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cogidos entre dos fuegos


[George Packer] ¿Por qué optarán los iraquíes moderados: por la democracia o por el radicalismo islámico? ¿Se puede optar en una ciudad donde la única función de la policía es defenderse a sí misma?
La mañana de marzo que visité la morgue de Bagdad, que está en un destartalado vecindario cerca del río Tigris, estaba de guardia un joven especialista en medicina forense llamado Bashir Shaker. Era el día después de Ashura, una de las festividades religiosas más importantes del calendario chií, que conmemora el asesinato del imán Husein, el nieto del profeta Mahoma, y la masacre de sus seguidores en Karbala en el año 680 después de Cristo. Mil trescientos veinticuatro años después, Bagdad estaba engalanada con los símbolos de la devoción y penitencia chií: las banderas rojas de la sangre de Husein, las banderas verdes del islam, las banderas negras que portan mensajes de desconsuelo, como "Husein Nos Enseñó A Ser Víctimas Para Alcanzar La Victoria". Por primera vez en décadas los chiíes de Iraq pueden conmemorar en libertad el día del martirio y los cuarenta días de estridente duelo que lo siguen. Los himnos, los desfiles, el golpe de pechos, y el desuello de espaldas en las ceremonias de expiación también se transformaron en demostraciones de poder colectivo.
Por eso, los santuarios de Bagdad y Karbala estaban ese día inusualmente atiborrados de peregrinos chiís vestidos de negro -y cuando los terroristas kamikazes que estaban entre ellos detonaron sus explosivos, causaron la peor masacre de civiles desde el comienzo de la guerra. El número de muertos en las dos ciudades fue al menos de ochenta y ocho, y la morgue de Bagdad se transformó en un osario lleno de cuerpos, cabezas, brazos y piernas, y pedazos de cuerpos. Afuera de la morgue, un hombre esperaba para entrar y ojear el cuerpo de un niño de ocho años, un vecino, cuyo padre yacía herido en el hospital. Otros estaban saliendo, todavía apretando los pañuelos contra la cara, una respuesta a la fetidez que se sentía dentro. Las autoridades tenían prisa en completar el proceso de identificación. No se haría la autopsia de las víctimas, me dijo Shaker; esos seguidores de Husein eran mártires chiís, y el islam prohibía la profanación de sus cuerpos.
Antes de la invasión de Iraq, dijo el doctor Shaker, llegaba sólo una víctima de asesinato a la morgue de la ciudad al mes. Esta estadística subraya dos condiciones de la vida de los iraquíes durante el régimen de Sadam Husein: que el estado tenía el cuasi-monopolio del asesinato, y la mayoría de las víctimas del estado desaparecían en fosas comunes sin marca. Un efecto no intencionado de la liberación de Iraq de la tiranía baasista fue una extendida dispersión de la violencia. En el Iraq ocupado, entre quince y veinticinco víctimas de asesinato llegan diariamente a la morgue de Bagdad, la mayoría de ellas por impacto de bala. Shaker calculó que cinco casos a la semana implica a baasistas ejecutados en asesinatos por represalia; normalmente sus familias recogen los cuerpos sin informar a la policía. Con tribunales que apenas funcionan, una nueva fuerza policial débil, mal adiestrada y a menudo corrupta, un invasor extranjero que no puede garantizar la seguridad y un envolvente ambiente de desorden, los iraquíes no están esperando que la justicia que se les negó durante el régimen de Sadam se materialice dentro de poco tiempo.
El día que lo visité, Shaker dijo que estaba revisando "un caso interesante", no relacionado con los atentados con bomba de Ashura. El cuerpo de una mujer, de 41 años y soltera, había sido descubierto hace poco con seis heridas de bala en el pecho. El análisis inicial de Shaker había demostrado que la mujer no parecía ser virgen, y que el número de impactos parecía haber sido premeditado. Estos detalles despertaron sus sospechas sobre la familia: Shaker dijo que un crimen de esos era llamado "lavar la deshonra". Los asesinatos de honor son una vieja costumbre en Iraq, dijo, aunque en este caso había un elemento nuevo: antes de la guerra, la familia habría quemado o ahogado a la mujer para disimular el asesinato. "Ahora, tú puedes matar y largarte", dijo Shaker. "Nadie necesita ocultar los crímenes". La sentencia común por "lavar la deshonra" es seis meses.
El caso de la mujer fue referido a un comité de cinco doctores, incluyendo al más importante experto en hímenes de Iraq. Para sorpresa de Shaker, el comité determinó que el himen de la mujer era extremadamente delgado, pero estaba intacto. El caso se cerró: la familia no sería procesada, y sin medios para seguir otras pistas, la policía archivó el historial de la mujer.
Abajo por el vestíbulo de la morgue, que está en un edificio chato y amarillo de dos pisos llamado Instituto Médico-Legal, hay una sala de reconocimiento médico con una silla reclinable y estribos. Aquí es donde se hacen los análisis de virginidad de sujetos vivos -la mayoría de ellos de sospechosas de prostitución, pero también de fugitivos, víctimas de secuestros, y chicas que han sufrido un accidente y cuyos padres, por esto de las hijas casaderas solicitan un certificado médico que testifique su pureza.
Toda una sub-especialidad de la medicina forense en Iraq se ocupa de la virginidad, dijo Shaker. En cualquier caso judicial que implique a una mujer, es el dato más importante. "Gobierna nuestras vidas", agregó. Lo sorprendente de estos detalles de su profesión es su vulgaridad. En el Occidente, los iraquíes gozaban de una reputación de modernidad metropolitana que ahora parece que desapareció hace décadas. Para ganar el apoyo de los clérigos de Iraq, Sadam obligó a su pueblo a adoptar una interpretación rigurosa del islam tradicional. En asuntos religiosos privados, en la familia y en el tratamiento de las mujeres, la gran mayoría de los iraquíes son mucho más conservadores de lo que la mayoría de los extranjeros pueden entender.
En marzo de 2003, una semana antes del comienzo de la guerra, una chica de dieciséis años a la que la policía baasista había encontrado deambulando desorientada por las calles fue llevada al Instituto Médico-Legal. Después de examinarla, Shaker constató que había perdido su virginidad hace poco y que había sido violada. La chica, Raghda, era guapa, de piel pálida y grandes ojos negros, y estaba tan enferma que apenas podía hablar. Raghda no se parecía en nada a las prostitutas de diez años que solía examinar Shaker, y la convenció poco a poco de que le contara qué había pasado.
Raghda había ido a una audición como candidata para ser presentadora de televisión en los estudios de Uday Husein, el psicópata primogénito de Sadam. Junto a otras seis finalistas, fue llevada a una sala donde estaba Uday -paralítico desde que sufrió un intento de asesinato en 1996-, sentado en una silla, con una pistola en su regazo. Ordenó a las chicas que se desnudaran y caminaran dando vueltas en torno a su silla. Una de las chicas pidió que la dejaran ir. Uday le disparó y la mató. Después de eso, las otras chicas, incluida Raghda, hicieron lo que se les ordenó. En los días siguientes, Uday (que estaba cometiendo sus últimos crímenes en el poder, mientras las tropas invasoras se concentraba a lo largo de la frontera sur de Iraq) violó a las chicas, y luego las arrojó a la calle, sedadas, con un taco de dinero, que fue como Raghda fue encontrada por la policía. Cuando ella les contó su historia, le dieron una paliza y luego la llevaron al Instituto Médico-Legal.
"Si quiere ayudarme", le dijo Raghda al doctor, "dígale a mis padres que su hija fue encontrada muerta".
El 18 de marzo, dos días antes de que empezara la guerra, Shaker completó los papeles de Raghda. "Hay lo que parece ser una completa ruptura de himen, de arriba a abajo", escribió. "En conclusión, la membrana del himen fue rota hace más de dos semanas; no puedo decir cuándo. Fin del informe". Raghda fue devuelta a la policía; Shaker nunca supo qué fue de ella.
Shaker sirvió en el ejército iraquí y, hace diez años, participó en la ocupación de Kuwait. Ahora maneja el tráfico nocturno de Bagdad en muertes violentas. Un viernes recibió treinta y dos cuerpos, incluyendo dos extranjeros -un alemán y un holandés- que habían sido matados a balazos por los insurgentes en un camino al sur de Bagdad, y dos periodistas iraquíes matados por soldados estadounidenses cuando se alejaban de un puesto de control. Para Shaker tales casos son asuntos meramente intelectuales. Me dijo sin mostrar emoción que sus testimonios ante los tribunales le ha costado la vida a homosexuales. El efecto de esta frialdad se ve en la mirada fría y atractiva de sus ojos azules; en su manera de hablar directa, no afectada; y en que su sonrisa se transforma casi automáticamente en una mueca de desprecio. Pero no había olvidado a Raghda.
Cuando lo conocí, Shaker dijo que esperaba que su vida cambiara. "Cualquier cambio, para mejor o peor". Tenía una mente inquieta y odiaba el tedio y, como los estadounidenses representaban algo nuevo, agradeció la idea de pasar algún tiempo conmigo. Asumí que este hombre progresista -con un corte de pelo mocho y sus mejillas rasuradas- quería un Iraq relativamente laico.
Estuve esperando que cruzara mi mirada en medio de una de sus cínicas descripciones y agitó la cabeza al hablar sobre el atraso de la una sociedad obsesionada con la virginidad y la prostitución. Pero no sucedió.
Shaker nació en 1968, el año en que el partido Baas llegó al poder. "Me sentí muerto durante 35 años", dijo. "He comenzado a vivir en las últimas semanas". La caída de Sadam y la llegada de los invasores extranjeros -que además eran los creadores de sus viejas películas favoritas- le daban la oportunidad de una nueva vida. Ansioso por obtener documentos de viaje y aventurarse fuera de Iraq, vendió su práctica privada de dermatología y un terreno que había recibido por ser un antiguo soldado. Su primer viaje al extranjero fue a Amán, Jordania, donde había acordado encontrarse con una chica que vivía en el exilio en Ámsterdam. Se casaron a los dos días. "Como en una película", dijo. Su esposa todavía está en Ámsterdam, pero el plan es que se mude a Bagdad una vez que la ciudad vuelva a la calma.
Aunque Shaker estaba inicialmente agradecido de las tropas extranjeras, el desorden en las calles de Bagdad lo ha desilusionado. La morgue reflejaba ese caos: tenía el aire improvisado y sucio de un hospital de campaña. Había pozas de sangre en el suelo, y camillas vacías cubiertas de moscas. En el vestíbulo, los cuerpos yacían descubiertos sobre las mesas: un hombre con un gran mostacho, y la garganta abierta, que había sido encontrado desnudo debajo de una pila de desperdicios en un barrio de clase media; un hombre con una herida de bala en su cabeza, sus ojos azules abiertos y vidriosos; el cuerpo pequeño y ennegrecido de una mujer gravemente quemada. En el lúgubre frío de la sala refrigerada, seis cuerpos desnudos yacían desparramados por suelo, dos mujeres y cuatro hombres. A una de las mujeres, de la que se creía que era una prostituta, la habían matado disparándole a los pezones -un pariente, pensó Shaker.
En esos días la morgue se desborda, pero la sala de reconocimiento médico más abajo por el vestíbulo está normalmente vacía. Antes de la guerra, era al revés; Shaker hacía cinco o seis análisis de virginidad al día. Shaker es un musulmán chií, y estaba espantado de esa inversión del orden normal de cosas. En su opinión, existía una frágil relación moral entre las dos secciones del Instituto Médico-Legal, como si el control social de la virginidad ofreciera una defensa contra la anarquía que termina en el asesinato. Observó que en Irán, una teocracia islamita, la prostitutas eran azotadas en público. Pensaba que la misma práctica debía introducirse en Iraq, donde el comercio sexual, dijo, había alcanzado proporciones epidémicas en el desorden de la ocupación. "Es estricta, es horrible, pero da buenos resultados", dijo, hablando de la ley islámica. "Aquí la prostitución es ahora normal". Acusó a los estadounidenses de relajación moral en Bagdad, y especialmente a L. Paul Bremer, el administrador de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), por amenazar en febrero con vetar cualquier constitución interina que declarara al islam como el fundamento principal de las leyes federales. "Cuando se les da a todos sus derechos, pasan cosas malas en la sociedad -nos está corrompiendo", dijo Shaker. "Si el islam es la principal fuente de la ley, entonces no debería ocurrir ninguna de esas cosas".
El doctor dijo que pertenecía al "sector moderado de la opinión" de la sociedad iraquí, en algún punto entre las masas estrictamente religiosas y la elite secular. "Hay muchos iraquíes como yo", dijo. En Iraq no hay nada de raro en que un médico que adora a Marilyn Monroe y a Cary Grant quiera que se azote en público a las prostitutas, y crea que los homosexuales ejecutados tuvieron su merecido. Sin embargo, la mezcla de Shaker entre opiniones modernas y tradicionales le ha ocasionado un considerable conflicto íntimo. "Odio Iraq", dijo. "Y lo quiero". Anhela vivir en el extranjero, pero tiene miedo del clima moral fuera de su país. Se muestra cauteloso de las imágenes que aparecen en la pantalla de su televisor, aunque instaló una antena parabólica en el tejado cuando tener una era ilegal, y peligroso. Adora a su nueva esposa, una mujer independiente que usa camisas escotadas, aunque él quiere que empiece a cubrirse la cabeza y a comportarse como una mujer musulmana tradicional cuando se mude a Bagdad. Su propio trabajo le fascina, pero está preocupado de que su inmersión diaria en la muerte le haga menos espiritual. "Un doctor de medicina forense sólo tiene que ver con muertos", dijo. "Así, a lo mejor al final me transformo en alguien como tú, en un existencialista".
El doctor Shaker vive con su madre y sus hermanos y hermanas en una pulcra callejuela de Al Thawra, el barrio predominantemente chií en el nordeste de Bagdad. El año pasado, el vecindario recibió el nuevo nombre de Ciudad Sadr, en honor del gran ayatolla Muhammad Said Al-Sadr, un venerado líder chií conocido por sus sermones subversivos contra la tiranía baasista; fue asesinado en 1999, casi ciertamente por órdenes de Sadam. Su hijo, Moqtada Al Sadr, se declaró a sí mismo su sucesor. Con el derrocamiento de Sadam, Moqtada comenzó a fomentar estridentemente la oposición contra la ocupación estadounidense. En todo Ciudad Sadr los jóvenes de uniforme negro que dirigían el tráfico eran miembros del Ejército Mahdi, la milicia de Moqtada.

Había una pegatina redonda pegada en la puerta de madera de Shaker; llevaba el retrato del ayatolla Sadr, junto a una cita de uno de sus sermones, insistiendo en que las mujeres deben llevar pañuelo. En la salita de Shaker cuelga un enorme retrato del imán Husein cruzando un río a caballo, bajo la luz de la luna, como si fuera un santo cristiano. Discos compactos con los cuarenta y cinco sermones del ayatolla Sadr estaban apilados amontonados en el armario de la televisión de la familia, junto a una pila de números atrasados de ‘Al Hawza', el diario furiosamente anti-norteamericano de Moqtada Al Sadr. Shaker me dijo que se informaba con las estaciones de Al Yasira e iraníes -no miraba nunca la red norteamericana de Iraq. Me di cuenta de que su principal fuente de información sobre el mundo no musulmán eran viejas películas de Hollywood. Eso no le sería de gran ayuda a la hora de saber la verdad de una historia que vi en ‘Al Hawza'. El diario había impreso fotografías de los presidentes Bush y Clinton levantando sus dedos índice y meñique; el artículo que acompañan ofrece las imágenes como prueba de una conspiración sionista-masónica.
Los hermanos menores de Shaker, Alí y Samir, se nos unieron en la salita. Alí era un maestro de matemáticas en una escuela secundaria, Samir un técnico de telecomunicaciones en el paro. A diferencia de su hermano mayor, un rubio sucio de piel más clara, eran morenos y barbudos -respetuosos, serios, ligeramente cautos.
"Samir está más cerca de Dios que yo", dijo Shaker. "Alí es como yo: flexible". Alí y Samir eran partidarios devotos de Moqtada; compartían su hostilidad hacia la ocupación. De vez en vez alguien llamaba a la puerta, y uno de los hermanos se levantaría para recibir una bandeja con comida o refrescos de manos de una mujer que no se veía.
Alí sacó a colación los atentados de Ashura. "Noventa y nueve por ciento de los iraquíes saben que el principal objetivo de esta guerra era provocar una guerra entre chiís y sunníes", dijo. Se mostraba escéptico de la afirmación estadounidense de que Abu Musab Al Zarqawi, el terrorista jordano con lazos con Al Qaeda fuera responsable de los ataques. "Este Zarqawi es sólo un juego de los norteamericanos", declaró Alí. "Antes de la elección de Bush mostraron a Zarqawi por televisión. Igual que como Sadam: lo capturaron meses antes y lo mostraron por televisión".
Los hermanos me contaron una broma sobre la ocupación: Un soldado norteamericano está a punto de matar a un chií que grita: "¡No, por favor, en nombre del imán Husein!" El norteamericano le pregunta quién es el imán Husein y decide entonces perdonarle la vida. Pocas semanas después el soldado es enviado a Faluya, donde lo acorrala un miliciano sunní. El soldado piensa rápidamente y grita: "¡No, por favor, en nombre del imán Husein!" El miliciano le dice: "¿Qué? ¿Eres norteamericano y chií?", y le dispara.
Todos en la salita rieron del chiste.
Alí estaba sentado con las piernas cruzadas en la alfombra y reclinado contra la pared, y me miró directamente. "Antes de la guerra yo estaba ansioso de que llegaran los norteamericanos y ahora me siento como engañado. Toda esta cháchara sobre la reconstrucción de Iraq, y todo lo que vemos no son más que unas manos de pintura. Y dicen que están renovando Iraq".
Samir, el hermano menor en el paro, habló en tono más sombrío, con una débil sonrisa. Nunca se hizo ilusiones. "Ningún enemigo quiere a su enemigo. Sabemos muy bien que los norteamericanos no nos desean nada bueno".
Los norteamericanos se habían deshecho de Sadam, dije. "No es suficiente", dijo Alí. "Ahora las cosas están peor. Ahora no podemos salir a la calle a las cuatro de la mañana, como antes". Y si dentro de un año hubiera elecciones libres en Iraq, pregunté, ¿estarían satisfechos?
"Sí", dijo Samir.
Alí no estuvo de acuerdo. "No creo que eso contente a la gente. ¿Qué tal si tuviéramos un presidente? Los teléfonos celulares no funcionan. ¿Por qué no puede ser como en los países del Golfo? Quizás después de algunas generaciones. Pero para entonces ya no estaremos aquí. Estoy hasta los cojones".
Shaker también habló de la urgente necesidad de mejorar los servicios públicos. Luego me pidió que lo dejara usar mi celular y desapareció en el tejado para llamar a su nueva esposa en Ámsterdam.
Un viernes no mucho después de los atentados de Ashura, fuimos con Shaker a oír las oraciones en Kadhimiya, un viejo barrio chií en la parte noroeste de Bagdad que es famosa por sus tiendas de venta y compra de oro. Una de las bombas mató a casi sesenta personas en el santuario local, que guarda los restos de dos imanes que sucedieron al martirizado Husein. A lo largo de un ancho mercadillo callejero que termina en la plaza frente a la mezquita del siglo dieciséis, unos cordones de jóvenes milicianos del Ejército Mahdi de aspecto sombrío, armados de kalashnikovs, estaban checando por armas el tropel de peregrinos.
No había policías iraquíes ni soldados norteamericanos en las calles. Un soldado mahdi, de 18 años, dijo que los norteamericanos habían impedido que la milicia de Moqtada portara armas durante el festival de Ashura. Fue una decisión estúpida, dijo: si los milicianos hubieran estado armados, habrían sido capaces de parar las oleadas de fieles y detectar a los terroristas suicidas entre la multitud.
Mientras Shaker entraba a una tienda a asearse antes de las oraciones, un jeque local llamado Muhammad Kinani me dijo que los terroristas eran miembros wahhabi de Al Qaeda, trabajando de concierto con un soldado norteamericano al servicio de la campaña electoral de John Kerry. "Yo creo que John Kerry está detrás de esto, para que Bush pierda la presidencia y quede mal ante el mundo", dijo. "Pero somos los iraquíes los que estamos pagando el pato".
Rumores como esos proliferan en las calles de las ciudades iraquíes en estos días. De hecho, el tráfico en teorías conspirativas es tan fuerte que una unidad del servicio secreto estadounidense comenzó a sacar ´El Mosquito de Bagdad´, "una compilación diaria de rumores que actualmente hacen la ronda. De acuerdo a varios chiís con los que hablé en Kadhimiya, todos los wahhabi tienen barbas más claras y son enemigos de los verdaderos musulmanes. Un vendedor en el mercadillo callejero dijo: "Hace una hora agarramos a un wahhabi de Ramadi". El cautivo, dijo, llevaba una corta túnica dishdasha, al estilo wahhabi; aunque sus pies estaban sucios, su cuerpo estaba sospechosamente limpio. Un cacheo del wahhabi entregó un papel en blanco y un mapa. La gente de aquí lo llevó a la comisaría de policía, donde lo torturaron hasta que confesó.
Las oraciones comenzaron debajo del ardiente sol de mediodía. El santuario mismo, con sus espléndidas cúpulas doradas, estaba cerrado a causa de los destrozos causados por las explosiones. Los hombres atiborraban las plazas y llevaban carteles negros y retratos de mártires chiís, y cantaban sacudiendo sus puños en el aire: "¡Orad por Mahoma y sus seguidores y apresurad la condena de nuestros enemigos! ¡Dad la victoria a Moqtada! ¡Seguimos a Moqtada!" Shaker se arrodilló en la primera fila y oró. Parecía solo en la multitud, el único fiel que no estaba cantando.
Uno de los ayudantes de Moqtada, Hazem Al Araji, leyó el sermón. Es un sayyid de treinta y cinco años con una barba blanquinegra que pasó años en el exilio en Vancouver antes de la guerra. Más tarde, en una conversación en su despacho, mostró ser un meloso y sonriente político que se mantiene al día con Google varias veces al día y que hace que un estado musulmán teocrático no suene muy diferente de una democracia parlamentaria. Pero frente a la multitud de fieles fuera del santuario, Araji hizo un incendiario y paranoico análisis de la violencia en Iraq. Los ataques venían de cuatro fuentes, declaró, ninguna de ellas iraquí o musulmana: eran los judíos, los norteamericanos, los británicos y los wahhabi. Los judíos -a los que el 11 de septiembre se les había advertido que se mantuvieran alejados del World Trade Center, por lo que ese día no murieron judíos- "quieren matar a los iraquíes". Estados Unidos, el demonio, permite la violencia para tener una excusa y continuar ocupando Iraq. Sus socios británicos son todavía más directamente responsables, ya que ellos inventaron el wahhabismo y, por tanto, Al Qaeda, que "no tiene nada que ver con el islam".
Shaker se arrodilló, cabizbajo, y miró sus manos juntas, y rezó. Parecía asombrado, como si estuviera tratando de descubrir algo. Me pregunté si acaso el energúmeno del clérigo lo avergonzaba.
"Si tú lees libros de historia moderna", proclamó Araji, "y sabes que el wahhabismo empezó en 1870 gracias a los buenos oficios del gobierno inglés para que actuara contra el islam, para hacer que el islam quedara mal y hacer que los musulmanes se hicieran guerras entre sí. Está bien que haya gente que lo sepa; y los que no lo sabían, pues ahora lo saben".
Araji se estaba refiriendo a ´Confessions of a British Spy´, una memoria apócrifa atribuida a un funcionario colonial británico de comienzos del siglo 18 llamado Hempher. (Araji se había equivocado en unos 150 años). De incógnito, Hempher traba amistad en Basra con un iraquí simplón y exaltado llamado Muhammad Ibn Abd Al-Wahhab y lo convence de fundar una secta hereje del islam que desprestigie a otros musulmanes y los ponga unos contra otros. "Nosotros, los ingleses, haremos diabluras para que surjan divisiones en todas nuestras colonias y podamos así vivir en el bienestar y el lujo". Hempher no puede ocultar su admiración por el esplendor espiritual del islam, que más de una vez casi hizo que se desviara de su misión. ´Confessions of a British Spy´ se lee como una versión anglofóbica de ´Los Protocolos de los Sabios de Sión´; probablemente es obra de un autor musulmán sunní, con la intención de presentar a los musulmanes como demasiado santos y débiles como para organizar algo tan destrcutivo como el wahhabismo (o, según podían deducir los oyentes de Araji, llevar a cabo un crimen tan espantoso como los atentados del festival de Ashura, que tomó lugar dos siglos después de que los wahhabis saquearan el mismo día el santuario chií de Karbala, masacrando a dos mil ciudadanos). Con su subentendido de impotencia, la ´memoria´ es en última instancia una confesión de la humillación musulmana, un texto que estaba destinado a encontrar una audiencia en el Iraq ocupado, donde el nombre de Hempher ha comenzado a circular entre los militantes chiís.
"Estados Unidos, Inglaterra, Israel, hagan lo que tienen que hacer, construyan más misiles, más explosivos, más terrorismo en todo el mundo", dijo Araji. "Porque nada nos detendrá".
La multitud entona: "¡Sí, sí al islam!"
"Es sólo un discurso", se burló Shaker cuando salíamos de Kadhimiya. "Si yo hubiera sabido que este hombre iba a leer el sermón del viernes no habría venido". Hubiera preferido oír a Moqtada mismo. Si Moqtada hubiese ido, dijo, habría habido menos palabras y más acción.

Es una indicación de la incapacidad de Estados Unidos de alcanzar sus objetivos en Iraq que un hombre del "sector moderado de la opinión" como Bashir Shaker, que tenía todo que ganar con la caída de Sadam y las oportunidades se presentaran, se sienta atraído hacia una interpretación más severa del islam en reacción a la creciente inseguridad de la ocupación. Muchos defectos de la ocupación han sido ahora exhaustivamente documentados: la falta de un apoyo internacional importante al principio; el catastrófico saqueo que siguió a la caída de Bagdad; el reclutamiento de un número escandalosamente insuficiente de tropas para ocuparse de la seguridad, reconstruir la infraestructura y combatir una insurgencia cada vez mayor; la decisión de disolver el ejército iraquí y purgar de posiciones de gobierno a baasistas de alto rango, que transformó a varios cientos de miles de funcionarios, en su mayoría árabes sunníes, en enemigos potenciales en el paro, bien armados y bien financiados; la planificación desatinada en Washington y los errores políticos en Bagdad han obligado a las autoridades de la ocupación a desechar una hoja de ruta para el futuro de Iraq tras otra.
Sin embargo, quizás el error más grande que cometieron los arquitectos de la guerra fue asumir que su visión de un estado liberal sería ansiosamente acogida por un país predominantemente musulmán y étnicamente dividido con una larga historia de dictaduras. La Autoridad Provisional de la Coalición administró la ocupación como si las intenciones benévolas de Estados Unidos garantizaran el éxito. Dar a los iraquíes la posibilidad de vivir y participar en una democracia llegó a ser menos importante que alcanzar el resultado deseado. Como resultado, Paul Bremer y sus colegas fallaron en prever el nivel de resistencia que emanaría de las varias facciones iraquíes, en particular de los chiís.
La APC se ha mostrado consistentemente lenta en dar satisfacción a las crecientes frustraciones de los iraquíes de a pie. Como la situación en Iraq estaba ya empeorando cuando Bremer llegó en mayo pasado, su principal foco de atención ha sido establecer su autoridad. "Una cosa que la Autoridad Provisional de la Coalición no podía hacer era cometer el error de mostrar que no tenía el control de las cosas", me dijo Sir Jeremy Greenstock, el enviado británico a Iraq, a fines de marzo, justo antes de regresar a Londres. "Este lugar debe ser controlado, y creo que es un área donde Bremer se maneja muy bien, y ha mostrado que él tiene el mando. Los iraquíes querían un jefe". Pero, admitió Greenstock: "Pudimos haber hecho más consultas".
Larry Diamond, de la Hoover Institution, que sirvió como asesor en temas de democracia para la APC, lo dijo más fracamente: "Siempre ha habido tensiones en esta ocupación entre el control y la legitimidad. Y mientras más control queríamos, menos legitimidad teníamos. Creo que desde el principio hemos cometido errores, hemos enfatizado demasiado el control a expensas de la legitimidad, y eso ahora nos está penando".
Es un dilema que Bremer no ha sido capaz de resolver. En enero y febrero, supervisó el borrador de una constitución interina del Consejo de Gobierno, el órgano iraquí instalado por la coalición. Si Bremer hubiese estimulado una amplia discusión pública de los principales puntos del documento en ciernes, con el fin de transformar a los iraquíes en participantes informados, habría corrido el riesgo de ver solucionadas en la calle las inevitables controversias del proceso. En lugar de eso, la constitución interina fue escrita bajo una tremenda presión de tiempo, por comités pequeños y misteriosos que se reunieron en sesiones de negociación de toda la noche en la Zona Verde, el impenetrable área fortificada del centro de Bagdad. La ceremonia de la firma, el 5 de marzo, fue detalladamente preparada para las cámaras: se pusieron veinticinco plumas en una mesa, una para cada uno de los miembros del consejo, y un conjunto de cámara se ocupó de la música. A último minuto, sin embargo, cinco de los miembros chiís que se habían comprometido a firmar el documento arruinaron el guión de Bremer no presentándose.
El ayatolla Ali Al-Sistani, el clérigo chií más venerado de Iraq, había expresado tardíamente su oposición al artículo 61c de la constitución interina. El artículo, que pronto se haría notorio, fundamentalmente porque daba a la minoría kurda y a los sunníes derecho de veto sobre cualquier elemento de la constitución permanente. Para los kurdos, que fueron durante largo tiempo oprimidos por el gobierno central iraquí, el artículo 61c era una garantía de los derechos de las minorías en una república federal. En enero, Bremer envió a un joven y novato equipo de asesores a negociar con veteranos líderes kurdos, que se negaron a retirar sus exigencias. Incluso después de que Paul Bremer interviniera personalmente, los kurdos obtuvieron casi todo lo que querían, incluyendo una región autónoma en el norte. Para la jefatura religiosa chií, que se había enterado aparentemente a última hora del contenido del artículo, el mismo artículo 61c era un obstáculo para el gobierno de la mayoría.
El 8 de marzo, después de tres días de persuasión, los cinco chiís que se resistían en el consejo firmaron el documento. La constitución interina es un logro genuino, el único que puede reclamar para sí el Consejo de Gobierno. Representa un compromiso político y un amplio consenso sobre los derechos individuales. Durante el último día y noche de las negociaciones, Bremer cedió control -una rara ocasión para un funcionario que ha sido descrito como un micro administrador- y durante ocho horas se transformó en un observador silencioso, permitiendo a los iraquíes solucionar los inevitables conflictos entre el gobierno de la mayoría y los derechos de las minorías. Pero, como la APC y el consejo fallaron en suscitar apoyo para la constitución interina fuera de la Zona Verde, su inauguración inspiró manifestaciones callejeras, una masiva confusión sobre su contenido y un agudo aumento de las tensiones entre los chiís y los kurdos.
En una reunión del consejo vecinal de Karrada, un barrio de Bagdad, oí a representantes del Consejo de Gobierno explicar la constitución interina pacientemente a una sala llena de ciudadanos cada vez más agitados que, enfrentados a un fait accompli, acusaron al consejo de estar desmembrando al país.
Incluso cuando se hizo evidente que ese artículo clave corría el riesgo de socavar la legitimidad de todo el documento a los ojos de la mayoría de los iraquíes, Bremer se negó incluso a considerar algún cambio. Un funcionario que participó en el proceso dijo que Bremer quería que la constitución interina convenciera al público iraquí en una conversación de un solo interlocutor: "Ha hecho una tremenda inversión en este punto como uno de sus logros más meritorios".
Aparte la fecha límite del 30 de junio para la transferencia de soberanía, la constitución interina es casi todo lo que queda del acuerdo del 15 de noviembre entre la APC y el Consejo de Gobierno -el acuerdo que delineaba el futuro político de Iraq y remplazaba el plan original de Bremer. Durante todo el primer año de su existencia la APC ha visto que sus proyectos son desbordados por los acontecimientos más allá de la Zona Verde que eran de cierto modo de predecir y que fueron causados parcialmente por su propio y profundo aislamiento.

Un ejemplo crucial es el destino de Moqtada Al Sadr. El verano pasado, Hume Horan, el enlace de la APC con la comunidad religiosa chií, me habló sobre el dilema que representaba Moqtada. Al día siguiente de la caída de Bagdad, un clérigo liberal apoyado por los norteamericanos, Abdel Majid Al-Khoei fue asesinado por una turba de seguidores de Moqtada a las puertas del santuario del imán Alí en Najaf. (Testigos oculares han declarado que Moqtada mismo se negó a perdonar a su rival cuando Khoei, sangrando, fue arrastrado hasta su puerta. El asesinato fue un asalto al poder de la facción chií más radical de Iraq. Más tarde, ‘Al Hawza', el diario de Moqtada, publicó una lista negra con los nombres de "colaboradores" iraquíes, de los cuales al menos uno fue posteriormente asesinado. Como resultado, me dijo Horan, el diario de Moqtada podía ser clausurado y él, arrestado. Por otro lado, poner a Moqtada en la cárcel lo transformaría en un mártir y eso lo haría más peligroso todavía.
Durante nuestra conversación, Horan sonaba como si estuviera inclinado a dejar en manos de los clérigos chiís oficialistas de Najaf que arreglaran cuentas con el joven y demagógico advenedizo que se había metido entre sus filas. "Su padre se apesadumbraría de verlo", dijo Horan, de Moqtada. "Aquí está el hijo menos devoto de uno de los más grandes clérigos ocupando su papel sin tener ninguna cualificación. ¿A quién está reprendiendo? ¿Está proyectando su propia insuficiencia?"
En agosto pasado, un juez iraquí emitió una orden de captura acusando a Moqtada de haber ordenado el asesinato de Khoei, pero la APC mantuvo la orden secreta mientras debatía sobre el asunto. Un funcionario de la coalición dijo que la APC había preparado en dos ocasiones la captura de Moqtada, dijo. "La orden era: ‘Cierra tu puerta, enciérralos a todos. Vamos a quitarles a Moqtada'", dijo. Ambas operaciones fueron canceladas abruptamente. "Las decisiones deben haberse tomado en algún lugar en la cadena del departamento de Defensa", dijo el funcionario. (Un portavoz de la APC dijo que sus planes de capturar a Moqtada no eran definitivos).
En el mismo período, la APC se vio implicada en una serie de batallas en diferido en el ayatolla Sistani, el líder chií. La primera fue la decisión de Bremer de que la constitución permanente fuera escrita por iraquíes no elegidos. Ese plan fue finalmente anulado, a favor del acuerdo del 15 de noviembre, que puso la restauración de la soberanía iraquí antes de las elecciones y de la constitución. Luego surgió otra disputa: Sistani se oponía a la propuesta de la APC se sostener elecciones regionales primarias para la selección del gobierno interino iraquí. Pasaron meses antes de que Bremer, después de haber juzgado consistentemente mal el poder de Sistani, dejara el plan de lado.
Mientras la APC y Sistani tomaron cada uno sus medidas en privado, no hubo progresos políticos en Iraq. Los consejos locales y provinciales montados por la APC -que deberían haber sido un semillero del futuro liderazgo iraquí, ofreciendo las mejores esperanzas para la emergencia de alternativas iraquíes moderadas que hagan frente a los partidos sectarios, con sus milicias armadas y financistas extranjeros- nunca recibieron los medios para ejercer un poder real y mostrar a sus bases electorales resultados concretos. Durante meses no se pagó a sus miembros; me contaron que un borrador del gobierno que delineaba las atribuciones de los consejos fue preparado en octubre, pero no salió sino el 6 de abril. Las iniciativas de reconstrucción de los consejos fueron constantemente obstaculizadas por coágulos burocráticos que impidieron que circulara el dinero entre los mandos militares locales y las autoridades civiles.
La ausencia de políticas más sanas crearon un peligroso vacío, que fue ocupado por una de las tendencias más radicales de Iraq: la resistencia sunní, compuesta de baasistas, musulmanes y elementos nacionalistas; y las tácticas callejeras del chií Moqtada Al Sadr. Sistani y Moqtada son dos enemigos naturales, por razones personales e ideológicas, y Sistani, debido a su autoridad religiosa inmensamente más grande, atrae a muchos seguidores entre los chiís de Iraq. Pero después de que Sistani declarara su oposición a la constitución interina, el balance de poder se modificó. "Mientras la coalición tuviera el apoyo tácito de Sistani, no era necesario preocuparse tanto de Moqtada Al Sadr", me dijo Amatzia Baram, un estudioso iraquí del Instituto de la Paz, de Washington. "Pero cuando Sistani anunció su objeción a la constitución interina, la coalición lo perdió". El artículo 61c colocó a Sistani, que nació en Irán, en una posición terrible: no podía ser visto renunciando a intereses árabes en favor de los kurdos, ni podía dar a los chiís radicales la oportunidad de acusarlo de estar traicionando al islam. "Ese fue un momento decisivo", dijo Baram. "Porque a partir de ese momento, cualquier chií loco podía decir que estaba luchando contra los norteamericanos en nombre de Sistani. Fue el momento en que los radicales se pudieron presentar como luchando por la causa de Sistani lo que unió a la comunidad chií contra los norteamericanos y contra el Consejo de Gobierno. Usaron los lemas de Sistani contra Sistani. Sistani fue marginado en su propio nombre".
La ampliada importancia de Moqtada pasó desapercibida a los funcionarios de la coalición. En marzo pasado le pregunté a Greenstock sobre su número de seguidores. "Pocos, y sin impacto político", dijo. "Vete ahora a dar una vuelta por Ciudad Sadr y verás que hay menos seguidores de Moqtada que hace cinco meses". Agregó: "Pensamos que tendría la oportunidad de borbotear y crecer, pero no lo ha hecho. En parte porque sabe que lo agarrarán si se marcha a algún lugar".
Una semana más tarde, el 28 de marzo, Bremer ordenó el cierre del diario ‘Al Hawza'; dentro de tres días soldados estadounidenses arrestaron a un ayudante de Moqtada. Incitado por los mordaces discursos de Moqtada, el Ejército Mahdi respondió con demostraciones que escalaron pronto en enfrentamientos armados con tropas de la coalición en Bagdad y en otras ciudades sureñas que cayeron bajo control de las milicias. La insurrección dañó seriamente la autoridad de la APC y socavó la legitimidad de la ocupación a los ojos de muchos chiís que de otro modo no mostraban ninguna simpatía por el errático Moqtada y sus violentos partidarios. A principios de mayo, después de un mes de combates, los norteamericanos trataron de sofocar la revuelta atacando al Ejército Mahdi en Najaf y Karbala.

La oportunidad del ataque de la APC contra el diario ‘Al Hawza' fue desconcertante, ya que ocurrió justamente durante el período de duelo que sigue al festival de Ashura. Un alto funcionario en Washington me dijo que la administración había sido sorprendida con la guardia baja: "¿No se tomaron una serie de decisiones que nos parecieron aquí idiotas? Sí. Una de ellas fue que durante una importante festividad musulmana se declarara repentinamente que Moqtada Al Sadr es persona non grata. Sí". Peor aún, la APC parecía no haberse preparado para la reacción de la milicia de Moqtada, dejando ver un serio error de cálculo sobre la fortaleza del joven clérigo. Desde el verano pasado el Ejército Mahdi venía adquiriendo dinero y armas, y continuaba intimidando a los residentes de Najaf y de otros lugares; en enero, en una ocasión, los milicianos ocuparon el santuario del imán Alí.
Amatzia Baram culpó a Bremer de la torpe manera en que se atacó a Moqtada en marzo, pero no de la idea misma. Como ocurre con otras muchas decisiones de la APC, dijo: "Te condenas si lo haces como si no. Ése es el principal problema de Iraq hoy".
El nuevo poder de Moqtada fue en parte el resultado de iniciativas de comunicación erróneas de la APC. Su Media Network ha sido manejada de manera inepta, presentando una programación insulsa y boletines de noticias a favor de la coalición. El Pentágono, que está a cargo de la ocupación de Iraq, mantiene un estricto control de las noticias nacionales por razones políticas. Sin embargo, era una empresa condenada al fracaso: la propaganda norteamericana no podía competir con Al Yasira y Al Arabiya, ni con el diario de Moqtada.
La APC, después de sacrificar la legitimidad por el control, se quedó con las manos vacías. Un antiguo funcionario de la coalición atribuyó los errores en Bagdad directamente a Washington, e identificó la ironía central de la coalición: "Un montón de esto tiene que ver con la falta de voluntad del gobierno de Bush de hacer olas antes de las elecciones. Y es ridículo que esté aplicando esta política. Gracias al error de enfrentarse a Moqtada, de no desarmar las milicias y por no tener suficientes tropas en el terreno, Bush puede perder las elecciones".

En marzo, durante un punto muerto sobre la constitución interina, fui a ver a Mahmoud Othman, un kurdo independiente en el Consejo de Gobierno. Un hombre chico con una gran nariz y una mirada impertérrita, Othman fue durante muchos años el médico personal de Mustafa Barzani, el líder de las guerrillas peshmerga kurdas que luchó contra el gobierno central iraquí. Antes de la invasión norteamericana, Othman vivía en Londres, y, como muchos políticos kurdos, comparte el plan de Estados Unidos de un Iraq relativamente laico y liberal. Pero, para incomodidad de la APC, se ha transformado en el crítico en residencia del Consejo de Gobierno. Mientras la mayoría de los otros miembros del consejo estaban maniobrando para conservar sus posiciones después de la transferencia de soberanía el 30 de junio, Othman estaba pidiendo la disolución del consejo, porque no funcionaba. Atribuyó la responsabilidad de la debacle sobre el artículo 61c directamente a Bremer, el que, según Othman, habían consentido al bloque chií del consejo al principio, alentando a sus miembros de mostrarse intransigentes. "Para él, es una humillación", me dijo, con una débil satisfacción. "Él les dio esa influencia, y fue muy malo".
Le pregunté a Othman si la ocupación había fracasado. "No es un éxito, ni desde el punto de vista de la seguridad ni de la prensa ni de la economía", dijo. "Pero no puedo decir que sea un fracaso". Creía que la mayoría de los iraquíes todavía quería una vida decente y una sociedad mejor. De hecho, declaró Othman, yendo más lejos de lo que haría la mayoría de los observadores: "Cuando las cosas se arreglen, creo que el liberalismo y el laicismo tendrán la mayoría en este país, como siempre. Pero ¿goza la gente ahora de libertad para expresar sus puntos de vista? No. Porque el país ahora está siendo gobernado por milicias, por mullas y señores de la guerra. El ciudadano de a pie no tiene derechos y no puede decir libremente lo que quiere". De cierto modo, agregó, los norteamericanos eran como Sadam: "No les interesa mucho la suerte de los iraquíes corrientes. Les interesa un jefe de tribu por ahí, un mulla por allá, un clérigo aquí, un miliciano allá, el jefe de un partido más allá".
A medida que se aproxima el 30 de junio, sin gobierno interino todavía a la vista [en el momento en que escribe el autor, efectivamente aún no había gobierno interino], Estados Unidos se ha vuelto a regañadientes a Naciones Unidas. Hasta hace poco, Washigton impidió sistemáticamente que Naciones Unidas establecieran una base de autoridad en Iraq (las palabras "Naciones Unidas" no aparecen en ninguna parte en los acuerdos del 15 de noviembre). Pero el gobierno cree ahora que la APC y el Consejo de Gobierno tienen tan poca legitimidad a los ojos de la mayoría de los iraquíes -incluyendo al ayatolla Sistani- que la transferencia de soberanía no puede tomar lugar sin ayuda exterior. Entonces entró en escena Lakhdar Brahimi, el enviado de Naciones Unidas a Iraq y diplomático argelino que fue en Afganistán diputado del secretario general Kofi Annan después de la caída de los talibanes. En abril, Brahimi y su equipo viajaron a Bagdad, Mosul y Basra para reunirse con grupos de iraquíes y comenzar los preparativos para un gobierno interino. Un alto funcionario de la coalición me dijo: "Brahimi, a diferencia de la torre de marfil de la APC, ha identificado a un montón de iraquíes con talento y apasionados que quieren las mismas cosas que nosotros: libertad, democracia, libertad".
Rápidamente, Brahimi concluyó que el Consejo de Gobierno no debía formar parte de un nuevo gobierno iraquí. "El Consejo de Gobierno en su actual conformación no goza de la confianza de la mayoría de los iraquíes", me dijo su portavoz, Ahmed Fwazi. A fines de abril, Brahimi informó ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en Nueva York; propuso la formación de un gobierno provisional de tecnócratas, cuyo principal propósito será preparar al país para las elecciones de enero de 2005. "Estamos tendiendo la mano a los colegios profesionales, a los sindicatos, a las universidades, y pidiéndoles que nos sugieran lo mejor de sus rangos", dijo Fawzi. "Los cinco mejores abogados, los cinco mejores médicos, los cinco mejores contables, los cinco mejores ingenieros, para formar una lista breve y aceptable para todos para formar un gobierno interino". Brahimi, Bremer y el Consejo de Gobierno designarán al primer ministro y al gabinete hacia fines de mayo [efectivamente]. Parece inevitable que algunos de los políticos iraquíes más prominentes, incluyendo a algunos miembros del Consejo de Gobierno, terminen ocupando posiciones en el gobierno interino, aunque esto seguramente será materia de intensas negociaciones entre las facciones rivales. Brahimi, que supervisó la loya jirga de Afganistán, prevé que iraquíes de todos los sectores de la sociedad convocarán a una asamblea nacional poco después del 30 de junio para formar un órgano consultivo, o un parlamento. La asamblea constituiría la primera oportunidad para los iraquíes corrientes de sentir que tienen algo que decir sobre el futuro político del país.
No está claro si el gobierno norteamericano, que muestra una pronunciada hostilidad hacia Naciones Unidas, renunciará a la autoridad efectiva en Iraq a favor de estas, incluso ahora. Un alto funcionario dijo: "Hay gente en el gobierno que me han llevado a creer que Naciones Unidas es para Estados Unidos un peligro todavía más grande y presente que cualquier enemigo extranjero, incluyendo a Osama Bin Lasen". Robert Blackwill, director del Consejo de Seguridad Nacional, será el hombre de Washington en el proceso; según un alto funcionario, Blackwill seguirá presionando a Bremer para que acepte las recomendaciones de Brahimi. Pero ¿volverán a Iraq las Naciones Unidas, después de haber sido socavadas tan feamente por la administración en Iraq, ahora que las cosas marchan tan mal? "Kofi lo va a pasar realmente mal durante el tiempo que tenga el asunto entre manos, y se preguntará: ‘¿Quiero realmente tener que ver con esto?'", dijo el funcionario.
Annan y Brahimi, presintiendo quizás que Naciones Unidas está siendo dirigida para que encase lo que es inevitable: un tumultuoso período pre-electoral, han tratado de bajar las expectativas sobre el papel de la organización en Iraq. Brahimi no pudo responder algunas de las preguntas más apremiantes acerca de la transición, tales como hasta dónde llegará la soberanía iraquí, y cuál será la relación entre el gobierno y los militares norteamericanos. Ahmed Fawzi expresó la esperanza de que un gobierno soberano iraquí le quite vapor a la insurgencia. Entretanto, otro funcionario de Naciones Unidas me dijo que la situación en Iraq es tan peligrosa que "será difícil que Naciones Unidas participen a toda escala en Iraq durante los próximos meses". Agregó: "Se espera que tomemos la delantera, aunque no somos la delantera. Ayudamos en lo que podemos. Pero la realidad política es que los norteamericanos son los principales participantes en Iraq, y seguirán ahí antes y después del 30 de junio".

La única buena razón para invadir Iraq, y para un guerra en curso que implica a ciento treinta y cinco mil tropas norteamericanas, es a creación de un gobierno iraquí decente. El Instituto Democrático Nacional (IDN)es una organización financiada en gran parte por el gobierno estadounidense y asociada a los demócratas; opera con relativa independencia bajo la dirección del National Endowment for Democracy. El objetivo del instituto es encontrar lo que Mahmoud Othman llamó "los ciudadanos corrientes" en un lugar como Iraq, y ayudar a los iraquíes a participar en un sistema político democrático. Es un trabajo oscuro, mal financiado, pero el gobierno de Bush quiere escanciar medio billón de dólares en Iraq en programas de "construcción de la democracia" antes de la transferencia de soberanía y de las elecciones nacionales. Sin embargo, la iniciativa está procediendo lentamente debido a que la escalada de violencia hace difícil gastar el dinero.
Una mañana a mediados de marzo, temprano, me dirigí a Hilla, que está a noventa minutos al sur de Bagdad, con un grupo de iraquíes y de norteamericanos que trabajan para el IDN. Viajamos en vehículos no blindados, sin guardias. En el asiento trasero de uno de los sedanes, enfundado en un traje azul marino, una corbata color salmón y gafas, iba David Dettman, un pálido asesor y fumador en cadena de Ohio. Durante muchos años David Dettman, que tiene 33 años y el estilo nervioso y auto-deprecante de un personaje de Jack Lemmon, trabajó como un exitoso asesor de campañas en Washington. Luego se presentó como candidato a las elecciones estatales de Ohio, fue derrotado, y tuvo una epifanía.
"Lo que me convenció es que yo realmente creía en el proceso", me dijo. Decidió dejar su trabajo, y se transformó en uno de los misionarios de la democratización del IDN, en Ucrania. Para desconsuelo de su esposa, su madre, y su patrón, Dettman había llegado a Iraq para un período de dos semanas durante el cual adiestraría a grupos de activistas de partidos políticos en Bagdad, Tikrit y Hilla.
La conferencia de Hilla fue organizada en la antigua sede de la policía secreta, que se ha transformado en un centro de derechos humanos. Cuarenta iraquíes -incluyendo un profesor de ciencias políticas y un instructor deportivo en el paro- habían viajado con algún riesgo para asistir a clases. Escucharon intensamente y tomaron notas a medida que Dettman, parado ante un mapa extendido, presentaba un programa de diez pasos sobre desarrollo de mensajes y contacto con los electores. Mayasa Al-Naimy, un miembro del personal del IDN tradujo valientemente la exótica terminología de las campañas electorales: "medios de comunicación ganados", "estrategia de comunicación", "problemas de base y de cuña". (Dettman me había contado antes: "La política es el arte de hacer que la gente vote por ti. Es aplicable en todo el mundo. Si no fuera así, yo no tendría trabajo").
Después de dos horas de debate, un iraquí alzó la mano. "Esto me demuestra que estamos haciendo una transición de la dictadura a la democracia", dijo. "Me hace sentir bien. Pero la cuestión es: ‘¿Se marchará el gobierno norteamericano? ¿O simplemente nos pondrán alguien encima? ¿Será todo en vano?"
Afuera, en la distancia, se oyó una explosión -fuego de morteros- y luego una segunda, más cerca, seguida de una balacera. Dettman miró por la ventana e hizo una mueca de alarma.
"¿Responde eso a tu pregunta?", preguntó alguien.
"No soy el gobierno", dijo Dettman. "Yo soy del IDN. Tenemos que almorzar. Podemos hablar más adelante sobre esto?"
Después del almuerzo, Dettman volvió a la pregunta. "Mi opinión es que si Estados Unidos invadió Iraq para tener nada más que un dictador amigo, entonces todas las vidas norteamericanas e iraquíes que se ha cobrado la guerra habrán sido inútiles", dijo. "Yo apoyé la invasión porque estoy en el negocio de la democratización. No sé nada sobre armas de destrucción masiva. Tampoco sé si todos dicen la verdad o no, pero sí sé que los iraquíes se merecen la libertad. No puedo decir que los norteamericanos lo hagan todo bien, porque ya han hecho muchas cosas malas durante la ocupación. Y lo lamento. Pero hay una razón que explica porqué está el IDN aquí ahora, y hay una razón de por qué no trajimos un tanque. Somos los norteamericanos menos armados de Hilla. Aquí nosotros confiamos en tu hospitalidad. Porque la democracia es buena y correcta". Continuó: "Si esta guerra traumática se peleara por otra cosa que eso, me volvería loco. Aquí está el problema: yo no puedo hacer mucho. Sólo soy un norteamericano arrogante, de traje, parado frente a ti. Ni siquiera he sufrido como tú. Sólo tú puedes construir la democracia aquí. Pero si pensara que Estados Unidos vino aquí a quitarte la libertad por la que has luchado, yo me quedaría en casa con mi esposa y me dedicaría a pasarla bien".
"¿No la estás pasando bien aquí?", preguntó alguien.
"La estoy pasando muy bien. Pero extraño a mi esposa".
Fue un discurso sincero, y fue recibido con aplausos dispersos. Luego un hombre, que estaba sentado junto a mí, murmuró para sí mismo: "Un tipo inglés llamado Hempher hizo planes hace décadas de modo que los presidentes gobernaran a Iraq por turnos".
Los asistentes pertenecían a ese "sector moderano de la opinión" de Shaker. No eran ni mullas ni milicianos, y algunos de los partidos a los que pertenecían no contaban con más que unos pocos cientos de militantes. Uno de los participantes era Jawdet Al-Obeidi, un antiguo oficial del ejército de Hilla. Huyó de Iraq después de haber participado en la insurreccion chií de 1991, y terminó en Portland, Oregon. Empezó una pequeña empresa de limusinas, y el año pasado la vendió y volvió a Iraq como miembro de una milicia alistada con la fuerza de invasión estadounidense. Desde entonces, Obeidi ha invertido ciento cincuenta mil dólares de sus ahorros en construir una coalición de casi doscientos partidos políticos pequeños que puede representar un desafío para los partidos más grandes en las elecciones parlamentarias. (En Iraq hay ahora unos trescientos partidos políticos). La plataforma electoral de la coalición combina un programa musulmán moderado con el nacionalismo iraquí y respeto por los derechos individuales -una deliberada y suave mezcla que parece diseñada para concitar un amplio apoyo. Obeidi, un hombre de edad media y calvo con la alegría de un vendedor ha recibido amenazas de muerte, y su cuñado sobrevivió un ataque que le alojó tres balas en la cabeza.
En la reunión también estaba presente un matrimonio de Mahawil, una aldea de senderos de tierra y pantanos salados cerca de Hilla: Emad Dawood, que trabajaba en una tienda de venta de materiales de construcción, y su esposa Saad, que obtuvo un diploma en económicas en Bagdad, pero que no ha encontrado trabajo y se dedica ahora a criar a sus tres hijos. Era una de las tres mujeres que había en la reunión; como las otras, llevaba una pañoleta hijab.
Su marido me explicó: "Vamos juntos a todas partes".
"Toda pareja educada debería hacerlo", dijo Saad.
"Por supuesto, tenemos religión y respetamos las reglas", agregó Emad. "La religión musulmana no dice que las mujeres no puedan conversar con otros hombres, pero todo tiene su límite".
Saad señaló que el islam no niega a las mujeres el derecho a participar en política. "Deberían tener algo que decir en todas partes".
En Hilla, la represión de 1991 de la insurrección chií fue particularmente dura y el año pasado se descubrieron fosas comunes con los cuerpos de miles de víctimas en la periferia de la ciudad. Saad y Emad perdieron cada uno un hermano, y muchos amigos. La pareja tenía apenas una vaga idea de qué era la nueva constitución interina , pero sabían muy bien lo que significaba vivir bajo el régimen de Sadam Husein. "Es como si te golpearan cada día con un martillo en la cabeza", dijo Emad. "Y luego te lo quitaran".
Los Dawood vieron alguna vez a los norteamericanos como heroicos liberadores, pero el sentimiento duró poco. De acuerdo a Emad, a medida que se afianzó la ocupación, con constantes cortes de electricidad y una delincuencia galopante, la infelicidad común se transformó en una especie de demencia. "Las cosas se están poniendo peor", dijo Saad. "Por supuesto, si hubiera democracia las cosas cambiarían".
"Pero la democracia necesita un largo período de tiempo, porque hemos vivido durante mucho tiempo bajo Sadam", dijo Emad.
"La mayoría de la gente no sabe lo que es la democracia", dijo Saad. "Pregúntale a cualquiera. La mayoría de la gente te dirá: ‘¿Para qué me sirve la democracia? Prefiero tener seguridad".
Emad me dijo: "Conozco a un tipo que disparó dos tiros, al azar, y dijo: ‘¿No es esto libertad?'"
En lo que se refiere a la presentación de Dettman, era claramente importante para esta pareja que los norteamericanos se hubiesen acercado a ellos en Hilla. Dettman, dijeron, les había dado un montón de información. Su única queja fue que no había exámenes al final, para determinar cuánto habían aprendido sobre democracia.
Los errores de la ocupación y la violencia de los insurgentes han encallado a los iraquíes moderados como los que asistieron a la conferencia de Hilla. Lakhdar Brahimi quiere colocar a iraquíes como ellos en la arena política nacional, pero, tomando en cuenta el desproporcionado poder de los grupos representados en el Consejo de Gobierno y apoyados por países extranjeros, las posibilidades de éxito son pocas. Marina Ottaway, de la Carnegie Endowment for International Peace, me dijo que después de la caída de las dictaduras "siempre hay un montón de partidos políticos en formación, y nunca llegan a ninguna parte". El IDN, concluyó, está "haciendo algo con mucho coraje, pero que es completamente inútil".
Por supuesto, el éxito electoral no es la única medida de lo que organizaciones como el IND están tratando de hacer. En Hilla, sostener un debate sobre la democracia, en medio de los tiroteos, parece todo un logro en el que hubo tiras y aflojas entre iraquíes y extranjeros. El hecho de que Hempher, el supuesto espía británico al que se acusa de tantos problemas en el mundo musulmán, fuera traído a cuento en la conferencia de Hilla era un signo menos esperanzador. Los errores de los norteamericanos en Iraq son sólo una parte de la historia de la desilusión. Muchos iraquíes -afectados más allá de lo imaginable por la crueldad del régimen de Sadam, con expectativas desproporcionadas y desconfiados de los norteamericanos- han vuelto a descansar en aspectos de su cultura y fe que ofrecen una resistencia ciega al nuevo mundo que se les ha abierto ante ellos. El año pasado Iraq sufrió no sólo una guerra, sino una revolución. No es sorprendente que los iraquíes hayan respondido no sólo con esperanza, sino también con confusión, rabia y desesperación; lo sorprendente es que los norteamericanos hayan esperado otra cosa.
Dejamos Hilla poco antes de que oscureciera, y nos dirigimos a Bagdad. Una hora más tarde, en un camino cercano, tres personas -una mujer estadounidense que trabajaba con grupos de mujeres iraquíes, un encargado de prensa de la APC y su intérprete iraquí- fueron emboscadas y asesinadas a balazos por hombres que llevaban el uniforme de la policía iraquí. Fue el principio de una ola de ataques contra civiles extranjeros y contra los iraquíes que trabajan con ellos. A principios de mayo la violencia aún no había amainado y la mayoría de los grupos no gubernamentales y de los contratistas que trabajan por la democracia en Iraq han evacuado a sus empleados extranjeros.
Les Campbell, el director para el Oriente Medio del IDN, me dijo hace poco que el personal extranjero de la organización estaba en Amán, Jordania, esperando que la violencia disminuyera antes de volver a Bagdad, donde el personal iraquí continúa sus actividades. Entretanto, Campbell ha tomado contacto con firmas privadas de seguridad, y estaba buscando un vehículo blindado apropiado.
Pero no ha perdido todo el optimismo. "Incluso con todos los problemas que hay en Iraq, hay ya más espacio para la sociedad civil y la formación de partidos que en ningún otro país árabe", dijo. Describió como los miembros del personal iraquí del IDN como Mayasa Al-Naimy, habían comenzado a florecer intelectualmente. "Incluso en medio de los asesinatos, que son terribles, e incluso aunque la planificación y la administración sigan siendo un desastre, algo interesante está pasando aquí", dijo Campbell. "Me enferma pensar que puede no resultar".
Tres días después del viaje a Hilla, hice otra visita al doctor Shaker en su casa en Ciudad Sadr. Su hermano Samir había vuelto de una manifestación contra la constitución interina, dirigida por uno de los ayudantes principales de Moqtada Al-Sadr, en la plaza de Firdus, el mismo lugar donde se derribó la estatua de Sadam el año pasado. "Los kurdos tienen más derechos que los otros", dijo Samir. "Pueden vetar todo lo que quieran, pero nosotros, no".
Alí había visto a un político chií en la televisión que dijo que los árabes podían rechazar las demandas federalistas de los kurdos. "No sabemos nada de la constitución", dijo Alí. "Fue escrita, entregada al Consejo de Gobierno para que la firmara y luego enseñada a la gente, que nunca la había visto antes".
En cuanto a Shaker, la controversia lo llenaba de malos presentimientos. Dudaba que Iraq saliera intacto. Los chiís, los kurdos y los sunníes tenían programas que no serían nunca reconciliables. "Será como en el Líbano", me dijo Shaker. "Una guerra civil". ¿Árabes contra kurdos? "Muy probable". ¿Chiís contra sunníes? "Es posible", dijo. "La constitución será el punto de partida y luego el asunto irá creciendo". Le pregunté si imaginaba ejércitos rivales peleándose unos con otros. "Así es como lo imagino", dijo. Pero, agregó, el escenario más probable de todos es una guerra civil entre su propia gente, entre los chiís.
Fue mi última visita a la casa. Después, unos vecinos que pertenecían al Ejército Mahdi de Moqtada Al-Sadr advirtieron a Shaker que no volviera a recibir a visitantes estadounidenses.
Pocas semanas después, el 28 de marzo, comenzó la revuelta de Moqtada, y Ciudad Sadr estalló en una ola de tiroteos día y noche entre milicianos y soldados norteamericanos. Hablé por teléfono con el doctor. Había pasado días atrapado en su casa, sin poder ir a la morgue mientras pasaba la insurrección. Doce de sus amigos del vecindario habían muerto en el fuego cruzado. Sus hermanos Alí y Samir querían unirse al Ejército Mahdi y luchar contra los norteamericanos, pero él se los había impedido. Le asombraba la escala de la violencia, pero no su estallido, que lo había previsto. El coraje de los jóvenes milicianos, haciendo frente a los tanques con armas pequeñas, lo había impresionado, y aunque lamentaba sus tácticas, simpatizaba con sus objetivos: "una democracia islámica de verdad".
Shaker dijo: "Mi idea de la situación ahora es los norteamericanos están muy arriba y Moqtada muy abajo, y no se pueden entender. Deberían acercarse al medio". Agregó: "Los norteamericanos tienen que usar medios políticos. Bremer tiene que ser más diplomático, más flexible. Tiene que comunicarse con el sector moderado de la opinión, como te dije. Tiene que hablar con gente como yo".
17 mayo 2004
©new yorker ©traducción mQh"

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