la mala muerte de jordi pedret
Jordi Pedret llegó a Amsterdam en el verano de 1996, huyendo de la separación de su segunda mujer, una guía turística como él, holandesa, de una pequeña ciudad del norte de Holanda. Llegó a la Esación Central. No tenía nada. No conocía a nadie. Lo que tenía se reducía a una maleta llena de ropa de mejores tiempos, de cuando viajaba entre los balnearios de la Costa Brava y Holanda, de cuando era parroquiano de casinos. Esa misma tarde vendería todo para pagar los primeros días de hotel.
Era un hombre reservado. Hasta hoy, ni sus mejores amigos saben cómo se llama la holandesa. De su pasado contaba también muy poco.
Pero en los años ochenta, se habían quedado en España su primera esposa, Katherine, y sus dos hijos, Jonathan y Ana, entonces pequeños.
No era un héroe.
Poco sabemos sobre él entre 1996 y 1999. Trabajó en algunos restaurantes españoles del centro de la ciudad, entre ellos La Paella y Granada. Y en algunos más.
A fines de 1999 se apareció por el mesón chileno El Huaso, entonces ubicado en Rozengracht, donde logró que sus dueños introdujesen el menú español que pregonaba que sería un gran éxito. Y lo fue. Jordi había enfatizado los mariscos en su menú, y ofrecía paellas, zarzuelas y ostras, amén de una variedad de tapas peninsulares. Ya entonces soñaba con poner un negocio de distribución a domicilio de paellas. "Seríamos los primeros y los únicos", decía, sorprendiéndose siempre de que nadie lo hubiera iniciado.
¡Jordi cocinero! No le gustaba para nada. Había aprendido a cocinar con reconocida dificultad y no se apartaba de la receta consagrada.
Además, decía, él servía mejor para otras cosas. Hablaba seis idiomas: catalán, español, alemán, inglés, francés y holandés. Y le gustaba el contacto con el público. La función de maître le vendría de perillas. También, argumentaba, ya no estaba él para estar todo el día de pie. De hecho, le dolían los pies todo el rato. Los pies y las piernas.
Los demás se desgañitaron de buena gana. ¡Un maître en El Huaso! ¡Un maître en El Huaso! Volvería a la cocina subterránea del local de entonces, protestando. Es que el restaurante tenía sólo ocho mesas.
Ya entonces iba con la fama que lo precedió en los restaurantes españoles, como cantor entregado y eficiente de poco más de tres canciones: El Reloj, Granada y, cuando se terciaba, Hello Dolly, que entonaba cuando estaba de buen humor o cuando quería premiar a los comensales obedientes. Se paraba tieso como palitroque y, a medida que cantaba, se iba poniendo primero rojo y luego azul, para terminar blanco y con muestras de sofoco. Todo un napolitano animando las tardías veladas de entonces.
Y con sus sueños y zarzuelas dio luego en el restaurante colombiano Macondo, en Spuistraat, de cinco mesas, donde, siempre aspirando a la posición de maître, ocupó muchas veces el podio para entonar las melodías de siempre y otras mexicanas que hubo de agregar.
En Macondo se sorprende cada vez menos de las cosas de este mundo desde que descubriera que una clienta que lo traía loco, una elegante, guapa y compuesta rubia, trabajaba en el callejón de atrás disfrazada de amazona, con arnás de cuero negro y látigo. Y qué planchón que pasó cuando, justamente cruzando el callejón, escucha claramente que una voz de mujer lo llama por su nombre. Se quedó clavado a los adoquines. Que qué tenía para el almuerzo, le preguntaría la amazona golpeando la ventana con el látigo. "Lentejas los lunes", balbuceó.
En el barrio es querido por todas: amazonas, sátiras, hadas madrinas, reinas, princesas y zorras. Es un hombre respetuoso. No juzga tu oficio. No te juzga por tu oficio. Es amable. Recorre el callejón con los almuerzos encargados. Esa cortesía le permitiría después iniciar su propio servicio de catering, el primer intento de llevar a cabo el sueño de vender paellas a domicilio. Las chicas del callejón serían sus clientes. Durante semanas colgó en el snack-bar de la esquina del callejón el afiche de Jordi -un pirata renacentista sacado de un viejo poster de Hollywood- ofreciendo sus servicios culinarios. Y durante semanas se vendieron ahí pinchos de tortilla española, que le quedaba bien.
Jordi pasa luego por momentos muy difíciles. Duerme algunos días en el hotel del Ejército de Salvación en el barrio rojo; después, en los portales de los callejones en los alrededores del barrio de la Estación. Vive en pensiones y en casas de amigos. Conoce el lado malo de la gente. También el suyo.
De pronto sorprende a todo el mundo: a principios de 2002 consigue la concesión de un restaurante español, Saphina, en Linnaeusstraat. Busca socios.
El restaurante Saphina abre nuevamente sus puertas. El negocio marcha bien durante los primeros meses.Invita a músicos a animar el local. El famoso trío colombiano Aires de Mi Tierra deja su huella en el lugar. Kilele, la formidable banda de cumbia y kilele, de Colombia, removió los sábados noche del local. Carlos Zetina, el mariachi, se agregaría luego a la tropa.
Luego se acumulan las cuentas y las deudas. El alquiler es prácticamente impagable. Para colmo de males, el ayuntamiento inicia obras en la calle. Para entrar al restaurante hay que cruzar una gigantesca poza de lodo.
El local cierra sus puertas en marzo de 2003.
Jordi Pedret no tiene dónde ir. Se ha quedado en la ruina. Pero el dueño del edificio, que es también dueño del restaurante, le permite seguir viviviendo en él. Es un local espacioso con una pequeña habitación aledaña al comedor, que usará de dormitorio.
Instalará su despacho al fondo del comedor, junto al estanque, con los peces de colores que nadie sabe cómo han sobrevivido y sobreviven todavía.
Podrá vivir ahí hasta que se traspase el local. Jordi incluso se llevará una comisión.
Pero se pasa el día haciendo frente a los acreedores, impidiendo los embargos, pidiendo nuevos plazos, buscando nuevos socios, más préstamos, acumulando más deudas. Desde la semipenumbra de su despacho, Jordi Pedret maquina nuevos planes. Y llena papeletas de la loto.
No es capaz de encontrar un socio que levante el negocio. Otros proyectos surgen y son desechados. La venta de paellas a domicilio, un catering español, la venta (de 8 de la noche a 4de la mañana) de ostras y champaña...
En agosto, entre los folletos publicitarios y las cuentas impagas, hay tres órdenes de embargo.
Pero Pedret es optimista. Conoce a una familia dominicana interesada en el traspaso. Y el restaurante volverá a abrir sus puertas. Pero ya no es él quien lo hace.
En agosto no duerme de dolor. El paracetamol no le hace nada. Su pierna izquierda apenas si la puede mover. Apenas si se atreve a moverla. Suena mal.
En septiembre de 2003 los dolores son insoportables. Los que conocen a Jordi le han visto siempre cojeando ligeramente y quejándose de dolor de pies. Él lo atribuía a los callos. Otros, al alcohol.
Pero Jordi sabe desde diciembre de 2002 que puede ser cáncer a los huesos. Ese mes visita al doctor de cabecera el señor Keshber -de una amiga-, que aparentemente sospecha de los síntomas. Lo envía al especialista. No irá hasta sino hasta fines de agosto de 2003.
Cuando va, el médico lo envía a hacerse un análisis al hospital.
Pocos días después, duchándose en casa de un socio, oye un crujido en su pierna. Luego cae. No lo podrán sacar por la escalera. Jordi saldrá del departamento por la ventana, en una camilla de los bomberos. Es llevado al hospital Onze Lieve Vrouwe [de Nuestra Señora]. Increíblemente, en el hospital le someten a toda suerte de análisis durante nueve días antes de intervenirlo quirúrgicamente. Nueve días, además, en que el personal médico no le da contra el dolor otra cosa que paracetamol. Un gran problema para el hospital es que Pedret no tiene seguro médico. De todos modos, se le opera y se le inserta un hierro enorme, desde la rodilla hasta la cadera. (En las radiografías se ve el hierro pegado con pernos y tornillos a los huesos, como si la operación hubiera sido hecha por el mismísimo doctor Frankenstein). Jordi se queja del dolor y protesta. Pide analgésicos más fuertes. Pide que le saquen el hierro. Que lo examinen. El hospital, sin embargo, decide darlo de alta. Sobre los dolores le dicen que ya pasarán, que es normal después de una operación semejante.
También le han descubierto el cáncer. Lo tiene en un pulmón, en un riñón y en el hueso de la pierna. Es agresivo, terminal. Sólo soportaría, le dicen, un tratamiento paliativo.
Pero lo tendrá que buscar en otra parte. No tiene seguro. Jordi vuelve en medio de atroces dolores a su cuarto de Linnaeusstraat.
Jordi Pedret se da cuenta de que necesita ayuda. Vence su resistencia y en septiembre mismo pide un subsidio al ayuntamiento. Pide ayuda a los asistentes sociales de Wijttenbachstraat (Sociaal Raadslieden Dapperbuurt) para recuperar su seguro médico. (Para recuperarlo, porque Pedret ha estado cotizando desde que llegó al país. Es sólo en los últimos dos años que se ha descolgado).
La señora Helena Tuin, la asistente que se ocupará de él, le dice que arreglará los papeles. Es urgente para Jordi Pedret tener ese seguro. Sólo así podrá obtener ese tratamiento paliativo del que espera que le dé más tiempo, un poquito más de tiempo. Pedret tiene cosas que arreglar. Tiene prisa.
Acude al hospital Antoni van Leeuwenhoek, el hospital del cáncer. Encuentra a los doctores Gast y Mello, que iniciarán un mes después tratamiento a pesar de que Pedret no tiene seguro. Han tratado de comunicarse con la señora Tuin, pero esta no coge el teléfono ni responde los faxes. Los doctores, sin embargo, se muestran comprensivos. Asumen que los papeles están en trámite.
Jordi comienza sus visitas al hospital. Según entiende, su cáncer no tiene curación, pero sí es posible, quizá, detenerlo con un nuevo tratamiento a base de inyecciones. Tiene la esperanza de que así pueda vivir algunos meses más; quizá hasta más que eso.
Pero el tiempo apremia y los papeles aún no aparecen. La señora Tuin no obtendrá -probablemente ni siquiera inició el trámite- ni el subsidio ni el seguro. ¿Ha mentido la señora Tuin todo el tiempo, pensando tal vez que Jordi Pedret moriría pronto y que no valía la pena ocuparse de sus papeles? Es una sospecha que los acontecimientos posteriores parecen confirmar.
Se acerca Navidad. Jordi empeora repentinamente. El dolor lo tiene atrapado. Come apenas. Desde que salió del hospital a mediados de septiembre, Jordi Pedret ha bajado casi veinte kilos. Ahora está en los huesos. Se consume en su pequeño, oscuro y maloliente cuarto de Linnaeusstraat.
A fines de diciembre logra finalmente localizar a la señora Tuin, la que le asegura en todos los tonos que tendrá todos sus papeles a más tardar durante la primera semana de enero. Han pasado casi tres meses desde que Jordi Pedret pasara sus papeles a la asistente. Es la enésima vez que la señora Tuin dice lo mismo.
El Día de Reyes comienza el último episodio de la vida de Jordi Pedret. Se ha debilitado enormemente. No se puede levantar. Le tiemblan las manos. Apenas habla. El dolor lo está matando. Y el doctor sólo le recetan unas tabletas contra los dolores artríticos.
Decidimos entonces pedir la ayuda de un médico. El día anterior, José Antonio, uno de amigos más leales, no ha sido capaz de convencerlo de llevarlo a un hospital. El seis de enero no podremos internarle porque el médico de cabecera debe autorizar su ingreso. Y el médico de cabecera sólo pasará a ver al paciente al día siguiente.
El día 7 de enero Jordi Pedret sale en ambulancia del restaurante, acompañado por dos enfermeros y dos amigos.
Hacia las tres de la tarde ha llegado el doctor Schoonevelt, que reemplaza al doctor Keshber. Schooneveldt reprocha a Jordi no tener sus papeles en orden. "Ya, ya", dice Jordi. "¿Qué quiere que haga? ¿Qué me muera aquí?" "Sí, eso parece que pasará", le respondió el médico, cruelmente. Fuera de la habitación nos reunimos con el doctor. Se le internará. En uno de sus llamados, el doctor solicita su internamiento para combatirle el dolor y someterlo a un tratamiento terminal. "La condición de Jordi", dice, "es deplorable". Llamamos al doctor Mello, pidiéndole que lo interne en su hospital. Mello nos dice que lo pedirá al doctor Gast. El doctor Gast hablará a su vez con el director del hospital. Éste, finalmente, no autoriza su ingreso. Jordi Pedret no tiene papeles.
Que los papeles están en trámite, argumentamos. Pero en el hospital Antoni van Leeuwenhoek no confían en que la señora Tuin haya efectivamente iniciado los trámites. Seguro de que desconfían hasta de su existencia, porque no ha dado respuesta a ninguno de los mensajes telefónicos de los doctores. La señora Tuin tampoco dio respuesta a los faxes que le envió la enfermera del barrio, que debía ponerle las inyecciones del nuevo tratamiento, en diciembre. Tampoco respondió a los mensajes de sus amigos de Jordi, pidiéndole que acelerara la tramitación de sus papeles. Tampoco respondió el fax de un consejero legal que buscaba aclarar con ella la situación legal de Pedret.
Finalmente otro hospital, el hospital de San Lucas-Andreas aceptó su internamiento. Lo llevamos a Urgencias. A la media hora aparece una doctora, su ayudante y una enfermera. La doctora nos dice que no hay razones médicas para autorizar su ingreso en el hospital. La mujer somete a un breve examen a Jordi, el que incluye que camine. Es difícil creer lo que dice y hace la doctora. Jordi Pedret no debe de pesar más de cuarenta kilos, tiembla por todas partes, lo que se ve de él no son más que huesos y tiene el cuerpo retorcido y encorvado por el dolor. Le explicamos a la doctora que tiene cáncer. Le pedimos morfina para él. La junta desaparece por la puerta. Volvió la doctora con dos paracetamoles. No sería sino hasta el día siguiente por la tarde que le colocarían en la espalda un parche de morfina. Jordi Pedret por fin se relaja. Por primera vez en cuatro meses. Se le va el dolor. Se ríe. Está contento de que por fin - pensamos sus amigos - se hagan cargo de él. Fueron cuatro meses de arrastrarse a duras penas por las salas de espera para pacientes externos, a veces acompañado por algún conocido solidario, otras solo, sin aliento, mostrador tras mostrador. Arreglamos algunos asuntos. Nos pide que le llevemos un pijama. Con la prisa y el desorden, su ropa se quedó en el restaurante.
Lo trasladan a un cuarto. Lo asean. Le cortan las uñas. Tiene apetito. Hasta mira televisión. Más tarde se enterará de que el tratamiento en el hospital del cáncer ha sido suspendido. Apenas le importa. Pero el ocho de enero le quitan la morfina. Y vuelven los dolores. Hasta el día de su muerte, toda vez que fuimos a verle al hospital le encontramos gimiendo de dolor. Y cada vez pedimos que le suministrasen morfina.
El lunes doce de enero lo encontramos completamente desnudo en la cama, con la puerta del cuarto ampliamente abierta. Había tres vasos en su mesa: dos de agua y uno de yogur. Llenos los tres. Pedret se revolcaba de dolor. Protestamos ante el enfermero por el abandono en que se encuentra Pedret. Nos enteramos de que no ha comido nada. Y bebido apenas. Nos dice que Jordi no tiene hambre. Nos sorprende. Nos quedamos lelos de asombro. Le decimos modulando y lentamente que Jordi Pedret no puede sostener siquiera una cuchara, que hay que darle de comer y de beber. Recién caímos en cuenta de que, quizá, en el hospital no le están alimentando. ¿Será posible? Pedimos ver a los médicos encargados, que no sabemos quiénes son todavía. Pero no tienen tiempo, sólo pueden recibirnos el miércoles catorce. Jordi apenas habla.
El miércoles 14 nos reunimos con uno de los doctores, el pelirrojo señor Ijtinger, y con la señora Philo Jagers, asistente social del hospital de San Lucas. El doctor tiene una incomprensible actitud de hostilidad. Protestamos por el abandono de Jordi. Nos dice que ése es el tratamiento que se da en su hospital a los pacientes terminales. "¿Matándoles de hambre y sed?", preguntamos. Queremos que quizá se le ponga suero. Sostiene que no es necesario alargar la vida de los pacientes terminales. Uno no sabe lo que escucha. Pedret morirá de todos modos. ¿Hay que tratarle así? Este colorín imberbe e inhumano es doctor y nos está proponiendo poco menos que matar a Jordi. Dejarle morir de inanición. En esos momentos se te confirman las peores sospechas. ¿Son realmente capaces de dejar morir a alguien porque es un paciente terminal sin papeles? ¿Es un neonazi el doctor? ¿Está aplicando alguna circular de gobierno que no conocemos? ¿Le han prometido impunidad? ¿O es simplemente demasiado joven y demasiado torpe?
Y los malditos papeles. Según la señora Jagers, aquí, cuando las casas se empiezan a quemar, las dejan arder. Sin embargo, promete ayudarle.
Ese miércoles catorce Jordi Pedret cenó' con nosotros, justamente antes de la reunión, un plátano, una lonja de embutido de pollo, un trozo de queso, un vasito de yogur y algo más de medio litro de agua. Ese día, como los anteriores, sentía un intenso dolor, pero los enfermeros se negaban a darle analgésicos potentes. Esa tarde le dieron diez miligramos de sevredol.
El jueves quince, a comienzos de la tarde, llamamos a la señora Jagers para enfatizarle que no queremos que se prive o niegue a Jordi Pedret alimento o bebida, que se le proporcione morfina contra el dolor y que nos oponemos a cualquier forma de terminación de su vida. Le pedimos que cuide de que Jordi Pedret sea debidamente atendido. La señora Jagers reacciona de manera extraña. Nos cuenta que ha logrado hablar con la señora Tuin, la asistente. Que le ha dicho que los papeles de Jordi estarán listos en muy poco tiempo. Que el seguro médico está en trámite.
Cuando llegamos al hospital, ese mismo día algo más tarde, Jordi había muerto. Tenía una terrible expresión de dolor en su cara. Los enfermeros no pudieron estirar su pierna izquierda. Alguno le cerró los párpados.
Jordi Pedret murió abandonado en el cuarto de un hospital.
Murió sufriendo los últimos días de su vida dolores espantosos sólo porque no era un paciente asegurado. Murió la mala muerte que murió porque no pudo contar a tiempo con cuidados médicos adecuados. Murió esa mala muerte porque sus cuidadores en el hospital se negaron a suministrarle morfina, que era lo único que aliviaba su dolor. La manera en que fue tratado seguramente aceleró su muerte.
También murió de muchas cosas más. Murió esa mala muerte por la criminal indiferencia de la burocracia que representa la señora Tuin, porque si Jordi Pedret hubiese contado con seguro médico (que había solicitado en septiembre de 2003) para enero de 2004, habría sido internado en el hospital del cáncer y habría seguramente contado con cuidados más adecuados que en el hospital de San Lucas.
Y, en realidad, podría haber gozado de asistencia médica mucho antes de que fuera necesario ingresarlo al hospital solamente a morir. Su muerte era inevitable, pero no era necesario que muriera de esa manera, justamente en el cuarto de un hospital. ¿Pretenderán los nuevos gobernantes que la gente sin papeles deba morir en la calle? ¿Que si enferman debe privárseles de auxilio y acelerar sus muertes? ¿Que no se les puede siquiera aliviar el dolor de la agonía? ¿Son acaso los sin papeles los nuevos leprosos de esta época?
Sin embargo, Jordi Pedret trabajó aquí durante más de quince años y cotizó todo el tiempo sin hacer nunca uso de ninguno de los servicios del seguro médico. Es sólo en los últimos años que Jordi no paga el seguro, porque no le llega el dinero para ello. Pero, además, Jordi Pedret es un ciudadano europeo. Da por sentado, como todos, que se le tratará de manera digna y humana en cualquier hospital de Europa. No sabe -no queremos darnos cuenta- que Holanda se desliza cada vez más hacia la aplicación de prácticas neonazis a los que considera indeseables, a los sin papeles.
Porque se entenderá que esta manera de tratar a los pacientes extranjeros y sin papeles no tendría lugar si no ocurriera en el contexto de una sociedad y un gobierno dominados por la xenofobia y la codicia. No ocurrirían si no hubiese circulares y leyes que las imponen.
Tampoco ocurrirían si no hubiese doctores que crean permisible dejar morir de inanición a un paciente, privándole de alimentos y cuidados médicos, por carecer de papeles.
Tampoco ocurrirían si no existiesen burócratas criminales y crueles, como la señora Tuin, cuya falsedad e indiferencia fue tan fundamental en la mala muerte de Jordi.
Jordi Pedret Nebot fue sepultado en el cementerio del nueve el viernes 23 de enero. Entre los asistentes al funeral se encontraba el hijo al que dejó de ver hace tantos años en España. También su primera esposa, su hermano segundo y su cuñada. Y un puñado de sus amigos.
*Una circular de gobierno, de 1997, prohíbe a los hospitales atender a enfermos sin papeles.
¿QUIÉN MATÓ A JORDI PEDRET?
-La señora Helena Tuin, asistente social del Oost, atrasó durante tres meses la tramitación de los seguros social y médico de Jordi Pedret presuntamente en la creencia de que moriría él pronto y no valía la pena iniciarla. Si la asistente hubiese actuado con eficiencia y decencia, Pedret pudo haber contado durante los últimos meses de su vida con un seguro médico que le hubiese permitido acceder a asistencia médica en los momentos en que lo necesitaba. La señora Tuin había asegurado a Jordi -ante los redactores, que le acompañamos a esa reunión- que los papeles estaban en tramitación. Sin embargo, hemos descubierto luego que es falso. La tramitación de los papeles de Jordi no fue iniciada nunca. Esta es la razón por la que el hospital Antoni van Leeuwenhoek rechazó su ingreso el 7 de enero de 2004. En diciembre de 2003, los doctores Gast y Mello de este hospital habían iniciado un nuevo tratamiento para pacientes externos en la creencia de que el seguro médico de Pedret estaba en tramitación. Los doctores pidieron -por medio de mensajes telefónicos y faxes- en al menos dos ocasiones a la señora Tuin -la asistente social- que confirmara si efectivamente estaba en tramitación el seguro de Jordi. La señora Tuin nunca respondió estos faxes y llamadas por la simple razón de que nunca inició los trámites que había prometido. Es por esta razón que el 7 de enero de 2004, cuando el doctor Schooneveldt pide el internamiento de Jordi Pedret en el hospital Antoni van Leeuwenhoek, el hospital lo rechaza. Sin embargo, el doctor Gast hace un último intento y pide al director de su hospital que permita el ingreso de Jordi. El director rechaza su petición. Por esa razón termina Jordi Pedret en el hospital de San Lucas.
Como se ve, la atención especializada de Jordi Pedret pudo haber comenzado ya en octubre de 2003. Si no comenzó en ese momento y el tratamiento estuvo siempre rodeado de dificultades, es porque la señora Tuin había ya decidido no procurarle esos papeles. Y si no fue ingresado en el hospital Antoni van Leeuwenhoek fue porque la señora Tuin nunca confirmó -sellando con su silencio las sospechas del hospital- que el seguro médico estaba en camino. Si Jordi Pedret tuvo esa muerte horrenda que tuvo, es porque la señora Tuin lo condenó a ella, pues la morfina que hubiese aliviado su dolor se la negaron en el hospital de San Lucas justamente por carecer de seguro. Y si el tratamiento terminal de Jordi Pedret incluía la opción de dejarle morir de inanición, es porque así se trata a los indigentes en Holanda. Y la señora Tuin lo sabía.
-El doctor Ijtinger es quien quiere poner fin a la vida de Jordi Pedret. En la reunión que sostuvimos los redactores (el miércoles 14 de enero de 2004, en uno de los cuartos de medicina interna, en el pabellón 3 del hospital de San Lucas) con el doctor Ijtinger y la señora Jagers, este señor nos dijo que había decidido no continuar alimentando activamente al paciente. El doctor Ijtinger explicó entonces que no consistía el método en dejarle morir de hambre. El método consiste, explicó, en llevar al paciente comida y bebida, pero que si este no se alimenta por sí mismo, no se le ayuda activamente a comer o beber. En otras palabras, se deja que el paciente muera de hambre.
En ese momento le preguntamos al doctor si acaso él le había comunicado a Jordi Pedret que había decidido dejarlo morir de inanición. La pregunta era pertinente, porque esa reunión se había convenido porque nosotros -los redactores- habíamos sido inscritos como personas de contacto en su dossier médico. Y pensábamos que las personas de contacto sólo intervendrían cuando la persona representada no podía hablar por sí misma. Pero Jordi sí podía hablar. El doctor alegó entonces que Pedret se la pasaba durmiendo, que hablaba muy mal, que no se le entendía nada y que decía incoherencias. Le dijimos, muy sorprendidos, que Pedret hablaba perfectamente el holandés -mejor que el del doctor, quizá- y que no le habíamos oído decir ninguna incoherencia. Poco antes de entrar a la reunión nos había dicho Jordi que se encontraba mal, con dolor, y que se sentía ignorado en el hospital. Dijo antes de despedirnos que estaba de mal humor, que tenía rabia de que lo trataran así. Y hasta bromeó. Sonriendo nos dijo que los de Hacienda se quedarían con las manos vacías. ¿Cree usted que una persona incoherente habla así, doctor? El doctor Ijtinger enrojeció. Agregó: "¿Para qué alargarle la vida?"
-El 15 de enero, a las cuatro de la tarde, los redactores llamamos para preguntar por su estado. Nos atendió la señora Jagers, diciéndonos que marchaba todo muy bien y que se había comunicado con la señora Tuin, prometiéndole esta que Jordi Pedret recibiría una ayuda del ayuntamiento, que además le procuraría una casa donde vivir. Sonaba muy incoherente, como si Jordi fuera a salir al día siguiente del hospital. Dos horas más tarde, cuando llegamos al hospital, se nos dijo que Jordi Pedret había muerto a las cinco de la tarde. La señora Jagers no se encontraba en el hospital.
©ciudadela
5 comentarios
ivette j. torres -
Cris -
Lo que no entiendo es como personas que parecen tener el entendimiento en el pasado, puedan enumerar de este manera una retaíla de extremos fuera de contexto.
No estoy deacuerdo con muchas cosas, ni aqui ni en otros países "civilizados" y no por ello se me ocurre contar la historia a mi manera.
Infórmense primero, no solo en este caso si no en todos los acontecimientos de sus vidas; no todo es como nos lo cuentan, y no todo es como creemos saber que es.
Bona nit, des d'Holanda.
a. de merici -
En todo caso, ninguna regla o ley vale lo que un ser humano, ni está ni puede estar por encima de él.
Allí se ha autorizado la eutanasia no consentida de pacientes dementes y muchos de sus viejos se refugian en España y Alemania por temor a ser liquidados en los hospitales (pues cerca del 10% de los pacientes mueren en tales circunstancias).
Una ley del año pasado deporta a 26 mil refugiados a sus países de origen, de los que han huido justamente por peligrar sus vidas.
¿Son neonazis? Yo también lo creo.
Brigitte B. -
He tenido contacto directo con Holanda por motivos que no vienen al caso. Y si hay algo que han tenido los holandeses, es que es un pueblo muy avanzado en materia de humanidades, desde la edad media, cuando la religión católica intentaba imponerse en toda Europa y cometían actos mucho más atroces que los que nos presentan los redactores del artículo. Así que la acusación de simpatizantes de las teorías de Hitler me parecen que están completamente fuera de contexto.
Lo que si entiendo, es que para los inmigrantes hacia los países más desarrollados, llámese Holanda,Estados Unidos, Alemania o España, etc., el lema es "O SE ADAPTA AL NUEVO PAIS A LAS BUENAS O SE ADAPTA A LAS MALAS, PERO AL FINAL SE TIENE QUE ADAPTAR SI DESEA PERMANECER EN EL". Y esto vale tanto para los inmigrantes de los mismos países Europeos(incluídos aquellos nuevos, o sea los de la antigua cortina de hierro) como para los inmigrantes que vienen de los demás continentes.
He aquí un clásico ejemplo de cómo un inmigrante debe cumplir y aceptar a ciegas las leyes del país donde es huésped, pues de lo contrario sufrirá las consecuencias de las mismas, por muy despiadadas que sean.
ESTO SI QUE DEBE REVALUARSE, MAXIME CUANDO EL MUNDO ES DE TODOS!
macarmen -
¡Esto apesta!...¿Y pretenden que allí haya un Tribunal Internacional? ¿Para qué, para condenar a todo el que no cante "viva Hitler", o sus descendientes?
¡lamentable!
Atentamente
macarmen