mujeres en guerra contra el tribalismo
28 de diciembre de 2008
Primero, un cara hinchada y aporreada.
Luego, un cuerpo carbonizado, rojo, sin forma. "Violada, luego quemada", dijo el director.
Y, después, otra cara, con los ojos semicerrados, con heridas de puñaladas en su cuello.
Rashid se inclinó para acercarse a la pantalla.
Era el cuerpo ensangrentado de su mejor amiga, Begard Hussein. Hussein se había quejado a la policía de que su ex marido la había amenazado con matarla si se negaba a anular su divorcio. Rashid quería publicar una foto del cuerpo de su amiga después de su asesinato en abril, pero los funcionarios le dijeron que no existían. "Me mintieron", dijo Rashid cuando salía de la morgue, su dolor fundiéndose con su indignación.
Desde la sureña ciudad portuaria de Basra hasta la ajetreada Irbil en el norte de Iraq, las activistas iraquíes están tratando de contrarrestar la creciente influencia de los fundamentalistas religiosos y jefes tribales que insisten en que las mujeres cubran sus rostros con velos, impiden que las niñas vayan a la escuela y justifican los asesinatos de mujeres acusadas de mancillar el honor de la familia.
En su búsqueda de estabilidad en Iraq, funcionarios estadounidenses han otorgado poder a líderes tribales y religiosos, sunníes y chiíes, que rechazan el laicismo de Saddam Hussein, que antes era dominante. Estos líderes han impuesto interpretaciones estrictas del Islam e implementado leyes tribales que las activistas dicen que limitan su libertad y estimulan la violencia contra ellas.
"Las mujeres están siendo estranguladas por la religión y el tribalismo", dijo Muna Saud, una activista de Basra, de 52 años.
La lucha de las activistas forma parte de una guerra más amplia sobre la identidad del país en transición. El tema que se debate son preguntas esenciales para el futuro de Iraq: ¿Qué papel debería jugar el islam en el gobierno, en la política y en la sociedad? ¿Y en qué medida deberían ideas y posturas occidentales influir en el país?
"Sin cambiar el modo en que piensa la sociedad, cambiar las leyes en el papel es inútil", dijo Rashid.
Desde la invasión norteamericana de Iraq en 2003, la televisión por cable, los celulares e internet han profundizado la influencia de Occidente en la región kurda relativamente estable de Iraq, conocida como el Kurdistán. Hoy, muchas mujeres urbanas llevan ropas occidentales y evitan los pañuelos de cabeza musulmanes. Las mujeres ocupan más de un cuarto de los escaños del parlamento regional.
De cara ovalada y rizados cabellos castaños, Rashid se crió en el seno de una familia kurda laica en Sulaymaniyah, la principal ciudad al este del Kurdistán. En la secundaria leía a escritores socialistas y se hizo miembro del centro de estudiantes. Cuando el Partido Baaz de Hussein trató de expulsar a la directora de la escuela por no incorporarse al partido, Rashid dirigió una manifestación para protestar por la expulsión. La directora fue reinstalada.
Después de la secundaria se convirtió en periodista, dedicada a la cobertura de temas femeninos. Hoy vive sola, lo que no es lo habitual para la mayoría de las mujeres iraquíes solteras. En el pared de su salita cuelga un cartel de Jennifer López.
Rashid, 36, escribe una columna para una revista dirigida por Shawushka, una organización de mujeres llamada así en homenaje a una diosa kurda. La publicación bimensual tiene dos mil lectores, aunque su página web tiene un alcance más amplio. Rashid también aparece frecuentemente en los canales de televisión kurdos, donde normalmente se dedica a criticar al gobierno.
Esa presión ha contribuido a empujar al ministerio del Interior regional a crear una brigada dedicada a combatir la violencia contra las mujeres, pero la brigada también es vista como una amenaza para los valores tradicionales. "Las mujeres están atrapadas en una guerra moral y cultural", dijo Pakshan Zangana, legisladora kurda. "Existen grupos que están tratando de hacer retroceder a las mujeres, de mantenerlas como ciudadanas de segunda clase".
En sus columnas, Rashid las ha emprendido contra el pañuelo de cabeza para las mujeres y ha luchado por los derechos de las mujeres en la cárcel. Por lo general, Rashid escribe sobre los ‘crímenes de honor’: asesinatos y quemas de mujeres acusadas de adulterio o de mantener relaciones sexuales premaritales.
Las leyes iraquíes toleran este tipo de asesinatos, pero las autoridades kurdas lo consideran equivalente a cualquier otro crimen. Sin embargo, la violencia ha aumentado desde la invasión. Las activistas dicen que la policía rara vez implementa la ley, por temor a las disputas tribales; y cuando lo hacen, los autores son condenados a castigos leves.
En los primeros seis meses de este año, en Kurdistán mataron a 206 mujeres; 150 de ellas fueron quemadas vivas. De acuerdo al ministerio de Derechos Humanos del gobierno kurdo regional, los asesinatos aumentaron en un treinta por ciento en los últimos seis meses. Las activistas dicen que los crímenes por honor no son denunciados o son presentados como accidentes. También dicen que algunas mujeres se han inmolado a sí mismas impulsadas por la desesperación.
Rashid ha recibido numerosas amenazas de muerte. En un mensaje por correo electrónico, alguien amenazó con violarla por no ser musulmana. Cuando Rashid se quejó, un agente de policía le dijo que dejara de luchar por los derechos de las mujeres.
El ex marido de su amiga Hussein, dijo Rashid, también prometió matarla después de que ella publicara su artículo. "La policía no lo detuvo porque consideró que era uno de esos crímenes", dijo Rashid. "Todavía está libre". Repetidos esfuerzos para localizarlo resultaron infructuosos.
Ari Rafiq, un funcionario del ministerio del Interior que dirige la brigada de protección de las mujeres, dijo que sus hombres estaban buscando al ex marido. "Hay testigos que lo vieron matarla", dijo Rafiq.
La constitución iraquí establece que hombres y mujeres son iguales ante la ley. Pero también dice que no se pueden aprobar leyes que contradigan al islam, permitiendo las interpretaciones archiconservadoras, dicen las activistas.
Los legisladores kurdos están tratando de implementar leyes regionales que convertirían en ilegal los matrimonios forzados y prematuros, la mutilación genital y los crímenes de honor. También otorgarían mayores derechos a las mujeres y garantías en el matrimonio, el divorcio y las herencias. Pero los legisladores reconocen que esas medidas serán difíciles de aprobar y todavía más difícil de implementar.
"Todavía estamos sufriendo a causa del pasado", dijo Jinan Q. Ali, ministro de Asuntos de Mujeres en el gobierno regional kurdo. "No puedes decir que el gobierno y la policía no estén haciendo su trabajo. La transición de una sociedad violenta a una pacífica no va a ocurrir de un día para otro".
Costumbres y Tradiciones
Una abochornada mañana en Basra, Muna Saud, con su cara enmarcada por un chal negro, pasó inadvertida entre los numerosos grupos de hombres en el ministerio de Salud provincial. Se deslizó de oficina en oficina hasta que encontró a Zahra Abdul-Zahra, ex estudiante, y la saludó con un beso en la mejilla.
"Quiero un trabajo para Selma", dijo Saud, tranquila, sacando el currículum que había metido cuidadosamente en una carpeta azul, de su bolso negro.
Saud ayuda en la dirección de la Liga de Mujeres Iraquíes, una organización de activistas cuyos miembros enseñan informática, inglés y cómo aprender a ser asertiva en un mundo dominado por los hombres.
Saud, que es tan delgada como una cerilla, tiene una cara angulosa y triste, y una mirada penetrante que esconde detrás de gafas ovales. Llevaba blusa y falda negras -y rouge rosa, justo lo suficiente como para no llamar la atención.
La violencia ha disminuido en todo Iraq y las mujeres en las ciudades han conseguido algo de libertad. Pueden conducir coches, maquillarse y en algunas zonas pueden incluso salir sin pañuelo de cabeza -todas acciones que antes eran prohibidas por los vigilantes religiosos.
Saud dijo que espera que mujeres como Selma pueden ayudar a estimular a otras mujeres y cambiar las percepciones convirtiéndose en modelos de conducta en sus lugares de trabajo. Pero hoy, como otros muchos días, Saud tuvo que enfrentarse a la realidad iraquí: Uno de las colegas de Abdul-Zahra, también con pañuelo de cabeza, soltó: "¿No tiene wasta?"
Saud recordó que las mujeres iraquíes no necesitaban wasta -conexiones- para encontrar trabajo. A fines de los años setenta, miles de mujeres iraquíes, que entonces se contaban entre las más liberadas del mundo árabe, trabajaban como médicos, ingenieros y empleados públicos.
Hija de sastre, Saud quería ser contable. Pero se dio cuenta pronto de que sólo las mujeres del Partido Baaz de Hussein podían lograr algo en la profesión, así que dejó la universidad y se consiguió un trabajo en una farmacia. Allá organizó reuniones secretas de la Liga de Mujeres.
Su hermano Mahmoud fue detenido por ser comunista. En su apretado dormitorio, donde una luz solar mantecosa flota a través de cortinas color canela, Saud guarda la orden de ejecución de su hermano en una caja debajo de la cama. Se viste de negro desde que lo ahorcaran en 1983.
"El poder que tengo se lo debo a esas experiencias", dijo Saud, que no se ha casado.
Después de la invasión, ella y otras treinta miembros de la Liga de Mujeres empezaron sus talleres. Pero para 2005 las mujeres iraquíes estaban siendo atacadas por no cubrir sus rostros o por ser demasiado educadas. A algunas les arrojaron ácido a la cara. Muchas tenían miedo a salir de casa.
En una encuesta nacional de 1.500 mujeres iraquíes dado a conocer este año por Women for Women International, una organización sin fines de lucro con sede en Washington, casi dos tercios de las mujeres entrevistadas dijeron que la violencia contra ellas había aumentado; y un grupo de algo más de dos tercios describieron la disponibilidad de empleo como "mala".
El año pasado Saud también visitó las morgues para tabular el número de mujeres asesinadas en Basra para escribir un informe al parlamento iraquí. Encontró 150 víctimas. Dijo que había conocido a tres de ellas: Maysoon fue asesinada con su hermano, que recibieron cinco balazos en la cabeza cada uno por ser cristianos; unos pistoleros mataron a balazos a Lubna, por caminar demasiado cerca de su novio; Sabah fue asesinada en un mercado por no llevar el pañuelo de cabeza.
Los crímenes de honor también son un problema en Basra, pero Saud comprende sus límites. "Me matarán si trato de proteger a una mujer de su tribu", dijo.
La Liga de Mujeres tiene 280 miembros, pero no todas participan activamente. Sólo cinco se dejaron ver una mañana hace poco para organizar otro taller, pese a la represión oficial contra las milicias que ha hecho de Basra una ciudad con más seguridad. Todas llevaban pañuelo de cabeza.
"A las mujeres las matan en la calle", dijo Saud. "Todavía tienen miedo".
En una reunión en Az-Zubayr, una polvorienta ciudad a unos treinta kilómetros al sudoeste de Basra, las activistas locales la informaron de que sólo tres mujeres que habían participado en el taller pasado, habían conseguido trabajo.
"Algunos ministerios sólo quieren hombres", dijo Saud, moviendo la cabeza.
Dijo que miraba con aprehensión el apoyo que brindaban los militares norteamericanos a los grupos tribales que luchaban contra los insurgentes sunníes. "Al principio Estados Unidos daba poder a los partidos religiosos. Ahora darles el poder a líderes tribales es también un error", dijo Saud. "Creen que las mujeres no valen nada".
Saud saluda con la mano a hombres, y en público. Se niega a llevar un pañuelo de cabeza, que considera un símbolo de sumisión. Lleva un chal solamente porque su familia teme por su vida. Pero se guarda de no provocar la indignación de los conservadores religiosos que controlan Basra.
"Nunca soy agresiva con ellos. Respeto sus ideologías’, dijo Saud.
Anwar Indalel Shubbar, funcionaria del gobierno local del partido ultra-religioso Fadhila, dijo que las mujeres tenían "relaciones ilegales" si practicaban el sexo premarital y que los asesinatos por honor estaban permitidos por las leyes tribales.
"Nuestra religión rechaza los asesinatos por honor, pero no podemos impedir las costumbres y tradiciones que hemos heredado", dijo Shubbar. Dijo que favorece la imposición de la ley islámica.
Incluso la mayor victoria de las mujeres iraquíes es agridulce: un cuarto de los escaños del parlamento iraquí deberían, según la constitución, ser ocupados por mujeres. Pero de las veinticinco comisiones, sólo dos son presididas por mujeres. Y la mayoría de las legisladoras pertenecen a los partidos religiosos gobernantes. "Son todas ulemas", dijo Saud.
En el ministerio de Salud, Saud instó a Abdul-Zahra a ser más asertiva y hablar sobre Selma con sus jefes. Pero Absul-Zahra retrocedió. Saud estaba decepcionada, pero sin abandonar las esperanzas. "Tengo a mis chicas en todos los ministerios", dijo.
"Mi Familia Me Quiere Matar"
Un día después de su visita a la morgue en Irbil, Rashid entrevistó a una pálida chica de diecisiete en una cárcel de mujeres. Con los ojos nublados por las lágrimas, la adolescente le contó sobre su romance con un joven. Sus parientes la acusaron de deshonrar a su familia y tribu; para recuperar ese honor, su hermano había tratado de matarla. Se había refugiado allí, detrás de murallas con alambre de púa.
Unos días antes su padre le había dicho que la perdonaría si aceptaba ser la segunda esposa de un familiar que era tan viejo como para ser su abuelo. Ella se negó.
"Si vuelvo a casa mi familia me matará", le dijo a Rashid.
La chica dijo que tenía miedo de que las autoridades la enviaran a su familia. "No tengo dinero. No tengo abogado. No sé qué está pasando", dijo. Pidió que no mencionáramos su nombre, porque temía por su vida.
Rashid preguntó a la asistente social Tafgah Faisullah Muhammed qué pasaría si el tribunal enviaba a la chica a su familia y la mataban.
"No podemos hacer nada", dijo Muhammed.
"¿Ha muerto alguna niña después de haber sido devuelta a su familia?", preguntó Rashid.
"Sí, cuatro niñas fueron asesinadas después de que salieron de aquí", dijo Muhammed.
Rashid volvió a su departamento. Era hora de escribir.
7 de diciembre de 2008
©washington post
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