se extiende bandolerismo en kenia
[Jeffrey Gettleman] Bandolerismo en Kenia diluye beneficios de plan para la paz étnica.
Nandi Hills, Kenia. El camino de Eldoret a Kericho solía ser uno de los trayectos más bonitos de Kenia: una cinta de asfalto que cruzaba exuberantes granjas dedicadas al cultivo del té, tupidas plantaciones de caña de azúcar y jorobadas y verdes montañas. Ahora la recorren adolescentes blandiendo machetes, algunos de ellos mascando tallos de caña de azúcar, otros avanzando a tropezones, de borrachos.
El viernes había cerca de viente puestos de control en un tramo de 160 kilómetros, y en cada barricada -un poste de teléfonos derribado, un tronco torcido-, turbas de pendencieros jóvenes brincaban frente a los coches, jalaban las puertas y mostraban sus cuchillos.
Sus acciones no parecían estar motivadas por las tensiones étnicas, como la violencia que ha terminado con la vida de más de ochocientas personas en Kenia desde las fraudulentas elecciones de diciembre.
Era mucho más simple que eso.
"Danos tu dinero", exigió un joven que miraba desafiante, parado en mitad de la carretera con un arco en sus manos y un carcaj de flechas envenenadas en la espalda.
En otros frentes han habido signos de progreso. El gobierno y la oposición, que se han estado acusando mutuamente del caos, firmaron por primera vez un plan de paz el viernes noche para mitigar las tensiones y poner fin a la violencia.
Y pese a temores de que Kenia podría volver a explotar después del asesinato a balazos de un segundo legislador de la oposición el jueves, no han habido informes de asesinatos colectivos en represalia. Las volátiles barriadas que rodean Nairobi, la capital, parecían haber recuperado la calma.
Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas, visitó Kenia el viernes y dijo que le "alentaba el espíritu constructivo que ha prevalecido hasta el momento durante mis encuentros", aunque dijo que todavía estaba muy preocupado por los disturbios.
"Han provocado un intolerable nivel de muertes, destrucción, desplazamientos y dolor", dijo. "Esto tiene que terminar".
Para ayudar a frenar la violencia, el acuerdo alcanzado el viernes detalla pasos para construir la paz, incluyendo no emitir declaraciones provocativas, realizar reuniones conjuntas para promover la estabilidad y desmantelar las milicias.
Pero no quedó claro cómo podría el plan solucionar el espinudo hecho de que los dos lados todavía reclaman haber ganado las elecciones. En este momento es también un punto si los keniatas están obedeciendo a sus líderes.
Lejos de las negociaciones políticas, el campo keniata parece estar acostumbrándose a un extraño estado de caos, poco característico de este país y más reminiscente de la cultura del puesto de control de Somalia o Darfur, en Sudán.
Los puestos de control han sido un problema desde las elecciones. Son montados por turbas furibundas que exigen documentos de identificación de los transeúntes para determinar su identidad étnica. Esas prácticas han terminado con la muerte de varias personas hace unas semanas.
Pero ahora un diferente tipo de puesto de control está echando raíces, y se origina más en el oportunismo que en la política. Después de que un joven cobrara un peaje, echó un rápido vistazo al dinero y se lo metió al bolsillo. Para el caso de que alguien preguntara algo, había otro adolescente armado a su lado, vestido con un uniforme militar y una elegante gorra de capitán.
Los problemas de Kenia empezaron a fines de diciembre cuando el presidente Mwai Kibaki fue declarado el ganador de una elección que observadores internacionales calificaron de terriblemente fraudulenta. Raila Odinga, el principal líder de la oposición, que perdió por un estrecho margen, dijo que el gobierno había manipulado los resultados y algunos observadores occidentales están de acuerdo con él.
Mucha gente aquí tiende a votar a lo largo de líneas étnicas, y esta elección, quizás más que las otras en la historia de Kenia ha polarizado al país.
Kibaki es kikuyu y Odinga is luo, dos de los grupos étnicos más grandes, y en el caos que se desató después de las elecciones, miembros de los grupos étnicos que apoyaban a Odinga masacraron a cientos de kikuyus y los expulsaron de sus tierras. Los kikuyus finalmente se vengaron, matando a luos y otros.
Durante todo este periodo, Kibaki ha guardado silencio, dejando la represión de la oposición en manos de su círculo de asesores. Pero el viernes acusó a los líderes de la oposición de instigar "una campaña de disturbios civiles y violencia", una declaración que parecía contradecir el espíritu del acuerdo de paz.
"Hay abrumadoras evidencias que indican que la violencia fue premeditada y dirigida sistemáticamente contra comunidades específicas", dijo Kibaki cuando asistía a una cumbre de presidentes africanos en Addis Ababa, en Etiopía.
En Kericho, un área asombrosamente fértil donde se cultiva la mayor parte del té de Kenia, grupos de jóvenes recorrían el viernes las laderas de las montañas saqueando e incendiando decenas de granjas. Dijeron que estaban vengando la muerte de su representante en el Parlamento, David Kimutai Too, que fue asesinado el jueves por un agente de policía.
Funcionarios policiales anunciaron rápidamente que la muerte de Too era un "crimen pasional", diciendo que un agente mató a su novia y a Too cuando descubrió que tenían una relación a sus espaldas.
Pero muchos partidarios de la oposición rechazan esa explicación, especialmente porque otro legislador de oposición fue matado a balazos el martes en circunstancias igualmente sospechosas. Muchos de los hombres que incendiaban casas en Kericho eran kalenkin, el grupo étnico de Too, y las casas en llamas pertenecían a kikuyus.
Las fuerzas de seguridad de Kenia están intentando contener la violencia. El viernes una brigada policial desmanteló los puestos de control en la carretera de Eldoret a Kericho, dispersando a los jóvenes armados de arco y flechas por las plantaciones de té. La policía detuvo a varios sospechosos de haber saqueado un camión en llamas que llevaba una carga de pescado. Cientos de kilos de pescados chamuscados yacían desparramados sobre el asfalto.
"Mire esto", dijo Joseph Mele, comandante de policía. "Estamos destruyendo nuestra economía".
Pero Mele se animó repentinamente.
"No se preocupe, lo controlaremos. Diga a los turistas que vuelvan", dijo, refiriéndose al éxodo de excursionistas que han abandonado Kenia a causa de la violencia. "Nosotros les protegeremos".
El viernes había cerca de viente puestos de control en un tramo de 160 kilómetros, y en cada barricada -un poste de teléfonos derribado, un tronco torcido-, turbas de pendencieros jóvenes brincaban frente a los coches, jalaban las puertas y mostraban sus cuchillos.
Sus acciones no parecían estar motivadas por las tensiones étnicas, como la violencia que ha terminado con la vida de más de ochocientas personas en Kenia desde las fraudulentas elecciones de diciembre.
Era mucho más simple que eso.
"Danos tu dinero", exigió un joven que miraba desafiante, parado en mitad de la carretera con un arco en sus manos y un carcaj de flechas envenenadas en la espalda.
En otros frentes han habido signos de progreso. El gobierno y la oposición, que se han estado acusando mutuamente del caos, firmaron por primera vez un plan de paz el viernes noche para mitigar las tensiones y poner fin a la violencia.
Y pese a temores de que Kenia podría volver a explotar después del asesinato a balazos de un segundo legislador de la oposición el jueves, no han habido informes de asesinatos colectivos en represalia. Las volátiles barriadas que rodean Nairobi, la capital, parecían haber recuperado la calma.
Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas, visitó Kenia el viernes y dijo que le "alentaba el espíritu constructivo que ha prevalecido hasta el momento durante mis encuentros", aunque dijo que todavía estaba muy preocupado por los disturbios.
"Han provocado un intolerable nivel de muertes, destrucción, desplazamientos y dolor", dijo. "Esto tiene que terminar".
Para ayudar a frenar la violencia, el acuerdo alcanzado el viernes detalla pasos para construir la paz, incluyendo no emitir declaraciones provocativas, realizar reuniones conjuntas para promover la estabilidad y desmantelar las milicias.
Pero no quedó claro cómo podría el plan solucionar el espinudo hecho de que los dos lados todavía reclaman haber ganado las elecciones. En este momento es también un punto si los keniatas están obedeciendo a sus líderes.
Lejos de las negociaciones políticas, el campo keniata parece estar acostumbrándose a un extraño estado de caos, poco característico de este país y más reminiscente de la cultura del puesto de control de Somalia o Darfur, en Sudán.
Los puestos de control han sido un problema desde las elecciones. Son montados por turbas furibundas que exigen documentos de identificación de los transeúntes para determinar su identidad étnica. Esas prácticas han terminado con la muerte de varias personas hace unas semanas.
Pero ahora un diferente tipo de puesto de control está echando raíces, y se origina más en el oportunismo que en la política. Después de que un joven cobrara un peaje, echó un rápido vistazo al dinero y se lo metió al bolsillo. Para el caso de que alguien preguntara algo, había otro adolescente armado a su lado, vestido con un uniforme militar y una elegante gorra de capitán.
Los problemas de Kenia empezaron a fines de diciembre cuando el presidente Mwai Kibaki fue declarado el ganador de una elección que observadores internacionales calificaron de terriblemente fraudulenta. Raila Odinga, el principal líder de la oposición, que perdió por un estrecho margen, dijo que el gobierno había manipulado los resultados y algunos observadores occidentales están de acuerdo con él.
Mucha gente aquí tiende a votar a lo largo de líneas étnicas, y esta elección, quizás más que las otras en la historia de Kenia ha polarizado al país.
Kibaki es kikuyu y Odinga is luo, dos de los grupos étnicos más grandes, y en el caos que se desató después de las elecciones, miembros de los grupos étnicos que apoyaban a Odinga masacraron a cientos de kikuyus y los expulsaron de sus tierras. Los kikuyus finalmente se vengaron, matando a luos y otros.
Durante todo este periodo, Kibaki ha guardado silencio, dejando la represión de la oposición en manos de su círculo de asesores. Pero el viernes acusó a los líderes de la oposición de instigar "una campaña de disturbios civiles y violencia", una declaración que parecía contradecir el espíritu del acuerdo de paz.
"Hay abrumadoras evidencias que indican que la violencia fue premeditada y dirigida sistemáticamente contra comunidades específicas", dijo Kibaki cuando asistía a una cumbre de presidentes africanos en Addis Ababa, en Etiopía.
En Kericho, un área asombrosamente fértil donde se cultiva la mayor parte del té de Kenia, grupos de jóvenes recorrían el viernes las laderas de las montañas saqueando e incendiando decenas de granjas. Dijeron que estaban vengando la muerte de su representante en el Parlamento, David Kimutai Too, que fue asesinado el jueves por un agente de policía.
Funcionarios policiales anunciaron rápidamente que la muerte de Too era un "crimen pasional", diciendo que un agente mató a su novia y a Too cuando descubrió que tenían una relación a sus espaldas.
Pero muchos partidarios de la oposición rechazan esa explicación, especialmente porque otro legislador de oposición fue matado a balazos el martes en circunstancias igualmente sospechosas. Muchos de los hombres que incendiaban casas en Kericho eran kalenkin, el grupo étnico de Too, y las casas en llamas pertenecían a kikuyus.
Las fuerzas de seguridad de Kenia están intentando contener la violencia. El viernes una brigada policial desmanteló los puestos de control en la carretera de Eldoret a Kericho, dispersando a los jóvenes armados de arco y flechas por las plantaciones de té. La policía detuvo a varios sospechosos de haber saqueado un camión en llamas que llevaba una carga de pescado. Cientos de kilos de pescados chamuscados yacían desparramados sobre el asfalto.
"Mire esto", dijo Joseph Mele, comandante de policía. "Estamos destruyendo nuestra economía".
Pero Mele se animó repentinamente.
"No se preocupe, lo controlaremos. Diga a los turistas que vuelvan", dijo, refiriéndose al éxodo de excursionistas que han abandonado Kenia a causa de la violencia. "Nosotros les protegeremos".
Reuben Kyama contribuyó desde Nairobi, Kenia, y Kennedy Abwao desde Addis Ababa, Etiopía.
8 de febrero de 2008
2 de febrero de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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