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milicias reemplazan a pandillas


En Río de Janeiro, una milicia armada reemplaza con la suya propia la criminalidad de las pandillas de drogas.
[Alexei Barrionuevo] Río de Janeiro, Brasil. Cuando varios periodistas brasileños decidieron entrar clandestinamente aquí en mayo para hacer un reportaje sobre la vida en una de las cientos de barriadas que han surgido en los alrededores de Río, pensaban que la habían elegido cuidadosamente.
La barriada que eligieron, Batan, estaba bajo el control de una milicia que, en septiembre pasado, había expulsado a una pandilla de traficantes de drogas. Los periodistas asumieron que una barriada bajo el control de una milicia armada, que incluía entre sus miembros a agentes de policía en su tiempo libre, sería más segura que una controlada por vendedores de droga.
Se equivocaron. Y lo que vivieron se ha convertido en un escándalo público que ha centrado la atención sobre el creciente peligro que representan esas milicias, que han ocupado el lugar de las pandillas de traficantes como los violentos barones que controlan muchas de las barriadas de Río y sus negocios ilícitos, a menudo con vínculos con agentes de policía y políticos corruptos.
La noche del 14 de mayo, seis hombres encapuchados como ninjas entraron a una casa de alquiler donde estaban alojando una periodista de veintiocho años del diario O Dia, un fotógrafo y un chofer. Los capturaron a los tres, más un vecino, y los torturaron durante más de seis horas.
Les obligaron a jugar a la ruleta rusa, casi los asfixiaron con bolsas de plástico, les aplicaron descargas eléctricas y les golpearon y patearon. Los amenazaron con violar a la periodista, y con matar a todos los secuestrados, de acuerdo a los informes escritos que la periodista y del chofer de 31 años entregaron a la unidad del crimen organizado de la policía de Río.
Brasil está atravesando por un período de prosperidad económica que está sacando a millones de personas de la miseria. Pero en Río, el incidente, que salió a la luz en una serie de artículos de O Dia, se ha convertido en un notorio signo de las tensiones de esta ciudad, acosada por la violencia y un cuerpo policial escandalosamente corrupto.
Pese al crecimiento económico, las barriadas de Río -las favelas- se han multiplicado y ahora hay más de ochocientas. Las milicias se han multiplicado con ellas, a medida que las guerras contra las pandillas de traficantes de drogas se han cobrado su peaje entre las fuerzas policiales legales.
La baja moral y salarios insuficientes han llevado a agentes de policía, bomberos y personal de prisiones a buscar trabajos secundarios como milicianos, dicen agentes de policía y criminalistas que las han estudiado.
Las milicias han llenado el vacío de autoridad prometiendo seguridad a los vecinos a cambio de dinero y la posibilidad de apoderarse de muchos negocios ilegales -incluyendo el control del suministro de agua y gas natural, la gestión de tragaperras, las conexiones ilegales a la televisión por cable y, por supuesto, el negocio de las drogas.
Para muchas comunidades, las milicias son un mal menor. Se ganan la simpatía de los vecinos debido a que combaten a los "salvajes" traficantes de drogas de Río, dice Claudio Ferraz, jefe de la unidad de crimen organizado de la policía del estado de Río, conocida como Draco. Pero las milicias están reemplazando una delincuencia por otra, dijo.
"Son un ataque al principio de democracia’, dijo. "Son un tumor canceroso".
Las cerca de sesenta a cien milicias tienen importantes conexiones y están a menudo entrelazadas no sólo con la policía de la ciudad, sino también con políticos que les ofrecen protección a cambio de hacerse con los votos o dinero de los vecinos.
Jerônimo Guimarães Filho, concejal, fue detenido en diciembre pasado por sospechas de haber formado una milicia. Su jefe de personal, Kennedy dos Santos de Aragão, dijo que la acusación era falsa.
Álvaro Lins, congresista y ex jefe de policía de Río, también ha sido acusado de haber ayudado a formar milicias armadas, lo que "niega vehementemente" en su página web.
La policía de Río se ha mostrado reluctante a disciplinar a sus hombres debido a toda una historia de violentas represalias. Pero la iniciativa de Draco es la más visible de una "tímida represión" de las milicias, dijo Rodrigo Pimentel, un ex capitán de policía y co-autor de ‘Elite Squad’, un libro sobre la unidad de operaciones especiales de Río.
El año pasado, Draco detuvo a 140 personas, la mayoría de ellas agentes de policía de paisano o militares. De las fuerzas de policía de las más de cien comisarías de Río, sólo Draco, la unidad de crimen organizado de la policía del estado, ha estado investigando activamente las milicias, dijo Pimentel.
La semana pasada la policía detuvo a Davi Liberato de Araújo, 31, por sospechas de ser el número dos en la jerarquía de la milicia local, en conexión con la tortura de los periodistas.
Liberato de Araújo era un ladrón de coches que estaba cumpliendo una condena de más de seis años en un centro de rehabilitación y, de día, era miembro de una milicia. No pudo ser localizado para que comentara este artículo. La policía dijo que no tenía abogado.
Los periodistas también identificaron al hombre sospechoso de dirigir la milicia local como Odnei Fernando da Silva, 34, un ex guardia de prisiones que también trabajó en un hospital psiquiátrico antes de ser aceptado en el cuerpo policial.
Da Silva, que se hizo conocido en la favela por su máscara negra de ninja, todavía enfrenta cargos por maltratar a un reo y por intento de homicidio. Huyó antes de que la policía pudiera detenerlo en conexión con las torturas. Se encuentra fugitivo.

Los periodistas no han sido mencionados en ningún medio de comunicación y no han cedido entrevistas. Alexandre Freeland, uno de los redactores de O Dia, pidió al New York Times que no publicara sus nombres. Los periodistas, dijo, se están ocultando en las afueras de Río, por razones de seguridad. "Los milicianos los amenazaron de muerte", dijo Freeland. "Divulgar sus nombres los expondría demasiado".
Durante las torturas a los periodistas, los miembros de la milicia tuvieron el cuidado de utilizar técnicas que no dejan marcas visibles, como bolsas de plástico para asfixiar a sus víctimas, dijo Ferraz.
Pero las profundas cicatrices psicológicas eran obvias para los detectives. El fotógrafo "estaba completamente destrozado", dijo el jefe. "No se podía hablar con él. Miraba a sus hijos, los abrazaba, y se echaba a llorar".
Los periodistas alquilaron una pequeña casa en Batan a principios de mayo. Pensaban vivir ahí durante un mes y escribir un artículo sobre la economía ilegal en las barriadas, dijo Freeland.
No se identificaron a sí mismos como periodistas. Pero de algún modo su fachada fue descubierta. A las nueve de la mañana del 14 de mayo seis milicianos llamaron a la puerta. Da Silva, el líder local, dijo a la periodista que estaba detenida por "falsa identificación". Los milicianos exigieron rápidamente todas las grabaciones de audio y videos.
Al no encontrarlos en la casa, se pusieron violentos. Según su declaración a la policía, patearon y jugaron a la ruleta rusa con la periodista, jalando dos veces el gatillo.
Los milicianos los pasearon en un coche, amenazándolos con obligarlos a consumir cocaína y dejarlos en la favela Fumace para que fueran asesinados por traficantes de drogas, dijo la periodista a la policía.
Después de que los prisioneros fueran trasladados a otra ubicación, llegaron más milicianos. Torturaron al grupo durante al menos dos horas. Desnudaron a la periodista, y en un momento le preguntaron su había tenido sexo con cinco hombres. La periodista recordó que le habían colocado una bolsa de plástico en la cabeza durante gran parte de la sesión de torturas y que se desmayó varias veces, de acuerdo a informes y funcionarios policiales.
Varios milicianos dijeron a la periodista que la persona que decidiría finalmente qué hacer con ellos era un hombre conocido como "el Coronel". Aunque la bolsa de plástico le impedía ver, la periodista dijo a la policía que entre sus torturadores reconoció la voz de un secretario de un asambleísta del estado al que había conocido en un restaurante en Batan.
El asambleísta, Jairo Souza Santos, es conocido por el Coronel Jairo, y en la prensa brasileña ha sido mencionado repetidas veces como alguien que tiene vínculos con las milicias. Gabriel Oliven, portavoz de Santos, negó el miércoles que Santos estuviese implicado de algún modo en las milicias, diciendo que el asambleísta no ha estado nunca en Batan.
Oliven dijo que Santos, un agente de policía jubilado, estaba "totalmente contra las acciones de las milicias" y las consideraba "bandidos en uniforme".
Los milicianos obligaron a los periodistas a revelar sus nombres de usuarios y contraseñas de sus cuentas de correo electrónico. Luego los llevaron a una casa donde el fotógrafo había guardado sus equipos y lo obligaron a destruir las fotografías de los milicianos. Finalmente, a las cuatro y media de la mañana, da Silva ordenó que liberaran a los rehenes.
Durante una visita la semana pasada, Batan se veía tranquila, pero de tanto en tanto las patrullas policiales cruzaban la favela. Los vecinos dijeron que no creían que la fuerte presencia policial fuera a durar demasiado tiempo.
Aunque algunos vecinos lamentaron el incidente con los periodistas, la mayoría de los entrevistados dijeron que se sentían más seguros con la milicia. Sin embargo, pocos se mostraron dispuestos a revelar sus nombres cuando hicieron comentarios sobre el grupo armado, diciendo que temían que hubiera represalias.
Ricardo Perreira y dos amigos, todos vecinos de Batan, dijeron que la presencia de la policía parecía, de momento, haber terminado con la milicia. Pero temían que una vez que la policía se marchara, otra pandilla ocupara su lugar y se apoderara de la favela, comenzando nuevamente otro ciclo de violencia.
"Aquí nadie acepta las pandillas de traficantes", dijo Perreira, 30. "Esto va a ser un infierno. Ahora estamos en las manos de Dios".

Mery Galanternick contribuyó al reporteo.

5 de julio de 2008
13 de junio de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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