jugando a ser ilegales
reed.johnson@latimes.com Deborah Bonello .n México contribuyó a este reportaje. 9 de julio de 2008
Pero la frontera norteamericana está a unos 650 kilómetros desde este escarpado parque municipal en el estado de Hidalgo, a tres horas de viaje al norte de Ciudad de México. El espectáculo que se nos muestra no es un intento real de cruzar la frontera, sino una aventura de simulación en vivo que intenta dar a los participantes una idea de lo que sienten los miles de mexicanos y otros latinoamericanos indocumentados que tratan de entrar a la tierra prometida del norte.
Apodada la Caminata Nocturna, la simulación de tres horas es una combinación de una pista de obstáculos, una charla de sociología y una salida familiar con tutoría de los padres. Fundada en 2004, es dirigida por miembros de una aldea de indios hñahñu, un pueblo indígena del centro-sur de México. La antigua población de 2.500 habitantes de la aldea ha sido diezmada por la emigración hacia Estados Unidos.
Los sábados noche, decenas de los varios cientos de aldeanos que se quedaron, participan en la caminata. Muchos trabajan como artistas, personificando a agentes de la Patrulla Fronteriza, emigrantes y coyotes enmascarados y polleros -los guías mexicanos que, a cambio de dinero, escoltan a los emigrantes.
El recorrido de doce kilómetros, que incluye varias escapadas, cuesta el equivalente de unos diez dólares por persona. El dinero reunido con la caminata y otras actividades del parque, como el alquiler de cabinas, y las excursiones en bote, se divide en partes iguales entre los aldeanos.
Desde su inicio, la Caminata ha atraído a miles de visitantes, la mayor parte de ellos de México, aunque también de Europa, Estados Unidos y Asia. Varios de los casi cincuenta participantes en la salida del sábado pasado dijeron que esperaban saber algo más sobre lo que debían vivir los emigrantes durante el cruce de la frontera.
"Es parte de nuestra cultura, y es importarte saberlo", dijo Sergio Mendieta, profesor en una escuela secundaria del estado de México.
Marcelo Rojas, un biólogo de Ciudad de México, conoce "a muchos, muchos mexicanos, algunos de ellos parientes", que han cruzado una y otra vez la frontera de Estados Unidos y México. "Lo que los mueve es la perspectiva de una vida mejor", dijo. "Conozco al menos a tres personas que se marcharon y no lo lograron. Querían cruzar el desierto. Y murieron allá".
Aparte del ocasional esguince de tobillo o la espina de cactus clavada en la mano, los peligros de la pista son totalmente artificiales. Pero la caminata también tiene sus dificultades.
La ruta lleva a los participantes a empinadas montañas tachonadas de puntiagudos cactus y afiladas plantas de maguey, a lo largo de las riberas del rápido río Tula, a través de pastizales y antiguos cementerios indios. Durante gran parte del viaje, los participantes son perseguidos por guardias fronterizos falsos (conocidos como ‘la migra’), escapan en camionetas, oyen gritos ordenándoles rendirse y escuchan el martilleo de armas de fuego cargadas con balas de fogueo.
Con la entrada también se compran algunas licencias artísticas. En realidad, los guardias fronterizos rara vez usan sus sirenas o disparan sus armas de fuego.
Aunque la simulación sólo se aproxima a los peligros y dificultades físicas de cruzar la frontera, refleja una dura realidad económica. La mayoría de los vecinos de este pueblo pasan todo el año o parte de este trabajando ilegalmente en lugares como Phoenix, Tampa, Florida y Las Vegas.
Crearon la Caminata como una cooperativa para ayudar a compensar el colapso de la última generación de la economía campesina local basada en el cultivo de tomates, maíz y chile. Como en muchos lugares de México, la emigración masiva de esta zona empezó en serio en los años ochenta, cuando el sector agrícola de México empezó a decaer. Desde fines de los noventa, el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica ha agravado la pérdida de trabajos a medida que los pequeños campesinos han ido siendo desplazados por la competencia de la agricultura industrial.
La caminata ocurre en el Parque EcoAlberto, de 1.200 hectáreas, un parque recreativo y camping que es propiedad de los hñahñu, que también lo gestionan y proporcionan el personal sobre bases rotativas. El complejo fue desarrollado por los aldeanos sin ninguna ayuda del gobierno, dice Delfino Santiago, 33, un hñahñu, que es uno de los supervisores.
Santiago contó que cruzó la frontera por primera vez a los dieciséis y ahora viaja regularmente entre su casa aquí y Las Vegas, donde trabaja legalmente en una empresa de jardinería. Hablando en inglés -su tercer idioma, después del español y del hñahñu-, dice que los otros aldeanos anhelaban poder trabajar legalmente en Estados Unidos, pero que la actual política de inmigración de Washington hacía difícil y engorroso obtener una situación legal.
"Yo pago impuestos. Entiendo las leyes", dice. "Pero no nos dejan convertirnos en ciudadanos".
Algunos informes de prensa han planteado el tema de si la Caminata no es un tipo de campamento para adiestrar a mexicanos y centroamericanos a infiltrarse ilegalmente en Brownsville, Texas o San Diego.
Los organizaciones de la excursión animan a los participantes con vagos discursos sobre el orgullo nacional mexicano y la solidaridad con los emigrantes. La Caminata refleja la creencia de que los emigrantes pobres y desesperados tienen derecho a buscar trabajo en tierras extranjeras, una opinión que comparte la mayoría de los mexicanos, que se oponen firmemente a la construcción de la muralla fronteriza de Estados Unidos. Pero la Caminata parece ser más un homenaje a los emigrantes que una declaración política explícita.
Incluso así, la Caminata probablemente lo prepara a uno para cruzar la frontera, tanto como jugar un juego de paintball nos podría preparar para participar en un allanamiento de los marines en Ciudad Sáder. Santiago deletreó sin rodeos la diferencia entre este ‘cruce de fronteras’ y la realidad:
"Allá, se sufre de verdad, y aquí nadie sufre nada".
La excursión del sábado pasado empezó, como habitualmente, con una caravana de camionetas transportando a participantes y guías hacia el centro del pueblo. Un aldeano, con una gorra de los Dodgers, calculó que habría cruzado la frontera unas quince veces.
El grupo se reunió junto a las murallas de la destartalada iglesia del pueblo. (El edificio fue abandonado porque la diócesis católica no puede proporcionar un sacerdote).
Entre los participantes había dos maestros mexicanos de edad mediana, un profesor universitario de Ohio, varias familias y pequeños grupos de risueños adolescentes haciendo instantáneas con sus celulares. Se aparecieron varios hombres con pasamontañas negros -los guías de la excursión nocturna. Uno, un tipo achaparrado y charlatán, que se negó a identificarse, reunió a la gente a su alrededor y se lanzó en un incoherente monólogo de cuarenta minutos.
"Esta noche es quizás algo mágica, porque hablamos del tema que es el tema de la inmigración", dijo en español. "Y en esta noche, quizás, evocamos en homenaje y honor de todos esos inmigrantes que han tenido un sueño". Entonces sacó de su mochila dos banderas mexicanas e instó a los asistentes a cantar el himno nacional mexicano.
En cuestión de minutos, todo el grupo inició la marcha, corriendo: huyendo por lodosas riberas y blandas plastas de vacas, gateando por debajo de alambres de púa, agachándose detrás de matorrales, avanzando lentamente por una estrecha tapia junto a una caída de cinco metros, tropezando con piedras a la luz de la luna.
"¡Vamos! ¡Vamos! ¡Más rápido!", gritan los guías.
La mayoría de los participantes se adaptaron rápidamente al espíritu de juego de roles de la ocasión. Horas más tarde, recordando la noche, varios encontraron la experiencia casi demasiado realista.
"Aprendí que es muy difícil. Es terrible. Yo no podría sobrevivirlo, creo", dijo Tamara Vázquez Hernández, un chico de quince de Ciudad de México.
Otro participante, Alfonso Najera, dijo que se sentía motivado para ayudar a los emigrantes del modo que pudiera y propuso que otros mexicanos hicieran lo mismo.
Pero Rojas dijo que esperaba que la experiencia alentara a los participantes mexicanos a no colocar todas sus esperanzas en marcharse al norte. Sería mejor, dijo, si muchos de ellos se quedaran y pelearan por mejorar las condiciones de vida en casa. También cree que los mexicanos deberían ser más abiertos a la hora de tratar las falencias políticas y sociales del país.
"Concuerdo en que los mexicanos sufren mucho cuando cruzan la frontera", dijo. "Pero, por otro lado, nosotros los mexicanos no somos el mejor ejemplo de cómo tratar a los extranjeros. En la frontera sur, que es la frontera que no miramos casi nunca, nosotros los mexicanos tratamos muy mal a los centroamericanos".
24 de mayo de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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