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defensa y abu ghraib


[Seymour M. Hersh] En su devastador informe sobre las condiciones imperantes en la prisión de Abu Ghraib, el general de división, Antonio M. Taguba, mencionó a tres militares como únicos merecedores de elogio. Uno de ellos, William J. Kimbro, maestro de armas y adiestrador de perros, merecía ser elogiado, escribió Taguba, porque "conocía su deber y se negó a participar en interrogatorios indebidos, a pesar de fuertes presiones de personal de la Inteligencia Militar en Abu Ghraib. En otra parte del informe se hace claro qué es lo que Kimbro no haría: los soldados estadounidenses, dijo Taguba, utilizaron "perros militares para asustar e intimidar a los detenidos con amenazas de ataques, y en un caso, mordiendo efectivamente a un detenido."
El informe de Taguba fue gatillado por la decisión de un soldado de entregar a los investigadores del ejército fotografías mostrando humillaciones sexuales y maltratos a prisioneros. Estas imágenes fueron difundidas el pasado 28 de abril en el programa ´60 Minutes II´. Siete reclutas de la Compañía 372 de la Policía Militar, del Batallón 320, una unidad de reserva del ejército, esperan sus procesos y seis oficiales han sido amonestados. La pasada semana, me entregaron un conjunto de fotografías digitales, que estuvieron en posesión de un miembro del Batallón 320. De acuerdo a las secuencias de tiempo impresas en los archivos digitales, las fotografías fueron tomadas con dos cámaras diferentes, en un período de tiempo de 12 minutos, la tarde del 12 de diciembre de 2003, dos meses después de que la unidad de la policía militar fuera asignada a Abu Ghraib.
Una fotografía muestra a un prisionero iraquí y a adiestradores de perros militares. Otras fotografías muestran a un iraquí en el suelo, sangrando. Una de las nuevas fotografías muestran a un soldado joven, con una americana oscura sobre su uniforme y riendo a la cámara, en el pasillo de la cárcel. Al fondo se ve a dos adiestradores de perros del ejército, con uniforme de camuflaje de combate completo, sujetando a dos pastores alemanes. Los perros están ladrando a un hombre que es parcialmente ocultado por el enfoque de la cámara del soldado sonriente.
Otra imagen muestra al hombre, un prisionero iraquí, desnudo. Sus manos están esposadas detrás de la nuca y está agachado contra la puerta de la celda, retorcido de terror, mientras los perros le ladran a unos pocos pies de distancia. Otras fotografías muestran a los perros estirando sus correas y gruñendo a los prisioneros. En otra, tomada pocos minutos después, el iraquí yace en el suelo, retorciéndose de dolor, con un soldado sentado encima de él, con la rodilla incrustada en su espalda. Mana sangre de la pierna izquierda del detenido, que está en el suelo. Otra fotografía es un primer plano de un prisionero desnudo de la cintura a los tobillos, en el suelo. En su pierna derecha se observa lo que parece ser un mordisco o un profundo tajo. Tiene otra herida más grande en su pierna izquierda, cubierta de sangre.
Hay al menos otro informe sobre los abusos, que muestra a soldados estadounidenses, un perro del ejército y ciudadanos iraquíes, pero no es de Abu Ghraib. Cliff Kindy, miembro de los Equipos de Paz Cristianos, un grupo apoyado por la iglesia que ha estado siguiendo la situación en Iraq, me dijo en noviembre que los soldados azuzaron a un perro militar contra un grupo de civiles durante una redada en Ramadi, a unas 30 millas al poniente de Faluya. Primero, Kindy me dijo que "los soldados fueron de casa en casa y detuvieron a 30 personas". (Una de ellas era Saad al-Khashab, un abogado de la Organización para los Derechos Humanos en Iraq, que le contó a Kindy sobre el incidente). Mientras se esposaba a los 30 detenidos, a los que se extendía en el suelo, estalló una balacera y, cuando terminó, los iraquíes fueron encerrados en una casa. Khashab le dijo a Kindy que entonces los soldados estadounidenses "soltaron a los perros en el interior de la casa, que mordieron a varias personas". (El departamento de Defensa dijo que no podía comentar sobre el incidente antes de que el New Yorker fuese a prensa.
Cuando le pregunté al general de división, Charles Hines, que fuera comandante de la academia militar del ejército durante los 28 años de su carrera en el departamento de policía, sobre estos informes, reaccionó con consternación. "¿Soltar a un perro en un cuarto lleno de gente? ¿Echándole los perros a prisioneros de guerra? Nunca he oído nada sobre esto, y no habría sido tolerado", dijo Hines. Agregó que los perros policiales adiestrados están desde hace tiempo presentes en las prisiones estadounidenses, donde son utilizados para detectar drogas y contrabando entre los prisioneros, y, a veces, en la represión de disturbios. Pero declaró que "no habría autorizado nunca su uso para interrogar u obligar a los prisioneros. Si lo hubiera hecho, habría terminado en prisión o despedido del ejército".
La Cruz Roja Internacional y grupos de derechos humanos se han quejado repetidas veces durante el pasado año sobre el trato que dan los militares estadounidenses a prisioneros iraquíes, sin lograr nada. En un caso, revelado el pasado mes por el Denver Post, tres soldados del ejército de un batallón de la inteligencia militar fueron acusados de violar a una detenida iraquí en la prisión de Abu Ghraib. Después de un proceso administrativo, los tres fueron condenados a pagar una multa de "al menos quinientos dólares y despojados de sus rangos", informó el periódico.
Comandantes del ejército dieron una respuesta diferente cuando, el 13 de enero, un policía militar entregó a los investigadores del ejército un disco compacto con fotografías explícitas. Las imágenes estaban siendo canjeadas de ordenador en ordenador en el Batallón 320. Comandantes veteranos del ejército se dieron cuenta de inmediato de que tenían un problema: un ominoso desastre político y de relaciones públicas, que mancharía a Estados Unidos y dañaría el esfuerzo de la guerra.
Uno de los primeros soldados en ser interrogados fue Ivan Frederick, el sargento de la policía militar que estuvo a cargo del turno nocturno de Abu Ghraib. Frederick, que será juzgado por una corte marcial en Iraq por su participación en los maltratos, escribió un diario de vida que comenzaba con un golpe de nudillos en la puerta, de agentes de la División de Investigaciones Criminales del ejército (CID), a las dos de la mañana del 14 de febrero. "Fui escoltado... hasta la puerta de entrada de nuestro edificio, fuera de la vista de mi cuarto", escribió Frederick, "mientras... dos desconocidos seguían en mi cuarto. ´¿Están revisando mi cuarto?´" Le dijeron que sí. Frederick accedió más tarde formalmente a que los agentes resivaran su cuarto, a la búsqueda de cámaras, ordenadores y otros aparatos de almacenamiento.
El 14 de enero, tres días después de que el ejército recibiera las fotografías, el Comando Central emitió un comunicado de prensa de cinco frases, redactado anodinamente, sobre el maltrato de los prisioneros. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dijo la pasada semana que fue entonces que él se enteró de las acusaciones. En algún momento poco después, Rumsfeld informó al presidente Bush. El 19 de enero, el teniente general, Ricardo S. Sánchez, el oficial a cargo de las tropas estadounidenses en Iraq, ordenó realizar una investigación secreta sobre Abu Ghraib. Dos semanas después, el general Taguba fue encargado de hacer sus pesquisas. Entregó su informe el 26 de febrero. Para entonces, según el testimonio ante el senado la semana pasada, del general Richard Myers, presidente del Estado Mayor, gente "dentro de nuestro edificio" habían discutido las fotografías. Myers, según sus propias palabras, todavía no había leído el informe de Taguba ni visto las fotografías, aunque sabía lo suficiente sobre los maltratos como para persuadir a ´60 Minutes II´ de que aplazara la historia.
En la rueda de prensa del Pentágono la semana pasada, Rumsfeld y el general de marina, Peter Pace, vice-presidente del Estado Mayor, insistió en que la investigación sobre Abu Ghraib había pasado rutinariamente por la cadena de comando. Si el ejército fue lento, lo fue a causa de las salvaguardas incorporadas en el sistema. Pace dijo a los periodistas que "era importante saber que, a medida que las investigaciones se van completando, van pasando por la cadena de mando de manera muy sistemática. De este modo el individuo que escribe el informe lo envía al comandante del siguiente nivel. Pero le tomará, a él o ella, una semana, o dos, o tres, el tiempo que sea, leer toda la documentación, pedir asesoría jurídica y tomar decisiones adecuadas a su nivel... De ese modo se protegen los derechos de todos y tenemos la oportunidad de revisar todo el proceso sistemáticamente".
Sin embargo, en entrevistas, oficiales retirados y en servicio activo del Pentágono dijeron que el sistema no había funcionado. El conocimiento sobre la naturaleza de los maltratos -y especialmente las fotografías políticamente tóxicas- es severa e inusualmente restringido. "Cuando pregunté, todos me dijeron: ´No lo sabíamos´ -ni siquiera en el Estado Mayor, me dijo un antiguo funcionario del servicio secreto, enfatizando que se estaba refiriendo a altos funcionarios, con quienes semejantes acusaciones serían normalmente discutidas. "No he hablado con nadie de dentro que supiera algo -en ningún lugar. Les tomó por sorpresa". Un alto funcionario del Pentágono dijo que muchos generales veteranos del ejército no estaban al tanto de las acusaciones de Abu Ghraib.
Dentro del Pentágono hubo la pasada semana una avalancha de acusaciones mutuas. Un importante general se quejó a un colega de que los comandantes en Iraq debieron de haberse hecho con C4, un poderoso explosivo, y haber volado Abu Ghraib la primavera pasada, con todo su "bagaje emocional" -la prisión fue conocida durante el régimen de Sadam Husein por su brutalidad- en lugar de transformarla en una instalación estadounidense. "Esto va más allá de lo que es aceptable en términos de falta de atención del comando", me dijo un general de división retirado, a propósito de los abusos de Abu Ghraib. "¿Dónde estaban los oficiales de la marina? Y no me refiero solamente a los que tienen una estrella", agregó, refiriéndose a la general de brigada, Janis Karpinski, la comandante de Abu Ghraib, que fue destituida de sus funciones. "Esto fue una terrible falla de liderazgo".
El funcionario del Pentágono me dijo que muchos generales veteranos creen que, aparte los civiles en el despacho de Rumsfeld, el general Sánchez y el general John Abizaid, que está a cargo del Comando Central en Tampa, Florida, hicieron lo mejor que pudieron por mantener oculto el problema durante los primeros meses del año. La cadena de comando oficial fluye del general Sánchez, en Iraq, hacia Abizaid, y de él hacia Rumsfeld y el presidente Bush. "Tienes que acoplar la acción, o la falta de acción, con los intereses", dijo el funcionario del Pentágono. "¿Cuál es el motivo para no decirlo? Predijeron problemas diplomáticos graves".
El secretismo y el hacerse ilusiones, dijo el funcionario del Pentágono, son las características definitorias del Pentágono de Rumsfeld, que moldeó su respuesta a los informes sobre Abu Ghraib. "Siempre intentan retrasar la transmisión de malas noticias -en la esperanza de que entretanto pase algo bueno", dijo. El hábito de la indecisión frente a las malas noticias condujo a desconexiones entre Rumsfeld y oficiales del ejército, asignados a la planificación de las necesidades de tropa en Iraq. Hace un año, me dijo el funcionario del Pentágono, cuando quedó claro que el ejército tendría que llamar a servicio a unidades de reservistas para hacer frente a la insurgencia, "tuvimos las órdenes de movilización que languidecieron durante treinta o cuarenta días en el despacho del secretario de Defensa". El equipo de Rumsfeld parecía estar esperando que pasara algo -que el problema se solucionara por sí sólo, sin tropas adicionales. El funcionario explicó que "esperaban no tener que tomar una decisión". El retraso significó que los soldados de algunas unidades, que debían ser desplegadas, tuvieron sólo algunos días para preparar sus testamentos y ocuparse de otros asuntos familiares y financieros.
La misma deliberada indiferencia hacia las malas noticias se hizo evidente el año pasado, dijo el funcionario del Pentágono, cuando el ejército realizó una serie de elaborados simulacros de guerra. Los estrategas presentaban esquemas sobre casos en que las circunstancias eran ideales, casos en que estas eran fatales, y casos intermedios, como una manera de evaluar hacia dónde se encaminaba la guerra de Iraq y calcular las necesidades futuras de tropas. De todos modos, el número de tropas que se requería efectivamente excedía el análisis del peor de los casos. Sin embargo, el Estado Mayor y funcionarios civiles del Pentágono continuaron insistiendo en que la planificación futura se basara en el escenario más optimista. "El cálculo optimista era en ese momento -mediados de 2004- que el ejército necesitaría apenas un puñado de brigadas en Iraq", dijo el funcionario del Pentágono. "Ahora son casi veinte, y la coalición internacional se está evaporando. El error de cálculo fue fenomenal". El funcionario agregó que "desde el principio, el ejército viene diciendo que las proyecciones y los cálculos son poco realistas". Ahora, dijo, "estamos tratando de mantener 135 mil tropas, permitiendo que los soldados pasen un tiempo en casa"
En su rueda de prensa del último martes, Rumsfeld, al preguntársele si acaso creía que las fotografías y las historias de Abu Ghraib significaban un revés para la política estadounidense en Iraq, todavía lo negaba. "Ah, no estoy hecho para hacer historia instantánea", respondió. El viernes, sin embargo, mientras algunos miembros del Congreso y editoriales de periódicos pedían su renuncia, Rumsfeld declaró extensamente ante los comités del Congreso y del Senado y pidió excusas por lo que llamó fechorías "fundamentalmente a-estadounidenses", en Abu Ghraib. También advirtió que habría más revelaciones, y más feas. Rumsfeld dijo que él no vio en realidad las fotografías de Abu Ghraib sino hasta que aparecieron en informes periodísticos y que no había revisado las copias del ejército sino hasta el día anterior. Cuando lo hizo, fue "difícil de creer", dijo. "Hay fotos que describen... actos que sólo pueden ser descritos como descaradamente sádicos, crueles e inhumanos". Más tarde, dijo: "Me temo que será todavía más terrible". Rumsfeld agregó: "Fallé en reconocer lo importante que era".
Más tarde NBC News mencionó a funcionarios militares estadounidenses, que dijeron que las fotografías publicadas mostraban a soldados estadounidenses "golpeando duramente, casi hasta la muerte, a un prisionero iraquí, copulando con una prisionera iraquí y ´actuando de manera impropia con un cadáver´. Los funcionarios dijeron que también había un video, filmado aparentemente por personal estadounidense, que mostraba a unos guardias iraquíes violando a unos niños".
Ninguna cantidad de testimonios apologéticos ni de maniobras políticas la semana pasada pudo ocultar el hecho de que, desde los atentados del 11 de septiembre, el presidente Bush y sus ayudantes se vieron involucrados en una guerra contra el terrorismo en la que no valen las viejas reglas. En la privacidad de su despacho, Rumsfeld se impacientaba con lo que veía como la reluctancia de los generales y almirantes veteranos del Pentágono a actuar agresivamente. Hacia mediados de 2002, él y sus ayudantes de confianza intercambiaron unos memoranda secretos para modificar la cultura de los jefes militares y encontrar modos de estimularles "a tomar más riesgos". Un memo se refiere burlonamente a los generales del Pentágono, y dijo: "Nuestra búsqueda de la perfección de los ´datos utilizables´ nos ha paralizado. Debemos aceptar que podemos tener que actuar antes de que tengamos las respuestas para todo". Le dijeron al secretario de Defensa que él "debía romper con la mentalidad precavida dentro de la comunidad militar de hoy... nosotros planificamos demasiado toda contingencia... Tenemos que aceptar los riesgos". Con operaciones que impliquen la muerte de enemigos extranjeros, continuaba el memo, la estrategia no debe diseñarse en el Pentágono: "El resultado sería una decisión por comité".
La impaciencia del Pentágono con el protocolo militar se extendió a preguntas sobre el trato de los prisioneros que han sido capturados en el curso de operaciones militares. Poco después del 11 de septiembre, a medida que la guerra contra el terrorismo se puso en camino, Donald Rumsfeld hizo público su desprecio de las convenciones de Ginebra. Las quejas por el trato de los prisioneros por parte de Estados Unidos, según Rumsfeld a principios de 2002, no eran más que "bolsillos aislados de hiperventilación internacional".

Los esfuerzos para determinar qué paso en Abu Ghraib han cristalizado en un creciente conjunto de investigaciones relacionadas, algunas de ellas montadas precipitadamente, incluyendo pesquisas sobre las 25 muertes sospechosas. Los investigadores están cada vez más preocupados por el papel jugado no sólo por funcionarios militares y de la inteligencia, sino también por agentes de la CIA y contratistas privados. En una declaración, la CIA reconoció que su Inspector General había iniciado una investigación sobre los maltratos en Abu Ghraib, que incluía la muerte de un prisionero. Una fuente familiarizada con una de las investigaciones me contó que una de las víctimas era el hombre cuya fotografía, que muestra su cuerpo golpeado envuelto en hielo, ha circulado en todo el mundo. Se ha asignado el caso a un fiscal del departamento de Justicia. La fuente también me dijo que un operativo de la inteligencia estadounidense y un fiscal general querían negociar, a través de sus abogados, la obtención de inmunidad a cambio de declaraciones.
Las relaciones entre la policía militar y los equipos de inteligencia en el sistema de prisiones estadounidense alcanzó un punto de inflexión este último otoño en respuesta a la insurgencia contra el Gobierno Provisional de la Coalición. "Esto es algo para la inteligencia", le dijo el general de brigada, Martin Dempsey, comandante de la Primera División Blindada, a un periodista en una rueda de prensa en Bagdad, en noviembre. "¿Tengo suficientes soldados? La respuesta es sí, absolutamente. El problema más serio es: ¿los utilizaré, y con qué motivos? Y la respuesta a esa pregunta reside en la inteligencia... de cómo procesar los datos recabados por la inteligencia y transformarlos en datos operacionables". El sistema de prisiones del ejército deberá ahora representar su parte.
Dos meses antes, el general de división, Geoffrey Miller, comandante de la fuerza especial a cargo de la prisión de Guantánamo, reunió en Iraq a un equipo de expertos para revisar el programa del ejército. Su recomendación fue radical: las prisiones del ejército deben ser servir, antes que nada, para interrogatorios y para el recabamiento de informaciones necesarias para las acciones bélicas". "Los operativos de detención deben servir para facilitar los interrogatorios... para procurar un ambiente seguro, estable y humano que apoye la recolección expedita de datos útiles para la inteligencia", escribió Miller. La policía militar de guardia en las prisiones deberían hacer del apoyo a la inteligencia militar una prioridad.
El general Sánchez estuvo de acuerdo, y el 19 de noviembre su cuartel general emitió una orden pasando formalmente el control táctico de la prisión a la Brigada de Inteligencia Militar 205. El general Taguba, intrépidamente, hizo un punto de las órdenes de Sánchez, las que, escribió en su informe, "efectivamente pusieron a un agente de la inteligencia militar, antes que a un agente de la policía militar, responsable de las unidades de la policía militar encargadas de los operativos con detenidos en esa instalación. Esto no es recomendable desde el punto de vista doctrinario, debido a las diferentes misiones y programas asignadas a cada una de estas especialidades". Taguba criticó también el informe de Miller, observando que "el valor de inteligencia de los detenidos en... Guantánamo es diferente del de los detenidos en Abu Ghraib y otros centros de detención en Iraq... Hay un gran número de delincuentes iraquíes detenidos en Abu Ghraib, de los que no se cree que sean terroristas internacionales o miembros de Al Qaeda". Taguba observó que las recomendaciones de Miller "parecen estar en conflicto" con otros estudios y con regulaciones del ejército que piden que las unidades de la policía militar tengan el control del sistema de prisiones. Al colocar los operativos de la inteligencia militar bajo su control, la recomendación de Miller y el cambio de política de Sánchez han sin duda jugado un papel en los maltratos de Abu Ghraib. El general Taguba concluyó que algunos agentes de la inteligencia militar y contratistas privados en Abu Ghraib fueron "directa o indirectamente responsables" de los maltratos, y exigió que fueran sometidos a medidas disciplinarias.
A fines de marzo, antes de que estallara públicamente el escándalo de Abu Ghraib, Geoffrey Miller fue transferido desde Guantánamo y nombrado director de prisiones en Iraq. "Hemos cambiado esto, confiad en nosotros", dijo Miller a periodistas a principio de mayo. "Se cometieron errores. Los hemos corregido. Nos aseguraremos de que no vuelvan a ocurrir".
Personal de la inteligencia militar asignados a Abu Ghraib llevaban a menudo uniformes "neutralizados", o iban vestidos de civil durante el cumplimiento de sus funciones. "No podías distinguirlos", dijo la fuente familiar con la investigación. La confusión de identidades y organizaciones significó que era imposible para los prisioneros, o, significativamente, los agentes de la policía militar de guardia, saber quién le estaba haciendo qué a quién y quién tenía autoridad para dar órdenes. Los empleados civiles de la prisión no se regulaban por el Código de la Justicia Militar, pero sí son responsables ante las leyes civiles -aunque no está claro ni se aplicarán leyes estadounidenses o iraquíes.
De acuerdo al informe de Taguba, uno de los empleados implicados en los interrogatorios de Abu Ghraib era Steven Stefanowicz, un civil de CACI International, una compañía con sede en Virginia. Compañías privadas como CACI y la Titan Corp. pagan salarios por sobre los cien mil dólares por el peligroso trabajo en Iraq, mucho más de lo que paga el ejército, y se les permitió, como nunca antes en la historia militar de Estados Unidos, manejar trabajos delicados. (En una rueda de prensa la semana pasada, el general Miller confirmó que Stefanowicz había sido reasignado a labores administrativas. Una portavoz de CACI declinó comentar sobre los empleados en Iraq, debido a razones de seguridad, pero dijo que la compañía todavía no había oído nada del gobierno sobre Stefanowicz).
Stefanowicz y sus colegas condujeron casi todos, sino todos los interrogatorios en las instalaciones de Abu Ghraib, conocidas entre los soldados como el Edificio de Madera y el Edificio de Acero. Los centros de interrogación son rara vez visitados por la policía militar, dijo una fuente familiarizada con la investigación. Los prisioneros más importantes -los sospechosos de ser miembros de la insurgencia considerados como Detenidos de Alto Valor- eran albergados en Camp Cropper, cerca del aeropuerto de Bagdad, pero la presión sobre los soldados de obedecer las peticiones de la inteligencia militar se hacía sentir en todo el sistema.
No todos colaboraron. Un capitán de la compañía de una unidad de la policía militar en Bagdad me dijo la semana pasada que fue abordado por un joven agente de inteligencia, que pidió que los agentes de la policía militar mantuvieran a un grupo de detenidos despiertos día y noche antes de interrogarlos. "Yo dije: ´No, no lo haremos´", dijo el capitán. "´El comandante de la inteligencia militar se acerca a mí y me dice: ´¿Cuál es el problema? Estamos estresados y todo lo que te pedimos es que los tengas despiertos´. Yo pregunto: "¿Cómo? Tú estás adiestrado para hacerlo, pero mis soldados no lo saben. Y si le preguntas a un chico de 18 que mantenga a alguien despierto y no sabe cómo hacerlo, seguro que se va a poner creativo´". El agente de la inteligencia militar le transmitió la petición al superior del capitán, pero, dijo el capitán, "me apoyó".
"Estamos hablando de seres humanos". Los agentes de la policía militar en Abu Ghraib fueron abandonados por sus comandantes, de alto y bajo rango", dijo el capitán. "El sistema se rompió, no hay ninguna duda. Pero el ejército está hecho de gente, y nosotros dependemos de ellos para hacer lo que es debido".
En su informe, Taguba estableció convincentemente que había un vínculo entre el proceso de interrogatorios en Afganistán y los maltratos en Abu Ghraib. Pocos meses después del informe del general Miller, escribió Taguba, el general Sánchez, aparentemente preocupado por los informes de abusos en las cárceles del ejército en Iraq, pidió al oficial de justicia del ejército, Donald Ryder, un general de división, que realizara un estudio de las prisiones militares. En el estudio resultante, que sigue siendo confidencial, Ryder identificó un conflicto entre la policía militar y la inteligencia militar, que data de la guerra de Afganistán. Escribió: "Datos recientes de inteligencia en apoyo de la Operación Libertad Perdurable produjo una plantilla en la que la policía militar creaba condiciones favorables para los interrogatorios subsiguientes".
Uno de los prisioneros más prominentes de la guerra de Afganistán fue John Walker Lindh, el californiano de 20 años que fue capturado en diciembre de 2001. Lindh fue acusado de haber recibido adiestramiento de terroristas de Al Qaeda y de conspirar para matar a estadounidenses. Pocos días después de su detención, de acuerdo a una declaración jurada de un tribunal federal presentada por su abogado, James Brosnahan, un grupo de soldados estadounidenses armados "vendaron los ojos de Lindh, y le tomaron varias fotografías, con ellos mismos... Otro le dijo a Lindh que lo ´iban a ahorcar´ por sus acciones y que después de su muerte, los soldados venderían las fotografías y darían el dinero a alguna organización cristiana. "Algunas de las fotos aparecieron luego en la prensa estadounidense. Lindh fue desnudado completamente, amarrado a una camilla con cinta de pegar y colocado en un contenedor de barco, sin ventanas. Una vez más, se lee en la declaración jurada, "personal militar fotografió a Lindh cuando estaba en la camilla". El 15 de julio de 2002, Lindh accedió a declararse culpable de portar armas mientras trabajaba para los talibanes y fue condenado a 20 años de prisión. Durante ese proceso, Brosnahan me dijo que el "departamento de Defensa insistió en que declarásemos que no hubo maltratos ´deliberados´ de John". Su defendido accedió, pero el abogado observó: "Contra eso, todavía tienes la fotografía de John desnudo en una camilla".
Hacer fotografías de los prisioneros, tanto en Afganistán como en Iraq, no parece haber sido algo dejado al azar sino más bien parte de un proceso de interrogatorios deshumanizantes. The Times publicó una entrevista la semana pasada con Hayder Sabbar Abd, que alegó, convincentemente, que era uno de los prisioneros iraquíes maltratados que aparecía en las fotografías de Abu Ghraib. Abd le dijo a Ian Fisher, el periodista del Times, que su tortura había sido filmada con cámaras casi constantemente, lo que aumentaba su humillación. Recordó los repetidos fogonazos de la cámara cuando los soldados le pedían que se masturbara y le golpeaban cuando se negaba.
Un persistente misterio es cómo pudo Ryder hacer su revisión en otoño pasado, en medio del escándalo sobre los maltratos a prisioneros en Abu Ghraib, sin lograr detectarlos. (Ryder dijo en una rueda de prensa, la semana pasada en el Pentágono, que su viaje a Iraq "no era una inspección ni una investigación... Era una evaluación"). En su informe a Sánchez, Ryder declaró rotundamente que "no había unidades policiales militares aplicando adrede prácticas de confinamiento inapropiadas". Wille J. Rowell, que trabajó durante 36 años como agente del CID, me dijo que Ryder estaba en un embrollo burocrático. El ejército había revisado en otoño pasado su estructura de comando, y Ryder, jefe de la policía militar, era ahora el general a cargo de todas las unidades de policía militar y de las del CID. En otras palabras, se le estaba pidiendo que se investigara a sí mismo. "Lo que Ryder tenía que haber hecho es montar una unidad de operaciones del CID, dirigida por un 0-6 -un coronel- con quince agentes, y comenzar a entrevistarlos a todos y tomar declaraciones juradas", dijo Roswell. "Tenía que responder a preguntas sobre las prisiones en septiembre, cuando Sánchez pidió una evaluación". En esa época, agregó Rowell, el sistema de prisiones del ejército no estaba preparado para hacer frente a la insurgencia. "Ryder estaba en una situación en la que no se puede ganar", dijo Rowell. "Como jefe de la policía militar, si hubiera utilizado una unidad de las fuerzas especiales del CID, se habría perjudicado a sí mismo -porque es también el jefe de la policía militar. Se lo estaban comiendo vivo".
Ryder se pudo proteger a sí mismo, pero Taguba no lo ayudó. "No es considerado un héroe en algunos círculos del Pentágono", dijo un general de división del ejército, en retiro. "Es el tipo que toca el pito, y el ejército va a pagar el precio de su integridad. Al liderazgo no le gusta la gente que hace públicas las malas noticias".


17 mayo 2004 ©new yorker ©traducción mQh"

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