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dos panteras negras


Amor, muerte e interrogantes en la prisión más violenta del sur. Dos militantes del grupo Panteras Negras fueron condenados en 1972 por el apuñalamiento de un gendarme recién casado en Angola, Luisiana. Ahora su viuda, y otros, no están tan seguros de que fueron ellos.
[Miguel Bustillo] Jeanerette, Luisiana, Estados Unidos. Han pasado treinta y seis años desde la última vez que lo vio, pero Leontine Verrett no ha olvidado nunca la cara del hombre al que todavía llama su verdadero amor. Su nombre era Brent Miller. Era flaco y altivo, y rasgueaba su guitarra demasiado fuerte.
Su romance floreció en los terrenos de la Penitenciaría del Estado de Luisiana, la plantación convertida en prisión, levantada a lo largo de un recodo del río Mississippi. Pertenecía a un clan donde los hombres habían sido gendarmes durante generaciones. Ella era una de doce hermanos que se mudaron cuando su padre encontró un trabajo como encargado del ingenio azucarero de la cárcel.
Los amantes se casaron el cinco de febrero de 1972 -él tenía veintitrés, ella apenas dieciséis. Dos meses después, la novia, a la que llamaban Teenie, recibió una llamada y le dijeron que había habido "un accidente" en Angola, como se conoce a la prisión. Se había quedado viuda.
Miller había recibido treinta y dos puñaladas. El dormitorio de la prisión quedó convertido en una poza de sangre. El hermano de Teenie, que era también gendarme, dijo que era como si Miller hubiera llevado una camisa roja. Horrorizado, nunca volvió a su trabajo. Teenie se enteró que dos militantes negros eran acusados del asesinato de su marido, una víctima arbitraria de lo que los funcionarios de prisiones dijeron que había sido una conspiración de los reclusos para matar a un hombre blanco. Quería que los culpables sufrieran y murieran. Pero a diferencia de la familia de Miller, que atiborraron los tribunales donde se juzgó a los presos, ella no pudo sentarse a oír los horripilantes detalles de su muerte.
"No quería saber nada", dijo Verret, ahora de 52 años, los ojos nublados. "Eso era demasiado para una chica de diecisiete años. Yo confiaba en que las autoridades harían lo que tenían que hacer".
Herman Wallace y Albert Woodfox, dos militantes del grupo Panteras Negras de Nueva Orleans que estaban cumpliendo condena por asalto a mano armada, fueron condenados por el homicidio de Miller. La viuda hizo lo que pudo para seguir con su vida, mudándose a Jeanerette, una ciudad industrial en el corazón del territorio cajún a unas dos horas al sur de la cárcel. Dos años después se casó con Dena Verrett, que la amaba pese a sus sentimientos por Miller, y tuvieron tres hijos. Empezó a trabajar en un salón de belleza, donde todavía trabaja hoy.
Luego, hace dos años y medio, Billie Mizell, una detective privado y bisoña autora, se apareció con la casa de los Verrett cerca de la ribera del Bayou Teche. Le dijo que quería hablar sobre el asesinato de Miller.
Lo que Mizell le dijo a Verrett la sorprendió. Una huella digital ensangrentada encontrada en el sitio del suceso no correspondía ni con Woodfox ni con Wallace. Nunca hubo ninguna evidencia física que los vinculara con el asesinato.
Habían estado en celdas separadas de un metro ochenta por dos metros cuarenta casi las veinticuatro horas del día. Sus partidarios dijeron que estaban en celdas de confinamiento solitario; los funcionarios de prisiones rechazaron esa descripción. (Los hombres fueron trasladados al dormitorio de una cárcel en marzo, después de casi treinta y seis años).
Mizell dijo que al principal testigo contra Woodfox y Wallace, un delincuente sexual reincidente que cumplía una condena a reclusión perpetua, le ofrecieron la libertad a cambio de sus declaraciones -un acuerdo que la fiscalía no reveló nunca a la defensa. Fue transferido más tarde a otro edificio donde los gendarmes lo agasajaron con cigarrillos, una preciada mercadería carcelaria.
Verrett se mostró escéptica. Pero ella y Dean, que también había trabajado como gendarme en Angola, corroboraron todo lo que les contó Mizell cuando revisaron actas judiciales y hablaron con amigos y antiguos colegas.
Después de años de luchar con preguntas sobre la fría manera con que fue tratada por las autoridades penitenciarias cuando pidió indemnización por la muerte de su marido, problemas que ella ignoró cuando era adolescente pero que la atormentaron de adulta, se dio cuenta de algo inquietante.
Quizás los militantes, que se habían convertido en una causa célebre internacionales entre activistas liberales y grupos de derechos humanos, eran inocentes.
"Si yo hubiese estado en ese jurado", dice Verrett ahora, "no creo que los hubiera condenado".

La Penitenciaría del Estado de Luisiana se ganó la fama, en los años sesenta y setenta, de ser la prisión más violenta del Sur, un lugar donde los gendarmes tenían la costumbre de golpear a los reclusos y los presos se mataban unos a otros con toscas cuchillas.
Músicos de Nueva Orleans cantaban ominosamente sobre ella, como los poetas griegos que evocaban el inframundo de las Hades.
Llamada Angola en homenaje al país de nacimiento de los esclavos que trabajaron allá cuando era una plantación, la cárcel trataba tan mal a los reos que en 1952, treinta y uno de ellos se cortaron en protesta su propio tendón de Aquiles.
Cuando Miller empezó a trabajar allá dos décadas después, los gendarmes eran todos blancos y los presos eran segregados. Los gendarmes hacían la vista gorda cuando los presos más fuertes vendían a los más débiles como esclavos sexuales.
Wallace y Woodfox eran parte de un grupo de Panteras Negras socialmente conscientes que rechazaron ese orden darwiniano organizándose y diciendo a las víctimas que no tenían porqué dejarse ‘turnar’, según dijeron dos reos y otros que cumplían penas en Angola en esa época. Eso irritó a los matones y a los gendarmes, que dejaban florecer el comercio sexual porque mantenía ocupados a los presos.
"Tuve que luchar contra la corrupción y contra las cosas que toleraba el alcaide de la cárcel para controlar a la población", dijo Woodfox, ahora de 61 años, en una entrevista. "Cuando veías las caras de esos chicos, cuando veías el espíritu de un ser humano cuando era quebrado, eso afectaba la manera en que veías la vida".
Angola era también el terreno de otro tipo de lucha por el poder. El alcaide C. Murray Henderson fue contratado para introducir reformas modernas en la cárcel y poner fin a la segregación racial. Pero el co-alcaide, Hayden Dees, una respetada voz entre los empleados de la cárcel, se oponía a los cambios.
Cuando Miller fue asesinado el 17 de abril de 1972, algunos gendarmes acusaron a Henderson porque había liberado recientemente a decenas de reos difíciles, incluyendo a Panteras Negras, de celdas de aislamiento.
A unos días de la muerte de Miller, funcionarios de la prisión habían identificado a cuatro sospechosos: Woodfox, Wallace, Chester Jackson y Gilbert Montegut. Woodfox, considerado como cabecilla, fue juzgado aparte; los otros, juntos.
Las acusaciones se basaron en declaraciones de otros presos. La más crucial provino de violador reincidente llamado Hezekiah Brown. Primero dijo que no sabía nada sobre el asesinato, pero después de que los gendarmes lo llamaran a otro interrogatorio, su historia cambió.
Browen, entonces de 66 años, declaró que estaba preparando una taza de café para Miller cuando los hombres entraron y empezaron a apuñalar al gendarme. Dijo que huyó del lugar, pues no lo habían atacado a él. Basándose en esa versión, Woodfox fue condenado por el asesinato en 1973.
En el juicio de 1974 de los otros acusados, Wallace fue condenado, Montegut absuelto y Jackson decidió declarar por la fiscalía, aparentemente después de que le prometieran una reducción de la pena. Bajo presión para asegurarse de una condena de los acusados, Henderson le prometió a Brown que lo sacaría de la cárcel, y más tarde cabildeó para que ocurriera, un acuerdo que no se hizo público sino dos décadas después.
La sentencia de Brown fue conmutada por el gobernador Edwin Edwards en 1986.
Desde que se dictaran las sentencias, después de ser aguijoneados por abogados y activistas, los testigos que afirmaron haber visto a Wallace y Woodfox saliendo del sitio del crimen han retirado sus declaraciones, diciendo que fueron presionados a declarar por los funcionarios de la prisión -y un ex recluso ha declarado que el que mató a Miller fue otro militante.
Billy Wayne Sinclair, el galardonado periodista especializado en cárceles, fue distinguido por la Asociación Americana de Abogados en 1980 por un reportaje sobre Irvin ‘Life’ Breaux, que fue asesinado después de tratar de impedir una violación en la prisión.
Lo que Sinclair no escribió, por temor a perjudicar sus posibilidades de salir en libertad, fue que su amigo ‘Life’ le había confesado que él había apuñalado a Miller. Breaux describió a Miller como una "víctima de guerra" que entró [a la celda] donde los reclusos militantes ocultaban los cuchillos con que pensaban matar a los presos negros renegados, dijo Sinclair. Breaux dijo que Woodfox y Wallace son inocentes, dice ahora Sinclair.
"Me dijo que a veces la gente tiene que morir para hacer avanzar la causa, pero el asesinato de Miller no estaba planeado", dijo Sinclair, un líder de los presos blancos que trabó amistad con Breaux después de que ayudaron a imponer la integración racial en Angola sin derramamiento de sangre en 1973. "También me dijo que la gente libre [los gendarmes] sabían lo que había hecho".
En un giro del destino, Henderson, que dejó su posición como alcaide de Angola en los años setenta, fue encarcelado en una prisión de Luisiana años más tarde después de tratar de matar a su esposa. Sufría de artritis y necesitaba ayuda para bañarse -y Sinclair, que había sido trasladado a esa cárcel, lo ayudó. Un día Sinclair le preguntó sobre el caso Miller.
"Le dije, tú sabes muy bien que esos tipos no mataron a ese hombre libre esa mañana de abril", dijo Sinclair, 63, que ya salió de la cárcel y vive en Texas. "Yo quería confirmalo y él nunca dijo nada para refutarme".
El ex alcaide murió en la cárcel en 2004.

Wallace y Woodfox habían pasado sus días en celdas separadas, comunicándose con otros a través de grietas en las paredes. Después de ser encerrado en una celda de aislamiento casi inmediatamente después del asesinato, sólo se les permitía salir una hora al día al patio cuando los otros presos ya estaban dentro. Hace dos meses, las autoridades carcelarias los trasladaron a un dormitorio con otros reclusos de máxima seguridad. Los funcionarios no explicaron las razones.
El traslado se produce menos de una semana después de que el presidente del Comité Judicial de la Cámara Baja, el representante John Conveys Jr. (demócrata de Michigan) viajara a Angola para reunirse con los hombres. Hizo circular una declaración expresando su preocupación de que los presos pudieran ser inocentes y observó que habían estado viviendo en celdas de aislamiento "posiblemente más tiempo que cualquier otro preso en la historia de Estados Unidos".
Hace dos años, un comisionado judicial del estado recomendó que la condena de Wallace fuera revocada sobre la base de que Luisiana había retenido evidencias que le eran favorables, dando a sus abogados la esperanza de que el recluso de 66 años pueda ser liberado. El caso está pendiente en una corte de apelaciones del estado.
Woodfox se enfrenta a obstáculos más difíciles. Su condena por homicidio fue revocada hace diez años. Pero fue sometido a un nuevo juicio y condenado en 1998, nuevamente en base a las declaraciones anteriores de Brown, que fueron leídas de los archivos porque Brown ya había muerto. Los abogados de Woodfox están pidiendo a una corte federal que reexamine su caso.
"He llegado a aceptar el hecho de que quizás no llegue a salir a la calle. Pero tal como lo veo, ha valido la pena", dijo Woodfox. "Vale la pena luchar contra la injusticia y la desigualdad".
Woodfox, Wallace y otro preso también han presentado una demanda civil contra Angola, denunciando tratos inhumanos. El actual alcaide, Burl Cain, que ha sido ampliamente reconocido por mejorar las condiciones de vida y por permitir que los reclusos más viejos mueran con dignidad, no quiso hacer comentarios sobre el encarcelamiento de los ex Panteras Negras. Pero funcionarios del estado han mantenido enérgicamente que el aislamiento de Woodfox y Wallace no era confinamiento solitario, observando que los reclusos tenían televisores en sus celdas y contactos limitados con otros presos.
Durante más de una década, grupos de activistas, entre ellos Amnistía Internacional, se han quejado sobre el tratamiento de Wallace y Woodfox, y los fundadores británicos de la cadena de productos de belleza Body Shop han apoyado su causa durante largo tiempo. Mizell, que está escribiendo un libro sobre el caso, empezó a trabajar para el equipo de la defensa de los hombres después de convencerse de que eran inocentes.
A veces Verret se sienta y mira desvaídas fotos de Miller y ella. En retrospectiva, cree que los funcionarios del estado han estado tratando de mantener ocultos los detalles sobre su muerte, por temor a que la opinión pública se entere de que las evidencias contra Woodfox y Wallace eran, en el mejor de los casos, frágiles.
Recuerda que dos años después de la muerte de Miller, trató de contratar a abogados para presentar una demanda contra el estado, pidiendo indemnización -una práctica normal cuando los guardias resultan heridos, y mucho más normal cuando mueren. Los empleados de la prisión se alejaron de ella, y ella finalmente abandonó el caso.
Ahora lo que quiere es "justicia para Brent", dijo. Pero no está segura de si lo conseguirá alguna vez.

miguel.bustillo@latimes.com

12 de mayo de 2008
©los angeles times
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