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estados unidos a la deriva


Seis semanas de reveses militares y políticos no parecen haber dejado al gobierno de Bush mucho a que aferrarse que le permita llegar a las elecciones presidenciales de noviembre, sin que las tropas estadounidenses se vean envueltas en una guerra civil en Iraq. La reducción en las expectativas de la administración podría ser terapéutica si produjera una estrategia para alcanzar un conjunto realista de objetivos. Desgraciadamente, no parece que esa estrategia exista; no hay más que tumbos torpes de un lado a otro bajo la presión de los acontecimientos. Este panorama aumenta el peligro de una eventual guerra civil o anarquía, los dos principales objetivos que las tropas estadounidenses que siguen ostensiblemente en Iraq deben prevenir.
A veces, el único tema común en las medidas de Washington parece ser la desesperación.
Oficiales estadounidenses cedieron la ciudad de Faluya a antiguos oficiales del mismo ejército baasista, a los que llegaron a combatir hace algo más de un año. El plan original de tomar por asalto Faluya para vengar el asesinato* de cuatro contratistas privados no fue una buena idea. Entregar la ciudad a esos soldados políticamente ambiciosos parece todavía más miope. Encargar la seguridad y el territorio a señores de la guerra sunníes, chiíes y kurdos sólo aumenta el riesgo de una guerra civil.
En la arena diplomática, los asesores de la Casa Blanca están ahora suplicando a las Naciones Unidas, a quienes menospreciaron en el pasado para salvar la transición, esperando que su enviado especial, Lakhdar Brahimi, pueda producir de algún modo un plan para un gobierno interino después del 30 de junio, que rescate los esfuerzos de reconstrucción que las autoridades de la ocupación estadounidenses han convertido en chapuza. Ello podría ser un desarrollo positivo. Si el presidente Bush está ahora dispuesto a traspasar la autoridad real a Naciones Unidas en lo que se refiere, por ejemplo, a los acuerdos de la transición, puede crear una sensación de legitimidad que Washington mismo ya no puede conferir a nadie. Pero llegados a este punto, puede estar más allá del poder de Naciones Unidas convencer a un mundo escéptico de que Iraq recuperará alguna soberanía significativa después del 30 de junio si las decisiones reales sobre seguridad y reconstrucción aún son tomadas por los estadounidenses.
Miembros del desacreditado Consejo de Gobierno iraquí -que fueron nombrados por los estadounidenses- se están moviendo para asegurarse una cuota de poder para ellos mismos después de que el Consejo se disuelva este mes siguiente. Es una idea terrible asociar el nuevo gobierno interino con el régimen de ocupación e hipotecar las elecciones futuras al dar a los miembros del Consejo una inmerecida posición en su interior. Sin embargo, el gobierno parece estar dudando y se muestra reluctante a interrumpir el programa de la transición contrariando a uno de los pocos aliados iraquíes que todavía le quedan.
Si alguno de los objetivos que los estadounidenses quieren alcanzar en Iraq puede todavía ser rescatado, tomará más que ese torpe manejo de la crisis, impulsado por las necesidades de la campaña de re-elección de Bush. Se necesita definir una nueva dirección, clara y coherente, que debe ser iniciada sin dilación alguna, a comenzar por una agresiva política y cambios de personal para deshacer el daño del escándalo de la prisión de Abu Graib. Las Naciones Unidas deben recibir una clara autoridad sobre los acuerdos políticos de la transición después del 30 de junio, con Washington apoyando plenamente las iniciativas de Brahimi para componer un gobierno interino de iraquíes confiables que no estén asociados con la ocupación y que estén dispuestos a dejar de lado sus propias ambiciones políticas.
Decisiones constitucionales y políticas importantes deben ser aplazadas hasta que se realicen las elecciones, pero el gobierno interino debe asumir el control administrativo de las ingresos por el petróleo y los proyectos de reconstrucción económica y ejercer autoridad soberana sobre la policía y los tribunales iraquíes. Y si, como se cree ahora generalmente, consiente la presencia continuada de las fuerzas de ocupación estadounidenses, tendrá que construir una nueva relación con las tropas, que seguirán siendo responsables ante Washington, no ante Bagdad. Ello transcurrirá de modo más fluido si la administración deja de encargar la seguridad a antiguos señores de la guerra iraquíes y compañías privadas y se asegura de que las tropas estadounidenses sean adiestradas adecuadamente para las tareas asignadas.
A corto plazo, reemplazar a los apoderados requerirá probablemente enviar más tropas, o aplazar las rotaciones programadas fuera de Iraq. Pero con el tiempo, si la administración finalmente se muestra dispuesta a aceptar una supervisión internacional y una dosis real de soberanía iraquí, los estadounidenses podrían lograr una reducción de la violencia y un aumento de las fuerzas de paz de otros países. Con el 30 de junio aproximándose rápidamente, Washington tendrá que elegir pronto su nuevo curso.
*El editorialista habla aquí de ‘mob murders', aunque se sabe que los contratistas fueron atacados y asesinados por los insurgentes. La multitud que se reunió en el lugar mutiló posteriormente los cadáveres.

15 mayo 2004 ©new york times ©traducción mQh

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