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la nueva domesticidad


¿Diversión, empoderamiento o un retroceso para las mujeres estadounidenses?
[Emily Matchar] Estoy pensando en hacer mermelada casera en estas vacaciones, absorbida por el espíritu de la época que impone el hágalo-usted-mismo y que parece haberse llevado a la mitad de mis amigas. Este verano recogí y congelé bayas, y he estado acumulando frasco tras frasco de mermelada debajo del fregadero de la cocina durante meses. En cuanto a las recetas, me estoy concentrando en mis blogs de comidas y cosas del hogar favoritos -los que muestran a mujeres jóvenes con delantales clásicos hechos a mano y fotos sobreexpuestas de vaporosos pasteles en el alféizar.
"Qué bien", dice mi madre mientras yo parloteo sobre su pectina y la esterilización de los frascos. Me responde con el mismo tono de condescendiente indiferencia que habría usado si le hubiese informado que estaba aprendiendo catalán o que me iba a dedicar a la cría del emú.
Mi madre baby boomer no hace mermelada casera. Ni hace pan. Ni teje. Ni cose. Tampoco lo hacía mi abuela, una ama de casa de los años sesenta de las que llevaban un cigarrillo en una mano y un cóctel en la otra, que consideraba que la comida congelada había contribuido a la liberación de su madre inmigrante de las tareas domésticas. Su idea de darse un gusto digno de las vacaciones era un strudel de langosta importada, comprada en el mercado gastronómico.
Dios mío, cómo han cambiado las cosas.
Mi abuela murió hace casi diez años, pero puedo imaginar lo que le sorprendería la recién descubierta manía de mi generación por el trabajo doméstico tradicional. En todo el país, mujeres de mi edad (yo tengo veintinueve), las hijas y nietas de las feministas de después de Betty Friedan, están adoptando las mismas actividades domésticas que nuestras madres y abuelas habían rechazado. Estamos volviendo a las mermeladas caseras y tejiendo a crochet, tanto para divertirnos como por la sensación acrecentada de que controlamos lo que comemos y lo que llevamos.
Pero en una época en que las mujeres todavía se encargan de la mayor parte del trabajo en casa y ganan mucho menos del dinero, ‘reivindicar’ la domesticidad es más que darse gustos hechos en casa durante las vacaciones. ¿Podría esta ‘nueva domesticidad’ empezar a verse como una obligación anticuada?
La mermelada casera es apenas una pequeñísima parte de nuestra nueva manía por la domesticidad. Las ventas de frascos de conserva caseros aumentaron en un 35 por ciento en los últimos tres años y las ventas de ‘Ball Blue Book Guide to Preserving’ (la biblia de las conservas caseras) se han duplicado el año pasado, de acuerdo a la compañía. Está el renacimiento del punto, los productos de limpieza caseros a base de vinagro blanco, blogs de amas de casa. Luego están también las entregas de ‘La casa de la pradera’ [Little House on the Prairie], con sus matices de hippismo de los años setenta -el retorno a la tierra, la apicultura, la fabricación de queso, los pollos urbanos. Cuando la revista Backyard Poultry publicó su primer número hace casi seis años, imprimía quince mil ejemplares. Hoy, imprime 113 mil.
Las estanterías de Barnes and Noble están atiborradas de manuales de uso que van desde cómo coser hasta cómo hacer yogur y plantar verduras en tu tejado, libros más filosóficos sobre "actividades domésticas urbanas" y "economía casera radical", y libros de memorias escritos por mujeres que abandonaron sus carreras en grandes corporaciones para dedicarse a la cría de ovejas o educar a sus hijos en casa (en Estados Unidos los niños educados en casa pasaron de 850 mil en 1999 a un millón y medio en 2007, de acuerdo a la estimación oficial más reciente). La historia de la "chica con carrera como en ‘Granjero último modelo’ [Green Acres]" es para los años de 2010 lo que la literatura para la mujer moderna de los años noventa, una fantasía para una demografía específica de mujeres jóvenes y educadas (aunque no necesariamente acomodadas); hoy se preocupan de la sustentabilidad, la buena alimentación y vivir responsablemente.
En un nivel, este material es simplemente divertido. "A veces un frasco de mermelada es simplemente un frasco de mermelada", como (nunca) dijo Freud. Nuestra generación saturada de tecnología ansía actividades creativas prácticas, y hobbies nostálgicos como el envase casero; tejer y la repostería también reúnen las condiciones. Nos hemos dado cuenta de que porque algo haya sido históricamente menospreciado como "trabajo femenino", eso no significa que tengamos que rehuirlo para que nos tomen en serio en el mundo. Muchos jóvenes también están adoptando su lado doméstico. Mi marido hace un fantástico pastel de arándano y nadie lo considera por eso menos hombre.
Pero últimamente, muchas mujeres (y pocos hombres) se están zambullendo en la domesticidad con un sentimiento de propósito moral. El frasco de mermelada casera se convierte en un símbolo de la resistencia al alimento industrial y sus prácticas que profanan el medio ambiente. Esta visión ha estado cocinándose durante un tiempo y se ha convertido en un grueso guiso de Slow Food y locavorismo y DIY [hágalo-usted-mismo; Do-It-Yourself] llevado a ebullición por la recesión y la ansiedad. Repentinamente, aprender las artes de nuestras bisabuelas parece ser no solamente divertido, sino necesario e incluso virtuoso.
"Inicialmente, esto tenía que ver con la frugalidad y con la preocupación sobre qué me meto al cuerpo", dice Kate Payne, 30, la autora -de Austin- de ‘The Hip Girl’s Guide to Homemaking’ y algo así como la gurú del mundo de la nueva domesticidad. "Pero se convirtió en política... ¿Voy a comprar esta mierda barata o lo voy a hacer yo mismo?"

Hace poco pasé algún tiempo con Megan Paska, una neoyorquina de Brooklyn de 31 años, cuyo corte de pelo a lo duendecillo y los bíceps marcados la hacían parecer como la vocalista de una banda de rock indie. Pero la vida diaria de Paska se parece mucho más a la de una esposa campesina del siglo diecinueve: poniendo los frijoles a remojo para los guisos, alimentando a los pollos y conejos del patio, secando hierbas, haciendo pan, manteniendo a las abejas en el tejado del departamento. Su frugal vida casera le permitió dejar un trabajo de oficina que le desagradaba; ahora vive con mil dólares al mes que ganó dando clases sobre la producción de alimentos urbanos DIY y escribiendo sobre apicultura y otras habilidades pre-industriales.
Hace unos años, sus amigos pensaban que se había vuelto loca. Ahora, con la economía en receso y con la desilusión en las carreras, todos quieren imitarla. (Aunque su novio, un tipo IT, no está tan seguro).
La mayor parte de las amas de casa que conoce Paska son mujeres. "Las mujeres encuentran que este estilo de vida les da mucho poder", dice. "Alguna gente asume que esta es una reacción contra el movimiento feminista, pero yo lo veo como una continuación".
En los últimos dos años se publicaron un montón de libros-e sobre actividades hogareñas para educarnos sobre habilidades domésticas perdidas, redefiniendo el trabajo doméstico como auto-realización rudimentaria y anti-establishment. Además de ‘Hip Girl’s Guide’, de Payne; está ‘Make Your Place’, de Raleigh; la ‘The Bust DIY Guide to Life’, de la revista Bust; ‘Making It: Radical Home-Ec for a Post-Consumer World’, de Kelly Coyne y Erik Knutzen; y ‘Radical Homemakers’, de Shannon Hayes.
En uno de esos libros -‘How to Sew a Button: And Other Nifty Things Your Grandmother Knew-, el escritor Erin Bried recuerda haber servido a sus invitados a cenar un pastel de ruibarbo casero accidentalmente, hecho con un sucedáneo de acelgas. Uno podría definir esto como comida simple (oye, los dos tienen tallos rojos), pero Bried cree que su error es mucho más serio:

"¿Cuándo perdí la capacidad de cuidarme a mí misma?... Lo que es simultáneamente reconfortante y alarmante de mi incompetencia doméstica, es que yo estoy rara vez sola. Me siguen millones de mujeres, Gen Xers y Gen Yers, que o han rechazado conscientemente las actividades caseras a favor de la carrera o, incluso más probablemente, fueron criadas en la última edad de la conveniencia y el consumismo".

Esta interpretación de lo que significa para una mujer cuidarse de sí misma es radicalmente nueva o increíblemente retro. Bried es redactor es una importante revista nacional, sin embargo está definiendo la idea de cuidar de sí misma en torno a su capacidad para hacer un pastel.
Claramente, saber cocinar (o tejer, o jardinear) es bueno y útil. Algunos de nosotros -yo incluida- lo encontramos entrañable. ¿Pero es una necesidad moral y ambiental? ¿No es suficiente con que gane lo suficiente para comprar la mermelada -o el pastel, o la rebanada de pan, o el pañuelo? ¿Necesito ser capaz de hacer la mermelada yo misma? Y si estamos elevando la apuesta en nuestras expectativas domésticas, tenemos que preguntar: ¿Quién hace el trabajo extra, las mujeres o los hombres?"
Muchos de los paladines del movimiento DIY dicen explícitamente que el trabajo doméstico no gira sobre el género. Pero también he observado un renacimiento de un anticuado esencialismo de género en algunas sorprendentes fuentes. En los últimos tiempos he oído cosas como: "Hay algo natural en que las mujeres asuman un rol maternal en casa", en boca de mujeres especializadas en estudios de la mujer y doctores en filosofía de la Ivy League.
Lo que era un punto de vista reaccionario y derechista ahora es visto casi como progresista -cosas como "Estamos biológicamente preparadas para hacer esto" o "Hace sentido, desde un punto de vista evolucionista". Cuando te concentras demasiado en la palabra ‘natural’ en relación con el alimento, la ropa y el champú, parece terriblemente tentador aplicarla a la gente.
Natural o no, las mujeres son consideradas abrumadoramente como las guardianas de la salud y seguridad de la familia. Y un creciente número de mujeres con las que he hablado piensan genuinamente que "hacerlo uno mismo" es el mejor -quizás el único- modo de asegurar el bienestar de sus familias. Esta ansiedad y la necesidad de controlar personalmente el alimento y otros quehaceres cotidianos han sido bien observados por los estudiosos: una gran parte del retorno a la domesticidad entre mujeres educadas jóvenes tiene que ver con la "reacción contra un sistema alimentario inoperante", dice la historiadora Marcie Cohen Ferris.
Como me dijo una mamá que-se-queda-en-casa en Pensilvania hace poco: "El único modo de saber de qué está hecho lo que comes, es hacer lo que comes tú mismo’. Una madre y ama de casa en Iowa dijo que quiere tratar de educar a su hijo en casa porque está preocupada por el ambiente en la escuela: los artículos de limpieza, el alimento en la cantina.
Podrías decir que estas mujeres son simplemente amas de casa buscando un propósito más allá más allá del transporte compartido. Como me dice la estudiosa del balance entre trabajo y vida, Joana Williams, la domesticidad extrema puede ser un refugio para las mujeres educadas que han dejado de formar parte de la fuerza laboral: "Has sido adiestrado durante toda tu vida en una atmósfera de alta presión, de grandes logros, y necesitas poner eso en alguna parte", dice. "Así que conviertes tu casa en una arena para deslumbradoras actuaciones".
Pero estos DIY-ers extremos están también expresando un temor y frustración que resuena en cualquiera que se preocupe de los huevos con salmonella o BPA en el vaso entrenador de su hijo. Lo que es decir, la mayoría de nosotros. Su domesticidad puede ser vista como un intento de reparar en un nivel individual lo que no puede solucionar ni el gobierno ni la sociedad. Pro bono. Porque, por importante y satisfactorio que puede ser el trabajo doméstico, el hecho es que no es pagado. Y en un mundo donde las mujeres educadas todavía ganan, en el curso de sus carreras, unos 713 mil dólares menos que los hombres con estudios universitarios, no es nada pequeño.
Mujeres como yo estamos disfrutando de proyectos domésticos de nuevo en gran parte debido a que ya no es un deber, sino una opción. Pero ¿cuántas virtudes morales y ambientales podemos asignar al trabajo doméstico antes de que empecemos a sentirlas, una vez más, como una obligación? Si la historia ofrece alguna lección, mi mermelada casera por diversión podría convertirse en la tarea de mi hija, y finalmente en el "liberador" strudel de langosta de mi nieta. Y... por delicioso que suene, no es lo que realmente quiero en mi mesa de vacaciones en 2050.
[Emily Matchar es una escritora cultural independiente cuyo trabajo ha aparecido en Salon, Gourmet y Outside, entre otras publicaciones. Está trabajando en un libro sobre la ‘nueva domesticidad’.]
28 de noviembre de 2011
25 de noviembre de 2011
©washington post
cc traducción c. lísperguer

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