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cocaína barata inunda argentina


[Alexei Barrionuevo] Cocaína de la peor calidad inunda Argentina, y pone en riesgo salud de bonaerenses.
Buenos Aires, Argentina. Bilma Acuña tiene dos hijos drogadictos y recorre las calles de la barriada de Ciudad Oculta aquí con un solo propósito: salvar a otros de correr la misma suerte.
Ella y el grupo de madres que ayuda a organizar se han convertido, por lo que parece, en el único bastión contra la irreprimible expansión del paco, el residuo de cocaína fumable y altamente adictivo que ha destruido las vidas de miles de personas en Argentina y originado un ciclo de violencia callejera inducida por las drogas sin precedentes en el país.
El azote subraya un significativo cambio tanto en Argentina como en el vecino Brasil, que en pocos años se han convertido en importantes consumidores de cocaína. Ahora Brasil ocupa el segundo lugar en la lista de consumidores de cocaína en el mundo, después de Estados Unidos, dice el Departamento de Estado.
El repentino aumento en el uso de la cocaína ha sido provocado por las fronteras porosas, las penurias económicas y más recientemente la anulación de restricciones para sobre el cultivo de coca desde que asumiera el presidente Evo Morales en 2006 en la vecina Bolivia. El resultado ha sido la democratización de la cocaína en esta parte de América del Sur, que se ha convertido en el vertedero de cocaína de menor calidad, pero más barata.
En los cinco años que han pasado desde que los vecinos empezaran a notar que algunos chicos fumaban los amarillentos y toscos cristales en las calles de Ciudad Oculta, una barriada bonaerense de quince mil personas, el paco se ha convertido en la droga dominante entre las que venden los dealers.
Hace apenas unas semanas después de probar la droga, Pablo Eche, hijo de la señora Acuña, empezó a vender todo lo que poseía para sostener su adicción. Cometió robos violentos. En un ataque inducido por la droga destruyó su casa y luego vendió el terreno, y terminó pasando frío y solo en la calle hasta que lo recogió su abuela.
"La mayoría de los chicos de aquí lo están usando", dijo Acuña, 46. "Mi hijo vio lo que estaba ocurriendo con los chicos que usaban el paco, y decía siempre que a él no le pasaría eso. Pero le pasó".
Poner freno al flujo de cocaína es un reto tremendo. Menos de doscientos agentes de la policía federal patrullan los más de cuatro mil kilómetros de frontera con Brasil, aunque el gobierno brasileño dice que ya ha enviado refuerzos. Sólo el diez por ciento del espacio aéreo de Argentina está cubierto por radares, lo que da carta blanca a los traficantes.
Los decomisos de cocaína e importantes redadas antidroga en Argentina y Brasil han aumentado en los últimos dos años. La afluencia de pasta cruda de cocaína utilizada para hacer el crack, que proviene de Bolivia y Perú, ha sido particularmente fuerte. En Brasil los decomisos realizados por la policía federal se cuadruplicaron de 2006 a 2007, pasando de 320 a 1200 kilos, de acuerdo a la policía.
En Argentina, la profunda crisis financiera de fines de 2001 convirtió lugares como la Ciudad Oculta en lo que aquí se conoce como villa miseria, mercados fácilmente explotables de gente pobre a la búsqueda de escape.
"La cocaína ya no es la droga de la elite, de la alta sociedad", dice Luiz Carlos Magno, un agente antinarcóticos brasileño del Departamento de Policía de Sao Paulo. "Hoy los chicos compran tres líneas de cocaína por diez reales", o unos seis dólares. Por un dólar en Brasil, y un dólar cincuenta en Argentina, los usuarios pueden comprar suficiente cocaína para un colocón de quince minutos.
El paco es altamente adictivo porque su colocón dura apenas unos minutos, y es tan intenso que muchos usuarios fuman entre veinte y cincuenta cigarrillos de paco para prolongar su efecto. El paco es todavía más tóxico que el crack porque está hecho mayormente de solventes y químicos como el queroseno, con apenas un toque de cocaína, dicen agentes antinarcóticos de Argentina y Brasil. El aumento de la cocaína de baja calidad que llega a las calles ha provocado en los dos países que se tomen medidas contra los químicos que se necesitan para transformar la pasta de cocaína, o pasta base, como se la llama, en cocaína en polvo.
Las medidas más severas para trazar el flujo de agentes químicos, fabricados en grandes cantidades en ambos países, han limitado el acceso a traficantes bolivianos que buscan refinar la base de cocaína en el polvo de mayor valor, dijo el general Roberto Uchõa, el secretario nacional antidrogas de Brasil.
A medida que se ha reducido la calidad de la cocaína boliviana, el mercado europeo en particular la ha rechazado, dijo el general. Así que se la ha enviado a Argentina y Brasil. En Sao Paulo, la policía dice que la cocaína en las calles tiene menos del treinta por ciento de pureza. "La producción aumenta todos los años, y eso lleva los precios a la baja", dijo Magno, de la policía del estado.
Los traficantes están cortando el polvo de cocaína con cualquier cosa, desde ácido bórico hasta lidocaína y polvos de hornear, lo que provoca graves consecuencias sobre la salud, como infecciones y coágulos de sangre, dicen funcionarios de la salud. "Lo que llega aquí es cocaína de basurero", dice Acuña. "Los chicos están fumando basura".
La señora Acuña, una mujer de hablar suave de Paraguay, está luchando contra la expansión del paco para salvar al barrio, pero también a su familia. La tragedia la golpeó primero en agosto de 2001, cuando dos dealers mataron a balazos a su hijo de dieciséis, David, una semana después de que se creyera que había sido testigo de un asesinato. Ahora los dealers están en la cárcel.
Pocos años después, Pablo Eche, su primogénito, y Leandro, su hijo menor, 20, también se convirtieron en adictos al paco. Fue entonces que ayudó a formar el grupo de apoyo Madres contra el Paco.

Con menos de tres docenas de miembros en Ciudad Oculta, las madres tienen pocas maneras de contrarrestar a los dealers armados que controlan el barrio. En lugar de eso, las madres encuentran seguridad en el número.
Una tarde hace poco, Acuña recorría Ciudad Oculta con ocho mujeres. Mientras caminaba por calles en general sin pavimentar, mostraba los quioscos y casas de ladrillos rojos donde se sabía que los dealers vendían su mercadería. En un momento se acercó un adolescente, con una pistola metida en sus pantalones cortos.
En una plaza improvisada hay una diminuta comisaría de policía en un garaje con capacidad para un coche. Hay un patrullero aparcado al frente. "Aquí, desde 2001 la policía no ha entrado demasiado", explica Acuña.
Funcionarios del gobierno argentino han aumentado en los últimos años el presupuesto para informar sobre las drogas, para prevención y rehabilitación, aunque todavía tienen que anunciar planes de mayor envergadura para abordar el problema del paco, que supera a los funcionarios policiales locales.
En lugar de eso, dirigidos por las madres, los vecinos están tomando el asunto con sus propias manos. Acuña recibe decenas de llamadas a la semana de madres que quieren ayudar a sus propios hijos a dejar las drogas. Acuña las remite a algunas clínicas psiquiátricas del gobierno, e insta a otras, algunas de ellas recuperándose de adicciones ellas mismas, a unirse al grupo.
Acuña lleva un pequeño restaurante con suelo de cemento donde las madres celebran sus reuniones. En una reunión del 28 de enero, Liliana Barrionuevo dijo que no se estaba haciendo lo suficiente para reprimir a los dealers. Algunas madres escudriñaban los alrededores, por miedo a represalias.
"Antes se respetaban algunas reglas", aportó enfadada otra madre, Andrea Cordero. "Los dealers no vendían nunca a los niños, y los usuarios no lo hacían en público. Ahora no hay reglas. Tenemos que hacerles frente".
La decadencia de Pablo Eche, el hijo de Acuña, corre paralela con su barrio. Su adicción empezó en 2003, cuando tenía 21. Su novia de entonces, con seis meses de embarazo del hijo de ambos, lo dejó y se marchó a Italia. La crisis económica todavía asolaba al país, y Ciudad Oculta estaba en las garras de la desesperación.
Cada día parecía peor que el anterior. "La falta de dinero no es la pesadilla", dijo Eche sobre la crisis económica. "Es la presión sobre la persona, la desesperación y la depresión". Dijo que "andaba buscando una manera de no sentir nada, de no sentir tristeza, de no llorar".
Durante meses pasaba frente a un quiosco en una esquina cerca de su casa donde sabía que vendían una nueva droga, una droga que, según se susurraba, podía llenar ese hueco que llevabas dentro. "Siempre pasaba por el quiosco, pero nunca compraba nada", dijo.
Pero un día lo hizo.
Durante los primeros quince minutos, el paco se apoderó de su alma. Pronto ya no sería siquiera capaz de conservar un trabajo, ni siquiera en el restaurante de su madre. Y nunca tenía suficiente. En una ocasión estuvo tres días usando paco sin parar, sin echarse ni una sola pestañada, contó.
Tres meses después de fumar su primera pipa, vendió todo lo que pudo encontrar para comprar paco. Finalmente, en un ataque de histeria inducido por la droga, destruyó la casa de un dormitorio que le había regalado su madre, destrozando el tejado y las paredes y sacando el suelo. Ocho meses después de la primera vez, vendió lo que le quedaba por unos 315 dólares, un cuarto de lo que había pagado su madre.
Su relación con su madre es un desastre. Le había robado, y también le había robado a otros miembros de la familia. "Para ella, me había convertido en un desconocido", dijo. "Le causé mucho dolor".
Estaba sin casa, pasando hambre y sufriendo severos escalofríos cuando su abuela finalmente se apiadó de él. Más tarde también se apareció su madre a verlo.
En estos últimos días sus ojos se ven limpios, la voz firme. Internado en una clínica para drogodependientes a unos cuarenta minutos de Ciudad Oculta -su cuarto intento de rehabilitación- dijo que desde octubre que no había fumado nada.
Ahora de 25, ha vuelto a escribir poesía, algo que no había hecho desde que descubriera el paco. "El futuro es incierto", dijo. "Pero estoy volviendo a soñar".
Pero se preocupa por su hermano Leandro, que todavía está enganchado al paco. "Espero que encuentre el modo de parar", dijo. Y llora por Ciudad Oculta. "Ahora mismo puedo ver a los chicos haciendo la cola para comprar", dijo, cerrando sus ojos. "El paco es una plaga. Tenemos que protegerlos de algún modo".

Joao Pina contribuyó al reporteo.

10 de marzo de 2008
23 de febrero de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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