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el insulto y el odio como derecho


Es un excepción men el mundo: Estados Unidos defiende el derecho a ofender.
[Adam Liptak] Vancouver, Columbia Británica, Estados Unidos. Hace algunos años, una revista canadiense publicó un artículo diciendo que el surgimiento del islam era una amenaza para los valores occidentales. El tono del artículo era burlón y sarcástico, pero no decía nada que revistas y blogs conservadores de Estados Unidos no digan todos los días sin temor a represalias legales.
Aquí las cosas son diferentes. La revista está en juicio.
Dos miembros del Congreso Islámico Canadiense dicen que la revista Maclean’s, el más importante semanario de Canadá, violó una ley provincial sobre libertad de expresión al fomentar el odio contra los musulmanes. Dicen que deberían prohibirle volver a publicar cosas similares, obligarla a publicar una rectificación y pagar compensación a los musulmanes por ofender su "dignidad, sentimientos y autoestima".
El Tribunal de Derechos Humanos de Columbia Británica, que realizó cinco días de audiencias sobre estos temas aquí la semana pasada, resolverá pronto si Maclean’s violó esa ley. Cuando la semana pasada los espectadores hacía la cola para la sesión de la tarde, estalló una discusión:
"¡Son ideologías que fomentan el odio!", gritó un hombre.
"¡Es libertad de expresión!", gritó otro.
En Estados Unidos, ese debate se ha superado. Según la Primera Enmienda, diarios y revistas pueden decir lo que quieran sobre las minorías y las religiones -incluso cosas falsas, provocadoras y odiosas- sin que esas acciones tengan consecuencias legales.
El artículo en Maclean’s, ‘The Future Belongs to Islam’ [El futuro pertenece al islam] era un fragmento de un libro de Mark Steyn titulado ‘America Alone’ (Regnery, 2006). El título era adecuado: Estados Unidos, en su tratamiento de las ideologías de odio, así como en otras muchas áreas jurídicas, adopta una definición legal que lo aparta del resto de los países.
"En gran parte del mundo civilizado, uno usa epítetos raciales a propio riesgo; uno puede exhibir parafernalia nazi y otros símbolos de odio étnico, pero corriendo grandes riesgos legales; y uno puede llamar a discriminar las minorías religiosas, pero bajo la amenaza de multas o cárcel", escribió Frederick Schauer, profesor de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de Harvard, en un ensayo reciente titulado ‘The Exceptional First Amendment’.
"Pero en Estados Unidos", continua el profesor Schauer, "esas ideologías son protegidas por la Constitución".

Canadá, Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Sudáfrica, Australia e India tienen todos leyes o han firmado tratados internacionales que prohíben las expresiones de odio. Israel y Francia prohíben la venta de artículos de la parafernalia nazi, como suásticas y banderas. En Canadá, Alemania y Francia es un delito negar el Holocausto.
A principios de mes, la actriz Brigitte Bardot, una activista por los derechos animales, fue condenada a pagar una multa de veintitrés mil dólares por incitar al odio racial al criticar una ceremonia musulmana que incluye el sacrificio de corderos.
En contraste, los tribunales estadounidenses no impidieron una marcha del Partido Nazi Americano en Stokie, Illinois, en 1977, aunque la marcha habría provocado una profunda angustia entre los numerosos sobrevivientes del Holocausto que viven allá.
Seis años más tarde, un juez de una corte del estado de Nueva York desechó una querella por injurias presentada por varias organizaciones portorriqueñas contra un ejecutivo que llamó los bonos de alimentación un "programa básicamente portorriqueño". La Primera Enmienda, escribió la juez Eve M. Preminger, no permite que se prohíban o castiguen ni siquiera las falsedades sobre grupos raciales o étnicos simplemente porque puedan elevar "los niveles generales de prejuicios".
Algunos importantes juristas dicen que Estados Unidos debería reconsiderar su posición sobre las expresiones de odio.
"Para mí no está claro que los europeos estén equivocados", escribió Jeremy Waldron, un filósofo del derecho, en la The New York Review of Books del mes pasado, "cuando dicen que una democracia liberal debe tomar una responsabilidad afirmativa en cuanto a proteger la norma de respeto mutuo contra ciertas formas de ataques viciosos".
El profesor Waldron estaba comentando ‘Freedom for the Thought That We Hate: A Biography of the First Amendment’, de Anthony Lewis, ex columnista del New York Times. Lewis ha criticado los intentos de utilizar la ley para limitar las expresiones de odio.
Pero incluso Lewis, que es liberal, escribió en su libro que pensaba que se debía abandonar algunas de las garantías más estrictas de la Primera Enmienda "en una época en que las palabras han inspirado genocidio y terrorismo". Llamó en particular a reexaminar la insistencia de la Corte Suprema en que sólo hay una justificación para considerar la incitación como un delito criminal: la probabilidad de violencia inminente.
La exigencia de inminencia es un gran obstáculo. La mera incitación a la violencia, al terrorismo o al derrocamiento de un gobierno no es suficiente; las palabras deben provocar actos violentos, y debe ser probable que los produzcan. Probablemente un discurso incendiario instando a una turba furiosa a atacar inmediatamente a un hombre negro que se encuentre en el lugar podría ser considerado como incitación en el sentido de la Primera Enmienda -pero no un artículo en una revista -o en cualquier otra publicación- con la intención de espolonear el odio racial.
Lewis escribió que había discursos "genuinamente peligrosos" que no cumplían el requisito de acción inminente.
"Creo que deberíamos poder castigar los discursos que instan al público a la violencia terrorista, algunos de cuyos miembros están dispuestos a poner en práctica la incitación", escribió Lewis. "Eso es suficientemente inminente".
Harvey A. Silverglate, un abogado de libertades civiles de Cambridge, Massachusetts, no está de acuerdo. "Cuando los tiempos son difíciles", dijo, "parece surgir una tendencia a decir que hay demasiada libertad".
"La libertad de expresión importa porque funciona", continuó Silverglate. El control y el debate son medios más efectivos que la censura a la hora de combatir las expresiones de odio, dijo, y especialmente después del 11 de septiembre.
"El mundo no sufrió porque muchas personas hayan leído ‘Mein Kampf’", dijo Silverglate. "Enviar a Hitler en una gira de charlas por Estados Unidos habría sido una buena idea".
Silverglate se hacía eco de las palabras del juez Oliver Wendell Holmes Jr., cuya disensión de 1919 en el caso de Abrams v. Estados Unidos fue finalmente la base de la moderna Primera Enmienda.
"La mejor prueba de la verdad es el poder del pensamiento que es aceptado en la competencia en el mercado", escribió el juez Holmes.
"Creo que todos deberíamos estar vigilando siempre", agregó, "los intentos de poner límites a la expresión de opiniones que aborrecemos y creemos que están cargadas de muerte".
Por supuesto, la Primera Enmienda no es absoluta. La Corte Suprema ha dicho que el gobierno puede prohibir palabras hirientes o amenazas. Se pueden agravar las penas por crímenes violentos inspirados en el odio racial. Y las instituciones privadas, incluyendo universidades y empleadores, no están sujetas a la Primera Enmienda que sólo restringe las actividades del gobierno.
Pero decir cosas odiosas sobre las minorías, incluso con la intención de provocar dolor a sus miembros y generar desprecio y aversión, es algo que está protegido por la Primera Enmienda.
En 1969, por ejemplo, la Corte Suprema revocó unánimemente la condena de un dirigente de un grupo del Ku Klux Klan por una ley de Ohio que prohibía la defensa del terrorismo. En una manifestación, el líder del Klan, Clarence Brandenburg, había llamado a sus seguidores a "enviar a los judíos de vuelta a Israel", a "enterrar" a los negros, aunque no los llamó así, y a considerar acciones de "venganza" contra los políticos y jueces que no mostraran simpatía por los blancos.
En la manifestación sólo había periodistas y miembros del Klan. Debido a que las palabras de Brandeburg no llamaron a la violencia inmediata en un contexto en el que esa violencia fuera probable, la Corte Suprema resolvió que no podía ser procesado por incitación.
En su declaración inicial en el caso de la revista canadiense, un abogado que representa a los querellantes musulmanes ofendidos por el artículo en Maclean’s pidió a la comisión de tres miembros del tribunal que declarara que el artículo sometía a sus clientes al "odio y al ridículo" y obligara a la revista a publicar una respuesta.
"Vosotros sois lo único que hay entre el periodismo racista, odioso, despectivamente islamofóbico e irresponsable, y los ciudadanos canadienses respetuosos de la ley", dijo al tribunal el abogado Faisal Joseph.
En respuesta, el abogado de Maclean’s, Roger D. McConchie, dijo que el juicio era una farsa.
"Las intenciones no son un argumento", dijo McConchie en una mordaz crítica de la ley sobre las expresiones de odio de Columbia Británica. "Tampoco lo es la verdad. Tampoco lo es un comentario honesto sobre hechos verídicos. La publicación en aras del bien general y para beneficio de todos tampoco es un argumento. Tampoco lo es la opinión expresada de buena fe. Y el periodismo responsable tampoco es un argumento".
Jason Gratl, abogado de la Asociación de Libertades Civiles de Columbia Británica y la Asociación Canadiense de Periodistas, que han intervenido en el caso en apoyo de la revista, fue comedido en su crítica de la ley.
"Los canadienses no tenemos estómago de hierro como para soportar las expresiones ofensivas", dijo Gratl en una entrevista telefónica. "No defendemos el mercado de las ideas. Los estadounidenses en general son más rudos y más preparados para las guerras lingüísticas".
Muchos tribunales extranjeros han considerado respetuosamente la interpretación norteamericana, para luego rechazarla.
En una decisión de 1990 de la Corte Suprema de Canadá, por ejemplo, se mantuvo la condena criminal de James Keegstra por "fomentar ilegalmente el odio contra un grupo identificable difundiendo declaraciones antisemitas". Keegstra, un maestro, había dicho a sus alumnos que los judíos "adoraban el dinero", "les gustaba el poder" y eran "traicioneros".
Escribiendo por la mayoría, el juez presidente Brian Dickson dijo que era un problema "crucial para decidir sobre la apelación: la relación entre las interpretaciones canadiense y estadounidense y la protección constitucional de la libertad de expresión, más notablemente en el reino de la propaganda de odio".
El juez presidente Dickson dijo "que debemos aprender mucho de la jurisprudencia de la Primera Enmienda". Pero concluyó que "el compromiso internacional en cuanto a erradicar la propagación del odio y, más importante, el rol especial otorgado a la igualdad y al multiculturalismo en la Constitución canadiense deben desviarse de esa la opinión, razonablemente dominante en Estados Unidos en estos momentos, de que la supresión de las expresiones de odio es incompatible con la garantía de la libertad de expresión".
El distintivo enfoque norteamericano de la libertad de expresión, dicen juristas, tiene muchas causas. Está parcialmente enraizada en una visión individualista del mundo. El temor a permitir que el gobierno decida que ideologías son aceptables también tiene algo que ver. Lo mismo que la historia.
"Sería realmente difícil criticar a Israel, Austria, Alemania y Sudáfrica, considerando su pasado", por tener leyes que prohíben las expresiones de odio, dijo en una entrevista el profesor Schauer.
Sin embargo, en Canadá las leyes que prohíben las ideologías de odio se derivan del deseo de promover la armonía social. Aunque la Comisión de Derechos Humanos de Ontario desechó demandar a Maclean’s, condenó de todos modos el artículo.
"En Canadá, el derecho a la libertad de expresión no es absoluto, ni debería serlo", se lee en una declaración de la comisión. "Al retratar a los musulmanes como compartiendo las mismas características negativas, incluyendo la de ser una amenaza para ‘el Occidente’, esta expresión explícita de odio hacia el islam perpetúa y fomenta los prejuicios contra los musulmanes y otros".
Todavía está pendiente una querella federal separada contra Maclean’s.
Steyn, autor del artículo, dijo que el juicio canadiense había ilustrado algunas importantes distinciones. "El problema con las llamadas leyes contra las expresiones de odio es que no giran sobre hechos", dijo en una conferencia telefónica. "Giran sobre sentimientos".
"Lo que estamos aprendiendo aquí es realmente la diferencia de fondo que existe entre Estados Unidos y los países que son, en un sentido amplio, sus primos jurídicos", agregó Steyn. "Los gobiernos occidentales se sienten cada vez más cómodos restringiendo las opiniones. Es la Primera Enmienda la que distingue a Estados Unidos, y no solamente a Canadá, del resto del mundo occidental".

5 de julio de 2008
12 de junio de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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