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murió stephen pace


Pintor expresionista abstracto.
[Robert A. Smith] Murió, el 23 de septiembre en una residencia de vivienda asistida en New Harmony, Indiana, cuyo exuberante estilo expresionista abstracto incluía una aproximación directa a la pintura figurativa. Tenía 91 años y desde hacía dos años dividía su tiempo entre sus casas en Manhattan y Stonington, Maine.
La causa de su muerte fue una neumonía, informó Katharina Rich Perlow, su agente artístico en Nueva York desde 1985.
Pace nació en Charleston, Montana, en 1918, como el segundo de cuatro hermanos que crecieron ayudando a sus padres en la granja y en la tienda de abarrotes de la familia. Empezó a dibujar desde muy temprana edad, utilizando materiales improvisados, hasta que, en cuarto, un maestro le regaló un cuaderno de bocetos. Por primera vez tuvo en sus manos papel de dibujo.
A mediados de los años treinta la familia, todavía viviendo de la agricultura, se mudó a Harmony. Pace estaba extasiado con los austeros edificios de ladrillos del pueblo, que había sido construido como parte de una comunidad utópica. A los diecisiete empezó a estudiar con Robert Lahr, un artista W.P.A. [Work Progress Administration, un programa oficial que subsidiaba a los artistas durante la Depresión] en Evansville, Indiana, que enfatizaba los estudios anatómicos y la acuarela. También trabajaba como dibujante de arquitectura.
Se enroló en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial y estudió arte en México con una beca G.I. Terminó estudiando en una escuela en San Miguel de Allende, donde conoció al pintor Milton Avery, que estaba de vacaciones. Avery lo estimuló a mudarse a Nueva York, y se convirtió en su mentor y amigo toda la vida.
Después de vivir brevemente en Nueva Orleans, Pace se trasladó a Nueva York en 1947 y estudió en la Art Students League y con Hans Hofmann. En 1949 se casó con Palmina Natalini, que adquiría arte para la agencia de publicidad McCann Erickson, y fue a menudo su principal fuente de ingresos. Es su única sobreviviente.
Pace enseñó en varias escuelas, incluyendo el Pratt Institute, el Bard College y la American University.
A principio de los años cincuenta, Pace tuvo considerable éxito como un expresionista abstracto de segunda generación, alcanzando con sus enérgicas abstracciones una distintiva fusión de trabajo de pincel y dibujo. Exhibió su obra en varias Whitney Annuals, tuvo su primera exposición en Nueva York en la Artists Gallery en 1954 y fue representado subsecuentemente por la Poindexter Gallery y luego por la A.M. Sachs Gallery.
En su reseña de la exposición de su trabajo de los años cincuenta para el New York Times en 2007, Karen Rosenberg elogió su obra como "bulliciosa, confiada y colorida", y dijo que la exposición "demuestra que cuando quiere, se puede medir con cualquiera de ellos".

En 1960 Pace empezó a pasar más tiempo fuera de Nueva York, primero en Pensilvania y luego en Maine, lo que volvió a encender su interés en la naturaleza. Para 1963 había elaborado un estilo tosco que aplicaba sobre toda una gama de temas que celebraban la vida y los trabajos de todos los días. Algunas telas que mostraban carruajes tirados por caballos y escenas de cosecha, se derivaban de recuerdos de infancia. Otras eran más actuales: Cazadores de langostas de Maine tendiendo sus trampas, el jardín de su mujer, hogareñas escenas de interior y desnudos de estudio o en el paisaje.
La fuerza de estas imágenes reside en su diestro dominio de cuerpos en un espacio balanceado por colores saturados pintados de manera irregular sobre la tela desnuda. El resultado es un fauvismo magnificado, un post-impresionismo que se inspira en Avery, Matisse y Bonnard, así como en la pintura china.
Estas obras parecen haber sido ejecutadas a gran velocidad, con una ligera pátina brillante que deja poco margen al error. De hecho, Pace podía reelaborar con mucha discreción. "Podrías decir que son un pintor zen falso", dijo una vez.
27 de octubre de 2010
7 de octubre de 2010
©new york times
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murió corneille


Miembro del movimiento artístico Cobra.
Murió el domingo en París, Corneille, el último sobreviviente holandés del influyente movimiento de arte europeo Cobra, informó el Museo Cobra de Arte Moderno, Holanda. No se indicó la causa de su muerte. Tenía 88 años.
Corneille, cuyo nombre completo era Guillaume Cornelis Beverloo, formaba parte del pequeño grupo que formó el movimiento Cobra en un café parisino en 1948 y que según dice el museo cerca de Amsterdam "elaboró un estilo de pintura poético totalmente nuevo".
Sus espontáneas pinturas expresionistas influyeron a pintores como Pablo Picasso, Joan Miro y Vincent van Gogh, e incluían a menudo mujeres y animales como gatos y pájaros pintados con colores brillantes.
El movimiento Cobra, bautizado así por las ciudades Copenhague, Bruselas y Amsterdam, integraba a artistas daneses, belgas y holandeses como Carl-Henning Pedersen y Karel Appel. El grupo se desbandó en 1951.

Corneille nació el 3 de julio de 1922 en Lieja, Bélgica, de padres holandeses. Estudió en la Academia Nacional de Arte de Amsterdam y vivió en París durante la mayor parte de su carrera artística. Viajaba extensamente y poseía una amplia colección de arte africano.
14 de septiembre de 2010
9 de septiembre de 2010
©los angeles times
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arte o propaganda


Pinturas norcoreanas en Austria. Los críticos dicen que las imágenes de felices soldados y campesinos, presentadas sin comentario, sólo promueven la ideología de Kim Jong Il. El museo de Viena defiende la exposición como una mirada en un mundo artístico aislado. [Si no puedes entrar, pincha Comentar...]. 
[Julia Damianova] Viena, Austria. Más de cien óleos, acuarelas, tradicionales grabados y carteles del Museo de Arte de Corea en Pyongyang han estado trazando una borrosa línea entre el arte y la propaganda.
¿Ofrece la exposición en el Museo de Artes Aplicadas y Arte Contemporáneo MAK, de Viena, una poco habitual mirada en un mundo artístico norcoreano aislado y en gran parte desconocido, o se trata sólo de un montaje para un régimen que utiliza el arte no sólo como mensajero de su ideología política, sino también como una fuente de financiamiento internacional?
El término ‘propaganda política’ se viene en realidad a la mente cuando repasamos la exposición ‘Flores para Kim Il Sung’, desde mayo hasta el 5 de septiembre.
Una parte importante de la exposición está dedicada a monumentales retratos de Kim Il Sung y su hijo y sucesor, Kim Jong Il. Se los ve o caminando juntos, orgullosos, o se los presenta en escenas con campesinos, soldados o niños en exuberantes y floridos jardines.
Una tela, titulada ‘Kim Jong Il, Comandante Supremo de la KPA, Profundamente Preocupado del Rancho de los Soldados’, muestra a Kim mirando en una cacerola.
Otra es un retrato de Kim Jong Il mirando unos documentos en su escritorio, con un cigarrillo encendido en la mano. El cielo nocturno domina la vista desde la ventana a su lado. La tela se titula ‘La Luz Infinita del Centro del Partido’.
Todas las pinturas con los Kim están cuidadosamente arregladas en profundos nichos y acordonados como medida de protección con una cuerda roja. Ninguna de las pinturas de la exposición conlleva algún comentario sobre la naturaleza del régimen norcoreano -el principal punto de los críticos de la exposición.
Pero el director de MAK, Peter Noever, se muestra impertérrito frente a los debates que surgieron en torno a la exposición.
"No soy ni político ni politólogo. Y además todos saben qué tipo de régimen es este; no tenemos que explicárselo a nadie", dijo Noever, bebiendo café en su oficina en la misma planta de las telas norcoreanas.
La exposición, dijo el director del museo, ofrece una mirada única en el carácter, la mentalidad y la cultura de un país.
Junto con retratos de ciudadanos sonrientes y esmeradamente vestidos, niños de mejillas sonrosadas contra un telón de fondo de cielos azules y felices campesinos trabajando la tierra en un asombroso paisaje, hay estampados de brillantes colores en un estilo que evoca el tradicional cartel soviético. Los norcoreanos transmiten mensajes -incluyendo signos de exclamación- como "¡Mayor eficiencia en el uso de la electricidad!" y "¡Más bienes de consumo para el pueblo!"
Los funcionarios del MAK dijeron que es la primera vez que el Museo de Arte de Corea envía al extranjero una colección de arte de esa envergadura, y que cubre el periodo comprendido entre los años sesenta y 2010.
En Corea del Norte, "el arte asume una función social y está subordinado al proceso revolucionario", dijeron en una comunicado de prensa los organizadores de la exposición de Viena. Los artistas norcoreanos son todos miembros de asociaciones de artistas del estado y tienen horarios regulares. Reciben un salario mensual por producir un cierto número de piezas que "transmitan la actitud, la conducta, la moral y los valores correctos".
Y aparentemente sus obras se ha convertido en un rentable artículo de exportación que es capaz de eludir el aislamiento internacional de Corea del Norte, ayudando a llevar dinero a casa.
Fanáticos coleccionistas pueden viajar al país para comprar arte, dijo Rudiger Frank, profesor de economía y sociedad asiáticas en la Universidad de Viena. O sus obras pueden ser adquiridas en galerías especializadas en ubicaciones más asequibles, como Pekín. Las obras pueden inclusive ser pedidas directamente a los artistas norcoreanos mismos, o a las asociaciones para las que trabajan.
El Grupo de Compañías Mansudae Overseas Project -la más grande asociación y el principal centro de producción del arte norcoreano-fue fundado en 1959 y emplea a cuatro mil personas, incluyendo a cerca de mil artistas que trabajan en todos los medios.
Noever dijo que sus contrapartes en Pyongyang no pidieron dinero por prestar las obras a la exposición de Viena, pero organizarla tuvo algunas dificultades.
De viaje por Japón hace siete años, decidió espontáneamente visitar Corea del Norte, y logró conseguir un permiso para entrar solo y quedarse durante una semana. Fue al museo nacional de arte en Pyongyang y se reunió con su director, que le mostró piezas de arte que Noever decidió que tenían que ser vistas por una audiencia más amplia.
Sin embargo, convencer a las autoridades norcoreanas no fue fácil.
"Se sorprendieron y al principio no entendían por qué queríamos montar esta exposición", dijo Noever. "Fue un asunto largo y complicado. Tuvimos que forcejear con ellos porque tenían ideas muy académicas totalmente diferentes a las nuestras sobre qué debíamos exhibir".
Tuvo la oportunidad de visitar los talleres de los artistas y dijo que le impresionó que las condiciones de trabajo fueran decentes, aunque duda que todos los artistas norcoreanos tengan trabajos tan buenos.
Después de todo su esfuerzo, Noever cree que llevar arte norcoreano a Viena fue todo un golpe. También Frank está convencido de que tener esas obras en Austria es una buena cosa.
"Uno olvida muy rápidamente que Corea del Norte no es solamente armas nucleares y su régimen. La exposición ayuda a la gente a pensar sobre qué más hay allá; hace surgir preguntas", dijo Frank.

 

20 de julio de 2010
20 de junio de 2010
©los angeles times 
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crónica de dos niños solos


Escenas de la vida casi conyugal. Patti Smith escribe sobre Robert Mapplethorpe.
"¿Por qué no puedo escribir algo que resucite a los muertos?" Eso se pregunta Patti Smith durante años, luego de la muerte de su amante, su alter ego, su amigo del alma, Robert Mapplethorpe. Ella estaba durmiendo cuando él murió. Había llamado al hospital para desearle las buenas noches como siempre, pero la morfina lo había dejado inconsciente. Conservó muy pocos objetos capaces de sortear las garras de los coleccionistas: un mechón de pelo, un puñado de sus cenizas, una caja con sus cartas, una pandereta de piel de cabra. Pero faltaban las palabras. Desde aquel día de 1993, Patti se prometió públicamente encontrar ese montón de palabras capaces de reconstruir la vida juntos, la figura encantada de su amigo de rulos que adoraba los esclavos de Miguel Ángel. El año pasado, el libro apareció en inglés y, la próxima semana, la Editorial Mondadori presentará la versión en español, ‘Éramos unos niños’, una biografía de los dos, desde la infancia hasta la llegada de la muerte. En este adelanto aparecen momentos clave de toda la relación: se conocieron justo cuando ella trataba de desembarazarse de un señor pesado, fingieron estar casados durante la presentación formal de la pareja ante la familia católica de Robert, la aparición de la homosexualidad en la vida de los dos impuso una distancia y una reunión diferente, hubo muchos encuentros más, como éste, furtivo, en un hotel de mala muerte.

Me sentía incómoda y no tenía la menor idea de cómo llevar la situación, ni de por qué quería él cenar conmigo. Me parecía que se estaba gastando mucho dinero en mí y empecé a preocuparme por lo que esperaría a cambio.
Después de la cena, fuimos a pie hasta Manhattan.
Yo estaba buscando una vía de escape cuando él sugirió que subiéramos a su piso a tomar una copa. Ahí estaba, pensé. El momento crucial sobre el que me había advertido mi madre. Miraba frenéticamente a mi alrededor, incapaz de responderle, cuando advertí que se acercaba un joven.
Vestía un pantalón de peto y un chaleco de piel de carnero. Llevaba collares de cuentas alrededor del cuello, un pastor hippy. Corrí hacia él y lo agarré por el brazo.

–Hola, ¿te acuerdas de mí?
–Por supuesto –dijo, sonriendo.

–Necesito ayuda –solté–. ¿Te haces pasar por mi novio?
–Claro –respondió, como si mi inesperada aparición no le hubiera sorprendido.

Lo llevé a rastras hasta el escritor de ciencia ficción.

–Este es mi novio –dije, jadeando–. Me ha estado buscando. Está enfadadísimo. Quiere que vuelva a casa ahora mismo.

El hombre nos miró con curiosidad.

–Corre –grité, y el muchacho me cogió de la mano y corrimos hasta el otro extremo del parque.
Sin aliento, nos desplomamos en las escaleras de una casa.

–Gracias, me has salvado la vida –dije. El acogió aquella noticia con una expresión perpleja–. No te he dicho mi nombre, me llamo Patti.
–Y yo, Bob.
–Bob –repetí, mirándolo de verdad por primera vez–. No sé, pero Bob no te pega. ¿Puedo llamarte Robert?

El sol se había puesto en la Avenida B. Él me cogió de la mano y paseamos por el East Village. Me invitó a un EggcreamenGem Spa, en la esquina de Saint Mark’s Place y la Segunda Avenida. Casi no habló.
Sólo sonrió y escuchó. Yo le conté historias de mi infancia, las primeras de muchas que vendrían después. Me sorprendió lo cómoda y abierta que me sentía con él. Más adelante, Robert me dijo que se había tomado un ácido.
Yo sólo había leído sobre el LSD en un librito de Anaïs Nin titulado ‘Collages’. No era consciente de la cultura psicodélica que estaba floreciendo en aquel verano de 1967. Tenía un concepto romántico de las drogas y las consideraba sagradas, reservadas a los poetas, a los músicos de jazz y a los rituales indios. Robert no parecía alterado, ni extraño, como yo hubiera imaginado. Irradiaba un encanto dulce y pícaro, tímido y protector. Paseamos hasta las dos de la madrugada y, finalmente, casi a la vez, nos confesamos que ninguno de los dos tenía adónde ir. Nos reímos, pero era tarde y estábamos cansados.
"Creo que sé un sitio donde podemos pasar la noche –dijo. Su antiguo compañero de piso estaba de viaje–. Sé dónde esconde la llave; no creo que le importe."
Cogimos el Metro y salimos de Brooklyn. Su amigo vivía en un pisito de Waverly, cerca de la Universidad de Pratt. Doblamos por una callejuela, donde Robert encontró la llave escondida debajo de un ladrillo suelto, y entramos en el piso.
Nada más hacerlo, nos entró vergüenza, no tanto por estar solos como porque nos halláramos en una casa ajena. Robert se esmeró porque me sintiera cómoda y luego, pese a lo tarde que era, me preguntó si quería ver su obra, que estaba guardada en un cuarto interior.
La esparció por el suelo para que la viera. Había dibujos y aguafuertes, y desenrolló algunas pinturas que me recordaron a Richard Poussette-Dart y a Henri Michaux. Múltiples energías vertidas sobre palabras entrecruzadas y dibujos de trazo caligráfico. Campos energéticos construidos con estratos de palabras. Pinturas y dibujos que parecían surgir del subconsciente.
Había una serie de discos que entrelazaban las palabras EGOAMOR, DIOS y las fusionaban con su propio nombre; parecían alejarse y expandirse sobre las superficies planas de sus pinturas. Mientras los miraba, no pude evitar hablarle de las noches en que, cuando era niña, veía dibujos circulares girando en el techo. Abrió un libro de arte tántrico.

–¿Como esto? –preguntó.
–Sí.

Reconocí con asombro los círculos celestiales de mi infancia. Un mandala.
El dibujo que Robert había hecho el Día de los Caídos me conmovió especialmente. Jamás había visto nada igual. Lo que también me sorprendió fue la fecha: el Día de Juana de Arco. El mismo día que yo había prometido hacer algo con mi vida delante de su estatua.
Se lo conté y él respondió que el dibujo simbolizaba su compromiso con el arte, contraído ese mismo día. Me lo regaló sin vacilar y comprendí que, en aquel breve lapso, los dos habíamos renunciado a nuestra soledad y la habíamos sustituido por confianza. Miramos libros sobre dadaísmo y surrealismo y terminamos la noche inmersos en los esclavos de Miguel Ángel. Sin palabras, absorbimos los pensamientos del otro y, justo cuando rompía el alba, nos dormimos abrazados. Cuando nos despertamos, él me saludó con su sonrisa torcida y yo supe que era mi caballero.
Como si fuera la cosa más natural del mundo, permanecimos juntos; nos separábamos salvo para ir al trabajo. No hizo falta decirlo; se sobreentendía. (...)
Esa primavera, sólo unos días antes del Domingo de Ramos, Martin Luther King fue abatido a tiros en el hotel Lorraine de Memphis.
Había una fotografía en la prensa de Coretta Scott King consolando a su hija menor, con el rostro bañado en lágrimas tras su velo de viuda. Me angustié muchísimo, como había hecho en mi adolescencia cuando vi a Jacqueline Kennedy con su vaporoso velo negro junto a sus hijos, esperando a que el cadáver de su marido pasara en un armón de artillería tirado por caballos. Intenté plasmar mis sentimientos en un dibujo o un poema, pero no pude. Tenía la impresión de que cuando intentaba expresar la injusticia, no daba con los versos adecuados.
Robert me había comprado un vestido blanco para Semana Santa, pero me lo regaló el Domingo de Ramos para mitigar mi tristeza. Era un raído vestido victoriano de lino. Me encantó, me lo puse y me paseé por el piso, una frágil armadura frente a los malos augurios de 1968.
Mi vestido de Semana Santa no era apropiado para llevarlo a una cena en casa de los Mapplethorpe, tampoco lo era nada de lo que teníamos en nuestro reducido vestuario.
Yo era bastante independiente de mis padres. Los quería, pero no me preocupaba cómo les había sentado que Robert y yo viviéramos juntos. Pero él no era tan libre. Continuaba siendo su hijo católico, y era incapaz de decirles que vivíamos juntos sin estar casados. Mis padres lo habían recibido con los brazos abiertos, pero le preocupaba que los suyos no me aceptaran.
Al principio pensó que lo mejor sería hablarles de mí poco a poco en sus conversaciones telefónicas. Luego decidió decirles que nos habíamos fugado a Aruba para casarnos. Un amigo suyo estaba viajando por el Caribe y Robert escribió una carta a su madre que su amigo mandó desde Aruba.
Yo creía que aquel engaño tan rebuscado era innecesario. Pensaba que debería contarles simplemente la verdad, convencida de que terminarían aceptándonos tal como éramos. "No –decía él, frenético–. Son católicos estrictos."
No comprendí su preocupación hasta que visitamos a sus padres. Su padre nos recibió con un silencio gélido. Yo no concebía que un hombre no abrazara a su hijo.
La familia en pleno estaba sentada a la mesa del comedor: su hermana y su hermano mayores con sus respectivos cónyuges y sus cuatro hermanos menores. La mesa estaba puesta, todo listo para una cena perfecta. Su padre apenas me miró y no dijo nada a Robert, salvo: "Deberías cortarte el pelo. Pareces una chica".
La madre de Robert, Joan, hizo todo lo posible por crear un clima acogedor. Después de cenar, dio disimuladamente a Robert dinero que llevaba en el bolsillo del delantal y me llevó a su habitación, donde abrió su joyero. Me miró la mano y sacó un anillo de oro.

–No teníamos suficiente dinero para las alianzas –mentí.
–Deberías llevar una en el dedo anular de la mano izquierda –me dijo, poniéndomelo en la mano.

Robert era muy cariñoso con Joan en ausencia de Harry. Joan era una mujer con brío. Tenía la risa fácil, fumaba sin parar y limpiaba la casa de forma obsesiva. Advertí que Robert no sólo había adquirido su sentido del orden de la Iglesia Católica. Joan prefería a Robert y, en su fuero interno, parecía enorgullecerse del camino que había elegido.
Harry quería que se dedicara a la publicidad, pero él se había negado. Estaba decidido a demostrar que su padre se equivocaba. La familia nos abrazó y felicitó al marcharnos. Harry se hizo a un lado. "No me creo que estén casados", dijo. (...)
A principios de junio, Valerie Solanas disparó a Andy Warhol. Aunque Robert no tendía a ser romántico con los artistas, se disgustó mucho. Adoraba a Andy Warhol y lo consideraba uno de los artistas vivos más importantes. Fue lo más próximo a la idolatría que estuvo nunca. Respetaba a artistas como Cocteau y Pasolini, que fundían vida y arte, pero, para Robert, el más interesante de todos era Andy Warhol, quien documentaba la puesta de escena humana en la Factoría, su estudio forrado de papel de plata.
Yo no sentía por Warhol lo mismo que Robert. Su obra reflejaba una cultura que yo quería evitar. Detestaba la sopa y la lata no me decía apenas nada. Prefería un artista que transformara su época, no que la reflejara.
Afectado aún por el intento de asesinato de Warhol, Robert se quedó en casa para rendirle homenaje en un dibujo. Yo fui a visitar a mi padre. Era un hombre sabio y justo, y quería conocer su opinión sobre Robert Kennedy. Estuvimos sentados juntos en el sofá, viendo los resultados de las primarias. Yo no cabía en mí de gozo cuando Robert Kennedy pronunció el discurso tras la victoria. Lo vimos bajarse del estrado y mi padre me guiñó el ojo, encantado con nuestro prometedor joven candidato y mi entusiasmo. Por unos breves momentos fui tan inocente como para creer que todo iría bien. Lo vimos desfilar entre el público exultante, estrechando manos e irradiando esperanza con la típica sonrisa Kennedy. Entonces se cayó. Vimos que su mujer se arrodillaba junto a él. El senador Kennedy estaba muerto.
"Papá, papá", dije, sollozando, ocultando la cara en su hombro. Mi padre me rodeó con el brazo. No dijo nada. Supongo que él ya lo había visto todo. Pero a mí me pareció que, afuera, el mundo se estaba disgregando y que, cada vez más, también lo estaba haciendo el mío.
Regresé a casa y había recortables de estatuas, torsos y nalgas de los griegos, los Esclavos de Miguel Ángel, imágenes de marineros, tatuajes y estrellas. Para sintonizarme con él, le leí pasajes de ‘Milagro de la rosa’, pero Robert siempre iba un paso por delante. Mientras le leía a Genet, era como si se estuviera convirtiendo en Genet.
Tiró su chaleco de piel de carnero y sus collares de cuentas y encontró un uniforme de marinero. No era aficionado al mar. Con el traje y la gorra de marinero me recordaba un dibujo de Cocteau o el mundo de Robert Querelle, de Genet. No tenía interés en la guerra, pero le atraían sus reliquias y rituales. Admiraba la estoica belleza de los pilotos kamikaze japoneses, que se preparaban la ropa –una camisa meticulosamente doblada, un pañuelo blanco de seda– para ponérsela antes de la batalla.
Me gustaba ser partícipe de sus fascinaciones. Le encontré una chaqueta y un pañuelo de aviador, aunque, en lo que a mí atañía, mi percepción de la Segunda Guerra Mundial estaba influida por la bomba atómica y ‘El diario de Anna Frank’. Yo reconocía su mundo porque él entraba con gusto en el mío. No obstante, a veces una transformación inesperada me desconcertaba e incluso me molestaba. Cuando recubrió las paredes y el trabajado techo de nuestro dormitorio con láminas de Mylar me sentí excluida, porque parecía que lo hubiera hecho por él más que por mí. Robert tenía la esperanza de que yo lo encontrara estimulante pero, a mis ojos, tenía el efecto distorsionado de un espejo de feria. Lloré por el desmantelamiento de la capilla romántica donde dormíamos. A él le decepcionó que no me gustara.

–¿En qué estabas pensando? –le pregunté.
–Yo no pienso –insistió–. Siento.

Robert se portaba bien conmigo, pero lo notaba ausente. Estaba habituada a que no hablara, pero no a que estuviera tan pensativo. Algo le inquietaba, algo que no guardaba relación con el dinero. Nunca dejó de ser cariñoso conmigo, pero parecía preocupado.
Dormía de día y trabajaba de noche. Cuando me despertaba, lo encontraba mirando los cuerpos cincelados por Miguel Ángel, clavados en fila en la pared. Yo habría preferido una discusión al silencio, pero él no era así. Ya no sabía descifrar sus estados de ánimo.
Advertí que de noche no había música. Robert se encerró en sí mismo y comenzó a pasearse arriba y abajo, desconcentrado, sin completar ninguna de sus obras. El suelo estaba sembrado de montajes inconclusos de fenómenos de feria, santos y marineros. No era propio de él dejar sus obras en aquel estado. Era algo por lo que siempre me había reprendido a mí. Me sentía impotente, incapaz de penetrar la estoica oscuridad que lo envolvía.
Fue poniéndose más inquieto conforme crecía su insatisfacción con su obra. "Mi vocabulario visual ya no me funciona", decía. Un domingo por la tarde, desfiguró la entrepierna de una Virgen con un soldador. Cuando hubo terminado, se limitó a encogerse de hombros. "Ha sido un momento de locura", dijo.
Mirando atrás, el verano de 1968 señaló una época de despertar físico tanto para Robert como para mí. Yo no había comprendido aún que su torturada conducta guardaba relación con su sexualidad. Sabía que me quería mucho, pero pensaba que se había cansado de mí físicamente.
En ciertos aspectos, me sentía traicionada; pero, en realidad, fui yo quien lo traicionó.
Huí de nuestro pisito de Hall Street. Robert se quedó destrozado pero, aun así, fue incapaz de darme una explicación sobre el silencio que nos envolvía. (...)
Dijo que quería hablar conmigo. Salimos y nos quedamos en la esquina de la calle Cuarenta y ocho y la Quinta Avenida.

–Por favor, vuelve –dijo–. O me voy a San Francisco.

Yo no me podía imaginar por qué quería ir allí. Su explicación fue poco concreta. Liberty Street, había alguien que sabía del tema, un piso en el Castro.
Me agarró la mano.

–Ven conmigo. Allí hay libertad. Tengo que descubrir quién soy.

Lo único que yo conocía de San Francisco era el gran terremoto y Haight–Ashbury.

–Yo ya soy libre –dije.

El me miró con desesperada intensidad.

–Si no vienes, estaré con un tío. Me volveré homosexual –amenazó.

Yo sólo lo miré, sin comprender. No había nada en nuestra relación que me hubiera preparado para semejante revelación. Todas las señales que él había transmitido de forma indirecta, yo las había interpretado como la evolución de su arte. No de su personalidad.
No estuve nada compasiva, un hecho que terminé lamentando. Por sus ojos, parecía que hubiera estado trabajando toda la noche colocado de speed. Sin mediar palabra, me entregó un sobre.
Vi cómo se alejaba y se perdía entre la multitud.
Lo primero que me sorprendió fue que hubiera escrito su carta en papel de Scribner’s. Su letra, por lo general tan cuidada, estaba plagada de contradicciones: pasaba de ser pulcra y precisa a meros garabatos infantiles. Pero incluso antes de leer las palabras, lo que me conmovió profundamente fue el sencillo encabezamiento: "Patti - Lo que pienso - Robert". Le había pedido, incluso suplicado, tantas veces antes de marcharme que me dijera qué estaba pensando, qué tenía en la cabeza.
Él no había tenido palabras para mí.
Mientras miraba aquellas hojas, me di cuenta de que había ahondado en sus sentimientos por mí y había intentado expresar lo inexpresable. Imaginar la angustia que lo había impulsado a escribir aquella carta me hizo llorar.
"Abro puertas, cierro puertas", escribía. No amaba a nadie, amaba a todos. Adoraba el sexo, odiaba el sexo. La vida es una mentira, la verdad es una mentira. Sus pensamientos concluían con una herida curativa. "Estoy desnudo cuando dibujo. Dios me tiene de la mano y cantamos juntos." Su manifiesto como artista.
Prescindí de los aspectos confesionales y acepté aquellas palabras como una hostia consagrada. Él había trazado una línea que me seduciría y terminaría uniéndonos. Doblé la carta y volví a meterla en el sobre, sin saber qué sucedería a continuación. (...)
La habitación hedía a orines y a líquido fumigador, y el papel pintado se desprendía de la pared como la piel muerta en verano. No había agua corriente en el lavabo corroído, sólo alguna que otra gota que caía durante la noche.
Pese a su enfermedad, Robert quiso hacer el amor y nuestra unión quizá lo reconfortó, porque dejó de sudar. Por la mañana, salió al pasillo para ir al baño y regresó visiblemente alterado. Había manifestado signos de gonorrea. Su sentimiento de culpa y su temor a haberme contagiado lo angustiaron todavía más.
Por suerte, se pasó la tarde durmiendo mientras yo deambulaba por los pasillos. El hotel estaba lleno de indigentes y yonquis. Los hoteles baratos no me eran ajenos. En Pigalle, mi hermana y yo nos habíamos alojado en un sexto piso sin ascensor, pero nuestra habitación estaba limpia y hasta era acogedora, con una romántica vista de los tejados de París. Aquel sitio no tenía nada de romántico, atestado de hombres medio desnudos que intentaban encontrarse una vena en extremidades infestadas de llagas. Todo el mundo tenía la puerta abierta porque hacía muchísimo calor y me veía obligada a apartar la mirada mientras iba y venía del baño para mojar paños que ponía a Robert en la frente. Me sentía como una niña en un cine que cierra los ojos para no ver la escena de la ducha de ‘Psicosis’. Era la única imagen que hacía reír a Robert.
Su almohada estaba plagada de piojos que se mezclaban con sus enredados rizos oscuros. Yo había visto muchos piojos en París y pude al menos relacionarlos con el mundo de Rimbaud. Aquella almohada, manchada y llena de bultos, era más lamentable todavía.
Fui a buscar agua para Robert y una voz me llamó desde la puerta de enfrente. Costaba saber si era de hombre o mujer. Al mirar, vi a un travestido un poco decrépito con un andrajoso vestido de gasa sentado al borde de la cama. Me sentí segura con él mientras me contaba su historia. Había sido bailarín clásico, pero ahora era un adicto a la morfina, una mezcla de Nureyev y Artaud. Seguía teniendo las piernas musculosas, pero le faltaban casi todos los dientes. Cuán magnífico debió de ser con sus cabellos dorados, hombros anchos y pómulos altos. Me senté junto a la puerta, la única espectadora de su onírica representación, donde bailó etéreamente por el pasillo como Isadora Duncan con su vaporoso vestido de gasa mientras cantaba una versión atonal de ‘Wild is the Wind’. Me contó las historias de algunos de sus vecinos, habitación por habitación, y qué habían sacrificado por el alcohol y las drogas. Yo no había visto jamás tanto sufrimiento colectivo, ni tantas esperanzas rotas, tantas almas melancólicas que se habían destrozado la vida. Él parecía regir sobre todas ellas mientras lamentaba dulcemente su propia carrera fallida y bailaba por los pasillos con el pálido vestido de gasa.
Sentada junto a Robert, examinando nuestro destino, casi lamenté nuestro afán de ser artistas. Los voluminosos portafolios apoyados en la sucia pared, el mío rojo con cintas grises, el suyo negro con cintas negras, parecían una pesada carga material. A veces, incluso en París, deseaba abandonarlo todo en una callejuela y ser libre. Pero, cuando desataba las cintas y contemplaba nuestra obra, sabía que íbamos por buen camino. Sólo necesitábamos un poco de suerte.
Por la noche, Robert, por lo general tan estoico, gritó. Le habían salido flemones, estaba muy congestionado y empapado en sudor. Fui en busca del ángel morfinómano. "¿Tienes algo para él? –le supliqué–. ¿Algo para aliviarle el dolor?" Intenté romper su velo narcótico.
Él me regaló un momento de lucidez y vino a nuestra habitación. Robert estaba delirando debido a la fiebre. Creí que iba a morir.
"Tienes que llevarlo a un médico –dijo el ángel morfinómano–. Tenéis que iros de aquí. Este sitio no es para vosotros." Lo miré a la cara. Todo lo que había experimentado estaba en aquellos apagados ojos azules. Por un momento, se encendieron. No por él sino por nosotros.

17 de julio de 2010
2 de julio de 2010
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murió sigmar polke


Pintor alemán. Con Gerhard Richter lanzó en 1963 el movimiento pictórico Realismo Capitalista como respuesta al arte pop.
Murió el jueves en Colonia, Alemania, Sigmar Polke, pintor que, en 1963, lanzó con Gerhard Richter el movimiento pictórico Realismo Capitalista como respuesta al arte pop. Tenía 69 años y sufría de cáncer.
Polke, un influyente pintor, artista gráfico y fotógrafo, fue incluido exposiciones en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles en 2009 y en el Museo Getty en 2007.
Stephanie Barron, curadora de arte moderno en el LACMA, que incluyó a Polke en su programa de 2009, ‘Art of Two Germanys/Cold War Cultures’, lo llamó "uno de los pintores más importantes de la generación de posguerra y líder entre los artistas alemanes".

Nacido en 1941 en Alemania del Este, Polke logró viajar a Occidente en 1953. Según le contó a un entrevistador, se subió a un tren, solo y a los doce años, para cruzar la frontera.
"Me crié durante la guerra... y el trauma de esa convulsión dominó mi infancia", dijo Polke en un artículo del Times en 1995. "Éramos muy pobres y mi familia perdió todo durante la guerra: nuestra casa y nuestra identidad. Pero creo en la suerte y pienso que las condiciones sociales en las que naves te dan la oportunidad de probar tu suerte. Y supongo que yo he tenido suerte".
Hijo de un arquitecto, de joven dibujaba y experimentaba en fotografía; luego estudió en la Academia de Arte de Dusseldorf en los años sesenta.
En 1963, él, Richter y otros artistas se burlaron tanto del estilo realista que era el arte oficial de la Unión Soviética como del arte pop empujado por el consumismo de Occidente.
Algunos describen a Polke como el pintor pop anti-pop. A menudo pintaba tubos de plástico y envases de alimentos, artículos que todavía eran inalcanzables para muchos consumidores del bloque del Este en las décadas después de la Segunda Guerra Mundial.
"Estaban muy conscientes, muy irónicos, muy sardónicos, subversivamente conscientes de lo que estaban rechazando del capitalismo occidental", dijo Barron en una entrevista con The Times el viernes.
En una reseña de la exposición de fotografías de Polke en el Getty en 2007, el crítico del Times, Christopher Knight describió el inicio de la carrera del pintor alemán diciendo que "como muchos artistas, pasó los años inmediatamente posteriores a la graduación de la academia de arte... metiendo lo que había aprendido en una batidora conceptual, y luego moviendo el dial a ‘Alto’".
Polke experimentó con toda una gama de estilos, temas y materiales. En los años setenta, se concentró en la fotografía, y volvió a pintar en los ochenta, cuando produjo obras abstractas creadas al azar mediante reacciones químicas entre las pinturas y otros productos. En los últimos veinte años, hizo pinturas sobre acontecimientos históricos y percepciones de ellos.
Polke era "increíblemente hábil fundiendo imágenes adaptadas de muchas fuentes diferentes", dijo Barron. "En sus pinturas reunía imágenes publicitarias, de diarios, de películas y otras de un modo increíblemente elocuente".
Nicholas Serota, director de la galería de arte moderno Tate, de Londres, dijo que "las pinturas sublimemente hermosas" de Polke a menudo conllevaban un "duro mensaje sobre la sociedad y sus valores" y fueron terriblemente influyentes en generaciones más jóvenes de artistas.
Polke se mudó a Colonia en 1978.

16 de junio de 2010
12 de junio de 2010
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murió arakawa


Por medio de su arte, trató de detener el proceso de envejecimiento.
[Fred A. Bernstein] Murió el martes, en Manhattan, Arakawa, artista conceptual y diseñador japonés que, con su esposa, Madeline Gins, exploró ideas sobre la mortalidad creando edificios que debían detener el envejecimiento y derrotar a la muerte. Tenía 73 años.
Llevaba una semana hospitalizado, informó Gins, que rehusó mencionar la causa de su muerte.
"Esta cosa de la mortalidad es una mala noticia", dijo Gins por teléfono desde su estudio en Houston Street. Dijo que redoblaría sus esfuerzos para demostrar que "el envejecimiento puede ser anulado".
Arakawa, que era conocido profesionalmente por su apodo, y Gins, exploraron su filosofía, que llamaban de Destino Reversible, en poemas, libros, pinturas y, cuando encontraban clientes, edificios.

Su obra más reciente -una casa en Long Island- tenía un suelo fuertemente inclinado que amenazaba con hacer aterrizar en la cocina a los visitantes. Llamada la Bioscleave House (Casa de Prolongación de la Esperanza de Vida)
[Lifespan Extending Villa], incluía más de tres docenas de colores pintados; cambios de nivel para inducir la sensación de estar en dos lugares al mismo tiempo; ventanas que parecían demasiadas altas o demasiado bajas; interruptores y enchufes colocados en extraños ángulos; y una ausencia de puertas que no permitirían a los ocupantes ni la menor intimidad.
Todo esto, explicaba la pareja, debería conducir a sus usuarios a una relación perpetuamente "tentativa" con su entorno, manteniéndose por ello jóvenes.
"Tiene que ver con la idea de que sólo eres tan viejo como crees que lo eres", dijo sobre el trabajo de la pareja Steven Holl, arquitecto de Manhattan, que dijo que estaba profundamente arraigado en la filosofía japonesa. Agregó: "Pueden pasar años antes de que la gente lo entienda".

Arthur Danto, crítico de arte y filósofo que conoció a Arakawa durante casi cuarenta años, dijo: "Pensaban realmente que estaban haciendo un trabajo extremadamente importante: el de derrotar a la muerte".
Pero, agregó Santo: "Cómo iba a ocurrir eso no estuvo nunca claro, excepto para Madeline y él".
Cuando Danto conoció a Arakawa y Gins, estaban terminando 83 enormes lienzos llamados ‘El mecanismo de la significación’ [The Mechanism of Meaning]. "Mucha gente de mi ambiente lo consideraba un trabajo muy importante", dijo.
En 1997, ‘El mecanismo de la significación’ fue exhibido en la sucursal en el SoHo del Museo Guggenheim como parte de una retrospectiva del trabajo de la pareja. Roberta Smith, en un artículo en The New York Times, describió las pinturas como "un puente entre el dadaísmo y el movimiento Fluxus y el Arte Conceptual del futuro, y observó que "sus enigmas filosóficos o lingüísticos pueden estirar la mente en breves y placenteros modos".
En los últimos años, la obra de Arakawa y Gins fue recobrada por filósofos y científicos, y fueron el tema de varios simposios.

Shusaku Arakawa nació el 6 de julio de 1936 en Nagoya, Japón, y estudió arte en Tokio, donde se dio a conocer con sus creaciones neo-dadaístas. Se mudó a Nueva York en 1961.
Contó que llevaba catorce dólares en el bolsillo y el número de teléfono de Marcel Duchamp, que, dijo, se convirtió en su mentor.
Dos años después Arakawa se matriculó en bellas artes en Brooklyn (por el visado, dijo, no por la educación). Allá conoció a Gins, una compañera de curso, de Long Island.
Se convirtieron en pareja en cuestión de días. (Se casaron, dijo, en 1965). Durante las siguientes décadas, viviendo en un altillo en Houston Street, produjeron un conjunto de obras que se extendió poco a poco desde la poesía y la prosa hasta la arquitectura.
En 1996, Herbert Muschamp, crítico arquitectónico del Times, reseñó su instalación del tamaño de una habitación en un museo en Japón. La llamó una "pincelada cómica con intenciones cómicas".

En 1998 ganaron un concurso patrocinado por el ayuntamiento de Tokio para construir un enorme proyecto de vivienda en treinta hectáreas de vertedero. El proyecto, que se llamaría Ciudad del Destino Irreversible,
no se realizó nunca, aunque se construyeron varios departamentos siguiendo sus ideas.
Para esa misma época les encargaron construir la casa en Long Island. Cuando se terminó en 2008, Arakawa dio brincos en el suelo -una imitación de dunas de arena. Dijo que se sentía como el primer hombre en la luna, agregando: "Si Neil Armstrong estuviera aquí, diría: "‘¡Esto es mejor!’"
En los años, la pareja invirtió su dinero con Bernard Madoff. Después de que se descubriera el fraude de Madoff en 2008, fueron obligados a despedir a su personal y cerrar su oficina. "Nos dejó en la calle", dijo Gins en la época.
Pero esta semana dijo que su marido menospreciaba las cosas triviales como el dinero. Existía una moral más alta.
"Es inmoral", dijo Gins, "que la gente tenga que morir".

28 de mayo de 2010
19 de mayo de 2010
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murió bernard schoenbaum


Dibujante de Nueva York.
[Bruce Weber] Murió el 7 de mayo en su casa en Whitestone, Queens, Bernard Schoenbaum, que en cientos de caricaturas en el semanario The New Yorker aguijoneó a los relativamente afluentes, a los manipuladores de medios, a los cínicos y a los socialmente competitivos -en otras palabras, lectores del New Yorker. Tenía 89 años.
La causa de su muerte fue un cáncer, comunicó su hija Joyce Dara. También tenía una casa en West Palm Beach, Florida.
Schoenbaum pasó gran parte de su vida profesional como ilustrador comercial autónomo, trabajando para firmas de publicidad. Pero en los años setenta, después de que su esposa empezara a trabajar como bibliotecaria, pudo desviar su interés hacia su primera pasión -la caricatura. Entre 1979 y 2002, Schoenbaum encontró en el New Yorker un mercado regular donde publicó más de trescientos dibujos.
Su estilo era directo, más literal que sugerente, a menudo describiendo a personajes bien alimentados en paisajes -oficinas comerciales, restaurantes, departamentos bien amoblados- que sugieren familiaridad con la alta clase media.
Son personas que tienen dinero y se preocupan por ello, que han tenido algún éxito y se preocupan por ello, que tienen mascotas y niños y se preocupan por ellos. En realidad, Schoenbaum a menudo se burlaba de los adultos haciendo que los niños imitaran a sus padres. "Papa, ¿no podrías terminarlo?", dice un niño al que le leen un cuento para dormir en una caricatura de 1994. "Mañana me espera un largo día".
A veces sus viñetas eran especialmente actuales. En 1986, cuando arreciaba la crisis de los ahorros y préstamos, dibujó a un hombre con una maleta pasando frente a un banco que tenía en el ventanal un letrero que decía: "Conserve la fe".
A veces su trabajo captaba verdades sociales perpetuas con irónica agudeza; en una caricatura inédita, por ejemplo, un hombre bien vestido y una mujer tomados de la mano a la mesa de un restaurante. "Casémonos", dice el hombre. "Estoy cansado de ser encantador".
A veces Schoenbaum simplemente se asombraba del desatino humano; en un dibujo de 1988, dos hombres comparten un calabozo en la cárcel, y uno de ellos se lamenta: "Todo este tiempo nuestro nivel de corrupción estuvo dentro de las normas comunitarias".

Schoenbaum nació en Manhattan el 8 de agosto de 1920, y creció en Manhattan y el Bronx, donde su padre, Abraham, un inmigrante judío de Rusia, empezó varias pequeñas empresas. Estudió en la Escuela Secundaria James Monroe en el Bronx y en la Escuela de Diseño Parsons. Además del New Yorker, sus trabajos aparecieron en varias otras publicaciones, entre ellas Barron’s y The Wall Street Journal. Durante años, Schoenbaum trabajó también como retratista en cruceros.
"Cientos de sus retratos están dispersos por el mundo", dijo su esposa, la ex Rhoda Abrahams, con quien se casó en 1948. Además de ella y su hija Joyce, que vive en Santa Mónica, California, le sobreviven otras dos hijas - Audrey Tufano, de East Meadow, NuevaYork, y Laura Schoenbaum Rothenberg, de Shirley, Nueva York; y una nieta. Su hermano, Samuel Schoenbaum, un renombrado estudioso de Shakespeare, murió en 1996.
La señora Schoenbaum contó que conoció a su marido cuando tenía diecisiete y salió a bailar en la Y Street 92 en Manhattan, acompañando a una amiga que no la dejaba quedarse en casa.
"Me gustaba leer libros", dijo. "Le dije: ‘No me gusta salir a bailar’".
Tres años después se casó con el joven que había conocido allí.
"Bailamos una polka", dijo la señora Schoenbaum.

21 de mayo de 2010
q8 de mayo de 2010
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murió craig kauffman


Artista que captó el ethos de Los Ángeles. Sus piezas de plástico para pared reflejaban el sol de California del Sur y la cultura de los coches.
[Suzanne Muchnic] Murió el sábado en su casa en Filipinas el artista Craig Kauffman, animador del mundo del arte de Los Ángeles a fines de los años cincuenta y principio de los sesenta que captó la atención nacional con piezas de plástico para pared que reflejaban el sol de California del Sur y la cultura de los coches. Tenía 78 años.
Kauffman tuvo un derrame cerebral hace unos dos meses, dijo el marchante Frank Lloyd, que representa al artista. Kauffman asistió a la inauguración a principios de abril de su exhibición más reciente en la galería Lloyd en Santa Mónica, pero su estado empeoró tras su retorno a Filipinas. Falleció por complicaciones de una neumonía, dijo Lloyd.

Un pensador independiente cuya obra es descrita a menudo en términos de curvas voluptuosas y superficies sensuales, Kauffman trabajaba en un territorio estético definido por él mismo que ha sido considerado como una tendencia seductora del minimalismo o como una versión abstracta del Arte Pop. Y él dejó su marca pronto, como parte de un grupo original de artistas de la Galería Ferus, un escaparate vanguardista en La Ciénaga Boulevar fundado por el artista Edward Kienholz y el curador Walter Hopps.
"Craig era un tipo muy inteligente", dijo el pintor Ed Moses, colega de Ferus y amigo de toda la vida. "Había viajado. Sabía todo sobre la Escuela de Nueva York y lo que estaba pasando en Europa. Era muy agudo. Todos aprendimos de él".
Stephanie Barron, curadora de arte moderno en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA), considera a Kauffman "una figura seminal en la evolución del mundo del arte de Los Ángeles", cuyas "distintivas, luminosas esculturas de relieve ayudaron a definir una era en nuestra historia del arte".
También produjo muchas pinturas y dibujos abstractos, pero las piezas de plástico hechas con moldes al vacío fueron sus trabajos característicos, dijo Barron, para agregar que son en parte responsables de un renovado interés en el desarrollo del arte de Los Ángeles.
Uno de esos trabajos, un relieve rosado y amarillo de 1967 en la colección de LACMA, estuvo en las noticias en 2006. Parte de ‘Los Angeles: Birth of an Art Capital, 1955-1985’, una exposición muy publicitada en el Centro Pompidou en París, cayó misteriosamente de la pared y se hizo trizas. La tecnología y la pintura han cambiado considerablemente en 39 años. Pero con ayuda de especialistas y dinero del Pompidou, Kauffman hizo una nueva versión -"‘Relieve para pared, sin título’ [Untitled Wall Relief], vaciado por el artista sobre la base del ‘Relieve para pared, sin título, 1967’, 2008"- para el museo de Los Ángeles.
"No es un milagro", dijo el artista después de terminar el complicado proyecto. "Pero tuve suerte". Con colores más intensos que el original, el nuevo relieve tiene además otro sistema de montaje. "Diseñamos un sistema que es muy resistente", dijo Kauffman. "Este no se va a caer de la pared".

Nacido en Los Ángeles el 31 de marzo de 1932, el artista era hijo del juez del Tribunal Superior del condado de Los Ángeles, Kurtz Kauffman. Conoció a Hopps, el futuro curador, cuando eran compañeros de estudios en la Escuela Secundaria Eagle Rock. Kauffman estudió en la Facultad de Arquitectura de la USC en 1950, trasladándose a la UCLA en 1952, donde obtuvo su licenciatura en bellas artes en 1956.
El artista Larry Bell, otro compatriota de Ferus, dijo que Kauffman era "un tipo sofisticado muy erudito que sabía un montón sobre pinturas y pintores". Egocéntrico y solitario, "tenía un modo disciplinado de trabajar", dijo Bell. "Exigía un cierto tipo de perfección en las cosas, sea pinturas o plásticos, que fueran inequívocamente lo que eran".
Aunque sus amigos lo recuerdan como mucho más interesado en su trabajo que en hacer carrera, empezó a mostrar sus pinturas cuando era adolescente y acumuló una larga lista de exposiciones en importantes galerías y museos en Estados Unidos y Europa. Su primera exposición individual la albergó la Galería Felix Landau en Los Ángeles en 1953, y fue parte de la exposición inaugural de Ferus en 1957.
El Museo de Arte Contemporáneo en La Jolla presentó una exposición retrospectiva de su obra en 1981, y se hizo con un prominente espacio en instituciones como el Museo Whitney de Arte Americano en Nueva York, el Museo de Arte Moderno de San Francisco y el Museo de Arte Contemporáneo en Chicago. También enseñó arte en la Universidad de California en Irvine desde fines de los años sesenta a principio de los noventa.
Como algunos de sus colegas artistas, Kauffman experimentó con instalaciones de luz a fines de los sesenta, pero sabía que su fuerte estaba en la pintura y en el dibujo, dijo Jay Belloli, director de programas de galería en el Centro Armory para las Artes, en Pasadena, que organizó una retrospectiva de sus dibujos allá en 2008. Sin embargo, Kauffman trabajó con técnicas y materiales inusuales durante toda su carrera.
Su frustración con la fragilidad del cristal lo llevó a los plásticos, y a menudo pintó sobre seda antes que en lienzo. Su última exposición incluía piezas como flores de pared hechas arrojando láminas de acrílico transparente sobre formas de madera y aplicando un rociador y brillo al material enfriado.
"Parecen campanillas gigantes presentadas a usted por Monsanto", escribió en su reseña de la exposición el crítico de arte del Times, Christopher Knight. "O carne cepillada con satino y lentejuelas. O quizás una puesta de sol amenizada por el smog. La colusión extrañamente pungente entre la suntuosidad y la vulgaridad, la elegancia y la charrería dan a estos trabajos un sorprendente peso".
Kauffman, dijo Belloli, "estaba siempre tanteando los límites en términos de qué era su arte". Y hay un gran cuerpo de obras, gran parte de él desconocido entre las nuevas generaciones de artistas y curadores, que merecen ser estudiados seriamente en una exposición retrospectiva, dijo.
El trabajo de Kauffman está en las colecciones de más de veinte museos, incluyendo LACMA y el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, el Museo de Arte Moderno y el Museo Whitney de Nueva York, la Galería Tate de Londres, el Instituto de Arte de Chicago y el Museo de Arte Moderno en Humlebaek, Dinamarca.
Casado y divorciado frecuentemente, le sobreviven sus hijas Wilhelmina, Rose y Georgia de su matrimonio con Dana Kauffman.

17 de mayo de 2010
12 de mayo de 2010
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