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coffeeshops en la mira

[Paul Vugts] Ámsterdam, Holanda. Hace doce años, se escapó de las manos la problemática de la hostelería en el Oud West amsterdamés. Drogas, armas. La policía y el ministerio de Hacienda realizaron conjuntamente una investigación en bares y coffeeshops clandestinos y cerraron los negocios sospechosos. Ahora, su equipo con servicio permanente, el Equipo de Intervención en Hostelería (Horeca Interventie Team, o HIT), está activo en toda la ciudad: entre 150 y 180 veces al año cae un grupo de intervención en un café o coffeeshop. El diario Het Parool ha ido con ellos. Hay unos coches aparcados fuera del campo de visión, frente al coffeeshop de Westerpark. Los cinco investigadores del Equipo de Intervención en Hostelería (HIT) y el funcionario de Hacienda - todos de civil - acaban de acordar, en un breve intercambio, la distribución de los papeles, antes de entrar por sorpresa en breve en el coffeeshop. Los investigadores llevan encima de los vaqueros imperceptibles chupas negras, con solapas de tela sobre tiras de velcro que les pasan por pecho y espalda. Para qué sirven lo ves cuando entran en el local. Inmediatamente tiran de las solapas hacia abajo, dejando ver, en letras grandes, la palabra ‘POLICÍA'.
Cuatro de los cinco investigadores se distribuyen rápidamente por el coffeeshop, de modo que pueden controlar perfectamente a todos los clientes y empleados, también para observar si no dejan caer al suelo armas o drogas. Uno de los agentes se queda en la puerta. A los clientes se les explica que el local estaba en la lista de una serie que deben inspeccionar, y que tienen que abandonarlo. Al administrador lo cachean. No sólo para chequear si lleva drogas o armas; también para ver si leva reservas encima, como es costumbre de algunos.
Cuando el coffeeshop está bajo absoluto control y el comandante se ha sentado a la mesa con el administrador para discutir cómo están las cosas en su ‘tienda', es cuando se empieza a buscar y pesar. Dos investigadores y el hombre de la oficina de impuestos instalan su balanza electrónica, sobre la cual vuelcan, uno a uno, todos los recipientes con hachís y marihuana que encuentran en existencias.
White widow, thai 2, superpolm, ketama, ketama special, atlas: todo lo pesan minuciosamente. En la repisa de los porros hay nueve unidades con thai, cuatro con white widow, catorce con maroc. Si en cada uno de estos porros hay un tercio de gramo de marihuana o chocolate, como es habitual, en esta repisita habrá unos nueve gramos. Todo lo que han encontrado hasta el momento no llega ni a la mitad de los 500 gramos que un coffeeshop puede tener.
Los otros investigadores están aplicadísimos en la inspección. Sacan las pinturas de la pared, miran detrás y dentro de cualquier cosa y lo tocan todo, sacan las bebidas de los armarios y la instalación de música y el mobiliario de estilo barroco son minuciosamente inspeccionados.
Nada excepcional.
La lista de precios está en la barra, en forma de pizarrita. No está permitido, pues se prohíbe cualquier forma de publicidad. Y ya se lo habían contado al dueño en febrero del año pasado, en el anterior control. Que la lámpara, en forma de hoja de marihuana, lo mismo que el estampado de las paredes, provoque objeciones entre los intrusos, al administrador ya le parece demasiado. "En toda la ciudad puedes emborracharte como cosaco, y Heineken y Grolsch se anuncian por todas partes, pero en un coffeeshop no se puede nada. Me parece grosísima la exageración".
Como quiera que sea, el administrador recibe una nueva advertencia. Deberá guardar la lista de precios de ahora en adelante detrás de la barra y toda "expresión que pueda incitar al uso de drogas blandas" tiene que desaparecer. Así está establecido ahora en el ‘permiso de explotación tolerada' que todo coffeeshop tiene. Dentro de poco el agente del barrio - ‘coordinador del vecindario', según la jerga actual - se colará sin anunciarse para ver si se cumple con todas las exigencias.
Después de casi tres cuartos de hora, la caravana se retira y el local puede volver a abrir sus puertas.
En el segundo coffeeshop de la lista, punto de reunión de un grupo de jóvenes en Slotervaart, en la visita que le hicieron en 2000 encontraron en existencias más del medio kilo máximo permitible de hachís y marihuana, por lo que le embargaron la mercancía.
En esta ‘tienda' las cosas son algo más complicadas que en la anterior. Además de la planta baja y el bar, también tiene un piso arriba con asientos. Así que los investigadores nada más llegar tienen que correr hacia arriba. Y luego está la bodega, grande, que se usa como pequeña cocina y oficina a un lado, y al otro lado como almacén. Este es trabajo para el perro policía y su adiestrador.
Golpe de suerte: aparte del administrador, no hay absolutamente nadie más. Los menores a los que los investigadores tendrían que prestar especial atención, no están. El encargado se deja cachear resignadamente, y se pregunta por qué el equipo aparece justo ahora, a una semana antes de que cambie de dueño. Casualidad.
En la planta baja y en la zona de asientos de arriba no se encuentra nada especial, a no ser montón de publicidad. Cuando, después de un tiempo, encuentran las llaves, mandan al perro al sótano. Es uno de los tres perros del cuerpo entrenados para encontrar drogas como cocaína, heroína, marihuana, hachís o el narcótico GHB. Es popular en la vida nocturna por su especial colocón.
'Fuera de sí' sería decir poco. El perro se aplica enloquecido olfateando estanterías, cajas y bolsas por el almacén. Parece tener una nariz bien fina. Cuando, al acercarse a una estantería, se pone a ladrar hacia un tablón situado a una altura de metro o metro y medio, los hombres descubren que hay una bolsa usada. Vacía, pero aparentemente olorosa aún. En la pequeña oficina el perro encuentra más bolsas, y, por fin, también algunos pedazos sueltos de marihuana.
Estos últimos cogollos pueden ser cruciales, ya que la mercancía de detrás de la barra está justo por debajo del medio kilo. Pero finalmente también este coffeeshop está, apretadamente, dentro de lo permisible. La exuberancia publicitaria se le comunicará a las autoridades del barrio de Slotervaart/Overtoomse Veld, y los funcionarios verán si hace falta tomar medidas.
El equipo HIT ya puede, después de la fluída tarde, volver a tiempo a su oficina, cuya dirección la policía quiere mantener en secreto. Después de cenar les quedan dos coffeeshops más, en que tampoco encuentran nada fuera de lo normal. En la mayoría de los coffeshops se respetan las reglas, me dice Sara (en el periódico le quitamos el apellido), del equipo HIT.
"Si le preguntas a los dueños, te dirán que les caemos encima cuatro veces al año", dice Sara. "También es sabido que volvemos al poco tiempo si en el primer control el local no estaba en orden".
El principal objetivo de los controles que realiza su equipo es ‘congelar' la situación del local tras cada allanamiento.
Sara: "Somos amables y educados con los administradores y los clientes, e intentamos que el local esté cerrado el menor tiempo posible, pero para todo el mundo queda inmediatamente claro que tenemos el control, que somos nosotros quienes determinamos cómo son las cosas. Que si colaboras, enseguida te volvemos a abrir el chiringo, lo entiende todo el mundo. Excepto aquellos que tienen algo que ocultar, claro; estos tienen un problema".

1 mayo 2004 ©het parool ©traducción mQh

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