio, varios jóvenes combatientes torturaron y mataron a un chií encargado del generador porque no proporcionó electricidad adicional a la casa de un miembro de la milicia, dijeron su familia y vecinos. "Se llaman a sí mismos el Ejército Mahdi, pero se comportan como pandilleros", dijo Majid al-Zubaidi, 28, hermano del hombre. "Quieren demostrar que ellos controlan el barrio. Quieren que la gente les tenga miedo".
"Ahora, tanto los sunníes como los chiíes están indignados con el Ejército Mahdi", dijo Zubaidi.
Abu Sajjad, el combatiente veterano, dijo que muchos milicianos mayores estaban indignados. Los jóvenes están manchando la imagen de la milicia como guardianes de los chiíes, dijo. Un día presenció a dos jóvenes combatientes en una motocicleta acercarse a un coche y matar a balazos al conductor, un chií que había criticado públicamente a Sáder. Abu Sajjad instó a la oficina de Sáder a castigar a los asaltantes, pero, dijo, no ocurrió nada.
Los líderes de la oficina protegen a los shebab, como se llama en árabe a los jóvenes, dijo Abu Sajjad. "Los shebabson sus ojos en el barrio, y obedecen sus órdenes".
En otra ocasión, un combatiente de diecisiete años se acercó a la oficina de Sáder y se quejó de que sus padres le habían ordenado abandonar la milicia. La oficina amenazó a la familia, dijo Abu Sajjad.
Los militares norteamericanos han utilizado esta grieta generacional y la rabia de los vecinos, dijo Miska. Sus tropas pagan a informantes por datos que conducen a menudo a allanamientos y detenciones.
Pero algunos líderes de la comunidad se quejaron de que los militares norteamericanos también atacaban a líderes moderados que introducían algo de disciplina en la milicia.
""Es difícil creer que no puedan distinguir entre buenos y malos", dijo Ali Khadim, 44, un importante líder tribal chií. Las tropas norteamericanas, dijo, allanaron hace poco su propia casa, donde viven sus padres.

Colegiales Seducidos
Más abajo en la calle de la oficina de Sáder, la muralla marrón de una escuela secundaria se hallaba cubierta de carteles de Sáder y del imam Ali. Una larga pancarta negra conmemoraba un festivo chií, mientras mujeres cubiertas de pies a cabeza parecían pasar flotando por el lugar.
Dentro de algunas escuelas de Tobji, jóvenes milicianos han obligado a los maestros a revelar las respuestas a los exámenes y a colocar notas altas a los combatientes del Ejército Mahdi. Según alumnos y apoderados, les han ordenado dar lecciones de religión chií a los estudiantes, incluyendo a los alumnos sunníes.
"Han convertido las escuelas en sus casas de seguridad", dijo Fadhil Hassan, que enseña en una escuela en Tobji y pidió no ser mencionado por su nombre por temor a represalias. Un joven combatiente buscado por las tropas norteamericanas se aparece por ahí todos los días, dijo Hassan, y a veces golpea a los estudiantes en la cabeza o en los hombros, separando a sunníes de chiíes.
Ahora los estudiantes con problemas recurren al Ejército Madhi, agregó, y consideran a los milicianos como modelos a imitar.
"Esos jóvenes milicianos les seducen", dijo Abu Sajjad. "Cuando los niños tienen poder y pistolas, para ellos es un gran sueño hecho realidad". Al infiltrar las escuelas, agregó, los combatientes han encontrado el modo más efectivo de controlar Tobji. "Intimidarán a las familias a través de sus hijos".
Tras la detención de comandantes del Ejército Mahdi, las tribus de Tobji están tratando de llenar el vacío de autoridad. Pero los antiguos roles construidos sobre la base del honor y el respeto no dicen nada a la nueva generación.
Khadim, el líder tribal chií, ha tratado de convencer a varios jóvenes combatientes para que abandonen la milicia. Sólo uno lo hizo, dijo.
Ali está tratando de descolgarse. Está enamorado de una mujer sunní de su barrio. Si los milicianos se enteran, probablemente lo matarán, dijo.
Preocupado por su futuro, Mustafa Salih ha agregado su nombre a una lista de sunníes que quieren lanzar una sahwa -"despertar"-, una fuerza de protección como las que han fundado los militares norteamericanos en otras áreas. Tomó la decisión cuando vio a su hija Sara volver corriendo a casa en octubre indignada de que tuviera que llevar un pañuelo de cabeza.
"¿Por qué convertir en extremistas a nuestros hijos?", preguntó Salih, con amargura.
Hoy, el pañuelo de cabeza de Sara se ha convertido en una metáfora del poder de la milicia en el barrio. "Es como si alguien me estuviera estrangulando", dijo Sara.

16 de diciembre de 2007
13 de diciembre de 2007
©washington post
cc traducción mQh
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