buscando ovnis
1 de julio de 2008
Peter Davenport tiene voz de locutor, del tipo de exagerado barítono que atraviesa paredes y la mayoría de las puertas, aunque no esta. Esta es de sólido acero y tiene treinta centímetros de ancho.
Es la puerta de Davenport, que da a un túnel que conduce al subterráneo de lo que fue antes un depósito de misiles nucleares aquí en el desierto al este de Washington.
La Fuerza Aérea desalojó el sitio a mediados de los años sesenta y desde entonces estuvo vacío durante la mayor parte del tiempo.
Davenport, director durante largo tiempo del Centro Nacional de Informaciones sobre Ovnis [National UFO Reporting Center], un centro de referencia y línea de acceso directo sin fines de lucro para catalogar avistamientos de ovnis, en un recinto comprado por cien mil dólares hace dos años para convertirlo en su nueva sede.
¿Por qué compra alguien un depósito de misiles sin ventanas debajo de la tierra, para pasar allí sus días observando objetos volantes no identificados que surcan los cielos?
Davenport no tiene una respuesta. Además, no la necesita. Como investigador de jornada completa de ovnis y propietario de una de las bases de datos más completas -aunque no oficial- del planeta, su vida desafía las convenciones.
El centro, en operación ininterrumpida desde 1970, es conocido en todo el mundo entre los que se interesan en los ovnis: científicos y gente que recorre la red. La línea telefónica ha sido subida a varias páginas web sobre ovnis, y las llamadas -unas veinte mil al año- provienen de gente que cree que ha visto o vivido algo que está más allá de lo común, potencialmente con intervención de extraterrestres.
Si el caso parece convincente y está a poca distancia, Davenport lo investigará en persona. Estudia informes escritos, apunta testimonios y consulta a expertos en áreas especializadas.
Davenport, 60, es un apasionado y cerebral personaje, con un arrogante desdén por la prensa.
"Yo no me gustan los idiotas", dijo antes en el día, casi como un aviso. "El trabajo de estudiar ovnis tiene enormes consecuencias para todos los seres vivos de este planeta. Si creo que me estás haciendo perder el tiempo, te lo haré saber".
Su vida gira en torno a una pregunta, específicamente: "¿Estamos o no solos en el universo? Cree que hay claves detrás de la monstruosa puerta frente a la que se encuentra.
Coge una pala. No ha visitado su depósito de misiles en tres semanas, y hay un metro de nieve bloqueando su puerta. Rompe la nieve en pedazos y la empuja hacia un lado.
Es una tarde de marzo y la temperatura es un grado bajo cero. El sol empieza a ocultarse sobre este terreno de ochenta kilómetros al oeste de Spokane. No se ve ni una sola casa -sólo nieve y terrenos secos y las ocasionales y congeladas plantas rodadoras como telarañas enrolladas en la distancia.
Un brusco sonido rompe el silencio. Davenport ha abierto la puerta. Inclina su cabeza, luego se apretuja para entrar de lado antes de desaparecer en la oscuridad.
"No es el tipo que te encuentras en la calle todos los días, pero no es un loco. No, no está loco", dice Robert Frost sobre Davenport, al que conoce desde hace dos décadas. El ex ingeniero jefe de la sección Boeing del proyecto del bombardero B-2, Frost conoció a Davenport, un colega, en Seattle.
"El tipo es brillante", dice Frost. "Personalmente, creo que probará que tiene razón".
Con eso, Frost quiere decir que se descubrirá que Davenport tiene razón en que los ovnis son un fenómeno real.
Aunque la ciencia convencional tiende a desdeñar el tema, junto con Bigfoot y el monstruo de Loch Ness, varios científicos prominentes y gran parte de la opinión pública -casi el sesenta por ciento, según encuestas- cree que los ovnis existen y deberían ser estudiados. Como corolario, un gran número de astrónomos cree que la vida en otras partes del universo no es solamente posible, sino probable.
Entre los famosos se encuentran el ex presidente Carter, la antropóloga Margaret Mead, el psiquiatra Carl Jung y el astronauta Gordon Cooper, los que informaron haber visto un ovni o dijeron creer que los ovnis son visitas de extraterrestres.
En el otoño pasado, el representante Dennis J. Kucinich, que en la época era el candidato demócrata a la presidencia, llegó a primera plana al admitir que, en los años ochenta, había visto un extraño "vehículo triangular" sobrevolando una zona rural en el estado de Washington.
De cierto modo, el destino de Davenport quedó sellado, según su propia versión, cuando tenía seis años. En 1954, estando en un coche con su madre y hermano en un autocine en St. Louis, miró por la ventana y vio en el cielo un brillante disco rojo sobrevolando sobre ellos, hasta que, repentinamente, desapareció en el horizonte.
"Si hubo algún momento seminal", dijo Davenport antes, "tiene que haber sido ese".
Se informó y finalmente escribió ampliamente sobre el tema como una actividad suplementaria a su educación, que concluyó con diplomas de biología y ruso en la Universidad de Stanford y licenciatura en genética y bioquímica de peces en la Universidad de Washington. Se convirtió en fundador y presidente de una compañía de biotecnología en la zona de Seattle, BioSyn Inc., y nueve años después, en 1994, vendió sus acciones e hizo una pequeña fortuna.
Ese mismo año, recibió una llamada telefónica de Robert Gribble, un bombero jubilado en Seattle que, durante dos décadas, había actuado como un centro de referencia para reunir informaciones sobre ovnis y como operador -las veinticuatro horas del día, siete días a la semana- de una línea de acceso nacional sobre ovnis (206-722-3000).
Gribble quería pasar la antorcha. Davenport aceptó y desde entonces ha sido director del Centro Nacional de Informaciones sobre Ovnis, manteniendo la misma línea de acceso y financiando la operación con su propio dinero. Los costes pueden ir de quinientos y cinco mil dólares al mes, dependiendo de si tiene que viajar o no.
Davenport no tiene muchos otros gastos. Nunca se casó, nunca tuvo hijos. Conducía coches viejos. Durante una docena de años dirigió el centro desde una casa de alquiler cerca del barrio universitario de Seattle. Luego pensó que necesitaba su propio depósito de misiles.
"Había un cierto encanto en la idea", dice que contó a sus amigos. Davenport, que se había interesado durante largo tiempo en la aviación y la cohetería, había oído de que había un silo de misiles en venta al este de Washington.
Uno de esos sitios era muy barato: Atlas Missile Site No. 6, en el que el propietario anterior había asesinado y desmembrado a un visitante. En 2004, el chofer de camiones Ralph Benson fue condenado por asesinato y siguió siendo sospechoso de al menos otro asesinato cuando murió en prisión dos años después. Davenport compró el sitio a los hijos de Benson.
"No sé qué tipo de gente compra estas cosas", dice Davenport, su voz perdiéndose en la oscuridad. Deja abierta la puerta de acero, y busca a tientas el interruptor.
Se oyen una serie de clics y el cuarto se torna amarillo pálido. Está en un acceso, de concreto y acero, y húmedo como un caverna. Hay un túnel a cada lado.
Toma por el túnel a la derecha y baja pisando fuerte por un tubo de metal de unos cincuenta metros de largo. Es suficientemente grande como para que pueda caminar sin encorvarse. El tubo conduce a una caverna del tamaño de una cancha de baloncesto. En la penumbra se pueden ver pilas de desechos.
"La sala de lanzamiento", dice con su voz de radio.
Davenport nos muestra las especificaciones (corroboradas por documentos militares). El techo es de cinco metros de alto, las paredes son de dieciocho pulgadas de grosor. El complejo, hecho con tres millones de toneladas de concreto, puede resistir una explosión de cincuenta veces la potencia de la bomba de Hiroshima a una distancia de 2.5 kilómetros.
Vuelve al vestíbulo y entra por el otro túnel, construido similarmente, que da a otro espacio cavernoso: el cuarto de misiles.
El complejo era conocido como el ‘lanzador de ataúdes’. Es aquí donde se almacenaba el misil Atlas. Arriba, el techo era una puerta corrediza de metal, que se abría cuando la hidráulica izaba el cohete para su lanzamiento.
En la parte de atrás del cuarto de misiles, envuelto en la oscuridad, se encuentra el trabajo de toda una vida de Davenport: una colección de decenas de miles de informes sobre avistamientos de ovnis de todo el mundo. Tiene documentos de mucho antes de que la serie de televisión mostrara ‘Expediente X’ [The X-Files] llevara los temas paranormales a los horarios de mayor sintonía.
La información es meticulosamente clasificada y archivada en una larga hilera de archivadores de metal de diferentes tamaños. Parecen una ciudad en miniatura.
El plan era vivir y trabajar aquí. Pero el sitio necesitaba más trabajo de lo que esperaba. El sitio se filtraba. La ventilación funcionaba mal, y hay un pequeño problema con los murciélagos.
De momento, el teléfono y el contestador permanecerán en el apartamento de Davenport en Harrington, a unos kilómetros, hasta que el Sitio No. 6 esté en condiciones. Davenport está haciendo él mismo la mayoría de las reparaciones.
Las sombras oscilan mientras alumbra con su linterna. Se dirige hacia el escritorio más cercano, abre un cajón y saca al azar un grueso fajo de documentos. Es un registro de llamadas. Un registro por mes. Una muestra de las entradas:
6 de enero de 1995, 0:15. Warm Beach, WA. Dos mujeres observan una extraña "cuerda de luz" con una esfera brillante en un extremo.
6 de enero de 1995, 17:30. Glendo, WY. Una madre y su hijo presencian maniobrar entre las nubes a un enorme vehículo brillante, perseguido por aviones de guerra.
7 de enero de 1995, 5:00 Makapuu Point, HI. Un hombre y su esposa observan un extraño objeto triangular, con una joroba, sobre el mar. Tiene ventanas opacas.
Davenport dice que la inmensa mayoría, hasta un noventa por ciento, de los avistamientos de ovnis son explicables como globos meteorológicos, aviones militares, satélites y cosas parecidas. Otros son bromas pesadas.
Pero también hay un pequeño porcentaje, de quizás apenas un puñado al año, de informes sobre avistamientos verídicos -a menudo de múltiples fuentes- y eso exige una explicación.
Cree que las claves yacen enterradas en estas montañas de papel que ha estado catalogando meticulosamente. Si solo el gobierno o alguna universidad se dedicaran a investigarlos...
"Estoy dispuesto a compartir los datos", dice. "Estoy dispuesto a entregárselos todos a cualquiera que quiera saber más".
Pero no ha tenido muchos solicitantes.
Algún día, dice, algo ocurrirá que demostrará que los ovnis existen, y entonces la gente se verá obligada a dar un paso adelante en su conciencia, un paso tan grande como pasar de la Edad de Piedra al cyberespacio. Si eso ocurre, los archivos en este castillo subterráneo tendrán un nuevo significado. O no.
Toda posibilidad viene con una carga. Arthur C. Clarke, autor de la clásica novela ‘2001: Odisea del espacio’ [A Space Odyssey], que murió este mes en Sri Lanka, dijo una vez: "O estamos solos en el universo, o no. Las dos cosas son igualmente terroríficas".
Davenport cierra de un golpe el cajón. Suspira.
Fuera, el sol se ha puesto y el cielo vespertino ha oscurecido lo suficiente como para que los cuerpos celestiales se hagan visibles. La constelación de Orión aparece en la parte sur del cielo, y Marte relampaguea.
"Pocas personas gastarían sus vidas estudiando un tema tan elusivo", dice Davenport camino a casa. Su coche es un Crown Victoria gris de dieciocho años, con millones de kilómetros. El parabrisas está trizada. "A veces no sé por qué lo hago".
Luego recuerda a Elger Berg, de Seattle.
Berg era un carpintero y mecánico. Esperó 64 años para contar que había visto algo en un pequeño pueblo en Alaska cuando era joven: una aeronave en forma de cigarro, con luches azules y verdes, que pasó sobre su cabeza y desapareció en las montañas.
Tras oír a Davenport en la radio, Berg lo buscó para contarle sobre el ovni. Cuatro meses después, a principios de 2001, Berg murió, a los 84.
Su historia, que Davenport grabó en un casete, es el único testimonio del incidente. Si alguien, quienquiera sea, quiere oírlo por la razón que sea, el casete y los apuntes lo esperan en un lugar seguro, en una ciudad de archivadores, debajo del desierto.
28 de marzo de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
1 comentario
valeria -