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provincialismo romano


Italia tiene dificultades con diversidad cultural.
[Michael Kimmelman] Roma, Italia. Una exposición de arte de India estaba siendo instalada aquí el otro día, en el Museo Nacional Prehistórico Etnográfico Luigi Pigorini. Aparte de mah-jogg, la música china y las muestras de bailes rituales andinos, Putli Ganju, Juliette Fatima Imam, y la madre de Juliette, Philomina Tirkey Imam, habían colgado sus pinturas de animales y peces.
"No eres mi tipo", dijo la señora Imam. Estaba explicando el significado de su trabajo -simple, sacerdotal, etéreo- en una pintura de un ave alejándose de un venado. La escena de vida selvática de Ganju, al lado, era más elaborada, con florituras y filigrana.
"Somos de tribus diferentes", dijo Imam. "En su caso, todo está confundido. En el mío, todo está separado".
La señora Ganju, una mujer menuda y silenciosa, que llevaba un colorido sari, sonrió comprensiva.
Europa, pese a su diversidad, puede ser notablemente provincial. El último gobierno italiano llegó al poder hace dos meses con un programa que prometía reprimir a los extranjeros ilegales, que los que oponen a la inmigración aquí dicen que están relacionados con la delincuencia. En mayo, un grupo de vigilantes atacó campamentos gitanos cerca de Nápoles después de que circularan informes de que un gitano de dieciséis años había tratado de secuestrar a un bebé italiano.
En toda Europa se están endureciendo las opiniones sobre la inmigración, pero nunca tanto como aquí. Se estima que en la Unión Europea viven cerca de ocho millones de inmigrantes ilegales. La semana pasada, el parlamento de la Unión aprobó medidas más severas para detenerlos y deportarlos. Y aquí, el nuevo gobierno de extrema derecha del primer ministro Silvio Berlusconi ha propuesto leyes contra la inmigración que son las más estrictas del continente, provocando una encarnizada oposición de organizaciones de derechos humanos, el Vaticano, Naciones Unidas y también de fiscales italianos que temen que los tribunales se vean sobrepasados por casos criminales.
Pero con el agudo descenso de la tasa de natalidad y una población envejecida, Italia apenas si podría sobrevivir ahora sin los trabajadores extranjeros. Los albaneses y rumanos cuidan de los ancianos. Los indios que trabajan en Emilia-Romagna se ocupan de las vacas que producen la leche para el queso parmesano.
El problema es que el miedo a la delincuencia cometida por inmigrantes, exageradas por la cobertura en la prensa y políticos populistas, se ha combinado con una de las más grandes oleadas de extranjeros en Europa. La Liga del Norte, un partido político que propuso en el pasado separar al norte de Italia del país, se unió esta primavera a la coalición gobernante de Berlusconi después de distribuir carteles en ciudades como Siena que mostraban a un indio americano junto a una advertencia de que los italianos terminarían como los indios, enjaulados en reservas, si no impedían que los inmigrantes copen el país.
   
Aquí en Roma, Gianni Alemanno, el primer alcalde conservador en años, ganó con un programa simple que prometía medidas severas contra la delincuencia y la inmigración ilegal. No ha dicho prácticamente nada sobre la cultura y las artes, excepto que reducirá los fondos disponibles para el festival de verano del ayuntamiento. Nadie puede recordar la última vez que un alcalde entrante de Roma asumiera el cargo sin presentar algún proyecto cultural de envergadura, e impagable.
Roma, un antiguo imán para los extranjeros, naturalmente está más integrada que la mayoría de las ciudades italianas y, a diferencia del resto del país, en los últimos años ha tomado algunas medidas para adaptarse a su realidad multicultural, entre ellos iniciando un programa de bibliotecas públicas para llegar a los inmigrantes y ofrecer a los romanos libros y charlas sobre culturas extranjeras. Ahora es una incógnita si esos programas continuarán.
"Nos pensamos siempre como una monocultura, pero la inmigración es nuestro presente y futuro", dijo Franco Pittau, funcionario de Caritas, un servicio social y asociación para el desarrollo de la iglesia católica que, entre otras cosas, estudia la inmigración aquí.
Franca Eckert Coen comparte ese comentario. Una judía italiana que vive en un departamento lleno de arte judío en una ciudad predominantemente católica, era la encargada de la política multicultural del ex alcalde de Roma, Walter Veltroni. Coen recordó cuando, hace algunos años, los chinos celebraron con dragones su Año Nuevo el Día de Reyes.
"Los diarios dijeron que los chinos se oponían al cristianismo", dijo. "Así que realizamos un evento público en el Campidoglio sobre la cultura china y la fiesta del Año Nuevo, y ahora tenemos un desfile chino todos los años".
"Lo mismo pasó con los sikhs", agregó. "Organizamos un evento público después de 2001. También organizamos guías de los museos capitolinos para inmigrantes. Luego les pedimos que hicieran algo. Los polacos, por ejemplo, llevaron a alguien a tocar música polaca en el museo".
"Pequeñas cosas", los llamó. "Así pueden superar muchos temores. Vi a todos esos inmigrantes convertirse un poco en ciudadanos italianos. La cultura es crucial a la hora de dar a la gente una oportunidad de darse cuenta que ser extranjero es traer a la ciudad una vida étnica diferente, y que la diversidad es positiva".
Ahora la cultura italiana ciertamente no es diversa. Persiste en los programas italianos, en las series italianas, en los anuncios italianos en la televisión por cable de inverosímiles artilugios vibradores que prometen eliminar la grasa y en la música popular italiana una dieta mono-étnica, blanca y nativa. Incluso los niños romanos ya no se apartan demasiado de la dieta de espagueti con ragú ahora que el programa intercultural del ayuntamiento -que servía un almuerzo internacional al mes- ha sido abandonado por el nuevo gobierno de centro-derecha, siguiendo a algunas madres italianas que dudaban del valor nutritivo del falafel y el curry.

Aquí la gente recuerda la última vez que el gobierno italiano prometió ocuparse del tema de los extranjeros ilegales, en 2002. En 2006, las expulsiones -45 mil ese año- bajaron a veintitrés mil, mientras que 640 mil nuevos inmigrantes fueron legalizados como parte de la mayor legalización en la historia de Europa. Se podría decir que Italia, en su paradoja, está sufriendo el tipo de shock cultural que vivieron en Estados Unidos hace un siglo, cuando millones de italianos, entre otros, emigraron a América. Ahora los rumanos son la población inmigrante de más rápido crecimiento aquí. Eran 75 mil a fines de 2001. Desde entonces han llegado cientos de miles más.
Los rumanos también representan 5.7 por ciento de la población carcelaria. Más de un tercio de todos los presos en Italia son extranjeros. Los extranjeros dan cuenta del 68 por ciento de las violaciones, y del 32 por ciento de los robos.
Los políticos y la prensa se han aferrado a esta relación, exagerando calamidades como el asesinato, en el otoño pasado, de una mujer italiana de 47 años, Giovanna Reggiani, cerca de un campamento gitano, lo que provocó un estallido de racismo anti-gitano. Pero, de hecho, la delincuencia en general no ha descendido desde 1991. Los robos han aumentado, pero los homicidios se han reducido a 620 el año pasado, después de llegar a 1.695 en 1990.
Gabriella Sanna dirige un programa de bibliotecas multiculturales aquí que en 1997 empezó con un presupuesto bajísimo de cerca de 120 mil dólares. Hoy recibe todavía menos, dijo. Empezó coleccionando traducciones italianas de literatura mundial y otros libros extranjeros y organizando visitas escolares de inmigrantes de primera y segunda generación para hablar con niños italianos sobre diferentes culturas.
Luego, a medida que la población inmigrante aumentaba, empezó a comprar libros en rumano, polaco, árabe, francés, inglés, español y chino. Se inauguraron secciones de libros en idiomas extranjeros en casi una docena de bibliotecas en barrios de inmigrantes. Cerca del ocho por ciento de los extranjeros, calculó Sanna, utilizan ahora las bibliotecas públicas de Roma.
Se puso diplomática cuando la conversación viró hacia las elecciones recientes y las posibilidades de supervivencia de su programa. "Para nosotros esta es una experiencia nueva porque hemos trabajado siempre en un clima favorable", dijo Sanna. Su amarga expresión sugería que no estaba optimista.
Al otro lado de la ciudad, en la exposición de arte indio donde las tres artistas discutían su trabajo, el museo estaba vacío. Ocupa una asoleada maravilla modernista de fines del período fascista a orillas del centro de la ciudad. El lugar, dedicado a las culturas extranjeras, está espléndidamente mal financiado y poco apreciado. Los niños romanos son traídos aquí en viajes escolares, pero nunca vuelven. Sus padres, si se les pregunta cuando fue la última vez que lo visitaron, miran como parientes culpables a los que se recuerda sobre una tía bondadosa a la que no visitan en años.
La hija de la señora Imam, que tiene algo más de veinte años y es la más occidentalizada de las tres mujeres indias, intervino al oír a sus dos colegas mayores. "Aprendí de mi madre y de Putli", dijo. Más complicadas que las de las otras, sus pinturas sugieren un crisol. Están llenas de formas y figuras. En el centro de una se ven dos aves, entrelazadas.
Las miró, impregnándose de la imagen.
"Dos aves", dijo. "En India se dice que si ves dos aves juntas, trae buena suerte".

16 de octubre de 2008
25 de junio de 2008
©new york times  mQh
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