desesperación sin ideología
Así un hecho será bueno o malo, justificado o no, independientemente de quién lo realice. No se focalizaría más sobre el sujeto, sino en lo hecho.
[Aníbal Ignacio Faccendini] Se han olvidado. Hacía tiempo les habían hecho una encuesta sobre la situación del país. La dictadura militar parecía eterna. No recordaban lo que habían dicho en los años ’78 y ’79. Es que habían alabado al gobierno militar, tanto en su situación política, social y económica. Hugo Vezzetti, en su obra ‘Pasado y presente’ (Editorial siglo veintiuno 2002), recurre a un trabajo de Guillermo O’Donnel, sobre una encuesta realizada en esos años.
En el ’82, les vuelve a realizar a esas mismas personas el mismo cuestionario. Los encuestados no sólo negaban haber alabado al gobierno militar sino que directamente se colocaban en las antípodas. Como si siempre hubieran estado en ésa posición ideológica. La derrota de Malvinas, la crisis económica, las movilizaciones y las atrocidades a los derechos humanos, marcaron la ruptura. Pero no dejaba de ser llamativo cómo la gente se olvidaba. Y, lo más grave era analizar cómo tramitaban el pasaje de una postura a otra. La tramitación era sin escalas, no había metabolización alguna, porque al decir de Vezzetti padecían de "amnesia patológica". Al no haber ideología de alta entidad, no hay pensamientos que rectificar y cambiar. Se cambia lo que existe, no el lleno del vacío. El vacío no llena.
Hacía frío, el sol escaseaba, pero estaba. El 16 de junio del ’55 las palabras se congelaron. Pero ya no de frío, sino por la violencia. Venía del cielo a arrebatar almas. Aviones bombardeaban al gobierno constitucional. Atacaban a la democracia. Muchas personas fueron asesinadas. La impunidad decretó la amemorización y la desideologización. Todavía estas muertes buscan a los autores de estos asesinatos de lesa humanidad. Esta masacre sin castigo, fue posible -entre muchas causales- por quitar toda ideología que requiera de memoria. Imposición realizada por los victimarios. Theodor Adorno, señala que es el victimario y no la víctima, quien siempre plantea la buena memoria del olvido, el perdón y la reconciliación.
La ideología -en sentido lato- es el conjunto de representaciones, significados y percepciones que responden y constituyen creencias. Es el recetario conductual inmediato y mediato ante un fenómeno externo. Al estar tan inserto en nuestro pensamiento, es el que regula nuestro actuar en la realidad.
Podemos detectar ideologías pasatistas o de baja entidad y las de profunda entidad. Las de baja entidad, es la que no requiere de la posteridad. No requiere de futuro. Consume solamente presente. En cambio las de profunda entidad, se encamina hacia lo que va a suceder. Sacrifica presente por la trascendencia. Supera el cuerpo y encara al tiempo. Busca en definitiva seducir la eternidad o parte de ella.
Es lo efímero lo que llena a las ideologías pasatistas. Lo vacío inunda los cuerpos y jerarquiza los objetos. Este sistema de pensamientos establece un estatuto conductual excesivamente inestable para el funcionamiento social. Es decir, se agota en cada acto y en un presente continuo. Importa entonces quién realiza el acto y no en qué consiste el acto. Se dilapida así la objetividad del hecho, para pasar a la subjetividad del mismo. Lo importante es quién lo realiza y no qué es lo que realiza.
La modernidad -entre otras cuestiones- se divorcia del medioevo, a partir de plantear el análisis de acto en sí y someterlo a distintas evaluaciones. De suyo, sin tener en consideración quién ejecutaba el acto, fuera un noble, un burgués o un plebeyo. El avance de las ciencias sociales, del derecho y aún de las ciencias naturales, se debió a la objetivación del acto. Es lo que garantizaría la circulación de derechos y bienes. Veamos, en el feudalismo el protagonista de un hecho delictual, si era poderoso, por portación de poder "purificaba la situación". Lo subjetivo invadía todo el hecho. La apropiación que el Estado moderno hizo de ese poder del señor feudal, permitió que el acto recuperara su propia identidad. Así un hecho será bueno o malo, justificado o no, independientemente de quién lo realice. No se focalizaría más sobre el sujeto, sino en lo hecho. Entonces debería ser que un acto o hecho será delito o no, ético o inmoral, leal o traidor independientemente de quién lo realice. Sea el autor amigo o enemigo, poderoso o plebeyo.
Milán 1763, Cesare Beccaría, se encontraba escribiendo ‘De los delitos y de las penas’. Este hijo del racionalismo, va a escribir esta obra que conmovería el sistema penal de entonces. Enero de 1764, la obra estaba terminada. La difusión que tendría excedería las expectativas del escritor. Sería la única obra de Beccaría tan célebre y trascendental. La obra connotaba un derecho penal de acto y dejar el derecho penal de autor. Esto es decir, ante un mismo delito se debe aplicar igual pena. No importaba la portación de clase o título nobiliario. Se empezaba a focalizar la materialidad del hecho o acto. (‘De los delitos y de las penas.’ Librería El Foro. Ed.2004).
Este avance de considerar un hecho bajo distintas evaluaciones, sin declinar ante quien lo realiza, demandó de grandes ideologías firmes, contundentes y no fanáticas. Pues antes era el rey el que ejecutaba e interpretaba el hecho. Disponiendo si un acto era bueno o malo. No había libre interpretación y análisis sobre el hecho.
Las ideologías son un dispositivo social de suma utilidad. Porque el actuar de una persona ideologizada se vuelve previsible. Al ser previsible genera confianza si se coincide, y si no se coincide, la confianza se desplazará hacia un conflicto conocido. En cualquiera de los dos casos, de distinta maneras y profundidades navega la confianza. O, dicho de otra manera ciertos grados de certidumbre.
Cuándo no hay ideología o es pasatista, no hay previsibilidad de conductas. Porque no sabe el proyecto de acciones del otro. Al no haber previsibilidad no hay confianza.
Las ideologías son una elección pero más una necesidad del bien común. Con ideologías de alta entidad los niveles de lealtad se fortalecen y se rompe con la impunidad de las traiciones. La palabra logra mayor perdurabilidad en el tiempo y su circulación es más estable. Logrando así más certezas.
La peor de las situaciones sociales es la desideologización, la falta de convicciones y proyecciones conductuales, que tornan imprevisibles las relaciones en la comunidad.
La falta de ideología, es el vacío que lo llena todo. Es el consumismo, cuya única rendición de cuentas es al objeto que se desea. Pero ello no requiere de convicciones.
[El autor es doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales. Licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades. Docente de la UNR.]
3 de julio de 2011
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