la brutal geografía de ramzan kadyrov
megan.stack@latimes.com 7 de julio de 2008
Dos ex guerrilleros forcejean con un tigre encadenado para arrastrarlo por una embarrada ladera. El tigre se levanta sobre sus patas traseras, enseña sus colmillos, y trata de golpear a los guardias con sus garras abiertas. Los guardias gritan y golpean al tigre en la cabeza hasta que el animal vuelve al suelo. Entretanto, Kadyrov arroja pedazos de pan en el agua para alimentar a sus elegantes aves, importadas desde todos los rincones del mundo. Espera atraerlas lo suficiente a la orilla para que el tigre pueda asustarlas. Todavía quiere oírlas chillar.
Kadyrov lleva un año como presidente de Chechenia; fue nombrado por el presidente ruso Vladimir V. Putin poco después de que, tras cumplir los treinta, alcanzara la edad mínima legal para ejercer un cargo público. Heredó el poder de su padre, Akhmad Kadyrov, clérigo musulmán y líder separatista que cerró un acuerdo con Moscú después de una sangrienta guerra y emergió como presidente de Chechenia, sólo para ser asesinado.
Ramzan Kadyrov está terminando el trabajo que empezó su padre cuando cambió de bando y puso a Chechenia nuevamente bajo el dominio de Moscú. El joven Kadyrov ha logrado silenciar a la oposición, pacificar la república secesionista y embarcarse en una maciza campaña de reconstrucción.
La biografía de Kadyrov es brutal y bizantina. Su historia es la historia de Chechenia, y también una mirada en la violenta panza de la Rusia moderna.
Hoy, las calles de Grozny, aplanadas frente al mundo por una implacable lluvia de bombas rusas, zumban con obras en construcción y adulación del joven presidente. "¡Dios nos dio a Kadyrov!", exclama un taxista mientras conduce por las calles de la capital.
Los detractores de Kadyrov dicen que gobierna Chechenia con terror y violencia, que ha creado una dictadura neo-soviética. Pero sus críticos son difíciles de encontrar, porque tienen la costumbre de desaparecer.
"El miedo empezó cuando Ramzan Kadyrov asumió el poder. Ese temor se introdujo paulatinamente en el corazón de la gente", dice Tatiana Kasatkina, directora de Memorial, una organización rusa de defensa de los derechos humanos con sede en Moscú que ha estado trabajando en Chechenia durante años. "Esta gente peleó en las montañas, son rebeldes y sus armas están empapadas de sangre. Su ideología es: si estás contra nosotros o contra Kadyrov, te exterminaremos".
Cuando Kadyrow oye la expresión "organización de derechos humanos", sonríe, coloca su cuchillo en su boca y muerde.
Luego dice que esas historias son falsas.
Hay algunos temas que Kadyrov no tocará. El primero es la guerra. Cuando Chechenia libró la primera de sus dos guerras de independencia contra Moscú, Kadyrov y su padre lucharon contra los rusos. Se encoge de hombros. Piensa que tenía "quince, quizás dieciséis años" cuando dirigió su primera milicia. Dice que no tuvo infancia. No quiere recordar esos tiempos.
El proceso de cambiar de bando y pasarse al lado moscovita -ese también es un tema tabú. "Siempre estuve con el pueblo", dice. "No sé quién cambió de lado, pero siempre estuve con el pueblo".
Tampoco hablará sobre la muerte de su padre en mayo de 2004. Kadyrov estaba a cargo de la seguridad de su padre, pero estaba en Moscú el día en que murió. Alguien colocó un proyectil de artillería debajo de su asiento en un estadio de fútbol en Grozny.
Kadyrov lleva son ansiedad el manto de su padre. La capital apenas reconstruida está salpicada de monumentos a la memoria de Akhmad Kadyrov, muchos de ellos adornados con la frase: "Siempre he sentido orgullo por mi pueblo". Akhmad Kadyrov se hizo más famoso por otra frase: "Los rusos superan a los chechenos un montón de veces, así que cada checheno debe matar ciento cincuenta rusos". Pero esa frase no se ve en ninguna parte.
Desde que Ramzan Kadyrov asumiera el poder, Moscú parece haberle dado un cheque en blanco para la reconstrucción y rienda libre para reprimir. Algunos analistas dicen que este es el pacto faustiano cerrado por el Kremlin: Dejar que Kadyrov haga lo que quiera, siempre que Chechenia esté tranquila.
Kadyrov no tiene más que elogios para Putin. "Es mi ídolo", dice. "Putin es guapo".
Pese a sus pavoneos machistas, Kadyrov se ha ablandado desde que llegó al poder. Antes en su carrera, le dijo a un periodista: "Ya maté a los que tenía que matar... Seguiré matando mientras viva".
Cuando se le recuerdan esas palabras, sonríe, reconociéndolas, y asiente. ¿Son todavía en serio? Ciertamente, dice. Pero evita repetir la palabra "matar".
"Usamos métodos duros para mostrar lo que estaba bien y lo que estaba mal", dice Kadyrov. "Fuimos duros y crueles con los que no querían entender".
Han pasado años desde que la segunda guerra chechena se disolviera en ataques terroristas dispersos, pero de algún modo han desaparecido entre 3.500 y cinco mil chechenos. Nadie sabe cuántas de estas personas desaparecieron durante la guerra; y cuántas durante el gobierno de Kadyrov.
Pero activistas de derechos humanos dicen que la mayoría de los que desaparecieron desde que el joven presidente asumiera el poder, fueron detenidos por fuerzas de seguridad. Las fuerzas policiales están dominadas por los antiguos combatientes rebeldes de Kadyrov; también su séquito de seguridad personal.
"Los estamos buscando. Los estamos desenterrando", dice Kadyrov. "La mayoría de esas personas desaparecidas, cometieron crímenes contra Chechenia y salieron de nuestro país. Algunos se refugiaron en el bosque. Otros han muerto".
La tasa de desapariciones ha disminuido drásticamente desde que Kadyrov adquiriera más poder y silenciara a los disidentes, según estiman observadores de la situación de los derechos humanos. Pero advierten que las cifras son más difíciles de sopesar porque la gente tiene ahora más miedo.
"Hay un alto, altísimo número de personas que desaparecen durante varias horas o días y vuelven a casa después de haber sido golpeados. Vuelven psicológicamente destrozados, y la mayoría de ellos nunca cuenta qué les pasó", dice Natalia Estemirova, observadora en Grozny para Memorial. "Estas cosas se ocultan".
Kadyrov es casado y padre de cinco hijos. Le gustan los animales peligrosos, los coches rápidos y el boxeo.
No se deja conducir por un chofer. Se coloca él mismo detrás del volante de su Mercedes y corre por las carreteras en serpenteantes caravanas de agentes de seguridad, seguido por Mercedes idénticos con las mismas matrículas y conductores parecidos. Cuando llega a destino, sus hombres se apresuran a cambiar las matrículas, para confundir a los candidatos a asesinos.
En la ladera de la montaña con vistas a la residencia presidencial en Gudermes, la ciudad al este de Grozny, se puede leer en enormes caracteres árabes: "Sólo hay un Dios".
Pasando la elevada casa de piedra y fragante jardín de rosas, Kadyrov guía a sus visitantes por las jaulas de su zoológico privado, mostrando sus leones, leopardos y pumas. Se acerca para acariciarlos y despeinarlos, acercarlos y golpearlos contra los barrotes. Tira con fuerza de la melena del león.
Cuando las bestias le gruñen, les gruñe de vuelta, mostrando sus dientes e imitándolos. "Este todavía es algo hostil", dice, mirando intensamente a la rezongona pantera. "Todos tenemos nuestras frecuencias. Ya encontraremos la suya".
Dirige a los visitantes hacia la laguna; cuando empiezan a cruzar un puente de sogas y tablones, se para en un extremo y hace sacudir la estructura. Mirándolos tambalear y perder el equilibrio, vuelve a reír con gruñidos. Y luego, para que nadie lo dude, grita: "¡Lo estoy haciendo a posta!"
Más tarde se encorva sobre una mesa servida con fino caviar negro, ‘pastel de chocolate’ y albaricoques frescos. Fanfarronea sobre la academia militar que ha iniciado para adiestrar a miembros de su séquito de seguridad personal, luego muestra un documental que hicieron sus hombres de unos adolescentes atacando tanques y luchando unos con otros en artes marciales.
"Mira esto, mira esto, es la mejor parte", dice. En la pantalla, un cadete le propina una fuerte patada a la cabeza de su oponente. En el fondo palpita música tecno. "¡Eso está bien!", dice Kadyrov. Admira a Mike Tyson y su "puño de hierro". Después de conocer al boxeador americano en Moscú, Kadyrov lo convenció de que visitara Grozny.
"La gente dice que le pagué un montón de dinero. No es verdad", dice Kadyrov. "Él debería haber pagado para ser admitido aquí".
"Kadyrov, llevas apenas un año de presidente y la ciudad ha renacido de entre las cenizas y la gente está encantada", se lee en una pancarta en el Mirador Kadyrov, justo al otro lado de la Plaza de Kadyrov y la mezquita Akhmad Kadyrov.
Esa declaración es parcialmente verdad: Grozny está volviendo a la vida con notable rapidez. Hace dos años, en la ciudad había un solo semáforo. Hoy hay supermercados, un pequeño hotel junto a un aeropuerto que funciona, un salón de billar, un teatro y restaurantes, dos de los cuales se llaman Hollywood.
Todo esto es cortesía de Moscu -el precio de la paz. "Todo lo que queramos", dice Kadyrov. "Destruyeron todo, ¿no deberían hacerlo? Nuestra gente no tiene la culpa. Debieron haber realizado ataques precisos, no lo que hicieron. Siempre se los digo. Exijo. Están obligados a reconstruir y si no lo hacen, presentaré mi renuncia".
Cuando cae la tarde, las calles se ven tranquilas y congestionadas de gente, paseando entre las rosaledas, sentados en bancas, trazando sus rutas entre las obras en construcción y las calles abiertas para instalar tuberías. Pero es una renovación fundada en un cementerio. Restos humanos siguen saliendo a la superficie. Organizaciones europeas de derechos humanos han destinado fondos para instalar un laboratorio y poder identificar los cuerpos, pero de momento no hay ni laboratorio ni identificaciones.
Aquí hay superficies, y realidades. Las superficies son, en general, nuevas, y están normalmente cubiertas con la cara de Kadyrov. Pero tan pronto como un grupo de viejas ve a los visitantes parar junto al patio de un edificio de apartamentos refaccionado, empiezan a gritar: "¡No hay agua! ¡No hay nada dentro! ¡Ni siquiera hay puertas!"
Las mujeres suben por la escalera de cemento. El olor a desechos humanos se hace cada vez más pesado a medida que avanzan. Entran a un apartamento y gesticulan desesperadas: Los suelos agrietados y rasos han sido remendados con tanta rapidez que el cemento manchó las paredes y se ve inscritas en el suelo las huellas de los zapatos de los obreros. No hay agua potable, ni alcantarillado ni inodoro. Ni puertas. Apenas una bombilla que cuelga del techo.
Pero cuando alguien menciona a los miles de desaparecidos a una mujer llamada Zaira Dovletbayava, sus ojos se abren y vuelan hacia el agente enviado por la oficina de prensa de Kadyrov.
"No", dice, tranquila y rápida, con la vista fija en el hombre de Kadyrov. "No hay gente desaparecida".
Es día de graduación en la Escuela Kadyrov, una escuela básica y secundaria abierta hace poco y bautizada con el nombre del clan más famoso de Chechenia. Todos sus 1.400 alumnos han sido invitados a la fiesta. Rock ruso retumba en los pasillos, acercándose a las chicas y chicos con fajas rojas posando para los fotógrafos. Las chicas llevan tacones de aguja de cuero, generosos maquillajes y grandes pendientes debajo de sus pañuelos de cabeza. Como todo lo demás en Grozny, la escuela es muy limpia y muy llena de Kadyrov. Brillantes balones salpican un patio torcido por las bombas. "Él solo logró salvarnos", se lee en los carteles en la pared. "Es el digno hijo de un padre meritorio".
La directora está en su oficina, rebosante de tartas y caramelos y fruta fresca. Adora al presidente. El presidente no tiene miedo de hacer el "trabajo sucio", dice. "La gente común estamos muy, muy agradecidas", dice, "porque realizó nuestros sueños".
Hace poco llevó a un grupo de sus mejores estudiantes a conocer al presidente.
"Ese día me di cuenta de que él es realmente el líder de la juventud", dice. "Lo vi en los ojos de los chicos, que estaban llenos de admiración. Y pensé: ‘Harán lo que él les diga’".
17 de junio de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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