rumsfeld debe renunciar
Hace alrededor de un año hubo un momento en que, después de que se anunciara que la misión había sido cumplida, Donald Rumsfeld parecía un brillante estratega. Las tropas americanas -la sucia y ligera máquina de guerra montada por Rumsfeld- arrollaron Bagdad con una velocidad que sorprendió incluso a los halcones más optimistas. Estaba clarísimo que el ministerio de Defensa, no el de Estado y ciertamente no las Naciones Unidas, controlaría el comienzo de la construcción del país. Rumsfeld, con sus ruedas de prensa de dura sonrisa burlona y respuestas directas, era el que más se parecía a una estrella de rock con la que el equipo de Bush contaba en el gabinete.
Eso fue entonces.
Hoy llegó la hora de Rumsfeld, y no solamente por su responsabilidad personal en el escándalo de Abu Graib.
Ciertamente, el escándalo sería ciertamente suficiente. Estados Unidos ha sido humillado hasta el punto de que los personeros de gobierno no pudieron publicar el informe internacional sobre derechos humanos por temor a transformarse en el hazmerreír del resto del mundo. La reputación de sus valientes soldados ha sido manchada, y el trabajo de sus diplomáticos se ha hecho inconmensurablemente más difícil debido a que miembros de las fuerzas estadounidenses torturaron y humillaron a prisioneros árabes de manera tal que con seguridad inflamaría a los árabes de todo el mundo. Y estos maltratos no eran acontecimientos aislados, como sabemos ahora y como Rumsfeld debió haberlo sabido, dada la avalancha de quejas e informes dirigidos a su despacho durante último año.
El mundo está ahora esperando una señal del presidente Bush de que comprende la seriedad de lo que ha ocurrido. Pero se necesita más que sus repetidas declaraciones de que lamenta que el resto del mundo no "comprenda la verdadera naturaleza y sentimientos de Estados Unidos". Bush debería comenzar mostrando el estado de sus sentimientos pidiendo la renuncia de su ministro de Defensa. No se trata aquí de que un estupendo funcionario del gabinete sea cesado por culpa de las acciones de unas pocas y oscuras manzanas podridas de la policía militar. Ronald Rumsfeld ha pasado en los últimos dos años de una seguridad absoluta, a la arrogancia, y de ahí a una obstinada ceguera. Con la aprobación del presidente, envió tropas americanas a un lugar cuya naturaleza y peligros aparentemente no se molestó nunca en examinar.
Ahora sabemos que nadie con algún poder en el ministerio de Defensa tenía idea de las dificultades en que la administración estaba metiendo a las fuerzas de la coalición. La despreocupada confianza de Rumsfeld de que podía hacer su guerra de manera barata ha también dañado seriamente al Ejército y a la Guardia Nacional.
Aquí hemos dicho que Estados Unidos, después de haber derrocado a Sadam Husein, tiene la obligación de hacer todo lo posible para instalar un gobierno iraquí estable. Pero el país no está obligado a continuar combatiendo a través de este cenagal con el ministro de Defensa que nos metió en él. El adjunto de Rumsfeld, Paul Wolfowitz, no es ciertamente aceptable como su substituto, porque fue uno de los principales arquitectos de la estrategia de la invasión. Ya hace tiempo que es momento para un nuevo equipo y una nueva manera de pensar en el ministerio de Defensa.
Eso fue entonces.
Hoy llegó la hora de Rumsfeld, y no solamente por su responsabilidad personal en el escándalo de Abu Graib.
Ciertamente, el escándalo sería ciertamente suficiente. Estados Unidos ha sido humillado hasta el punto de que los personeros de gobierno no pudieron publicar el informe internacional sobre derechos humanos por temor a transformarse en el hazmerreír del resto del mundo. La reputación de sus valientes soldados ha sido manchada, y el trabajo de sus diplomáticos se ha hecho inconmensurablemente más difícil debido a que miembros de las fuerzas estadounidenses torturaron y humillaron a prisioneros árabes de manera tal que con seguridad inflamaría a los árabes de todo el mundo. Y estos maltratos no eran acontecimientos aislados, como sabemos ahora y como Rumsfeld debió haberlo sabido, dada la avalancha de quejas e informes dirigidos a su despacho durante último año.
El mundo está ahora esperando una señal del presidente Bush de que comprende la seriedad de lo que ha ocurrido. Pero se necesita más que sus repetidas declaraciones de que lamenta que el resto del mundo no "comprenda la verdadera naturaleza y sentimientos de Estados Unidos". Bush debería comenzar mostrando el estado de sus sentimientos pidiendo la renuncia de su ministro de Defensa. No se trata aquí de que un estupendo funcionario del gabinete sea cesado por culpa de las acciones de unas pocas y oscuras manzanas podridas de la policía militar. Ronald Rumsfeld ha pasado en los últimos dos años de una seguridad absoluta, a la arrogancia, y de ahí a una obstinada ceguera. Con la aprobación del presidente, envió tropas americanas a un lugar cuya naturaleza y peligros aparentemente no se molestó nunca en examinar.
Ahora sabemos que nadie con algún poder en el ministerio de Defensa tenía idea de las dificultades en que la administración estaba metiendo a las fuerzas de la coalición. La despreocupada confianza de Rumsfeld de que podía hacer su guerra de manera barata ha también dañado seriamente al Ejército y a la Guardia Nacional.
Aquí hemos dicho que Estados Unidos, después de haber derrocado a Sadam Husein, tiene la obligación de hacer todo lo posible para instalar un gobierno iraquí estable. Pero el país no está obligado a continuar combatiendo a través de este cenagal con el ministro de Defensa que nos metió en él. El adjunto de Rumsfeld, Paul Wolfowitz, no es ciertamente aceptable como su substituto, porque fue uno de los principales arquitectos de la estrategia de la invasión. Ya hace tiempo que es momento para un nuevo equipo y una nueva manera de pensar en el ministerio de Defensa.
7 mayo 2004©the new york times ©traducción mQh
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