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cocina

el mesón de la señora gorda


[Jane Perlez] En el sendero de Orwell.
George Orwell, que esbozó memorablemente la dura realidad de vivir de pan y sopa aguada en París en los años treinta, parece difícilmente el guía indicado de comidas exóticas en los trópicos. Sin embargo, en su clásica novela ‘La marca' [Burmese Days], Orwell crea una vibrante escena de su héroe y heroína paseándose entre los puestos del mercado llenos de pomelos maduros del tamaño de lunas verdes, bananas rojas, pescado ahumado, chiles carmesíes, patos curados como jamones, larvas de escarabajo rinoceronte, nueces de areca en forma de corazón, y "cestas de gambas del color de hierba de la mula del tamaño de langostas".
La lista completa es tan extravagante y tentadora que, para mí, hizo las veces de una especie de mapa culinario mental durante un viaje reciente a través de Burma, llamada ahora Myanmar por el gobierno autoritario. Myanmar ha cambiado muchísimo desde que Orwell trabajara allí como agente de policía en los años veinte, pero debido al aislamiento del resto del mundo impuesto por el gobierno (el país tiene pocos alimentos procesados y la comida importada es rara en el campo), los burmeses todavía viven de la agricultura y de su abundancia en verduras, frutas, peces y especias.
Antes incluso de que cruzar hacia Myanmar desde China, tuve un adelanto de las delicias que me esperaban. En Ruili, el bullente centro comercial de la provincia de Yunnan que sirve como el puerto de entrada de artículos chinos baratos en Myanmar, un comerciante burmés nos invitó, a mi guía y a mí, a un almuerzo de varios platos -un pollo negro entero al vapor, pequeños pescaditos asados, que se comen enteros de cabeza a cola, hojas de frijoles con ajo y, lo más extraño, semillas de amapola con requesón de soja. Cilantro picado salpicado encima agregaba un poco de pimienta -y color- a las suaves semillas que habían sido batidas con el requesón hasta adquirir la consistencia de una papilla ensopada.
Los funcionarios de inmigración no permiten que los viajeros extranjeros permanezcan en Mu Se, el primer pueblo burmés tras cruzar la frontera. Así que seguimos por el viejo Camino de Burma -la arteria que usaron los norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial para contener a los japoneses- hacia el pueblo de Kutkai, luego a Lashio y a Hsipaw, una ciudad con un buen mercado y un hospitalario hostal, una parada favorita de los turistas.
Sin embargo, nuestro destino era un somnoliento punto en el mapa, el pueblo de Ohnoma, a unas dos horas al sur de Hsipaw. Ohnoma era un importante destino de nuestro viaje de diez días. Allí se encuentra un restaurante de camioneros conocido cariñosamente como la Casa de la Señora Gorda [Fatty Lady's Place] -el nombre oficial del establecimiento de cinco mesas es Napi-, que yo recordaba con gran ternura de un viaje anterior hace varios años. Entonces había comido allí fastuosamente: un pescado recién capturado, en especial, y cocinado de varias maneras, fue memorable. Lo mismo fue la invitación a entrar en la cocina a observar la cocina rápida al estilo de Burma. También recordaba el ansioso apetito de los conductores que aparcaban fuera sus enormes remolques.
Esta vez tampoco me decepcionó. Metida en la planta baja de una casa de dos pisos que lucía enormes anuncios de unos cigarrillos londinenses, Ma Aye Shwe -dueña, cocinera y de grandes proporciones- estaba todavía allí, limpiando los agrios pescados, verduras y salsas en menos de veinte minutos encima de un cocinilla de leña. La cocina burmesa oscila entre las influencias de India, con su tradición de curry, y de Tailandia y sus sabores de albahaca, limoncillo y cilantro con una pocas rarezas dejadas por los británicos. En la Señora Gorda recibes comida derechamente burmesa, con una ligera inclinación hacia el lado tailandés de las cosas.
Tan pronto como llegamos, cansados y empolvados, para un tardío almuerzo a las 4:30, Ma Aye Shwe pidió a una de sus sobrinas -tres de ellas trabajaban como sus ayudantes- sacar un enorme bagre de un metro de largo del estanque justo al otro lado de la ventana de la cocina. Lo hicieron rápidamente, cogiendo al pez con la mano y dándole un golpazo para matarlo y luego limpiándolo y cortándolo en trozos de una pulgada. La sobrina espolvoreó los trozos con algo de sal, algunos pedazos de jenjibre, y los arrojó en una sartén con manteca hirviendo. Iba a ser nuestro pescado frito.
En un segundo wok , la cocinera frió, revolviendo, algo de ajo, jenjibre y rodajas de tomate, agregó algo de agua, los trozos de bagre, un enorme ramillete de hojas de albahaca y cubrió el todo durante quince minutos, avivando las llamas con rápidos movimientos de un abanico de junco. Una segunda sobrina preparaba un pollo frito con brotes de bambú. Para el plato de verduras, nuestra anfitriona echó tomates y ajo con trozos de coliflor y sus hojas (sobras de los días británicos) en un wok, durante cinco minutos. Como guarnición de todo había trozos de una picante salsa amarilla: mostaza seca, ajo, jenjibre, chiles y cebollas cocidas con los verdes tallos de la planta de mostaza. Para el bagre frito, teníamos una salsa de tomate, ajo, chile verde, vinagre y caña de azúcar.
La comida fue servida en grandes platos de porcelana blanca colocados en el centro de nuestra mesa de madera redonda, junto con un enorme cuenco de arroz blanco. No había pensado en encontrar aquí ninguna de las delicias de los puestos del mercado de Orwell. Pero obtuve lo que quería: que me invitaran a la pequeña cocina (dos bancos, un par de tablas de cocina y afilados cuchillos, dos pequeños tubos fluorescentes arriba) y una apetitosa comida directamente de la sartén, todo por unos siete kyat, el equivalente de un dólar por persona.
Durante el resto del viaje comimos en varias cocinerías al borde del camino, que ofrecían poco familiares combinaciones de sabores. Las amarillas flores de papaya sofritas en ajo parecían una variación de la clásica ensalada de papaya. Las ranas cocinadas con un surtido de hojas amargas, y hojas de anacardo estofadas con rodajas de pepino crudo, daban una muestra de la veta picante de la cocina burmesa. Rara vez gasté más de diez kyat por comida. La mayor parte de las veces mi guía me ayudó en los pedidos, aunque con sonrisas y ademanes que podría haber hecho yo mismo.
En el balneario de Ngapali en la costa occidental, encontré la ruta hacia Best Friends, un sencillo restaurante acurrucado entre una hilera de pequeñas cocinerías que sirven especialmente a turistas. Me instalé en una mesa en la cubierta, donde algunas mesas eran ocupadas por alemanes y franceses. Saboreé la ensalada de aguacate más deliciosa del planeta, y pedí la receta. Resultó ser de lo más elemental: aguacates cortados en pedacitos, rodajas de cebollas y cubos de chalotes y tomates, mezclados con un poco de azúcar, vinagre, aceite y un poquito de salsa de pescado. El todo salpicado de cilantro. Lo que hacía la diferencia era el exuberante aguacate directamente de la huerta.
En Ngapali, donde el Océano Indio besa la playa, esperaba deleitarme con gambas del tamaño de langostas, como recordaba de las páginas de ‘La marca'. Después de todo, había visto pomelos, bananas rojas, pilas de pescado ahumado, cocos verdes y raros bichos en casi todos los mercados. Las hojas de nuez de areca en forma de corazón, tal como las había descrito Orwell, eran abundantes en los ubicuos puestos que sirven las hojas de areca con un trozo de la dura nuez con unas gotas de lima.
Pero las gambas me eludirían en los mercados de la playa de Ngapali. Las divisé brevemente -brillando en sus cáscaras translúcidas en los mesones de acero de una fábrica exportadora- cuando eran pesadas para ser empaquetadas y enviadas por carga aérea al Japón.
Para mejor o peor, este, desde los días de Orwell, era un signo de modernidad.

15 de marzo de 2007
11 de marzo de 2007
©new york times
©traducción mQh
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murió marjabelle young stewart


A los 82. Máxima autoridad de las buenas maneras, escribió más de veinte libros.
Murió Marjabelle Young Stewart, una autoridad en buenas maneras que escribió más de veinte libros y dirigía los imperios de la etiqueta infantil de White Gloves y Blue Blazers. Tenía 82 años.
Stewart, también famosa por su listado anual de ciudades con las mejores maneras que empezó a publicar en 1977, murió el 3 de marzo de neumonía en una casa de reposo en Kewanee, Illinois, según informó su hija, Jacqueline Ramont.
La carrera de Stewart la llevó a la Casa Blanca a enseñar buenas maneras a las hijas de los presidentes Johnson y Nixon y más tarde se convirtió en una invitada permanente de los programas de conversación en televisión. Pero sus primeros años no fueron para nada aristocráticos.
"Fue una mujer que se hizo a sí misma", dijo Ramont. "Siempre decía que con un buen apretón de manos y buenas maneras de mesa podías abrir cualquier puerta".
Stewart, la segunda de cuatro hermanas, nació en Council Bluffs, Iowa, hija de Marie y Clarence Cullen Bryant. Su padre era biznieto del poeta William Cullen Bryant. La pareja se divorció cuando las niñas eran jóvenes y fueron entregadas a un orfelinato local llamado Children's Square, donde murió una de ellas.
"Sólo hace poco he logrado superar ese período", dijo Stewart a un entrevistador del Times en 1987 recordando su infancia. "Era una vieja historia de la que me tenía que deshacer".
Pero aunque hablaba a menudo de los rigores de la educación en el orfelinato, Stewart también alababa la formación que recibió allí, que incluía su conocimiento de la etiqueta, contó su nieta Erin Marjabelle Albert.
Después de reunirse con su madre, Stewart vivió en una granja de Iowa y terminó la secundaria en Council Bluffs. En 1941, a los 17, se casó con el científico Jack Davidson Young y se trasladó con él a Washington D.C., donde trabajó en un arsenal naval antes de que fuera reclutada para un trabajo de modelaje. Pronto se convirtió en una de las modelos más solicitadas de Washington y fundó una agencia de modelos con otras dos amigas.
Su trabajo como modelo puso a Stewart en contacto con la alta sociedad de Washington. Conoció al difunto columnista humorístico Art Buchwald, que la convenció de colaborar con su esposa en un libro liviano sobre etiqueta. El resultado, ‘White Gloves and Party Manners' se convirtió inesperadamente en un éxito de ventas. Stewart colaboró en otros dos libros con Ann Buchwald antes de empezar a escribir libros por su propia cuenta.
Stewart y Young se divorciaron y en 1962 se volvió a casar, con el abogado William E. Stewart y se mudó con él a Kewanee.
Impresionado por el éxito de los libros de su esposa, él y varios de sus amigos fundaron una empresa basada en las técnicas de enseñanza de la etiqueta que Stewart había estado enseñando en clases a profesionales y estudiantes universitarios.
Los resultados fueron las clases de etiqueta para niños,'White Gloves for girls and Blue Blazers for boys' [Guantes Blancos para niñas, Chaqueta Azul para niños].
Los cursos de etiqueta se ofrecieron finalmente en cadenas de grandes almacenes en ochocientas ciudades en todo el país, incluyendo Bullock en el sur de California.
La sobreviven su marido, dos hijos, tres nietos y un biznieto.

10 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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el chef como héroe


[Leslie Brenner] A los pies de los Pirineos, Stéphane Carrade busca la grandeza en la simplicidad.
"La gastronomía molecular no existe". Eso declara Stéphane Carrade, el chef y propietario de 38 años del Chez Ruffet, un restaurante justo en las afueras de Pau, una bella ciudad a los pies de los Pirineos en el sudoeste de Francia. "Cocinar tiene que ser algo espontáneo", dice.
Este año, Carrade recibió su segunda estrella Michelin por un estilo gastronómico que es a la vez sofisticado y simple, y con una veneración por los productos que suena muy californiano (aunque el chef no ha visitado nunca Estados Unidos). Es distintivamente a-molecular, aunque sirve una maravillosa sopa de cangrejo verde en una probeta.
De cualquier modo, la segunda estrella ha convertido a Carrade en un héroe local, tanto aquí en el pueblo de Jurançon, conocido en toda Francia como la comarca que produce uvas verdes maravillosamente secas y picantes y uvas verdes terriblemente dulces que son las preferidas para acompañar el paté, y en Pau, donde acabamos de visitar el mercado de abastos.
Ahora Carrade se propone preparar un almuerzo espontáneo con los bonitos productos que encontró en la mañana.
En el mercado cubierto, a unos quince minutos en coche, los campesinos saludaban al chef con "¡Bonjour, Stéphane!", cuando inspeccionaba las plantas de albahaca, inhalaba el aroma de los fresones Mara des Bois, escogía los tiernos calabacines y seleccionaba ramilletes de chalotes atados con rafia rosada. "Es muy amable que venga a verme en mi tienda", dijo una campesina con una ancha sonrisa, un sombrero que parecía tortilla y un acento de Berna tan pesado que no entendí ni la mitad de lo que me dijo.
El restaurante, que Carrade posee con su socio Marc Cazeils, un encantador administrador del negocio, es bastante formal. Pero Carrade forma parte de un creciente grupo de jóvenes cocineros franceses que rechazan las ideas tradicionales sobre la cocina y la cena. Para estos chefs, cenar debe ser divertido; y nada de estirado. Así que en Chez Ruffet, las cartas de menú son extraños cuadernillos de exactamente una pulgada de ancho y treinta centímetros de alto, clavados con tachuelas, con un plato en cada una de las gruesas páginas. Bloques de pizarra de los Pirineos hacen las veces de salvamanteles; también hay tiza en la mesa, "de modo que los comensales pueden dibujar o escribirme una nota, si quieren. También tienes que entretener a la gente", dice Carrade.
En Chez Ruffet no vas a encontrar esos adustos clásicos del sudoeste de Francia como el confite de pato o el cassoulet. En lugar de eso, Carrade se concentra en la integridad de los ingredientes (va al mercado todos los días, dice, aunque el sábado es una gran excursión) y aunque los métodos que usa para tratar las carnes pueden ser elaborados, los productos reciben preparaciones simples. Es a menudo snacké, lo que significa que es cocinado en una plancha (llamada plaque-snack).
Lo que no quiere decir que ignore el paté. Al contrario, lo unta en un consomé de ternera y lo sirve en un plato pincelado con compota de manzana y cerezas, y lo acompaña con rebozado de parmesano y ciruelas Reine Claude pasadas en aguardiente. También chamusca filetes de bonito (este verano un ingrediente chic en Francia) y los sazona con estragón, limón y pimienta de Sijuan. Suele aderezar el solomillo de un cordero aragonés perfectamente cocinado, con bayas de enebro.
La textura, algo que es a menudo pasado por alto en la cocina tradicional francesa, es importante para él. Lo mismo que el longeur en bouche, el modo en que un sabor termina y cuánto tiempo dura, un concepto familiar entre amantes del vino. "Eso lo hemos olvidado en la cocina", dice Carrade. ¿Cómo lo logra? "Con algunas hierbas", dice. "Raíces, jenjibre. Humo".

Hablando de Tomates
Hoy, Carrade debe ocuparse de un producto en particular: nuestro almuerzo. "Vamos a hacer un plato con verduras", dice. Pincha un tomate romano con un tenedor y lo mantiene sobre la llama del quemador para soltarle la piel antes de pelarlo. "De este modo, no queda aguado", dice. El tomate emite repentinamente un sonoro chillido, un prolongado crujido.
"Te está diciendo algo", le digo.
"Está gritando", dice. Pela el tomate, chamusca un pimiento corne de boeuf, que se parece al pimiento Anaheim, luego lo pela y corta dándole la forma de un enorme triángulo liso. Coloca el tomate por el lado cortado en la plancha, luego lo coloca, para terminar, en una sartén, y lo sofríe con un poco de salsa de tomate, agregando una pizca de orégano fresco para ‘perfumarlo'.
"En mi cocina", dice, "todo lo sazono diferentemente".
Coge un enorme tomate y le extrae una jugosa columna de su interior utilizando una cuchilla cilíndrica. Sorprendentemente, los tomates heirloom están recién empezando a darse a conocer en Francia, donde se les llama vieille tomates, vale decir, tomates viejos.
Ahora Carrade sofríe la mitad de un calabacín y la mitad de un regordete cepe (setas frescas). "Normalmente las cepas salen en septiembre", dice, "pero siempre hay una pequeña cosecha en julio". Rebana una remolacha asada (todavía las venden asadas y peladas en el mercado, una reliquia de los días en que era difícil tener hornos), y luego corta dos discos, con un cuchillo.
"Lo que va bien con el calabacín son las almendras y la menta", dice. "Pero ya no quedan almendras frescas". Corta algunas hojas de menta y las coloca encima del calabacín, ahora con el lado cortado hacia arriba. Salpica con algo de vinagre los discos de remolacha -es un vinagre español, ahumado en madera, suculento y dulce como el balsámico. Echa algo de aceite de oliva sobre el triángulo de pimiento, luego espolvorea fleur de sel y ralla un poco de cáscara de naranja por encima.
Ahora haga algo de salsa -una vinagreta que lleva aceite de oliva, balsámico, jugo de limón, sal, pimienta y semillas de vainilla. "Siempre uso vainilla en la vinagreta", dice. Unta la columna de tomate en la vinagreta, luego hace lo mismo con la remolacha.
En un plato blanco entibiado pone todo: el tomate, cocido y crudo, los discos de remolacha, el triángulo de pimienta, el calabacín y las setas. Rocía un poco más de vinagreta sobre las verduras y el plato. Deja una ramita de albahaca fresca sobre el tomate romano, unas hojas de menta más sobre el calabacín y luego una flor de berro junto a las setas.
Es tan simple y todo está tan fresco y perfectamente preparado. Y si no fuera por las setas, estaríamos en California.

Plato vegetariano de Stéphane Carrade
Tiempo total: una hora y treinta minutos
Raciones: 4
Nota: Del chef Stéphane Carrade, en Chef Ruffet, Juraçon, Francia. Todo lo que quede de la vinagreta y del aceite de oliva macerado al limón puede usarse para otra ocasión.

Ingredientes:
3 remolachas medianas
1 cucharada de vinagra balsámico envejecido
½ cucharadita de jugo de limón recién hecho
sal de mar
pimienta blanca recién molida
3/4 de semilla de vainilla
1/4 taza más 4 cucharadas de la mejor calidad de aceite de oliva, dividido
2 tomates romanos
2 pimientos Anaheim o grandes y de varios colores
aceite de oliva de calidad regular
2 cucharadas de salsa de tomate
½ cucharadita de orégano picado fresco
2 calabacines pequeños
4 chanterelles o champiñones shiitake frescos
1 cucharadita de menta picada
2 o tres tomates grandes -maduros pero no demasiado jugosos-, heirlooms o carnosos
aceite de oliva macerado al limón (o deje estar la cáscara de un limón en un cuarto de taza de aceite de oliva de buena calidad, luego escurra la cáscara)
fleur de sel
la cáscara de una naranja
4 ramitos de albahaca de hoja pequeña
8 hojas de menta
4 flores de berro

Preparación:
1. Caliente el horno a 375 grados. Envuelva la remolacha en papel de aluminio y ásela en una fuente de hornear durante 45 minutos, hasta que quede tierna. Desenvuelva y deje enfriar.
2. Haga una vinagreta, batiendo juntos una cucharada de vinagre balsámico, jugo de limón, media cucharadita de sal de mar, una pizca de pimienta blanca molida, las semillas de vainilla y un cuarto de taza de aceite de oliva de calidad. Ajuste los condimentos.
3. Pinche un tomate romano con un tenedor y manténgalo sobre la llama hasta que se descascare, de dos a dos minutos y medio. Haga lo mismo con el otro tomate romano. (Si no tiene una cocina a gas, puede echar los tomates en agua hirviendo durante diez minutos). Pele los tomates. Corte por la mitad los pimientos y ábralos para que queden lisos. Póngalos en la plancha caliente o en una sartén por la parte de la piel, y cocine durante 5 a 6 minutos. Cuando la piel esté quemada y lwvantada, remueva los pimientos y deje enfriar.
4. Corte los romanos por la mitad a lo largo y colóquelos por la parte cortada hacia abajo en una plancha ligeramente aceitada o en una parrilla por un minuto. Recorte y dele forma. Pele los pimientos y córtelos en 3 grandes triángulos. Aparte.
5. Caliente una pequeña sartén a fuego medio con una cucharadita de aceite de oliva regular, hasta que el aceite esté caliente, pero sin humear. Coloque los romanos por la parte lisa hacia abajo en la sartén. Sazone con sal y una pizca de pimienta blanca. Después de tres minutos, agregue la salsa de tomate y sofría en la sartén revolviendo la salsa y reduciendo, si necesario, los tomates. Agregar el orégano. Reducir el fuego a muy lento y cocinar durante un minuto. Apartar.
6. Corte los calabacines por la mitad a lo largo, dejando los tallos. En una sartén, caliente una cucharadita de aceite de oliva regular a fuego medio, y coloque las mitades de calabacín por la parte cortada hacia abajo. Cocine los calabacines hasta que doren, unos ocho minutos.
7. De vuelta los calabacines. Pele los tallos de los champiñones y recorte en puntas. Corte las chanterelles o los champiñones shiitake por la mitad, y colóquelos hacia abajo en la sartén con los calabacines. Salpique la menta picada sobre los calabacines y sazone con sal y pimienta. Al cabo de un minuto, de vuelta los champiñones. Cocine durante un minuto y retire la sartén del fuego.
8. Use una cuchilla cilíndrica (de una pulgada y medio de diámetro) para extraer las columnas de los tomates heirloom. Corte los extremos en un ángulo. Si no tiene una cuchilla cilíndrica, corte los tomates en cubos de una pulgada y media por lado. Desenvuelva la remolacha, pélela y córtela en trozos de tres octavos de pulgada. Si tiene una cuchilla, haga discos con la remolacha. Rocíe una cucharadita y media de aceite de oliva de limón sobre las columnas de tomates crudos y una cucharadita y media de vinagreta sobre los discos de remolacha. Agregue la mitad de una cucharadita de agua a los romanos, para que humedezcan.
9. Coloque cuatro platos de servir en el horno calentado a 350 grados, hasta que entibie. Rocíe los triángulos de pimiento con una cucharadita de la mejor calidad de aceite de oliva, espolvoree con fleur de sel y use un rallador para rallar un poco de piel de naranja sobre cada pimiento. Retire los platos del horno y coloque un triángulo de pimiento en cada uno. Eche dos cucharadas en vinagreta en un plato bajo. Unte cada columna de tomate en la vinagreta, luego colóquela junto al triángulo de pimiento en los platos. Pase los fondos de los calabacines por la vinagreta, luego cóloquelos en los platos. Coloque la mitad de un romano en cada uno, la parte cortada hacia arriba. Coloque dos mitades de champiñón en cada plato. Coloque dos redondelas de remolacha en cada plato. Rocíe un cucharadita o menos de vinagreta en cada plato. Decor el tomate romano con unas hojitas de albahaca, y los calabacines con algo de menta. Coloque la flor de berro encima.

Cada ración:
175 caloría; 4 gramos de proteína; 17 gramos de carbohidratos; 5 gramos de fibra; 11 gramos de grasa; 2 gramos de grasa saturada; 0 colesterol; 185 mg. sodio.

16 de agosto de 2060
©los angeles times
©traducción mQh
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contra el paté


[Jeff Long] A pesar de la prohibición, algunos restaurantes continúan sirviendo paté.
Wayne Hsiung estaba parado ese frío domingo frente a Bin 36, repartiendo panfletos a los pocos paseantes sobre el modo en que gansos y patos son obligados a comer para hacer paté.
Levantando una pancarta que mostraban ese proceso en detalle, Hsiung era uno de casi una docena de activistas por los derechos animales que protestaban porque el restaurante continúa sirviendo hígados de gansos y patos engordados, lo que fue prohibido por el ayuntamiento de la Ciudad de Chicago el año pasado.
"Creo que torturar a animales indefensos es incorrecto", dijo Hsiung, hablando de Chicago.
Después de una segunda denuncia de que Bin 36, 339 N. Dearborn St., continuaba sirviendo paté, el departamento de Salud Pública del ayuntamiento inspeccionó recientemente las instalaciones del restaurante, dijo el portavoz del departamento, Tim Hadac. Pero el paté no está a la venta en el menú, de modo que el restaurante no fue citado a explicarse, dijo Hadac.
En total, ocho restaurantes y una tienda de delicadezas han recibido cartas de advertencia, pero ninguno ha sido multado, dijo Hadac.
El paté no se vende en Bin 36, pero sí está disponible, dijo el chef de cuisine Craig DiFonzo, mientras miraba a los manifestantes fuera. Estaban rodeados de cámaras de televisión, incluyendo un equipo de Francia, donde la curiosidad sobre la prohibición de Chicago es, aparentemente, alta.
"Es un artículo que regalamos, es gentileza de la casa", dijo DiFonzo. "No creemos en la prohibición".
La protesta no parece alejar a los clientes de Bin 36, donde el frío probablemente hizo de lo suyo para mantener baja la asistencia. Los manifestantes dijeron que estaban ahí para despertar conciencia y alejar a la gente de ese restaurante.
Hsiung dijo que los paseantes eran receptivos.
"Están mirando las pancartas, se están llevando los panfletos", dijo.
Hsiung dijo que la gente no tolera la crueldad hacia perros y gatos, y que hay leyes contra el maltrato. Pero se pregunta por qué la gente no reconoce la crueldad en el caso de gansos y patos.
"Es esquizofrenia moral", dijo.
Otro manifestante, Bryan Pease, de San Diego, dijo que algunos en Chicago no toman en serio la prohibición. El alcalde Richard Daley la ha llamado "la ley más estúpida" que haya sido aprobada por el ayuntamiento en toda su historia.
"Creo que la razón por la que se la considera estúpida en Chicago, es que la gente la ve en términos abstractos, que la ciudad ha prohibido algún tipo de paté de hígado de pato", dijo Pease, miembro de la Liga de Protección y Rescate Animal. "Pero no se dan cuenta de que se trata de un órgano de un pato que ha sido torturado".
Otros manifestantes venían de grupos como En Defensa de los Animales, Piedad para los Animales y Mostrad Respeto y Amabilidad con los Animales.
"En el caso del paté estamos ante un caso extremos. Es tan cruel que la mayoría de la gente -cuando se enteran de cómo se produce- piensa que debería ser prohibido", dijo Pease.
"Si el ayuntamiento no quiere implementar la ley, creemos que es nuestro trabajo salir a la calle y educar y alentar a la gente a que presionen a los funcionarios del ayuntamiento para que implementen la ley", agregó.
Vegetariano durante los últimos doce años, Pease dijo que no ha probado nunca el paté.
"Me daría asco", dijo.

jjlong@tribune.com

28 de enero de 2007
©chicago tribune
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la cazuela de mariscos


[Russ Parsons] Irresistible cocidos de mariscos. Aunque parezcan elaborados, se cuecen en cuestión de minutos.
Es como vivir una escena de un sueño que sueñan todos los cocineros: Tus invitados están sentados en torno a la mesa, adelantándose ansiosos mientras hundes el cucharón en una aromática y humeante cazuela. De ella emerge lleno de pedazos de substancioso pescados y dulces camarones, el todo salpicado de insistentes almejas.
Se produce un suspiro colectivo; parece un plato complicado que debe haber tomado horas producir. Pero te ríes a escondidas, porque sabes que armarlo sólo te tomó unos veinte minutos. ¡Debes de ser un genio!
O quizás acabas de descubrir el secreto de la cazuela de mariscos.
Piensa en la bullabesa, el cioppino y cualquiera de las docenas de generosos platos marinos en todo el mundo. Tendemos a glorificar esos platos, colocándolos en un pedestal que los hace casi imposible de repetir en casa. Pero la realidad es que son los platos más fáciles de armar que te puedas imaginar.
Esta es la fórmula: Gastas un poco de tiempo preparando una base de aromas en la mañana, o incluso uno o dos días antes. Cuando te dispongas a comer, agrega los mariscos y caliéntalos el tiempo suficiente como para que se cuezan bien.
Los platos de mariscos son un terrífico plato de fiestas: Sirve algunas almendras y aceitunas de antemano, quizás alguna ensalada y algo de queso después, y ya tienes montada la fiesta. Los platos no podrían ser más simples ni deliciosos. Pero lo más asombroso de todo es que, a pesar de ello, se sirven tan poco.
Di ‘cocido' y vas a pensar de inmediato en algo terriblemente sabroso y abundante que ha estado cociéndose durante horas. Los cocidos de mariscos son todo eso, excepto que se cocinan en minutos. Mientras la carne, llena de duros nervios que exigen una cocción larga y paciente para ablandarla, el pescado es casi puro músculo.
El peligro más grande con los cocidos marinos es que se cuezan demasiado. Si los estofas demasiado tiempo, el pescado se despedazará. (Pero incluso así, el sabor sigue siendo fabuloso).

Efecto Templado
Son más ligeros y delicados que los cocidos de carne, y los cocidos marinos son perfectos para esta época del año, cuando las tardes empiezan a ponerse frías, pero aún no hace realmente frío. [El autor se refiere al otoño]. Son los cocidos más suaves: Obtienes toda la comodidad y los sabores tan maravillosamente desarrollados de los platos de carne, pero sin el peso.
Los cocidos de mariscos son también extraordinariamente flexibles. Casi el único requerimiento es que tienes que usar pescados gordos: filetes quebradizos, como el de lenguado, se disolverán como si nada, incluso con la cocción más suave imaginable.
Así que tienes que empezar con la base aromática. Esto no tiene por qué ser algo elegante. Puede ser tan rápido como una salsa para la pasta -sofríe algunos ajos y cebollas en aceite de oliva y agrega unos tomates machacados. O puedes preparar un sofrito al estilo español, salteando chorizo, pimientos rojos y cebollas junto con los tomates.
No te dejes limitar a las salsas rojas. También puedes armar platos marinos con chalotes sofritos y enriquecidos con vino blanco y crema.
Luego agrega el pescado -gradualmente, de acuerdo al tiempo que tomará la cocción. El pescado más denso y grueso debe ir primero; tomará en cocinar unos diez a quince minutos, dependiendo del tamaño de los pedazos. Luego debes introducir los trozos más pequeños. Finalmente, agrega los mariscos, que estarán listos en sólo tres a cinco minutos; no querrás recocerlos y endurecerlos.
Dado el siempre cambiante inventario en la mayoría de los mercados marinos, harás bien en comprar categorías de pescado en lugar de ir con una lista de compras. Los mejores pescados para estofar son el mero, el bonito, el tiburón, el pez espada, el róbalo y la lubina. El rape y el bacalao son también buenos. El lucio, usualmente vendido como pargo rojo del Pacífico, es bueno siempre que los filetes sean gruesos. También podría ser el salmón, pero su sabor tiende a dominar al resto.
En mi opinión, es prácticamente imposible hacer un cocido de pescado sin algún tipo de marisco, ciertamente los camarones y ¿por qué no algunas almejas y mejillones? Y, mire, ¿sabía que la temporada de la langosta empezó el viernes?
Se puede substituir cualquier tipo de pescado o marisco por otro o agregar alguna otra cosa si se ve especialmente bien. Mientras más especies use, mejor quedará el cocido. Antes que competir unos con otros, dos o tres e incluso hasta cuatro tipos de pescado formarán una especie de armonía culinaria: Juntos saben mejor que individualmente.
Por supuesto, ‘descubrir' el cocido marino es como descubrir el océano mismo -siempre ha estado ahí, incluso aunque no pensemos nunca en él. Aunque los cocidos de pescado no son parte del repertorio culinario de la mayoría de los hogares norteamericanos, los conocen prácticamente todo el mundo.
Probablemente el plato de pescado más famoso es una receta que no lo es. La bullabesa, el clásico plato de Marsella, se sirve en este país normalmente como un cocido de pescado con tomate y azafrán. Pero en su puerto natal, tradicionalmente se compone de dos partes: primero, es una especie de gruesa sopa espesada con trozos de pescado molido, y luego es una plato separado de pescado y patatas que se han cocido en la sopa. (A decir verdad, la piel de naranja y el hinojo son casi tan importantes para el sabor final como los tomates, y no se olvide de los picatostes untados con la pasta de pimientos rojos llamada rouille.
Pese a la confusión norteamericana, los franceses manejan reglas firmes sobre cómo hacer la bullabesa, detallando incluso que cuatro de seis especies específicas de pescado deben estar presentes para ser llamada bullabesa, de acuerdo a la Charte de la Bouillabaisse Marsellaise, un grupo formado para supervisar este tipo de cosas.
Si te seduce pensar en esto como tonterías galas, es que no has hablado nunca con un californiano sobre el cioppino. ¿Mantequilla o aceite de oliva? ¿Mariscos? ¿Y tiene que ser una gamba de Dungeness? ¿Vino tinto o blanco? ¿Pimientos verdes o rojos? ¿Cilantro? A veces parece que casi todos los ingredientes de un cocido de pescado ha sido debatidos ardientemente.
Un célebre cocinero de la Bay Area publicó una receta de cioppino que incluía azafrán, hinojo y naranja y la servía con tostadas untadas de rouille. Ah, bueno, también incluía camarón de Dungeness.
En su ‘West Coast Cook Book', publicado en 1952, Helen Evans Brown observa: "Los exponentes de las varias escuelas de cocina se escandalizan sobre cómo hacer el cioppino, antes de optar por la ecuanimidad: "Lo mejor es como te guste".
Sin embargo, uno todavía se pregunta qué habrá pensado cuando su amigo James Beard agregó cetas secas al plato (¡y sólo dos dientes de ajo!).
Mi amigo John Thorne trató de llegar al fondo del enigma en un ensayo publicado en su libro ‘Pot on the Fire'. En este, recuerda haber descubierto una detallada descripción de cioppino en un número de 1917 de California Fish and Game que parece bastante auténtica -hasta que te das cuenta de que no lleva vino (debido probablemente a esa pequeña cosa llamada el movimiento por la temperancia).

Cioppino, A Su Modo
No soy dogmático sobre la mayoría de las comidas, pero tengo algunas opiniones firmes sobre el cioppino. La salsa ha de ser hecha con vino tinto, y una buena cantidad de él. En el plato final, debería contrarrestar los tomates. Cuando los dos se cuecen juntos, producen una deliciosa salsa color vino, cuyo sabor no es ninguno de los dos, pero sí una tercera cosa deliciosa cuyo nombre tienes siempre en la punta de la lengua.
También he de decir que me encantan los pimientos rojos. Su presencia agrega una cierta fragancia (y, creo, delata una fuerte influencia portuguesa en el plato, además de las supuestas italianas) -históricamente , los dos grupos produjeron grandes pescadores en la costa californiana).
Y estoy a favor de los mariscos: camarones y almejas o mejillones, obviamente, pero también camarones de Dungeness o langostas, cuando es su temporada. Hay una distintiva diferencia en sabor entre el pescado y el marisco, y un cioppino necesita esa dulce salinidad para ser completa.
Mi personal rareza con el cioppino es agregar al vino tinto, calamares picados y una base de tomate para que se cueza. El calamar se cuece hasta fundirse en blandura y impregna la salsa con la sugerencia de mariscos, dirigiendo la atención hacia cualquier cosa que vayas a agregar.
Por supuesto, hay muchas más posibilidades en cuanto a la cazuela de mariscos además del cioppino.
Haga una salsa de estilo español, con chorizo y tomates cubiertos por una generosa pizca de azafrán; agregue las patatas cocidas, para que absorban algo del caldo. Luego, justo antes de servir, agregue a fuego lento los trozos de rape y un buen montón de almejas.
O póngase creativo e invente algo que sea enteramente suyo. El otro día estaba jugando y terminé inventando un delicioso cocido de alcachofas enanas cocidas en caldo de camarón, y luego enriquecido con crema y aromatizado con estragón.
Esta es la cazuela de más trabajo intensivo, pero tampoco es imposible. El caldo de camarón son simplemente cáscaras cocidas con algunos sabores. Se cuece mientras recortas las diminutas alcachofas -ciertamente es la parte más delicada del plato.
Cocer las alcachofas en el caldo de camarón las impregna de un dulce sabor a mariscos. Agrega el pargo cortado en cubos y algún otro pescado substancioso y los camarones pelados. Cocine durante unos minutos y obtendrá una fina cazuela de pescado.

Rape y Almejas con Chorizo
Tiempo total: 1 ½ horas.
Raciones: 6.


Nota: El mejor salchichón para este plato es el chorizo español semi-curado, disponible localmente como chistora, aunque cualquier otro chorizo español será igualmente bueno. El chorizo mexicano no es un buen substituto.

Ingredientes:
400 g de patatas pequeñas, cortadas en cachelos
2 cucharadas de aceite de oliva
125 g de chorizo español, cortado en trozos
1 cebolla picada
1 pimiento rojo picado
4 dientes de ajo, machado
3 tomates, escaldados, pelados, despepitados y cortados en trozos
1 vaso de vino blanco seco
una pizca de azafrán
sal
450 g de rape, cortado en trozos de una pulgada
450 g de almejas pequeñas
1/4 tazo de perejil picado

Instrucciones
1.En una cazuela con tapa, cueza las patatas en agua hirviendo a fuego fuerte hasta que ablanden, unos 10 minutos.
2. In una cacerola grande, pescado, a fuego medio, caliente el aceite y agregue el chorizo. Cocine hasta que entregue algunas de sus grasas y se ve cocido, unos 5 minutos. Agregue el ajo y cueza hasta que de olor, unos 3 minutos. Agregue los tomates, el vino blanco y el azafrán y cueza hasta que los tomates se hayan fundido en la salsa, que entonces deberá haber perdido su olor a alcohol. Agregue las patatas. La textura debería se floja y ligeramente gruesa, aunque no como caldo espeso. Pruebe y rectifique de sal. (Hasta este punto, la receta puede ser preparada con horas de antelación; o incluso más si se la cubre y enfría).
3. Cuando esté casi a punto de servir, caliente la base a fuego medio. Agregue el rape y cocine hasta que cambie de color, unos 3 minutos. Agregue las almejas, suba el fuego, cubra bien y cuece hasta que las almejas se hayan abierto, unos 5 minutos. Espolvoree con perejil y sirva de inmediato.

Cada ración contiene: 306 calorías; 26 gramos de proteína; 13 gramos de carbohidratos; 2 gramos de fibra; 14 gramos de grasa saturada; 53 miligramos de colesterol; 276 miligramos de sodio.


Pargo, Calamar
Pargo, camarón y alcachofas en crema de estragón
Tiempo total: unos 5 minutos
Raciones: 6.

Ingredientes:

450 gramos de camarones crudos, no pelados (con cabeza, 675 gramos)
1 cebolla
2 ramitas de estragón
6 granos de pimienta negra
sal
4 vasos de agua
900 gramos de alcachofas enanas

2 cucharadas de mantequilla
1 chalote, picado (un cuarto de vaso)
½ vaso de vino blanco
3 cucharadas de nata montada
450 gramos de pargo o algún otro pescado blanco, de carne firme, cortado en cubos de una pulgada.
1 cucharada de hojas de estragón

Instrucciones
1. Pele los camarones y ponga la cáscara en un cazo. Corte la cebolla en dos y agregue a las cáscaras de los camarones una mitad, 2 ramitas de estragón, granos de pimienta negra y un cuarto de cucharada de sal. Cubra con agua y lleve a ebullición. A fuego lento, cocine de 30 a 45 minutos. Esto le rendirá unos dos tazas de caldo colado.
2. Mientras se hace este caldo, lave las alcachofas. Ponga un cuenco grande a su lado, relleno de agua y el jugo de la mitad de un limón. Ahí deberá colocar las alcachofas lavadas; el jugo de limón en el agua impedirá que descoloren. Probablemente necesitará dos cuchillos más: un cuchillo cortador medio, para cortar y un cuchillo pequeño, para pelar.
3. Mantenga la alcachofa en su mano izquierda con el tallo apuntando a usted y la punta apuntando en la otra dirección. Vuelva lentamente la alcachofa contra el agudo filo del cuchillo, mientras hace un breve movimiento de aserrar. (Es más fácil de controlar si usa la base del cuchillo, antes que la punta). Empezará a cortar a través de las hojas exteriores; cuando pueda ver el cono natural de la alcachofa, ajuste el cuchillo para seguirlo. Siga pelando hasta que no vea más que hojas de verde suave y unte la alcachofa en agua con limón para impedir que se descolore la superficie.
4. Con el cuchillo de pelar, pele la punta misma del tallo, luego pelo el tallo y la base de la alcachofa, desde la punta hasta donde la base topa con las hojas. Tendrá que hacer esto al menos cinco o seis veces, para pelar completamente la alcachofa. Cuando termine, no debería haber ninguna mancha verde oscuro, sólo de verde pálido y marfil. Si está utilizando alcachofas enanas, deje la alcachofa entera. Simplemente ponga el agua de limón y haga lo mismo con cada alcachofa.
5. Para cuando haya terminado las alcachofas, el caldo de camarón estará probablemente listo. Derrita la mantequilla en una sartén grande y pesada. Pique la mitad de cebolla que queda y agréguela, junto a los chalotes, a la mantequilla. Cocine sobre fuego medio hasta que ablanden las cebollas, unos cinco minutos. Agregue el vino y cocine hasta que se haya reducido a un jarabe, unos 5 minutos.
6. Agregue las alcachofas y revuelva para que se impregnen de los sabores. Agregue un vaso del caldo colado de camarón, cubra la sartén y suba el fuego a medio. Cueza, revolviendo de vez en vez, hasta que las alcachofas estén suficientemente tiernas como para ser pinchadas por un cuchillo puntudo, unos 15 a 20 minutos. Sazone con sal al gusto.
7. Cuando las alcachofas estén cocidas, debería quedar algo de líquido en la cazuela; si no queda nada, agregue un poco de caldo colado. Agregue la nata y revuelva hasta que funda con el líquido restante. (Hasta este punto, la receta puede ser preparado hasta con dos horas de antelación o incluso antes si se cubre bien y enfría).
8. Cuando esté a punto de servir, lleve a ebullición la mezcla de alcachofas, a fuego medio. Agregue el pargo, cubra y cocine 3 minutos. Agregue los camarones, cubra y cueza hasta que estén firmes y rosados, unos 5 minutos. Retire la tapa, agregue las hojas de estragón y suba el fuego a alto. Cocine lo suficiente como para reducir los jugos cocidos a una delgada salsa. Sazone al gusto con sal y sirva de inmediato.

Cada ración: 236 calorías; 29 gramos de proteína; 9 gramos de carbohidratos; 3 gramos de fibra; 8 gramos de grasad; 5 gramos de grasa saturada; 160 miligramos de colesterol; 228 miligramos de sodio.

Cioppino
Tiempo total: una hora y media.
Raciones: 8.
Nota: Adaptado de ‘West Coast Cook Book', de Helen Evans Brown. El cioppino ha de servirse con gruesa rebanadas de pan de barra, tostado, untado con ajo crudo y salpicado con aceite de oliva.

Ingredientes:

3 cucharadas de aceite de oliva
1 vaso de cebolleta picada
1 vaso de cebolla picada
1 pimiento verde, picado
1/4 cucharadita de pimiento rojo molido
6 a 8 dientes de ajo, machado
340 gramos de calamares, ventosas y tentáculos, cortados en trozos de media pulgada
1 lata de tomates machacados
2 vasos de vino tinto frutoso
1 cucharadita de sal
1 hoja de laurel
1/4 cucharadita de orégano seco
900 gramos de carne de pescado substancioso, tal como tiburón, rubia, pargo o lubina, cortada en cubos de una pulgada
450 gramos de pescado escamoso, magro, tal como bacalao o mero, cortado de cubos de una pulgada
340 g de camarones, con sus cáscaras
450 g de almejas chicas
1/2 vaso de perejil

Instrucciones:
1. En una cacerola mediana, caliente el aceite de oliva a fuego medio. Agregue la cebolleta, la cebolla y el pimiento y cocine hasta que ablanden, unos 5 minutos. Agregue el pimiento rojo machacado y el ajo y cocine hasta que dé olor, unos 3 minutos. Agregue el calamar y revuelva para impregnar con los sabores. Agregue los tomates machacados, el vino tinto, la sal, la hoja de laurel y el orégano y lleve a ebullición.
2.Reduzca el fuego y siga cocinando, revolviendo de vez en vez. La mezcla finalmente perderá su fuerte olor a alcohol y el vino y los tomates machacados formarán una salsa. Esto tomará unos 45 minutos. Observarás un cambio en el olor y el sabor de la salsa perderá su dureza y dulzor. (Hasta este punto, la receta se puede preparar hasta con 2 horas de antelación o incluso más, si se la cubre y enfría).
3. Coloque el pescado en una cacerola grande, más alta que ancha. Primero, eche un cucharón de salsa. Luego empiece a amontonar el pescado en orden de grosor, luego los camarones y luego las almejas. Si está usando cangrejo o langosta, ponga estas en el fondo.
4. Vierta la salsa restante sobre el pescado y sacuda bien la cacerola para que la salsa se distribuya uniformemente. Cubra y coloque a fuego medio. Cocine hasta que las almejas se abran, unos 20 minutos. Sacuda la cacerola vigorosamente de vez en vez (sujetando fuertemente la tapa), antes que revolver, para no romper el pescado.
5. Cuando esté listo para servir, pruebe y agregue sal, si necesario, revuelva suavemente y agregue el perejil y sirva el cocido en cuencos templados.

Cada ración: 403 calorías; 49 g de proteína; 14 g de carbohidratos; 3 g de fibra; 12 g de grasa; 2 g de grasa saturada; 193 miligramos de colesterol; 631 miligramos de sodio.

11 de octubre de 2006
©los angeles times
©traducción
mQh
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ansia de caviar


[Jane Black] La carrera para satisfacer la demanda de caviar.
Elverta, California, Estados Unidos. Normalmente era difícil vender el caviar de esturión cultivado. Ahora es difícil satisfacer todos los pedidos.
El mes pasado dos líneas aéreas pidieron a Sterling Caviar, que opera la granja de esturión más grande de Estados Unidos, quince toneladas de caviar, casi el doble de su producción anual, dijo Peter Struffenegger, gerente de la planta de la compañía aquí en este polvoriento valle en las afueras de Sacramento.
No es una sorpresa, entonces, que por primera vez desde que empezara a producir caviar en 1994, Sterling esté realizando una segunda cosecha este año. Tradicionalmente Sterling recogías huevas solamente en la primavera, cuando el esturión blanco, que ha vivido en las cercanías del río Sacramento por al menos 80 millones de años, desova naturalmente.
La cosecha de este otoño es el inicio de una carrera global para producir suficiente caviar cultivado para la primera temporada de vacaciones desde que funcionarios medioambientales cerraran gran parte del mercado de caviar salvaje debido a preocupaciones por la sobreexplotación.
Struffenegger sabe que si no puede satisfacer la demanda, otro lo hará. "Hace unos años nosotros estábamos suplicando a la gente que tomara en serio al caviar cultivado", dijo. "Ahora hay un interés mundial en el caviar y se gastan millones de dólares solamente para satisfacer la demanda".
A mediados de los años noventa, la industria del caviar cultivado no eran más que unos pocos biólogos marinos con un sueño. Hoy es un negocio que se está convirtiendo en global y de muchos millones de dólares. Las granjas de esturión en Francia, Alemania, Italia y Uruguay están invirtiendo millones de dólares para ampliar sus instalaciones y para desarrollar nuevas tecnologías, como los implantes de microchips, para crear huevas con una textura y un sabor tan perfectos como el caviar salvaje tradicional. En Bulgaria, Canadá, China, Israel y en la mitad del desierto de Abu Dhabi, los incipientes granjeros del caviar están abriendo terrenos en las nuevas instalaciones de producción.
Más cerca de casa, el distribuidor de caviar Marky's, de Florida, está importando y criando beluga, la especie más fina de esturión, con el objetivo de tener para 2009, 500 mil peces.
Si ha de creerse en los cálculos -los productores tienden a ser optimistas-, la producción de caviar cultivado prácticamente se duplicará, de unas 64 toneladas en 2005, a 125 en 2010. El Mar Caspio produjo el año pasado unas 125 toneladas; este año se le permitirá alrededor de 49 toneladas.
A principios de año la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Naciones Unidas, se negó a fijar cuotas de exportación de caviar de esturión en los mares Caspio y Negro, excepto el caviar osetra iraní.
De acuerdo a Caviar Emptor, una coalición de científicos y ecologistas, la sobreexplotación, la polución y el desarrollo han causado en los últimos 20 años una reducción del 90 por ciento del esturión belugaen el Mar Caspio, y es posible que se extingan, esta y otras especies productoras de caviar, como la osetra y sevruga rusas. Como resultado, la oferta legal de caviar salvaje ha caído en picado y el precio del osetra iraní, el único caviar salvaje legal, ha alcanzado precios de hasta 300 dólares la onza. El caviar cultivado ha llegado a 60 dólares la onza.
Quizás los proyectos más ambiciosos para compensar la reducción de la oferta, es la granja en Abu Dhabi en los Emiratos Árabes Unidos, que criará baerii, o esturión siberiano. Financiada por inversionistas privados, la instalación de 48 millones de dólares será completada, según los planes, a fines del 2008, y se espera que venda su primer caviar el próximo año. En su punto más alto, la granja producirá 32 toneladas al año, dos veces lo que se produce en California hoy.
Abu Dhabi puede parecer un lugar extraño para instalar una granja piscícola, pero la mano de obra y la energía son baratas allá. Y en los cruceros que atracan allá, y en los hoteles de la ciudad y entre la elite árabe hay una enorme demanda de caviar. Sin embargo, para funcionar en el desierto, el proyecto requiere sofisticadas tecnologías de circulación del agua. Para que el esturión crezca rápidamente y produzca huevos, por ejemplo, el agua necesita ser enfriada a 20 o 22 grados Celsius. Y no se puede perder ni una sola gota. De acuerdo a Christoph Hartung, director ejecutivo de la firma alemana United Food Technologies, que fue contratada para construir y administrar la granja, el 95 por ciento del agua del día será filtrada y reutilizada.
United, que ha cultivado el esturión en Fulda, Alemania, desde 1920, creó en 1999 una filial, la AquaOrbis, específicamente con el fin de proporcionar tecnología y servicios de gestión a un creciente número de nuevas granjas de esturiones. "El interés nos ha sobrepasado, y tenemos montones de ofertas en estos momentos", dice Hartung. AquaOrbis también está planeando el próximo año ayudar a abrir una granja en Guangzhou, China, que producirá ocho toneladas de caviar al año.
Las granjas bien establecidas también están usando impresionantes tecnologías. En Agroittica Lombarda, en Calvisano, Italia, la granja de caviar más grande del mundo, todas las hembras de esturión blanco tienen un microchip con su información genética implantada en la parte de atrás de su cabeza. Además de apuntar a los padres y abuelos del individuo, se almacenan también otras informaciones , como el primer peso registrado, estanque de origen y dieta. Cada vez que el pez es examinado o trasladado, se actualiza el récord digital. Su historia de vida se puede leer colocando un pequeño escáner sobre su cabeza. Esos historiales aseguran que haya diversidad genética en el stock. También ayuda a hacer predicciones de producción más adecuadas, porque la granja puede determinar cuándo es probable que maduren los peces individuales.
La sala de procesamiento de Agroittica es como la sala de emergencias de un hospital. Los trabajadores llevan batas de laboratorio blancas, guantes quirúrgicos y redecillas para el pelo. Para reducir la contaminación bacteriológica, la sala es presurizada de modo que el aire exterior no pueda entrar cuando se limpia, pesa y salan los huevos. Esto, de acuerdo al director general de Agroittica, Sandro Cancellieri, alarga la vida del producto y mejora el sabor, ya que se necesita agregar menos sal para su conservación.
Pero la tecnología por la que las granjas luchan por desarrollar es una que pueda determinar el momento óptimo para cosechar los huevos. Si se cosechan demasiado pronto, el caviar será áspero y seco, porque la grasa todavía está en las tripas del pez, no en los huevos. Si se cosechan muy tarde, el caviar será blando y carecerá de su humedad distintiva. (El caviar salvaje se cosecha siempre en el momento ideal porque el esturión es capturado cuando nada río arriba en sus terrenos de desove).
Con el esturión cultivado, los biólogos deben depender de suposiciones cultas sobre cuándo soltará un pez sus huevos. En general, el esturión baerii, la especie criada en granjas europeas establecidas y en instalaciones más nuevas en Asia y Oriente Medio, madura en cinco años. El esturión blanco, criado en Estados Unidos e Italia, madura en ocho años.
Obviamente, cada pez debe ser examinado individualmente. Los biólogos marinos hacen una pequeña escisión, insertan un tubo de plástico y cogen manualmente algunos huevos de cada pez. Si las huevas salen negras, los huevos están listos. Si salen blancas, el pez necesitará todavía otro año para alcanzar su potencial pleno. Algunos peces son examinados histopatológicamente cuatro o cinco veces antes de estar listos, dijo Struffenegger, de Sterling.
En Francia, los granjeros usan tecnología ultrasónica para acelerar el proceso. Alan Jones, el director general de una compañía llamada Sturgeon, con sede en Saint-Sulpice, Bordeaux, utiliza escáneres ultrasónicos para determinar el sexo de sus esturiones baerii e identificar a las hembras maduras que están listas para ser cosechadas. (El sexo de un esturión no es evidente sino hasta el tercer año).
"Los escaneamos usando una pequeña televisión portátil con una sonda", dice Jones. El pez todavía debe ser examinado histopatológicamente, dice, pero el proceso ahorra un montón de tiempo.
Struffenegger ha considerado el uso de ultrasonido, pero espera que nuevas tecnologías remplacen completamente la invasiva cirugía. Su granja está trabajando con científicos de la Universidad de California en Davis, para desarrollar escáneres infrarrojos que podrían medir los compuestos presentes dentro del esturión cuando los huevos están maduros.

Pero ¿produce toda esta tecnología un buen caviar? Durante años los conocedores no tocaban los huevos cultivados, quejándose de que sabían ao agua sucia de lago o a papilla salda. Y aunque los métodos de procesamiento y almacenamiento han mejorado, los ecologistas merecen el reconocimiento por haber obligado a la gente a dar a la industria otra oportunidad.
Thomas Keller, de la French Laundry, en Yountville, California, y Per Se, en Nueva York, probaron el caviar de Sterling durante el verano y lo pondrán en el menú de la French Laundry esta semana. El chef Terrance Brennan, del restaurante Picholine en Nueva York, también se ha pasado a las huevas cultivadas. Está sirviendo caviar Calvisius, de Agroittica, de esturión blanco, con erizos de mar panna cotta y consomé marino.
"Todo el mundo está pensando más en la sustentabilidad", dice Brennan. "Y aunque hay una diferencia con respecto al caviar salvaje, es muy bueno".
Sin embargo, Michel Emery, director de ventas para el distribuidor de caviar Petrossian, dijo que los "verdaderos" huevos del Mar Caspio eran todavía la norma. El caviar de peces que nadan libremente en aguas saladas tiene un sabor más completo que el de sus contrapartes cultivados, que son criados en agua fresca, dijo Emery.
"El mejor caviar disponible sigue siendo el caviar osetra iraní", dijo. "Pero el precio es tan alto que el cultivado es un buen substituto".
Petrossian vende su osetra iraní, la Imperial Special Reserve Persicus, a 309 dólares los 30 gramos, casi una onza. Vende la misma cantidad de caviar de esturión blanco de Sterling, Alverta President, por 119 dólares y otras categorías de caviar de granja de Sterling y otras compañías por casi la mitad de ese precio.
Aunque los amantes del caviar sentirán alivio de que haya caviar disponible, comprar huevas cultivadas sigue siendo algo desconcertante. La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas estipula que los vendedores al por mayor etiqueten sus productos especificando la especie, el país de origen y la fecha de procesamiento, pero no existen reglas sobre cómo debe ser el caviar vendido a los consumidores. Así que puede ser difícil saber qué estás comprando.
Por ejemplo, Petrossian llama al caviar de esturión blanco de Sterling, transmontanus, el nombre oficial de la especie, como beluga, sevruga y osetra. Pero un consumidor que compre el caviar Sterling directamente de Sterling lo verá etiquetado como White Sturgeon [Esturión Blanco]. Tsar Nicoulai, otro productor californiano de caviar White Sturgeon, ofrece su producto como Californian Estate Osetra [Osetra del Estado de California].
"La gente está acostumbrada a eso", dice Deborah Keane, jefe de ventas y mercadeo de Tsar Nicoulai. "El nombre les dice que están comprando un caviar cremoso, suave, como el caviar osetra. Nadie sabe qué es transmontanus".
Algunos productores de esturión siberiano también llaman osetra a su caviar. Otros tipos de huevas de pescado, como el pez espátula y el esturión de Alabama, deben ser etiquetados como tales.
Sin embargo, en estos días el mercadeo es lo que menos preocupa a los granjeros de caviar.
"Si tuviera dos veces más de lo que tengo, lo vendería", dice Cancellieri, de Agroittica, que produjo 20 toneladas de caviar en 2005. "Paso todo el día al teléfono diciendo no a los consumidores. Puede ser frustrante. Pero es una posición muy cómoda".

27 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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cuando la cocina asustaba


[William Grimes] Memorias de Julia Childs cuando la cocina francesa asustaba.
En 1948, una desgarbada californiana con una voz ridículamente aflautada llegó tropezando a París, equilibrándose sobre un cuerpo demasiado grande. Recién casada y completamente despistada, sólo conocía unas pocas palabras de francés. No sabía cocinar. Pero gracias a una milagrosa transformación, en los siguientes quince años Julia Child se convertiría en toda una autoridad de la cocina francesa, la principal autora del clásico ‘Mastering the Art of Cooking' y, tras volver a Estados Unidos, en la muy encomiada estrella del exitoso programa de cocina, ‘The French Chef'.
‘My Life in France', escrita con Alex Prud'homme, es la exuberante, cariñosa e infinitamente encantadora versión de Child de esa transformación. Hace la crónica, con detalles que hacen agua la boca, de las comidas y mercados que despertaron su interés en la cocina francesa, y su aprecio cada vez mayor de todo lo francés. También es la historia de la inspirada asociación entre Child, que murió el año pasado, y su marido Paul, un hombre hedonista y cosmopolita que animó a su esposa en cada paso del camino, degustó todos sus experimentos en la cocina y compartió con ella su considerable conocimiento del vino y la cultura franceses.
Como lo dijo Child, en un considerable subentendido: "Éramos un buen equipo".
Child tenía que aprender un montón. "¿Qué es un chalote?", preguntó, cuando se sentó a probar una de sus primeras cenas francesas en Rouen. No importa. En cierto sentido, la ignorancia era uno de sus puntos fuertes, ya que la acompañaba la férrea determinación de llegar al fondo de todos los misterios de la cultura francesa que encontrara en su camino. Era metódica y rigurosa, cualidades que le sirvieron mucho cuando trabajó para la Oficina de Servicios Estratégicos durante la guerra, y que definirían su método de codificación de la cocina francesa. "Yo podía ser exageradamente emocional, pero tuve la suerte de tener el tipo de mente ordenada que funciona bien a la hora de clasificar las cosas", escribe.
También poseía una personalidad extrovertida y una genuina fascinación por los ingredientes y métodos culinarios franceses, conquistando a los cocineros y vendedores del mercado a los que bombardeaba con preguntas en su francés cada vez más fluido. En la escuela de cocina Cordon Blue, dirigida por la odiosa Madame Brassart, Child se formó bajo la tutela del chef Max Bugnard. Aunque era preciosista en cuanto a la técnica, Bugnard se mantenía fiel al principio del placer en la cocina, diciendo a su pupila: "¡Sí, Madame Scheeld, diviértase!" o simplemente: "¡Disfrútelo!"
Los hechos principales en la ascensión de Child a la fama, son bien conocidos: el aprendizaje en la academia Cordon Blue; la creación de su propia escuela de cocina con Simone Beck, conocida como Simca, y Louisette Bertholle; el largo y meticuloso proceso que llevó a ‘Mastering the Art of French Cooking'. Lo que ofrece ‘My Life and France' es el prólogo y las tentativas desechadas, las personalidades y las aventuras que ayudan a explicar tanto el libro de cocina como la mujer detrás de él. Una generosa selección de fotografías de Paul Child redondea el volumen.
Es siempre un placer mirar a Francia a través de un par de ojos frescos. Child saboreaba cada vista, sonido, sabor y olor de este exótico nuevo mundo.
Había llegado a una excitante calle dedicada enteramente a los burdeles", escribe sobre sus primeras excursiones en Marsella. ¡Yupi!, diría Child.
La prosa, directa y enérgica, abunda en recapitulaciones de una palabra, como ¡cuentos chinos!, ¡maravilloso!, ¡puaj!, y ¡ñam! En Francia, cada nuevo día le procuraba un excitante descubrimiento, pero la capacidad de asombro y disfrute de Child coexistía con una actitud escéptica. Cuando una mujer en Marsella trata de convencerla de que la verdadera bouillabaisse nunca, nunca incluía tomates, arroja esa opinión directamente a la basura.
Ese dogmatismo, fundado en la ignorancia y expresado con una ráfaga de aire caliente, me irritó", escribe.
Infatigable investigadora, Child no dejó nunca que su admiración por Francia fuera un obstáculo para obtener una respuesta clara a sus preguntas. Sobrepasaba en sistematicidad a los franceses famosos por ser sistemáticos, cuyas virtudes y vicios se podían encontrar ambos en Beck, la principal colaboradora del libro de cocina de Child. Se cobra cuentas por el dolor y sufrimiento que debió soportar en manos de su terca, a veces caprichosa y a menudo altanera socia, la que, con el paso del tiempo, trató de poner a Child en su lugar informándole que sus ideas no eran francesas. "Era una buena amiga, pero terriblemente caótica y más bien engreída", escribe Child sobre la mujer a la que apodó ‘La Super-Française' y que parece haber sido terriblemente antipática.
En contraste, la angelical Avis DeVoto, esposa del famoso editor Bernard DeVoto, emerge como la desconocida heroína que llevó ‘Mastering the Art of French Cooking' a la imprenta. Su habilidoso manejo de sus contactos puso finalmente el abultado y terriblemente ambicioso manuscrito en manos de una joven editora en Knopf, Judith Jones.
La lucha por publicar ‘Mastering' es un relato fascinante. Una comisión editorial compuesta solamente por hombres en Houghton Mifflin rechazó el libro (desechando la recomendación de una editora), en la creencia de que las mujeres americanas preferían recetas simples y fáciles, preferentemente con mezclas.
Incluso en Knopf, el libro parecía que era un enorme riesgo. Otros títulos anteriores incluían ‘Method in Cuisine Madness' y ‘French Magicians in the Kitchen'. Cuando Alfred A. Knopf oyó por primera vez hablar de ‘Mastering the Art of French Cooking', dijo: "Me comeré el sombrero si alguien compra un libro con ese título". ¡Bon appétit!
'My Life in France' fue escrito por una especie de alquimia. Child pensó primero en escribir sus memorias en 1969, cuando su marido empezó a revisar los cientos y cientos de cartas que había escrito a su hermano gemelo, Charles, contándole sobre la vida que llevaban en Francia. El señor Prud'homme, el nieto de Charles, convenció a Child para que colaboraran en 2003 y logró, pegoteando entrevistas y cartas, construir una historia coherente y fluida, editada la mayor parte por Child, que suena absolutamente fiel al sonido de su voz. Es una composición maravillosa del más exitoso producto de exportación americana a Francia desde Benjamín Franklin.

8 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh
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pasión por los mejillones


[Julia Moskin] Cómo se cultivan y comen en las costas francesas.
Île de Ré, Francia. Los pocos estadounidenses que llegan a esta isla cubierta de malezas del Atlántico la describen de la misma manera. Es ‘el Nantucket francés', de acuerdo a los de Nueva Inglaterra, o ‘Francehampton', según los neoyorquinos, que se sienten en casa por su combinación de animados pueblos costeros, arenosos campos de patatas, cielos de deslavado azul y marisquerías.
La Île de Ré está a unos tres kilómetros de la ciudad de La Rochelle, y a unos 5.300 kilómetros al este de Portland, Maine. El terreno puede parecer familiar, pero una vez que te sientas en uno de los restaurantes de la isla, sabes que no estás en Estados Unidos.
Es porque mientras que en Nueva Inglaterra las estrellas del verano son las almejas y las ostras, en esta región, la Charente-Maritime, se vuelven locos por los mejillones. Sí, hay bares de ostras y cocinerías de almejas en la playa que compiten con las mejores de Maine, donde los mariscos son abiertos y servidos crudos, tan frescos que cuando estrujas el limón puedes ver cómo se retuercen.
Pero son los mejillones locales los que se utilizan cuando los pueblos albergan aquí grandes banquetes públicos -el equivalente de los desayunos de panqueques- en la plaza mayor, como la Fête Moules Frites que se celebra en La Couarde-sur-Mer durante el festivo fin de semana del Día de la Bastilla este año.
Y los mejillones, no las almejas, son el principal ingrediente de la versión local del curanto [el clambake es un plato de mejillones y otros mariscos y pescados que se cuecen en un hoyo en la arena, con piedras calientes] de Nueva Inglaterra. La éclade de moules es un plato de mejillones asados que se sirve en reuniones simples, como una excursión familiar a la playa o en bodas con cientos de invitados. Toma paciencia y manos firmes ordenar los mejillones en el tradicional patrón de círculos concéntricos. Pero aparte eso, es el plato más simple que te puedas imaginar.
"Para la verdadera éclade de moules", dijo en el mercado del martes un pescadero en el pueblo Ars-en-Ré de la isla, "todo lo que necesitas son mejillones, agujas de pino y pan y mantequilla".
Los mejillones son colocados sobre una plataforma de pino que ha sido empapada en agua de mar, que luego se cubren con ramas de pino o de parras a las que se prende fuego. En unos cinco minutos, se retiran las ramas ardiendo, dejando atrás un tonificante aroma y los mejillones rellenos de carne ahumada.
Más allá de la éclade, hay mejillones en todos los menús, más a menudo abiertos al vapor en vino blanco y agua de mar y cubiertos con cucharadas de crema fresca. En la costa, el plato favorito es la mouclade, en el que los mejillones son abiertos al vapor quitándole la válvula superior, y luego son sumergidos en una suculenta salsa de crema con curry.
"La Rochelle era un importante puerto para las especias desde España y África", dice Wilfried Boutillier, un nativo de La Rochelle que es el chef de Maximilien, en Seattle: los mejillones, incluyendo una versión de la mouclade, son una especialidad del restaurante. "Y, por supuesto, comemos mejillones todos los días".
Para los residentes, no hay ningún substituto de las moucles bouchots de la región, que son cultivadas en racimos en postes de madera. "Nuestros mejillones son los mejores y los más grandes debido a que el agua es más templada que en Bretaña y Normandía", las otras regiones importantes en cuanto al cultivo de mejillones en Francia, dice Hugo Bordin, 25, chef de Au Bord'un Zinc en el pueblo de St. Martin, en la Île de Ré. "Eso hace que los mejillones sean más dulces". La familia de Bordin ha estado pescando en la isla durante más generaciones de las que recuerda.
Pero los cultivadores de mejillones de la región resienten una decisión tomada en julio de otorgar la codiciada Appellation d'Origine Contrôlée a los mejillones que crecen en la bahía normanda de Mont-St.-Michel, con vistas sobre la famosa catedral. (La designación se otorga a productos y vinos regionales, que entonces gozan de un estatus de etiquetado privilegiado). "Esos mejillones pueden tener mejor vista", dijo una camarera en el restaurante de Bordin, "pero no saben mejor que los nuestros".
En la Bahía de Aiguillon, que cerca la Île de Ré y la Île de Oléron, y baña las costas de Charente-Maritime, los pescadores han estado usando el método del poste para cultivar mejillones desde el siglo 13.
Dejados solos, los mejillones crecen abundantemente en el suelo del mar en la zona intertidal de la mayoría de los océanos -cerca de la playa, donde el golpe de las olas produce un agua altamente oxigenada que los ayuda a criar unas gruesas conchas protectoras. El mejillón usa la madeja de proteínas llamada barba para aferrarse a las rocas del suelo del mar, donde recoge sedimentos y arena y puede incluso criar perlas.
Pero de acuerdo al Musée de la Mytiliculture, en el continente en la cercana Esnandes (uno de los tres museos del mejillón de Francia), un náufrago irlandés, Patrick Walton, fue arrojado a las playas locales en el siglo 13 y, tratando de sobrevivir cazado aves marinas con redes, sin darse cuenta empezó a recoger mejillones en postes de madera. Todavía utilizan el método, prácticamente sin modificaciones, los productores modernos, porque produce unos mejillones llenos de sabor y sin sedimentos.
"Los mejillones en postes quedan expuestos al aire y al sol cuando según suba o baje la marea, en lugar de alimentarse todo el día como los mejillones que son criados con cuerdas en aguas profundas", dice Frédérique Derrey, un manager de márketing para Edulis, uno de los más grandes productores. "Crecen más lentamente y más cerca de la playa, así que en el sabor hay más influencias: el aire, el sol, el agua, incluso el suelo".
Las moules blanchot son las más caras en los mercados franceses. Los recién designados mejillones de apelación controlada de Normandía se cultivan usando el mismo método: allá, los mejilloneros dicen que han estado usando bouchot desde el siglo nueve.
En Maine, los recuerdos no se remontan tan atrás, pero los pescadores recuerdan claramente cuando los mejillones eran considerados, en el mejor de los casos, por basura, y en el peor, una plaga.
"¿Sabes quiénes comían mejillones en Estados Unidos hace 25 años?", dice Paul Brayton, un experto de Maine en el cultivo de mariscos. "En una pizzería en Jersey, si tu pizza demoraba demasiado, te servían una media docena de mejillones en la mitad de la concha. Estaban congeladas, y eran de unas cuatro pulgadas de largo, y duras, y quizás asadas a la parrilla con ajos y migas de pan. Y sabían espantosas".
Pero a medida que los gustos europeos han dado forma a los menús de los restaurantes estadounidenses, y a medida que el cultivo de mejillones se ha convertido en un gran negocio en Nueva Zelanda y en la Isla del Príncipe Eduardo, los platos de mejillones se han hecho mucho más comunes. La mayoría de los mejillones en el mercado son cultivados en ristras en cuerdas, en dos lugares: los mejillones de labios verdes de Nueva Zelanda son importados congelados, y los mejillones de la Isla del Príncipe Eduardo pueden ser frescos o congelados, aunque los frescos llevan seguramente cuatro días fuera del agua, dice Brayton.
También dijo que hay un hueco en el mercado para mejillones frescos en la Coste Este que la incipiente industria del mejillón de Maine está tratando de llenar. Algunos productores ya han empezado a vender la mayoría de sus mejillones caros como bouchots, aunque no han visto nunca un poste de madera: son cultivados en balsas en aguas profundas y pasan todas sus breves vidas debajo del agua. Pero son cultivadas jóvenes, y debido a que su carne es tierna y escasa, han sido consideradas como delicias.
"¿Sabes por qué se supone que los microverdes son más dulces y más delicados, etcétera?", preguntó Sam Hayward, chef en Portland, Maine, cuyos mejillones asados a la madera en el restaurante Fore Street son el plato único de una campaña de relaciones públicas para el largamente desdeñado mejillón. "Bueno, esos bouchots son como los micromejillones".
Pero más chico no significa necesariamente que es mejor: es cómo, cuándo y dónde se cultiva el mejillón lo que le da su sabor, algo que hay que tomar en cuenta a la hora de hacer las compras. Si las conchas están rotas, es un indicio de que los mejillones fueron recogidos demasiado jóvenes; si están muy abiertos, es que han estado demasiado tiempo fuera del agua.
En los mercados de mariscos en Charente-Maritime, algunos mejillones están siempre abiertos y son colocados encima del resbaladizo montón azul oscuro, de modo que los compradores puedan examinar la carne. Los mejillones favoritos son los de carne anaranjada, lo que indica que son hembras; las de color beige pálido son machos y hembras inmaduras.
Para su plato, Hayward prefiere los mejillones grandes y carnosos con conchas gruesas, que retira del menú cuando no puede conseguir frescas. Coloca un pedazo de mantequilla y almendras, ajos, pimiento y gotas de jugo de limón en una paellera, echa encima medio kilo o así de mejillones, y mete el todo en su horno a leña.
"Si metes uno de esos bebés mejillones en un horno de 900 grados, la concha se parte instantáneamente", dice. "Y el sabor no está ahí". Cuando salen, la mantequilla aromatizada y caramelizada se mezcla con los jugos que escurren por debajo del mejillón para hacer platos que los comensales piden dos o tres veces en una misma sesión.
Los mejillones silvestres, los favoritos de Hayward, no son prácticos para el servicio de restaurantes, dijo. Y en la zona intertidal del Golfo de Maine, que contiene la mayoría de los nutrientes y oxígeno para los mariscos, está en general fuera del alcance de la piscicultura para proteger su delicado ecosistema, dijo.
"Pero en las zonas intertidales no hay substitutos para esa rica sopa de proteínas", dijo. "Eso es lo que pone a los mejillones realmente contentos".

28 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
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