pánico entre los plutócratas
El tiempo dirá si las protestas Ocupemos Wall Street cambiará la dirección de Estados Unidos. Sin embargo, las protestas ya han provocado una extraordinaria e histérica reacción de Wall Street, los super-ricos en general y los políticos y expertos que sirven los intereses de los más ricos de entre los ricos.
[Paul Krugman] Y esta reacción nos dice algo importante, a saber que los extremistas que representan una amenaza para los valores estadounidenses son los que F.D.R. llamaba "los realistas de la economía", no la gente que está acampando en el Parque Zuccotti.
Consideremos primero cómo han retratado los políticos republicanos las modestas, aunque crecientes manifestaciones, que han implicado algunos enfrentamientos con la policía -enfrentamientos que parecen derivarse de una reacción policial exagerada-, pero nada que pudiéramos llamar disturbios. Y de hecho no ha habido nada todavía comparable a la conducta de las muchedumbres del Tea Party en el verano de 2009.
Sin embargo, Eric Cantor, líder de la mayoría en la Cámara, denunció las "turbas" y que se "azucen enfrentamientos de estadounidenses contra estadounidenses." Los candidatos presidenciales de la G.O.P. han dicho lo que pensaban. Mitt Romney acusó a los manifestantes de librar una "guerra de clases", mientras que Herman Cain los llamó "anti-estadounidenses." Mi favorito, sin embargo, es el senador Rand Paul, que por alguna razón está preocupado de que los manifestantes empiecen a apoderarse de los iPads, porque creen que los ricos no merecen tenerlos.
Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York y titán de la industria financiera, aunque fue algo más moderado, también acusó a los manifestantes de tratar de "quitarles el trabajo a la gente que vive en esta ciudad", una declaración que no guarda ninguna relación con los objetivos reales del movimiento.
Y si estabas escuchando a las cabezas parlantes de CNBC, te habrás enterado que los manifestantes "ondean sus raras banderas" y están "alineados con Lenin."
Para entender todo esto hay que darse cuenta de que forma parte de un síndrome más amplio en el que los estadounidenses ricos que se benefician enormemente de un sistema torcido a su favor reaccionan con histeria ante cualquiera que señale justamente lo torcido que es el sistema.
El año pasado varios barones de la industria financiera enfurecieron con las muy moderadas críticas del presidente Obama. Denunciaron a Obama como un cuasi-socialista por respaldar la normativa Volcker, que simplemente prohibiría que los bancos con respaldo de garantías federales participen en especulaciones arriesgadas. Y en cuanto a su reacción a las propuestas de cerrar las lagunas que permiten que algunos paguen muy pocos impuestos -bueno, Stephen Schwarzman, presidente del Grupo Blackstone, las comparó con la invasión de Hitler de Polonia.
Y luego está la campaña de infamias contra Elizabeth Warren, la reformadora financiera que ahora es candidata al Senado de Massachusetts. No hace mucho tiempo un video en YouTube que mostraba a Warren haciendo una elocuente y realista defensa de gravar a los ricos se difundió rápidamente. Nada de lo que dijo era extremista: no era más que una versión moderna del famoso dicho de Oliver Wendell Holmes, de que "los impuestos son el precio de la sociedad civilizada."
Pero escuchando a los probados defensores de los ricos, uno podría pensar que Warren era la segunda venida de Leon Trotsky. George Will declaró que tenía una "agenda colectivista", que cree que el "individualismo es una quimera." Y Rush Limbaugh la llamó "un parásito que odia a su anfitrión. Está tratando de matar al anfitrión mientras le chupa la sangre."
¿Qué está pasando? La respuesta, con toda seguridad, es que los Dueños del Universo de Wall Street se han cuenta, en lo más profundo de sus almas, lo moralmente indefendible que es su posición. No son John Galt; ni siquiera son Steve Jobs. Son personas que se enriquecieron vendiendo complejas estratagemas financieras que, lejos de entregar claros beneficios al pueblo de Estados Unidos, ayudaron a empujarnos a una crisis cuyas secuelas siguen arruinando la vida de millones de ciudadanos.
Sin embargo, ellos no han pagado el precio. Sus instituciones fueron rescatadas por los contribuyentes, sin demasiadas condiciones. Siguen beneficiándose de garantías federales explícitas e implícitas -básicamente, todavía están jugando a que ganen los bancos y pierden los contribuyentes. Y sacan provecho de lagunas fiscales que en muchos casos permite que personas con ingresos de varios millones de dólares paguen menos impuestos que familias de clase media.
Este tratamiento especial no soportaría una revisión meticulosa, y por eso, tal como ven las cosas, no debe haber ninguna revisión. Cualquiera que muestre lo obvio, sin importar su tranquilidad y moderación, debe ser demonizado y expulsado del escenario. De hecho, mientras más razonable y moderado suene un crítico, más urgente es su demonización, y de aquí los frenéticos insultos contra Elizabeth Warren.
¿Así que quién es realmente anti-estadounidense aquí? No los manifestantes, que no hacen más que tratar de que sus voces sean oídas. No, los verdaderos extremistas son los oligarcas de Estados Unidos, que quieren suprimir toda crítica sobre las fuentes de su riqueza.
[Ilustración viene de mundo de daorino.]
14 de octubre de 2011
10 de octubre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer
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