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asia

generación perdida en vietnam


[Trin Yarborough] Los niños asiático-americanos abandonados, hijos de soldados han llevado vidas destrozadas.
Están en la treintena y la cuarentena.
"Ya no son los niños bonitos de ojos grandes", dice un ex trabajador de re-asentamiento. "Ahora nadie se preocupa. No me gusta decirlo, pero muchos de ellos son perdedores".

Unos 100.000 niños vietnamitas asiático-americanos nacieron de padres norteamericanos y madres vietnamitas durante la Guerra de Vietnam. Ahora, 30 años después del fin de esa guerra, ¿qué ha pasado con ellos?
Un par de miles lograron dejar Vietnam antes de que terminara la guerra, a través de unos pocos primeros canales como Operación Robo de Niños [Operation Babylift]. Pero las decenas de miles que se quedaron en Vietnam crecieron en un régimen represivo en un país devastado por la guerra, a menudo pasando hambrunas y discriminación de parte de vietnamitas que los veían como enemigos.
Muchos de estos blancos de prejuicio racial, de clase y político fueron abandonados en orfelinatos o en las calles. Demasiado a menudo se criaron como analfabetos, y sufrieron problemas físicos y emocionales. Muchos murieron en las epidemias que barrieron Vietnam. Y la mayoría soñó con sus padres desconocidos y con la América dorada que algún día podría acogerles y consolarles por todo lo que han sufrido por ser en parte americanos.
Aunque muchos asiático-americanos fueron hijos de prostitutas o el resultado de violaciones o relaciones breves, algunos son hijos de romances reales.
Son Chau, 37, propietario de un pequeño salón de manicura en San Bernardino, no ha abandonado su sueño de encontrar a su padre americano, cuyo nombre y dirección le fueron robados en camino a Estados Unidos. "Sé que se preocupaba por mí, y mi madre", dice Chau, que tiene dos hijos. Su padre, entonces de 20, fue detenido después de que tratara de quedarse sin permiso cuando le ordenaron volver a Estados Unidos antes del nacimiento de Chau. La familia nunca volvió a saber de él. Pero Chau, criado por un padrastro que le pegaba por su sangre asiático-americana, nunca abandonó la esperanza de encontrar a su padre.
En 1987 el Congreso aprobó la Ley de Regreso Amerasiático que permitía que vietnamitas americanos entrasen con sus familias en Estados Unidos. Repentinamente, los asiático-americanos que fueron tratados con desprecio toda la vida se transformaron en mercaderías escasas para los vietnamitas que buscaban una alternativa a las peligrosas fugas en bote.
Comprando a amerasiáticos a orfelinatos o a sus familias, o cortejándoles y pagando los costes de emigración que pocos podían pagar, estos vietnamitas encontraron un billete a Estados Unidos. Muchos amerasiáticos, quizás incluso una mayoría, emigró con parientes falsos, que a menudo los abandonaban al llegar a Estados Unidos.
Para cuando Estados Unidos cerró en 1994 el programa de re-asentamiento debido a los fraudes, habían llegado aquí 28.000 vietnamitas amerasiáticos. Pero el programa estaba fuertemente subfinanciado y los problemas había sido seriamente subestimados.
Muchos de ellos terminaron sin casa, con hambre, con inclinaciones suicidas o delinquiendo. Sólo un 2 por ciento encontraron a sus padres americanos, y no todas las reuniones fueron felices.
Algunos amerasiáticos han tenido éxito, como Louis Nguyen, que pasó por el inimaginable sacrificio de transformarse en cantante y exitoso agente inmobiliario en el condado de Orange. Pero muchos llevan vidas inseguras y marginales.
Dat Nguyen, ahora de Westminster, que vendido a los 19, en Vietnam, a una familia falsa por un velotaxi de segunda mano. Era analfabeto, hablaba apenas un poco de inglés y sufría de los efectos de la polio. Sólo encontraba trabajos temporales de salario mínimo. "A veces que quedaba sin dinero para comer", dice Dat Nguyen, 35. "Una vez comí sólo arroz todos los días durante varias semanas, sólo arroz, y de vez en cuando un perrito caliente.
"Algún día ayudaré a otra gente", dice, "porque sé cómo se siente estar solo y con miedo".
Otros amerasiáticos, con sus sueños sobre América despedazados, sufrieron graves trastornos emocionales.
Aunque han pasado 30 años desde el traumático fin de la guerra, no es demasiado tarde para dar un paso vital y atrasado para dar la bienvenida y proteger a los vietnamitas amerasiáticos. En 2003 el parlamentario Zoe Lofgren (demócrata de San José) introdujo la Ley de Naturalización Amerasiática, que daría la nacionalidad estadounidense a los que se acogieron a la Ley de Regreso. Aunque esta gente tiene padres americanos, no han recibido nunca las garantías y derechos de los ciudadanos estadounidenses.
Ciertamente la aprobación del proyecto ayudará a cicatrizar la peor herida: Como escribió Thanh Son Thi Nguyen en 1994 en su disertación para la Universidad de Pittsburgh sobre los inmigrantes amerasiáticos: "Todos sus sueños han desaparecido... A diferente de otros grupos de inmigrantes, quizás los amerasiáticos no podrán nunca decir desde lo más profundo de su corazón: ‘Soy americano'".

Trin Yarborough ha publicado ‘Surviving Twice: Amerasian Children of the Vietnam War' (Potomac Books Inc., Abril 2005).

6 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
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la verdad desnuda en india


[Rama Lakshmi] En televisión india, denuncias de acoso sexual reciben reproches, no elogios.
Nueva Delhi, India. En las últimas semanas un canal de televisión privado ha emitido borrosos metrajes de cámara oculta de políticos teniendo relaciones sexuales con prostitutas en cuartos de hotel, hombres santos hindúes abusando de sus fieles y actores de cine haciendo avances a una periodista encubierta y ofreciéndole a cambio papeles en películas.
La opinión pública india expresó indignación, no hacia las figuras públicas implicadas, sino hacia la televisión india, el canal advenedizo que los implicó.
Las estrellas de Bollywood, como se conoce a la industria filmográfica india, han denunciado los reportajes. También lo han hecho los reguladores del gobierno. Los diarios han calificado las denuncias del canal como "un punto bajo del periodismo" y "trampas televisadas", acusando a sus empleados de ser "mirones".
"Es la desesperación del periodismo televisivo enloquecido por los puntos de audiencia. No es periodismo de investigación, sino pornografía", dijo S. Prasannarajan, el editor adjunto del semanario India Today, en una entrevista. "La competencia no significa que tengas que hacer compromisos con la ética. Es un truco viejo que, en nombre de una denuncia de pornografía, te permites la misma sordidez".
El periodismo de tabloide no es nuevo en India. Hace cinco años, una operación de un sitio de noticias online llamado Tehelka atrapó a importantes políticos y oficiales del ejército aceptando sobornos de periodistas que se hacían pasar por empresarios. Fue ampliamente alabado como un periodismo de investigación realizado en nombre del interés público. Hoy, casi todos los canales de noticias en India utilizan cámaras ocultas para denunciar casos de corrupción.
Pero en una sociedad que sigue siendo más pacata que Estados Unidos o Europa, los medios de comunicación indios se han mostrado reluctantes a informar sobre las vidas privadas de los personajes públicos. En el país que dio al mundo el Kama Sutra, el antiguo manual para las relaciones carnales, se desalienta la expresión pública de afecto de las parejas. Las películas de Bollywood mostraron su primer beso en la pantalla hace sólo una década, y la televisión sigue estando estrictamente controlada.
El editor jefe de la televisión india, Rajat Sharma, dijo en una entrevista que no era una violación de la privacidad exponer asuntos como la corrupción política o el ofrecimiento de trabajo a cambio de sexo en Bollywood, una práctica conocida en el folclore del mundo del cine y del teatro como el diván de la audición.
"Si eres serio sobre la denuncia de ciertos males sociales, no hay otra opción que usar las operaciones periodísticas", dijo Sharma, que se hizo conocido hace diez años con un programa de parodia de un tribunal, donde se concentró obstinadamente en figuras públicas. "Todo el mundo sabía lo del diván de la audición en Bollywood, pero la industria filmográfica se negaba a aceptarlo. Solamente les mostramos un espejo".
Cuando una periodista que posaba como actriz emergente se reunió con el actor Shakti Kapoor, un avezado actor, le prometió en el metraje televisado que su secretaria la introduciría a productores y directores de cine. Pero había una condición.
"Vamos, no seas tímida", le dijo Kapoor -que a menudo representa roles de canalla en las películas- a la periodista en su débilmente iluminado cuarto de hotel en Bombay. "Quiero hacer el amor contigo".
Cuando ella dudó, él le dio a entender que era una práctica común y nombró a tres reinantes actrices de Bollywood que dijo que se habían acostado con directores de cine para llegar a la cima.
En una concurrida rueda de prensa al día siguiente de la transmisión, Kapoor se defendió: "Si una chica me invita a su cuarto, no me está llevando a rezar a un templo", dijo. "Después de todo, Dios me ha dado salud. Me funcionan todas las partes de mi cuerpo".
En otro episodio mostrado cuatro días antes de la revelación sobre Kapoor, la misma periodista se reunió con Aman Varma, un popular actor en telenovelas y en una concurso de canción que se parece al programa de la televisión norteamericana ‘Ídolo Americano' [la española Operación Triunfo].
Después de algunas bromas, en una de las cuales la mujer dice: "Espero que no seas malo", se le ve llevándola a su cuarto. De acuerdo a la televisión india, él entró al baño y ella aprovechó la oportunidad para abrir la puerta del apartamento, donde esperaba un equipo de televisión. Entraron a empujones y le pidieron un comentario.
"Esos son los hechos fundamentales de la vida. Eso es lo que hace la gente en este negocio", dice ante las cámaras un consternado Varma. "De cierto modo, estoy tratando de asustarla". Más tarde se lo ve derrumbándose y cayendo a los pies del productor.
Al día siguiente, algunas de las más grandes estrellas y directores de Bollywood manifestaron su apoyo a Varma y acusaron al canal de recurrir a trucos para hacer subir el puntaje de audiencia.
"Es un soltero de 32 años, y si lo seduce una chica, obviamente caerá en su trampa", dijo Salman Khan, un importante actor, en defensa de Varma. "En los 15 años de carrera en el cine, no he oído hablar nunca del diván de audición".
Otra estrella sugirió que quizás Varma había querido casarse con la periodista encubierta.
"El secreto de familia más grande de Bollywood está ahora bajo escrutinio público", dijo Mahesh Bhatt, un cineasta. "En lugar de pegarle al cartero, la industria debe enfrentarse a la verdad. Pero desafortunadamente es como vender espejos en el país de los ciegos".
La primera entrega de la serie de seis reportajes sexuales mostraron imágenes de tres hombres santos hindúes de una secta del estado de Gujarat teniendo sexo con devotas que se habían acercado a pedir consejo sobre problemas de infertilidad. El canal dijo que las mujeres eran inducidas por los hombres en estado de trance antes del acto.
El ministerio de Información y Radiodifusión ha criticado al canal por mostrar imágenes borrosas de políticos del estado de Bihar teniendo sexo con call girls que se dice fueron enviadas por hombres de negocios a cambio de favores políticos. El ministerio declaró que las imágenes "ofendían el buen gusto y la decencia" y "era obsceno y probablemente corromperá la moralidad pública y no era conveniente para su exhibición pública libre".
Sharma dijo que no le preocupaban las opiniones de sus colegas periodistas. Dijo que su misión era advertir a miles de jóvenes mujeres de pequeños pueblos en toda India que llegan a Bombay persiguiendo sus sueños en Bollywood.
Sharma dijo que estaba recibiendo mensajes con agradecimientos de esposas de estrellas de cine y directores. "Recibí varios mensajes en mi celular diciendo cosas como: "Gracias a India TV, mi marido vuelve a casa a tiempo", dijo.

19 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh

silencioso desastre de la pobreza


[John Micklethwait y Adrian Wooldridge] ¿Será 2005 el año en que la humanidad gane finalmente la guerra contra la miseria?
Este puede parecer un raro momento para plantear una pregunta semejante. El maremoto asiático ha destrozado vidas y demostrado el desmedido orgullo de la civilización humana. Mientras más sueña la humanidad con domar a sus antiguos demonios, más vuelven esos antiguos demonios a demostrar su poderío.
Sin embargo, incluso la nube más oscura puede tener un revestimiento de plata o, en este caso, de algodón. El maremoto que ha arruinado la vida de 5 millones de personas, podría eventualmente mejorar el destino de cien veces más personas. Pero sólo si Occidente está preparado para tomar decisiones difíciles -tales como permitir que los norteamericanos compren camisas, calzoncillos y sujetadores.
La conexión entre el maremoto, la pobreza mundial y las blusas más baratas en su centro comercial local puede no ser obvia. Pero empiece con un principio simple: La enorme demostración de simpatía por las víctimas del maremoto y los 4 billones de dólares prometidos hasta el momento en todo el mundo serían más útiles si pudieran extenderse más allá de aliviar la pobreza a corto término causada por un desastre natural en una sostenida batalla para erradicar el azote de la pobreza. Mil millones de personas en este planeta viven con más o menos un dólar al día, y se espera en promedio que mueran unos 30 años antes que el resto de nosotros.
Hablando históricamente, los augurios de éxito no son buenos. Peores desastres, como el terremoto de Tangshan en 1976 (que mató a 655.000 personas en China) y la guerra del Congo (3 millones), no cambiaron demasiado. Ya hay temores de que los gobiernos paguen sus compromisos cortando los presupuestos de ayuda en otros lugares.
Sin embargo, todavía hay motivos para tener esperanzas.
El maremoto coincide con el intento de colocar la pobreza mundial en el centro de un programa global en 2005. En julio, Tony Blair será el anfitrión de una cumbre de los países industrializados del G-8 sobre la reducción de la pobreza, particularmente en África. En septiembre, Naciones Unidas realizará una cumbre especial para revisar los avances en sus algo optimistas metas de Desarrollo del Milenio, que incluyen la erradicación de la pobreza extrema y el hambre y la introducción de la enseñanza básica universal para 2015.
Más importante, hay signos de que los países convocados han aprendido algo de sus errores del pasado.
Después de insuflar billones de dólares en grandes proyectos de infraestructura, el Banco Mundial sabe mejor cómo reducir la pobreza: invirtiendo en la educación primaria (especialmente para niñas), proporcionando mejor acceso al agua, eliminando la malaria, etcétera. La tecnología también está ayudando: El número de gente que sufre de polio, por ejemplo, ha encogido de 350.000 individuos hace 15 años a apenas 800 hoy, gracias mejores vacunas.
Fuera de África y del mundo árabe han habido señales de que los países en desarrollo también han aprendido de sus errores. Al abrir sus economías, India y China han sacado de la pobreza a millones de sus gentes. En 2004, los países en desarrollo crecieron en un 6.1 por ciento (con China e India creciendo en 8.8 y 6 por ciento respectivamente).
¿Pero cómo el Occidente ayudar mejor? No hay nada más correcto que la gente responda ante los desastres naturales con ayuda directa, pero la ayuda directa tiene antecedentes desiguales cuando se trata de la tarea mayor de aliviar la pobreza estructural.
Demasiado a menudo la ayuda termina en las cuentas bancarias de dictadores africanos o proyectos construidos para complacer a los donantes. Eso explica, en parte, por qué gastó el mundo, entre 1970 y 1999, 100 billones de dólares en ayuda al África sub-sahariana, de acuerdo al Banco Mundial, sólo para presenciar una caída en producto nacional bruto real per cápita en toda la región. Al final, no hay substitutos para fortalecer las economías de los países pobres. Con los más pobres, la condonación de la deuda externa sería una ayuda, pero el principal foco debería ser el comercio.
Aquí es donde entran en escena las camisas. Junto a productos alimenticios, los textiles son una de las mejores industrias para el mundo en desarrollo; constituyen la mitad de las exportaciones de Sri Lanka, por ejemplo. Pero como la agricultura, deben pagar pesados aranceles en los países occidentales. Eso conviene a los trabajadores textiles y a la Hacienda estadounidenses (que recogen varios billones de dólares al año por concepto de aranceles). Pero contribuye a mantener países como Sri Lanka estancado en la pobreza.
En 2001, una reunión de los ministros de comercio en Doha, Qatar, condujo a un nuevo empuje para liberalizar el comercio en productos agrícola, textiles y servicios para fines de 2004. Ahora habrá que tener suerte para que se termine en 2006. Según las cuentas del Banco Mundial, incluso una versión limitada del plan de Doha podría dar un empuje a la ingreso global en entre 290 y 520 billones de dólares al año (más de la mitad de los beneficios irían a parar a los países pobres) y sacar a 144 millones de personas de la pobreza para 2015.
Si quiere ayudar a los pobres, de dinero, por favor. Pero también de a los pobres acceso a los mercados occidentales.

John Micklethwait y Adrian Wooldridge trabajan para el Economist. Son los co-autores de ‘The Right Nation: Conservative Power in America' [Un País de Derechas: el Poder de los Conservadores en Estados Unidos] (Penguin, 2004).

10 de enero de 2005
15 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

pol pot, asesino con sonrisa


[William T. Vollmann] Una nueva revisión de la sangrienta y espantosa dictadura comunista de Camboya.
Recuerdo la primera vez que vi los campos de la muerte en Choeng Ek: pozos de agua de lluvia, restos de ropas y fragmentos de huesos dispersos en la tierra. En una fosa común nadaban gordas y feas ranas. Un niño las estaba cazando; su familia se las comería. Cuando trato de entender el sufrimiento de Camboya, esa vista -para mí repulsiva, presumiblemente normal para el niño- me hace recordar igualmente la presencia de los asesinados y de los tristes expedientes de los vivos. Pot Pot y su régimen habían sido expulsados por los vietnamitas decenas de años antes, pero su influencia se hacía sentir en todas partes. Durante esa primera visita, en 1991, uno podía estar en medio del más ancho boulevard de Phnom Penh en la noche y contar las estrellas. La electricidad era el ruidoso, débil y temporal producto de generadores. En lugar de los gases de los vehículos de unos años más tarde, uno olía a madera de sándalo. Todo parecía tan destruido como los huesos de Choeung Ek. ¿No era todo una sola cosa? Obviamente, era culpa de los Khmer Rouge que los niños cazaran su comida en fosas comunes.
Hay dos modos de distorsionar la continuada presencia de la atrocidad en Camboya. Uno es detenerse en las víctimas. Short, un periodista británico que escribió antes una bien considerada biografía de Mao, tiende a concentrarse en los perpetradores. En lugar del niño de Choeung Ek, nos llama la atención sobre una mujer llamada Khoun Sophal, cuyo marido, un ministro de gobierno, se había echado una amante de 16 años. Su contramedida: tres litros de ácido nítrico. "Cientos de adolescentes camboyanas quedan con sus rostros desfigurados y en muchos casos ciegas debido a ataques con ácido de parte de esposas de hombres ricos", escribe Short. "El paralelo con las atrocidades de los Khmer Rouge es asombroso. Un modo de entender por qué los comunistas camboyanos actuaron como lo hicieron es entrar en la mente de una mujer bien educada e inteligente" como Khoun Sophal.
Este incidente de 1999 evidentemente obsesiona a Short tanto como a mí la visión de ese niño cazando ranas. En su epílogo, que afirma bruscamente: "El actual gobierno camboyano está podrido", menciona la hermandad de Khoun Sophal como ejemplo de "una cultura de la impunidad... En tales circunstancias, juzgar a los líderes Khmer Rouge sobrevivientes por sus crímenes pasados ofrece una excusa para no hacer nada sobre los crímenes actuales".
En otras palabras, parece decir, lo que hizo Pot Pot estuvo difícilmente más allá de lo que es normal en Camboya. "Cada una de las atrocidades que cometieron los Khmer Rouge, y muchas que no cometieron, pueden verse descritas en los frisos de piedra de Angkor... o en épocas más recientes, en la conducta de los issaraks", los insurgentes anti-franceses que arrojaron esas cabezas en las charcas en 1949.
Obviamente, si uno acepta o no esta interpretación de la historia camboyana influye en cómo ve uno a Pol Pot.
¿Y quién era Pol Pot? En 1996 le pregunté a un Khmer Rouge desertor y, a través de un intérprete, me respondió: "No sabe. Pol Pot es simplemente otra palabra para Khmer Rouge. Quizás no es una persona. Pero si es una persona, Pol Pot lleva siempre uniforme negro, y una cinta roja en la cabeza y zapatos de goma. Pero nunca lo ve".
Nadie lo había visto; todos habían oído su nombre. "En la época de Pol Pot", dice la gente, y la historia que seguía era siempre horripilante. Una mujer a la que yo quería me dijo que había tenido que mirar cómo aplastaban las cabezas de sus familiares uno por uno; si hubiese llorado, la habrían matado a ella también. Ella acusaba a Pol Pot. Varios habitantes de los barrios bajos camboyanos y traficantes tailandeses en maderas duras aserradas ilegalmente, lo admiraban; la mayoría lo aborrecía. Su hermano Loth Suong me dijo que Pol Pot había sido un niño amable. Ya no se consideraba él mismo pariente de Pol Pot. Hasta hace poco, nadie sabía si todavía estaba vivo. (Murió para siempre en 1998, a los 73). Una podría llamarlo el Osama bin Laden de su época; pero era más invisible para nosotros que el otro cuco. En la excelente biografía de David P. Chandler, ‘Brother Number One' (1992), hay una espeluznante fotografía de Pol Pot aplaudiendo y sonriendo ante una multitud. ¿Qué sabemos de él, excepto que sonríe? ¡Ah, esa sonrisa suya! Short cita a su matón, Ieng Sary: "Su cara era siempre afable... Mucha gente la entendía mal: podía sonreír su ecuánime sonrisa, y luego se los llevaban para ejecutarlos".
El libro de Short es más amplio que el de Chandler, y sus notas al pie de página contienen evidencias de una impresionante diversidad de fuentes, para no mencionar las consideraciones reflexivas e interesantes anécdotas. Su texto centellea con sagaces y plausibles inferencias y conforma una convincente narrativa. Por ejemplo, sobre el raro, y sin embargo, en retrospectiva, espectáculo perfectamente natural del joven Saloth Sar, que todavía no era Pol Pot, alabando a Buda como el primer campeón de la democracia, Short comenta: "Como su elección del seudónimo Khmer Daeum, sugiere un deseo consciente de identificarse a sí mismo con un punto de vista auténticamente camboyano antes que con las importadas ideas occidentales". Si no logramos entender ese deseo, la xenofobia anti-vietnamita de Pol Pot y su expulsión de las poblaciones urbanas no tendrán nunca ningún sentido.
Si esta biografía fuera una novela, yo aplicaría la palabra ‘verosímil' a gran parte de ella, ya que el Pol Pot de Short posee una detallada realidad cada vez que aparece. ¿Debería ser de otro modo? Sabemos más de él que cuando apareció ‘Brother Number One'. Short tuvo la suerte de contar con la innovadora entrevista de Nate Thayer con el viejo asesino, para no mencionar los testimonios de testigos oculares de su rematrimonio, muerte y cremación. Su relato de las últimas dos décadas de Pol Pot es de excepcional interés.
Pero mi reserva de que Pol Pot es retratado vívidamente toda vez que aparece sigue siendo desafortunadamente necesaria. No me habría gustado cortar nada de sus resúmenes de varias páginas de las políticas realistas camboyanas domésticas e internacionales, la realpolitik nixoniana durante la Guerra de Vietnam o las políticas de Camboya de posguerra. Pero a uno le habría gustado más que el o los párrafos demasiado ocasionales en los que Pol Pot participa directamente. "En septiembre de 1994", escribe Short, "este afable anciano que chocheaba con su pequeña hija, ordenó la ejecución de tres jóvenes mochileros"; esos detalles nos hacen conocer al monstruo, pero no hay muchos. Nuestro protagonista recibe su cuota de biografía en la juventud y vejez, y fugazmente durante sus tres años como el déspota gobernante de Kampuchea Democrática. Pero durante las dos cruciales décadas entre mediados de los años cincuenta y su entrada secreta en un subyugado Phom Penh, sigue siendo "otra palabra para Khmer Rouge. Quizás ni siquiera una persona".
¿Puede haber sido porque Pol Pot se identificó a sí mismo tan completamente con su revolución que no había para nosotros nada que saber de él? La biografía de Stalin, de Isaac Deutscher, y la de Hitler, de Alan Bullock, se las ingenian para "hacer vivir" a los tiranos cuyas vidas personales eran banales. Quizás el problema es que Pol Pot era un mediocre en casi todo: un estudiante técnico fracasado, un jefe militar sin inspiración que sacrificaba la vida de sus tropas en ofensivas malamente planeadas e ignoraba las necesidades urgentes, un gobernante descaminado. En suma, Pol Pot no nos llamaría la atención si no fuera por el hecho de que murieron millones de personas gracias a su crueldad e incompetencia. En ‘Brother Number One', Chandler confiesa la derrota al principio: "Fui capaz de construir una imagen consistente, pero más bien bi-dimensional... Es difícil analizarlo como persona".
¿Cuando Short no habla de Pol Pot, de qué habla? Primero, y lo más importante, nos ofrece un resumen altamente legible de medio siglo de historia camboyana. Su caracterización del Príncipe Sihanouk, el hombre para quien se inventó la palabra ‘mercurial', es vívida y a veces basada en observaciones personales. El autor es excelente a la hora de acuñar substanciosos resúmenes de motivos políticos que suenan humanamente verdaderos. Por ejemplo, poco después de la Segunda Guerra Mundial "los camboyanos acogieron el marxismo no por sus análisis teóricos, sino para aprender cómo deshacerse de los franceses y transformar la sociedad feudal que el colonialismo había dejado en gran parte intacta". En realidad, en mis propias entrevistas con Khmer Rouge me ha asombrado que pocos de entre ellos sabían algo sobre Marx. Short tiene razón: más de lo que nos gustaría pensar, el movimiento Khmer era un movimiento nativo. La mayoría de nosotros creemos lo peor de los Khmer Rouge, pero Short no siempre nos deja. Se esfuerza laboriosamente para mostrar que entre 1970, cuando Sihanouk fue derrotado por el títere norteamericano de Lon Nol, y 1972, cuando Pol Pot exigió que se acelerara la revolución, los Khmer Rouge no sólo respetaron la autonomía de la mayoría de los campesinos bajo su control, sino además les hicieron gentilezas como enviar ayuda para las cosechas.
Muestra especial habilidad en transmitirnos el gradual endurecimiento de la revolución. Aquí difería de su análogo ruso, donde, como dijo célebremente Trotsky, "algo estalló en el corazón de la revolución" después del intento de asesinato de Lenin en 1918. En Camboya no parece haber un evento desencadenante. Una de las primeras redadas de los Khmer Rouge, que ocurrió un año antes de que conquistaran Phnom Penh, cogió a sus propios compatriotas comunistas que habían vivido temporalmente en Vietnam. Se construyó un campo de detención para estas víctimas "de cuerpos khmer y mentes vietnamitas", la mayoría de las cuales fueron liquidadas en un período de varios años. Entretanto, los extranjeros en la ‘zona liberada' habían empezado a ser tratados como espías, y los campesinos estaban matando a los educados, aunque esta no era todavía la política estipulada de Pol Pot. Estos son los acontecimientos, para los que Chandler no tuvo espacio en su biografía para hacerles justicia, que Short narra con claridad y objetividad, subrayando coincidentemente su tesis de la normalidad de las atrocidades camboyanas como notas al pie de página de los frisos de piedra de Angkor. Entretanto, explicando su base racional, hace menos aberrantes los crímenes de Pol Pot, menos simplemente sádicos. Por ejemplo, esta es la directriz del Hermano Número Uno sobre los rebeldes cham (que no les gustaba que se les ordenara abandonar sus distinciones culturales): "Los jefes deben ser torturados cruelmente para obtener una imagen completa de su organización".
Short tiene mucho que decir de valioso sobre la organización de la vida rural en Camboya y cómo ella a veces se mostraba en, y a veces derrotaba, las expectativas de Pol Pot. Es igualmente hábil en explicar la estrategia mayor de los Khmer Rouge, que oscilaba entre Vietnam y China, manteniendo al mismo tiempo al Príncipe Sihanouk como una improbable testaferro. Trata razonablemente la progresiva desestabilización de Camboya causada por los americanos y los vietnamitas del Norte en los años setenta, una historia contada mejor por primera vez por William Shawcross en ‘Sideshow: Kissinger, Nixon and the Destruction of Cambodia'. Short rechaza la opinión de Shawcross de que la radicalización de los Khmer Rouge hacia la crueldad tuvo mucho que ver con la carnicería y el terror causado por la campaña secreta de bombardeos norteamericanos. Prefiere creer que Pol Pot y los de su calaña habrían actuado de manera salvaje de todos modos. También lo creo yo.
A veces, los resúmenes de Short de los motivos decaen en juicios rápidos. En un momento, afirma que los Khmer Rouge mataban a los soldados capturados del ejército sin piedad porque "en las culturas confucianas de China y Vietnam, los hombres son... siempre capaces de ser reformados", por ejemplo en buenos comunistas; "en la cultura khmer, no pueden reformarse". Pero 40 páginas antes, mientras explica que hizo de la revolución camboyana una revolución comunista diferente de todas las demás, Short invoca al budismo de theravada para llegar a lo siguiente: "La idea de que debía forjarse una ‘conciencia proletaria', independiente del origen de clase o condición económica, se transformó en el pilar fundamental del comunismo khmer". Si hubiese sido realmente un "pilar fundamental", los prisioneros realistas habrían sido indoctrinados antes que exterminados.
Hay muchos de estos momentos preconcebidos, como cuando Short nos informa de las vidas paralelas que viven supuestamente los camboyanos, una anclada en la razón y la otra "atascada en la superstición", o declara con mucha labia que "los camboyanos afirman su identidad por medio de dicotomías: se oponen a lo que no son". Hay un tufillo a desmedido orgullo en estas categorizaciones. En lo que a mí concierne, pueden ser verdad, pero ¿dónde están las pruebas? Y cuando se trata de los tres infernales años del gobierno de Pol Pot, ofrece como una de las razones para crear "un país de esclavos, el primero de la época moderna", la siguiente desagradable aseveración: "Pol... se enfrentó a un problema genuino pero insuperable, que había derrotado a los franceses, a Sihanouk, y a todos los gobiernos camboyanos desde entonces. El problema era cómo hacer que los khmers trabajaran. Plantearlo en estos términos hará ponerse los pelos de punta a algunos. Pero el tema es demasiado importante como para dejarlo de lado con perogrulladas reconfortantes". Short no dice exactamente que la holgazanería es un rasgo nacional camboyano, pero está cerca de hacerlo.
Yo creo que los camboyanos trabajan frecuentemente a un ritmo más lento, y con menos ambiciones materiales, que muchos americanos, alemanes y japoneses -pero nunca caracterizaría esto como un fenómeno exclusivamente camboyano; y tendría como responsables al clima, a la malaria y a los parásitos intestinales. Cuando voy a, digamos, Burma, como menos y menos; me debilito; la languidez disminuye mi voluntad, y aumenta mi paciencia; luego empieza la fiebre o la diarrea. Short mismo menciona los debilitantes ataques de malaria de Pol Pot. La racionalización del libro del programa de trabajos forzados de los Khmer Rouge, no importa lo limitada, me intranquiliza. Más específicamente, me hace considerar aprehensivamente la casi ecuación de Short de las atrocidades de los Khmer Rouge con los ataques con ácido realizados por esposas celosas de edad mediana. No estoy enteramente en desacuerdo, pero temo que con ellos los crímenes de Pol Pot sean trivializados.
Lo más probable es que las obstinadas peculiaridades de Short son intentos bien intencionados de agregar matices a nuestra condena de Pol Pot. ¿Cometió genocidio? Short argumenta persuasivamente que no lo hizo. Sus crímenes contra la humanidad fueron realizados con el propósito de esclavizar, no de exterminar. ¿Y así qué? Como escribe Short: "La conducta del Ejército norteamericano en Iraq (como antes en Vietnam) apenas alarga el catálogo de inhumanidades perpetradas en nombre de ideales democráticos. Estados Unidos, cuya alergia a la justicia supranacional está tan altamente desarrollada que la rechaza de plano para los ciudadanos estadounidenses" afirma que "los tribunales internacionales deberían limitarse a crímenes excepcionales, tales como el genocidio, y no se debería permitir que abarcaran otras áreas donde la acción de gobiernos ‘normales' pudiera ser objeto de escrutinio". En la secuela de My Lai y Abu Ghraib, este punto está bien expuesto. Short no es un propagandista de los Khmer Rouge, sino un investigador honesto que trata, aunque ocasionalmente con demasiado celo, de mantener todo en perspectiva.
Sin duda alguna gente se sentirá ofendida por este libro, no sólo por sus indiscreciones, sino también por su mesura. ¿No era Pol Pot simple y puramente un monstruo? ¡Cómo se atreve Short a implicar otra cosa! Esta actitud, aunque comprensible, obstaculiza nuestra comprensión de la realidad. La verdad es que incluso ahora puedes encontrar gente pobre en Camboya que -sin importarles que perdieron a familiares durante la era de Pol Pot- desea el retorno de los Khmer Rouge.

William T. Vollmann ha publicado recientemente 'Rising Up and Rising Down'. Su nuevo libro de narrativas, 'Europe Central', será publicado en abril.

27 de febrero de 2005
©new york times
©traducción mQh

¿está loco kim jong il?


[Bradley K. Martin] ¿Están locos los norcoreanos? ¿Es su presidente un chiflado clínico?
Estas preguntas se hacen particularmente importantes durante crisis en las aisladas relaciones del país con el mundo exterior. La semana pasada Pyongyang gatilló la última de estas crisis al anunciar que poseía armas nucleares y que no volvería a la mesa de negociaciones sobre Washington, Pekín, Seúl, Tokio y Moscú.
Los extranjeros han debatido el tema de la sanidad mental y racionalidad de los norcoreanos de a pie desde que se hizo evidente que el equipo padre-hijo de Kim Il Sung y Kim Jong Il le había lavado el cerebro a casi toda la población.
Durante mi primera visita a Corea del Norte en 1979, la gente soltaba robóticamente lemas memorizados en respuesta a mis preguntas. También mostraban muchos la amabilidad que los estadounidenses están acostumbrados a ver en miembros de grupos de verdaderos creyentes. No pude evitar trazar paralelos con la secta del Templo del Pueblo del reverendo Jim Jones, de la que casi 1.000 miembros se suicidaron colectivamente en Jonestown, Guyana, en 1978.
En marzo 1993, durante la primera crisis sobre las armas nucleares, Kim Jong Il colocó al país en pie de ‘semi-guerra' y realizó un mitin en Pyongyang. Los soldados se raparon como preparación para la guerra. Cantaban sollozando: "Aunque el mundo se vuelque cien veces, la gente todavía cree en el Jefe Kim Jong Il".
Uno de esos soldados se fugó más tarde a Corea del Sur. Dijo que los norcoreanos creían que si estallaba una guerra entre Estados Unidos y Corea del Sur, "todos morirían -en el Norte y en el Sur". Sin embargo, dijo -repitiendo lo que había oído de otros desertores- la gente quería ir a la guerra y terminarla pronto. Pensaban que no tenían nada que perder. "O se muere de hambre o en la guerra".
La histeria popular alcanzó un clímax en los años noventa y probablemente ha disminuido algo. Los norcoreanos que no murieron como resultado de la escasez de alimentos concentraron sus esfuerzos en nuevas estrategias de supervivencia, tales como el comercio y el mundo empresarial. Sin embargo, no hubo ninguna disminución del incesante adoctrinamiento que enseña a la gente a culpar de sus problemas no a sus gobernantes sino a Estados Unidos, Japón y Corea del Sur.
En la medida en que la propaganda más efectiva del mundo continúa produciendo obediencia fanática entre los jóvenes, la población norcoreana -especialmente los militares, con más de un 1 millón de tropas- sigue siendo un arma levantada. Si la gente alguna vez obedece una orden recibida desde arriba y se marcha a pelear hasta la muerte, el resultado sería probablemente una de las guerras más sangrientas de la historia.
La pregunta clave tiene que ver, entonces, con el líder que tiene el dedo en el gatillo: ¿Es Kim Jong Il un demente?
Yo no soy médico, pero mi corta respuesta, basada en que lo he estudiado durante años, es que no lo es. Aunque Kim es un déspota, insensible y a veces violento, no es un maníaco genocida de la escuela de Hitler.
Kim toma decisiones racionales para mantenerse en el poder. En 1993 la hambruna obligó a sus súbditos a romper muchas leyes para sobrevivir. En lugar de reprimirlos, instruyó a los funcionarios de seguridad a ser indulgentes y "evitar crear enemigos internos".
Con esa sola decisión quizás revertió un proceso que podría haber causado revueltas populares y el colapso del régimen.
Hay un montón de extrañezas por explicar. Kim fue el niño mimado como el primogénito del dictador, y algunas de sus conductas publicitadas como adulto han sido extremadamente extrañas. Por ejemplo, hizo secuestrar a un director de cine y a su esposa actriz surcoreanos para involucrarlos en un proyecto para mejorar el cine norcoreano.
Una anécdota del ejército norcoreano cuenta que Kim, durante la primera crisis nuclear, juró a su padre que prefería "destruir el planeta" antes que perder una guerra. Causó la impresión de que está suficientemente loco como para provocar un Armagedón nuclear.
El argumento contrario es que la difusión de esa imagen de miedo tiene por intención animar a sus súbditos a luchar al mismo tiempo que obliga a sus enemigos a tratar de apaciguarlo. En esto, Kim es más zorro que loco.
Parece probable que Pyongyang es serio en cuanto al desarrollo y anuncio de su capacidad en armas nucleares para disuadir a agresores.
Kim está apostando alto. Claramente, tiene miedo no sólo por el futuro de su régimen, sino de perder su propia vida. La revista Newsweek citó a un visitante no identificado del extranjero que dice que Kim lamenta que las fuerzas convencionales norcoreanos sean anticuadas e inadecuadas. Sin armas nucleares, el actual Gran Timonel cree que él podría ser atacado personalmente.
Llámenle paranoia, pero es suficientemente racional, considerando la cantidad de gente en posiciones altas en Washington a la que le gustaría verlo muerto.

17 de febrero de 2005
©los angeles times
©traducción mQh