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nuevos roles para mujeres iraquíes


Mujeres iraquíes adoptan roles de maridos muertos o desaparecidos.
[Ernesto Londoño] Bagdad, Iraq. Sabriyah Hilal Abadi empezó a dormir con una AK-47 cargada junto a su cama poco después de empezada la guerra.
Fue una reconfortante posesión para una mujer que había perdido su casa, su marido y, el fin de semana pasado, el cuarto que ocupaba en un destartalado edificio que había compartido con otras veintisiete familias de okupas, la mayoría de ellas encabezadas por mujeres.
Con cuatro hijos, luchó encarnizadamente para quedarse en el exiguo edificio de dos plantas en el barrio de Zayouna, en Bagdad, que perteneció en el pasado al Partido Baaz, de Saddam Hussein. Pero los soldados la desalojaron.
El gobierno iraquí está empecinado en demostrar que puede implementar las leyes. Pero en su determinación de desalojar el edifico de las familias de okupas, dicen las mujeres, el gobierno los ha hundido más profundamente en el abandono y puede llevar a otros a la violencia.
En los últimos años miles de mujeres iraquíes han adoptado nuevos roles a medida que la violencia se cobraba la vida de sus maridos. Para Abadi, 43, el punto decisivo se produjo cuando aceptó el potente rifle de asalto de manos de amigos preocupados por su seguridad.
"Antes de la invasión, nunca", dice Abadi, que oscilaba entre la rabia y la tristeza durante tres entrevistas. Al hablar sobre el ejército, sacudía sus manos. Cuando habló sobre su hijo en la universidad, se puso triste. Se echó a llorar cuando recordó su vieja casa.
Los tiempos han cambiado, dijo. "Ahora las mujeres asumen las responsabilidades de hombres y mujeres".
Casi un millón de mujeres en Iraq ahora son viudas o divorciadas, o sus maridos se encuentran desaparecidos, de acuerdo a Samira al-Mosawi, miembro chií del parlamento que dirige el comité de asuntos de mujeres. Dijo que la cifra -una estimación alcanzada por varias reparticiones oficiales- incluye a mujeres que enviudaron durante la guerra de Iraq con Irán en los años ochenta.
Mosawi dice que cerca de 86 mil viudas reciben unos cuarenta dólares al mes de parte del gobierno. Organizaciones de ayuda y reparticiones del gobierno son incapaces de ayudar a más viudas debido a la escasez de fondos y a las dificultades de hacer trabajo social en vecindarios volátiles.
"Francamente, en el país no se presta demasiada atención a problemas sociales", dijo Mosawi en una entrevista. "La atención se concentra en la seguridad y en la defensa".
Antes de que las tropas norteamericanas entraran a Bagdad en la primavera de 2003, Abadi trabajaba como costurera para complementar el salario de su marido, que trabajaba en una fábrica del gobierno.
Se sintió optimista durante los primeros días de la invasión. Su opinión de los norteamericanos, formada en gran parte por un reportaje que vio en televisión, le daban esperanzas. El reportaje giraba sobre un intento de rescate que duró horas de un gato atrapado en un tubo del desagüe.
"Esa gente era muy buena con los animales", dijo. "Por eso esperaba cosas buenas de ellos".
Pero la invasión y sus secuelas trajeron más problemas de bendiciones.
Cuando el alquiler subió de cerca de veinte dólares al mes a más de ochenta, Abadi se mudó al edificio que había albergado al Partido Baaz de Saddam Hussein después de que la estructura fuera saqueada e incendiada.
"Durante la época de Saddam, nadie tenía el derecho a subir los alquileres", dijo. "Pero después de la invasión, las reglas desaparecieron".
El edificio no tenía ni ventanas ni puertas, dijo. En su interior sólo había pilas de escombros y cenizas. "Me tomó un día entero hacer un hueco para poder dormir", dijo.
Pronto se unieron a ella otras veintisiete familias chiíes, para ocupar cada una un pequeño cuarto. Consiguieron electricidad y agua potable y empezaron a funcionar como una familia extendida que incluía a 43 niños. Sólo ocho familias tenían un padre de familia.
Después de la invasión, la delincuencia se desató en Bagdad. Luego estalló la violencia sectaria. Los atentados contra grandes aglomeraciones de personas se convirtieron en rutina. Los secuestros eran pan de cada día.
El marido de Abadi, y un amigo, fueron secuestrados en julio de 2005.
"Entraron a una zona donde no se suponía que debían entrar", dijo.. "Unos hombres armados los metieron a un coche".

Betoul Jawad, 45, perdió a su marido en julio de 2006. La llamaron unos hombres y le pidieron tarjetas telefónicas de prepago como condición para que pudiera hablar con su marido. Compró las tarjetas, pero no la llamaron. Y finalmente los hombres dejaron de llamarla.
"Perdimos el contacto con él", dijo. "No sabemos nada".
Una tercera mujer la interrumpió para dar el nombre de su marido. "¿Puede buscar su nombre en el ordenador?", preguntó.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, una organización intergubernamental, la guerra en Iraq ha desplazado a cerca de 2.7 millones de personas. Cientos han ocupado edificios oficiales, una situación que, dicen funcionarios iraquíes, es insostenible.
La campaña para desalojar a los okupas de esos edificios fue una de las piedras angulares de una campaña lanzada el año pasado para mejorar la situación de seguridad.
El general de brigada Abdullah Abdul Karim Abdul Sattar, comandante de la brigada del ejército iraquí responsable de Zayouna, dijo que los okupas han llevado la criminalidad a los barrios. Dijo que muchas [de las familias que viven aquí] alquilan sus propias casas en otras zonas de la ciudad.
"Los edificios del gobierno no deberían tener intrusos", dijo en una entrevista en su oficina, que está decorada con varias fotografías de sí mismo con el general David H. Petraeus, comandante de las tropas norteamericanas en Iraq. "Muchas de estas familias tienen casas".
El general dijo que un miembro del Ejército Mahdi, una milicia chií leal al clérigo antinorteamericano Moqtada al-Sáder, vivía en el edificio en Zayouna. El gobierno de Iraq, controlado por partidos políticos distanciados de Sáder, ha lanzado una campaña de represión de la milicia en las últimas semanas.
Abadi admitió que el militante del Ejército Mahdi era uno de los vecinos y dijo que ella a menudo le pedía que abandonara la milicia.

A principios de mes, los vecinos recibieron dos semanas de plazo para abandonar el edificio. Inicialmente, Abadi pensaba resistir. "Me quedaré dentro y tendrán que destruir el edificio conmigo dentro", dijo entonces.
Si los desalojaban, dijo, su hijo Muqdam, 19, estudiante de ingeniería, se vería obligado a abandonar los estudios para ayudar a la familia.
"Así es como empujáis a los jóvenes a convertirse en terroristas", dijo, indignada. Su hijo guardaba silencio a unos pasos de ella, manipulando su celular, sin sacar la vista del aparato.
Las mujeres del edificio tendrán que dirigir la resistencia, decidió Abadi. Poco después de que los soldados le dieran un ultimátum, metió a las mujeres en un convoy de taxis y se dirigieron hacia la base militar donde trabaja Abdul Sattar.
Los soldados en la caseta de control dijeron a las mujeres que el general no estaba presente. Las mujeres dieron por sentado que estaban mintiendo y siguieron hacia el edificio.
"Dispararon un par de tiros al aire", dijo Abadi.
En lugar de volverse, las mujeres corrieron hacia la base hasta que los soldados las empujaron a un lado. Cuando se marcharon, abatidas, observó que uno de los soldados estaba sollozando.
Abdul Sattar confirmó la versión de Abadi, pero negó que sus hombres hubiesen disparado sus armas.
Unos días después, los soldados colocaron bloques de cemento amarillo de un metro y medio de altura en torno al antiguo edificio del Partido Baaz. Cortaron la electricidad y agujerearon los estanques de agua, denunciaron los vecinos.
Abadi no usó nunca su AK-47 para defender el edificio. Los soldados iraquíes se lo confiscaron.
Más tarde dijo, en un momento de frivolidad, que lo había usado sólo una vez, cuando un gato callejero se metió en su cuarto una noche. Pensó que se trataba de un ladrón.
Días después de la colocación de los bloques amarillos, levantaron una muralla más gruesa cercando el edificio, y colocaron alambre de púa en el tejado. Los soldados dijeron a las mujeres que arrestarían a los hombres si no se marchaban, dijo Abadi.
El militante del Ejército Mahdi en el edificio advirtió a los soldados que la milicia tomaría represalias, dijo Abdul Sattar.
Los residentes decidieron que los hombres se marcharan, al menos temporalmente, pensando que las mujeres eran las más indicadas para impedir el desalojo.
Pero los soldados se aparecieron el viernes y ocuparon el edificio. Las familias abandonaron sus cuartos una por una. Algunos llamaron a parientes, pidiendo refugio.
Abadi se mudó a casa de su hermano y su esposa en el barrio de Amín, al este de Bagdad, donde comparten una habitación. Ahora está buscando una nueva vivienda. Amín es mucho más peligroso que Zayouna, dijo, y sus hijos deben cubrir distancias más largas para ir a clases.
Un convoy del ejército iraquí que se dirigía hacia el antiguo edificio del Partido Baaz fue atacado con una bomba improvisada durante el fin de semana, dijo Abdul Sattar. Dijo que era probable que fuera en venganza por el desalojo.
Cuando Abadi se enteró del atentado, preguntó si había muerto alguien. "Gracias a Dios", dijo, tras enterarse de que no había muerto ningún soldado. "Ellos sólo obedecen órdenes. No han hecho nada malo".

Naseer Nouri, Zaid Sabah y Dalya Hassan contribuyeron a este reportaje.

1 de mayo de 2008
23 de abril de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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