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lo quemaron vivo


Muerte por fuego con un mensaje. Los asesinos que quemaron a un hombre en Los Angeles del Este saben que el miedo silencia a los testigos. Es una táctica común, dice la policía.
[Jill Leovy] Fue uno de los asesinatos más brutales en Southland de los últimos tiempos: Una asoleada tarde de domingo en el otoño pasado, dos hombres saltaron desde un todoterrenos y quemaron a Marcial Sánchez, a vista de todo el mundo en el Boulevard César Chávez en Los Angeles del Este.
El obrero de fábrica de 52 años fue envuelto por las llamas y quemado en un setenta por ciento de su cuerpo. Murió horas después en un hospital.
Nadie de los que vieron el asesinato de Sánchez lo informaron a la policía. El silencio fue tan competo que el departamento del sheriff del condado de Los Angeles consideró el caso como posible suicidio durante meses.
El asesinato, como otros muchos asesinatos desde coches en movimiento y disparos a quemarropa, fue cometido osada y descaradamente precisamente porque estaba destinado a impedir que los testigos declaren lo que vieron, dijeron las autoridades.
"Definitivamente han aterrorizado a la gente", dijo Shaen McCarthy, sargento del sheriff.
El episodio destaca como un ejemplo particularmente espeluznante del enorme problema de la intimidación de los testigos. En todo el condado de Los Angeles, los asesinos cometen estos tipos de asesinatos para consolidar su control de las calles.
"Muestran al ciudadano de a pie que pueden [los asesinos] hacer lo que quieren sin pagar las consecuencias", dijo Al Grotefund, teniente del sheriff.
El problema es un factor todos los "crímenes relacionados con las pandillas", agregó.
Gary Hearnsberger, director de la división de pandillas del fiscal de distrito, dijo que los testigos reluctantes son tan abundantes en el mundo de los casos de delitos de bandas que profesionales como él encuentran difícil cuantificarlos.
"Nos enfrentamos a eso todos los días... Es el aire que respiramos", dijo.
El testigo reluctante es la principal razón de que la tasa de solución de la mayoría de los casos de homicidio en 2007 en el condado de Los Angelesw haya llegado al 41 por ciento a fines de año, dicen expertos policiales, dejando impunes a la mayoría de los asesinos.
Agencias policiales y la oficina del fiscal de distrito reubican regularmente a los testigos por razones de seguridad, un paso que Hearnsberger dice que es una manera efectiva de proteger a la gente. Pero muchos testigos todavía reculan.
"Los testigos están aterrados y tienen miedo de hablar", dijo. Y los perpetradores quieren que las cosas se mantengan así. "Hay claramente homicidios sobre los que nos están tratando de decir algo", dijo.
Sánchez, un inmigrante del estado mexicano de Puebla, era padre de tres hijos adultos y abuelo de cuatro nietos.
Los detectives dicen que debía casi veintitrés mil dólares a turbios prestamistas que le cobraban tasas de interés cada vez más altas, y creen posible que las deudas hayan convertido a Sánchez en el blanco de alguna pandilla, de grupos del crimen organizado de un prestamista.
El mensaje puede ser: "Si me quemas por plata, te quemaré", dijo el detective de homicidios Q. Rodríguez, un investigador en el caso.
Sánchez y su segunda esposa trabajaban juntos en una fábrica de tortillas. Fueron recogidos por un colega en Los Angeles del Este antes del turno nocturno ese domingo del 7 de octubre, dijeron detectives.
A poca distancia de la casa del compañero, Sánchez le pidió a su esposa que lo dejara frente a una botillería. Quería comprar una cerveza para sí mismo, dijo, y una Gatorade para ella.
Ella siguió hacia la casa del colega. Sánchez entró a la botillería, salió con una Gatorade en la mano, y se paró en la bencinera Arco en el bloque 3500 del Boulevard César Chávez, esperando a que su esposa lo recogiera.
Era poco después de las seis de la tarde. La calle estaba llena de gente. Sánchez llevaba su uniforme de fábrica blanco.
Un todoterrenos GMC del tipo Yukon con tapacubos spinner se paró y se aparcó en doble junto a él. Dos hombres, ambos latinos, saltaron fuera. Uno de ellos cogió a Sánchez y lo roció con lo que los detectives dicen que era probablemente bencina; el otro lo encendió con un encendedor de cigarrillos.
Sánchez estalló en llamas. Los asaltantes volvieron al todoterrenos, y salieron dando una vuelta en U y desapareciendo a toda velocidad por un callejón.
El uniforme de Sánchez prendió fuego. Aterrado, corrió hacia la esquina, donde los transeúntes trataron de ayudarlo. En ese momento llegaron su esposa y el colega. Su esposa se arrancó la camisa, corrió hacia él y la usó para apagar las llamas. Sánchez estaba quemado desde la cabeza hasta las rodillas, rojo en algunos lugares, con la piel arrancada en otros.
Estaba consciente y de pie cuando llegaron los paramédicos. Dijeron que habló vagamente sobre "los muchachos", los niños, y de cómo lo habían empapado antes de quemarlo.
Sánchez murió doce horas después en el Centro Médico del Condado, antes de ser trasladado a un centro de quemaduras.
Cuando los detectives fueron asignados al caso, no estaba claro por qué lo habían quemado. Tenían evidencias contradictorias, y persistentes dudas. ¿Por qué, se preguntaban, iban a matar Sánchez de una manera tan poco usual?
En ese momento había en la calle unas veinte personas. Pero al principio ninguna de las personas entrevistadas admitieron haber presenciado el ataque. En lugar de eso, los testigos insistieron en que no habían visto nada, o que Sánchez simplemente se había quemado de repente. Algunos parecían tener miedo incluso de que se les preguntara. "Decían: ‘Ah, man. No quiero que nos vean hablando'", contó Rodríguez.
Sin embargo, al final informes de segunda mano condujeron a los detectives hacia un testigo que, después de mucha insistencia, entregó reluctantemente un informe que corroboraba otras evidencias que sugerían que no se trataba de un suicidio, sino de un homicidio.
Finalmente, los detectives pudieron desarrollar una descripción con un dibujante del sheriff que hizo bosquejos de los dos sospechosos. La oficina del forense del condado ha determinado que la muerte de Sánchez fue un homicidio.
Los hijos de Sánchez, que fueron llamados por su esposa que reportó que "alguien lo había quemado", pensaron inicialmente que se había quemado un brazo.
Lo describieron como un hombre trabajador y responsable, amable con los extraños, que había llegado al país hace veinticinco años, empleado permanentemente desde el día que llegó. Nunca aprendió inglés. Les rompió el corazón la noticia de su muerte y suplicaron a los testigos que declararan, "para tener justicia", dijo una hija, de 26.
Las tres hermanas dijeron que pensaban que su padre había sido una víctima casual. Pero también reconocieron que debía grandes sumas de dinero a prestamistas informales. No está claro a quién debía dinero, por qué lo había tomado prestado y en qué lo usó. Los tres hijos pidieron que no se mencionaran sus nombres. Dijeron que tenían miedo, como todo el mundo.
La comunidad en que ocurrió el homicidio es un terreno habitual de depredadores.
Muchos de los vecinos de Sánchez son inmigrantes ilegales en desesperada necesidad de dinero y no es probable que vayan a la policía a denunciar los ataques. "Todos los ingredientes de la extorsión", dijo McCarthy.
Pero si no se captura a los asesinos de Sánchez, demostraran que sus métodos funcionan, dijeron los detectives.
Resolver el caso podría significar romper el control de estos personajes del hampa de comunidades enteras de gente en gran parte pobre, marginal e impotente, dijo Rodríguez.
Los detectives aceptarán información de informantes anónimos y dijeron que los testigos por razones de seguridad serán reubicados con fondos del estado y ayudados en su búsqueda de trabajo.
Los asesinos "enviaron un mensaje. Pero a mí también me gustaría mandarles un mensaje a ellos", dijo Rodríguez. "Mi mensaje es que algún día vamos a descubrir quién hizo esto. Lo descubriremos".

jill.leovy@latimes.com

31 de marzo de 2008
17 de marzo de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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