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nueva ruta de la cocaína


Cómo una pequeña nación africana se convirtió en un centro clave para el contrabando de cocaína colombiana, y el precio que está pagando.
[Kevin Sullivan] Quinhamel, Guinea-Bissau. Filipe Dju está sentado, deprimido, sobre las enmarañadas raíces de un mangle, con una cadena con candado alrededor de su tobillo, que lo ata a otros cuatro cocainómanos en rehabilitación.
Hace tres meses, la familia de Dju lo trajo al primer centro de rehabilitación por abuso de drogas de este pequeño y cenagoso país de África occidental, porque se había vuelto violento con el uso de una droga que aquí hasta el 2005 apenas era conocida.
"Mi madre dijo que mi cabeza no estaba funcionando bien", dice Dju, 40, cuya vida y país han sido destrozados por los carteles de la droga colombianos que han virado su interés desde los dólares cada vez menos fuertes de los estadounidenses a los valiosos euros de los europeos.
Según personeros norteamericanos, europeos y de Naciones Unidas, Guinea-Bissau, uno de los países más pobres del mundo, se ha convertido en un importante centro para el trasbordo y epicentro en África para el comercio de cocaína. El cambio demuestra que el flujo de las drogas se adapta no solamente a las presiones policiales, sino también a las fuerzas de la economía global.
Los funcionarios dijeron que algunas de las organizaciones criminales más ricas del mundo están explotando países que apenas funcionan, como Guinea-Bissau, que cuenta con apenas 63 agentes de la policía federal y no tiene cárceles. Gran parte de su población vive todavía en casas con techo de paja y suelos de tierra, sin electricidad ni agua potable.
"África occidental está siendo atacada", dice Antonio María Costa, director de la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito, que visitó Guinea-Bissau hace poco y concluyó que está tan abrumada por el comercio de cocaína que se podría convertir en el primer "estado narco" de África.
Según los funcionaros, los carteles colombianos están respondiendo a la presión por cocaína en países como Gran Bretaña, España e Italia, donde la demanda ha subido enormemente a medida que se estabiliza el mercado estadounidense.
Costa dijo que la fuerte divisa europea, donde la cocaína se vende al doble que en Estados Unidos, es un "imán" para los carteles. En allanamientos policiales en Colombia se encuentran cada vez con mayor frecuencia maletas llenas de euros en lugar de los tradicionales dólares.
Mientras misteriosos extranjeros recorren ociosos las desastradas calles de Guinea-Bissau en exclusivos Porsches y todoterrenos BMW, el millón y medio de habitantes del país está sufriendo los efectos de las fluctuaciones monetarias globales y porque los "banqueros y modelos europeos quieren esnifar", dijo Costa.
"Ni siquiera es nuestro problema -aquí no producimos cocaína, pero está destruyendo nuestro futuro", dice Lucinda Barbosa, directora de la policía judicial en la ex colonia portuguesa.

Funcionarios de gobierno dijeron que los contrabandistas de drogas que sobornan a la gente con pequeñas cantidades de cocaína están creando adictos en un país que nunca los tuvo. Dicen que el comercio de drogas ha provocado una desenfrenada corrupción en altos niveles de la administración, amenazando la estabilidad política y económica de un país que viene saliendo de la guerra civil que sufrió a fines de los años noventa.
"Somos un país frágil", dice Barbosa.
El Programa de Desarrollo de Naciones Unidas clasifica a Guinea-Bissau en el lugar 175 de los 177 países listados en el Índice de Desarrollo Económico. La oficina contra las drogas y el delito de Naciones Unidas ha observado que el presupuesto nacional de Guinea-Bissau es equivalente al valor a granel en Europa de dos toneladas y media de cocaína.
El país es mejor conocido por sus castañas de cajú y sus mangos, pero sus principales atractivos para los carteles son su débil gobierno y sus aguas costeras salpicadas de decenas de islas desiertas.
Los funcionarios dicen que los narcotraficantes no exportan la droga directamente a Europa porque las armadas y fuerzas aéreas europeas detectarían envíos importantes. Así que envían buques y aviones cargados de cocaína a África occidental. Parte de la cocaína es descargada en pistas de aterrizaje abandonadas en las islas frente a Guinea-Bissau; o arrojada al mar donde es recogida por lanchas.
Luego la cocaína es dividida en cargamentos más pequeños y enviada a Europa en avionetas o con burreros -en 2006, la policía holandesa descubrió en un solo vuelo a Amsterdam a treinta y dos personas de Guinea-Bissau transportando cocaína.
Tanto cocaína pasa apor Guineau-Bissau que en ocasiones han llegado ladrillos de cocaína envueltos en plásticos a sus costas, donde, según contaron funcionarios, los confundidos aldeanos trataron de usar la desconocida substancia para fertilizar sus cultivos o pintar sus casas.
La armada sólo tiene dos lanchas, una de las cuales está fuera de servicio, y la fuerza aérea no tiene aviones ni helicópteros. "Aquí no tenemos materiales militares. Nada. Cero", dijo Jorge Sambu, ayudante del jefe del estado mayor de la armada.

De modo que Barbosa, el jefe de policía, está tratando de luchar contra los sofisticados carteles desde su rústica oficina en el centro de la ciudad, con 63 agentes, de los que sólo la mitad tiene armas. Su oficina está en un patio de tierra. La ‘brigada de homicidio’ está alojada en un cuarto con cuatro escritorios vacíos y un televisor antiguo.
El departamento no tiene esposas, posee un solo ordenador portátil y está equipado con inodoros franceses. La electricidad es esporádica. En el patio, durante una visita reciente, unos agentes descalzos se habían repantigado a la sombra junto a los destripados restos de varios ordenadores viejos.
Cuando le pregunté si la situación era desesperada, Barbosa, 47, se echó a reír.
"Esto es lo más peligroso que hemos visto nunca", dijo. "Es realmente inquietante: ellos tienen armas, balas y materiales militares".
A fines de agosto, dijo Barbosa, dos colombianos que vivían en Bissau, la destartalada ciudad capital, fueron capturados con el equivalente de 150 mil dólares, dos granadas, una pistola, un rifle de asalto AK-47, gas pimienta, manuales militares para el uso de armas de fuego, más de cien cartuchos de munición y mapas de las remotas áreas del país.
Barbosa dijo que uno de los colombianos había pasado cinco años en una cárcel de Miami por una condena por tráfico de drogas. Pero los dos sospechosos fueron dejados en libertad por el juez, sin ninguna explicación, y todavía viven en Bissau, dijo.
De momento, Guinea-Bissau ha escapado a la violencia que es común en México y otros países de trasbordo. Pero funcionarios aquí dicen que periodistas y agentes de policía han recibido amenazas de muerte.
Allen Yero Emballo, 51, que pasó quince años como periodista de la agencia France-Presse y de Radio Francia Internacional en su nativa Guinea-Bissau, dijo que en junio de 2007 presenció a un grupo de marinos uniformados de la armada en un bote sacar ladrillos de cocaína del océano.
Dijo que sospechó que los marinos estaban trabajando con los narcotraficantes y se lo preguntó al almirante José Américo Bubo Na Tchut, el jefe del estado mayor de la armada. Dijo que Tchut le dijo: "Los periodistas pueden elegir. Si hablas, mueres. Si te quedas tranquilo, eres libre".
En una entrevista, Tchut dijo que no conocía a Emballo que negó haberlo amenazado o de tener lazos con los carteles de la droga. "He servido durante 45 años a mi país y yo no miento", dijo.
Cuando Emballo dijo eso en julio, hombres enmascarados irrumpieron en su casa y amenazaron a su esposa e hijos. Dijo que saquearon el lugar y se llevaron su ordenador, libretas de apuntes, casetes, cámara y fotos.
Contó que al salir, dijeron a su familia: "Esta vez nos llevamos sus cosas. La próxima nos llevaremos su cabeza".
"Los narcotraficantes son capaces de hacer cualquier cosa", dijo Emballo en una conferencia telefónica desde París, adonde ha huido y se encuentra pidiendo asilo. "Tienen dinero, tienen armas; pueden comprar al gobierno".

Discordantes Desigualdades
La ciudad de Bissau es como se ve una ciudad encantadora después de décadas de abandono. Imponentes mansiones de tejados de tejas rojas en boulevards bordeados de árboles, han sido abandonadas y se están derrumbando. El palacio presidencial ha estado vacío desde 1999, cuando su tejado fue destruido por bombas durante la guerra civil.
Las pocas calles pavimentadas están llenas de baches, y coches oxidados yacen a los lados de las calles, despojados de todo y cubiertos de polvo rojo. Pilas de basura arden constantemente, mientras bandadas de buitres blancos se pelean con escuálidos perros por los trozos más sabrosos.
En un país donde los que tienen suerte tienen trabajos en los que ganan unos veinticinco dólares al mes y muchos empleados de gobierno no han sido pagados durante meses, hombres sudorosos empujan carretillas llenas de cachivaches con destino desconocido.
De noche, sin electricidad, la ciudad es prácticamente una boca de lobo, excepto por el débil resplandor de las fogatas, lámparas de aceite y velas. Mucha gente sobrevive con cuencos de una pastosa mezcla de arroz, castañas de cajú y azúcar.
Sin embargo, nuevos y caros todoterrenos y enormes camionetas Toyota recorren las agrietadas calles. Bruno Vallance, gerente de una concesionaria de Toyota, dijo que el año pasado entró un hombre a su oficina y dijo que quería comprar dos camionetas. Vallance dijo que el hombre no quiso ver los vehículos, no quería boleta y pagó casi 66 mil dólares en efectivo que sacó de un maletín.
"Yo no hago preguntas", dijo Vallance. "Si me pagan en dinero, les entrego un coche. Ese es mi trabajo".
La ciudad está llena de discordantes signos de incongruente riqueza -el exclusivo restaurante que vende un plato de gambones a más de cincuenta dólares, la tienda de abarrotes que vende Johnnie Walker etiqueta verde a 132 dólares.
En el brillantemente iluminado X Klub, un bar y discoteca en el centro de la ciudad, un fornido sacabullas con una apretada camiseta negra custodiaba sedanes Mercedes y todoterrenos BMW aparcados fuera a medianoche, mientras en el interior los extranjeros charlaban con emperifolladas prostitutas locales disfrutando de sus tragos.
"Aquí los traficantes viven en el paraíso", dijo Constantino Correia, un alto funcionario del ministerio de Justicia que está coordinando los intentos del gobierno para luchar contra el narcotráfico.
"La Justicia no funciona. La policía no trabaja", dijo. "Un lugar donde los delincuentes pueden hacer lo que quieren no es un estado. Es un caos".

Correia dijo que el año pasado, la policía interceptó un embarque de casi tres cuartos de tonelada de cocaína y arrestó a dos sospechosos, que resultaron ser oficiales del ejército. El resto de los traficantes escapó, con unas dos toneladas y media de cocaína. Los dos oficiales no han sido acusados de nada.
Sin ordenadores ni otras herramientas para investigar, la policía no tiene modo de saber qué empresa extranjera que opera en Bissau puede estar traficando en drogas. "Es una guerra sin caras ni fronteras", dijo Correia.
Portugal y un puñado de otros países, la Unión Europea y Naciones Unidas han prometido destinar más de seis millones de dólares para ayudar a poner a punto el poder judicial, dijo Correia, agregando que para solucionar los problemas se necesitará mucho más.
Correia también dijo, con un profundo suspiro y llevándose la mano a la frente, que incluso si Guinea-Bissau logra capturar a algún pez gordo, no cuenta con una cárcel donde retenerlo.
A lo largo de las calles llenas de baches de la capital, Correia, 52, señaló las musgosas ruinas que fueron alguna vez distinguidos edificios. Llegó a una estructura azul celeste que fue, en el pasado, un edificio de oficinas.
En la puerta lo saludaron dos agentes de policía uniformados, uno de ellos con una pistola. Estaban encargados de la custodia de unos cuarenta presos, que dormían en colchones en el suelo, separados de la libertad por nada más que una puerta.
Bajando por una oscura escalera, un agente abrió un cuarto cerrado con candado donde se encerraba a los delincuentes más peligrosos. En el agobiante sótano, sin electricidad, los hombres estaban sentados debajo de paredes con pintadas y murales de Jesús.
"Necesitamos una nueva cárcel. Es urgente", dijo Correia.

En Quinhamel, un pueblo a unos 35 kilómetros al oeste de Bissau, el único centro de rehabilitación del país está al final de un largo camino de tierra.
Una mañana hace poco, varias decenas de adictos en tratamiento yacían debajo de los frondosos árboles del centro; algunos dormían en el suelo. Dju y otros cuatro adictos estaban encadenados juntos porque eran recién llegados, y estos son considerados potencialmente violentos.
Domingos Te, un pastor evangélico, abrió el centro en 2002 para personas dependientes del alcohol y la marihuana. Ahora, dijo, "el uso de la cocaína es desenfrenado".
Abdulie Injie, 27, contó que antes ganaba un buen salario como pintor de brocha gorda. Pero desde que empezara a esnifar cocaína hace unos años, todo su dinero terminó en su nariz.
Dijo que empezó a robar a su familia para pagar la droga. Hace un mes, dijo, se dio cuenta de que estaba enfermo, y pidió a su familia que lo trajeran aquí.
Mientras hablaba, otro paciente en el centro cruzó corriendo y gritando el patio de tierra y desapareció por la puerta. Cuatro hombres le persiguieron y acarrearon de vuelta al centro. Le dieron un sedante para aliviar sus síntomas de abstinencia.
"No sabemos de dónde viene", dijo Injie. "Pero ahora todo el mundo la tiene. Todas las familias".

10 de julio de 2008
25 de mayo de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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