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incierta economía iraquí


[Borzou Daragahi, Paul Richter y Doug Smith] Proyectos de vitrina y animados emprendedores se enfrentan a un hinchado sector público y a una agricultura anticuada.
Bagdad, Iraq. Las atiborradas aceras de la calle de Sanaa ofrecen una imagen de la economía de Iraq, una bulliciosa meca empresarial que es un cruce entre el Silicon Valley y la película de vaqueros ‘Deadwood’ de la HBO, donde los jóvenes y ambiciones logran sus fortunas, si no son asesinados primero.
Los solemnes pasillos del edificio del ministerio del Interior dan otra imagen. Aquí, hombres y mujeres ociosos barajan papeles y miran con ambivalencia cuando los visitantes extranjeros se arrastran de oficina en oficina a la búsqueda del elusivo sello que les permitirá quedarse en Iraq.
Umm al Shabab, una somnolienta aldea agrícola junto al Río Eúfrates, muestra otro lado de la remendada economía iraquí: Los aparceros usan herramientas antiguas para arar los últimos terrenos de trigo y cebada en la cansada tierra.
Considerado como un todo, el paisaje económico iraquí sigue siendo despilfarrador y primitivo, con un toque de lo postmoderno, un toque de feudalismo y una fuerte dosis de una tediosa burocracia estatal que consume gran parte de los recursos y energía del país.
Los analistas calculan que el producto nacional bruto de Iraq creció de 20.5 billones de dólares en 2002 a 29.3 billones de dólares el año pasado, y el presidente Bush ha destacado los signos de vitalidad económica, como las ventas en el sector de consumos y las nuevas empresas privadas. Pero los analistas creen que estos meneos tienen efectos limitados, debido a la ausencia de infraestructura y a décadas de abandono.
Aunque funcionarios americanos en Bagdad dijeron hace poco que la economía iraquí creció en 2005 entre un 3 a 4 por ciento, la Unidad de Inteligencia Económica [Economist Intelligence Unit] declaró que el producto nacional bruto de Iraq bajó en un 3 por ciento en 2005, aunque predijo que volvería a aumentar en 2006.
"Pero ser fundamentalmente optimista sería ir demasiado lejos", dijo Michael O’Hanlon, investigador de la Brookings Institution de Washington, sobre la economía iraquí. "La economía está cambiando gradualmente. En 2005, Iraq estaba haciendo agua, con un pequeño movimiento hacia adelante. 2006 será fundamentalmente lo mismo, y la resistencia impedirá la recuperación".
En una conferencia reciente funcionarios estadounidenses en Bagdad dijeron que las elecciones iraquíes de diciembre, de un gobierno con un mandato de cuatro años, traería la estabilidad necesaria para mejorar las condiciones económicas. Se han destinado más de 18 billones de dólares en fondos de ayuda y reconstrucción.
En una excursión reciente por Bagdad en helicóptero, funcionarios estadounidenses señalaron la planta de tratamiento de aguas, el terminal del Aeropuerto Internacional de Bagdad, el edificio del ministerio del Medio Ambiente, dos centrales eléctricas y una academia de policía para demostrar que los fondos americanos de reconstrucción estaban siendo bien utilizados.
Esos proyectos de vitrina pueden agradar a los contribuyentes estadounidenses, pero rara vez apaciguan a los iraquíes. Norteamericanos e iraquíes usan diferentes criterios a la hora de medir los progresos en Iraq: los americanos elogian los grandes pasos adelante desde la invasión norteamericana de marzo de 2003, y los iraquíes son incapaces de olvidar los tiempos relativamente prósperos de fines de los ochenta, antes de la Guerra del Golfo Pérsico y una docena de años de sanciones que destruyeron la infraestructura y la clase media iraquí.
Además, muchos aquí y en el extranjero dicen que las inversiones son a veces despilfarradas en el hinchado sector público de Iraq, que sigue sin reformar y ahoga el potencial comercial de Iraq.
Engordado bajo Saddam Hussein para ocultar el desempleo, el sector público emplea a casi la mitad de la fuerza de trabajo del país. Desde la invasión, los salarios oficiales han aumentado dramáticamente, reforzando todavía más la costumbre por la que los iraquíes esperan ser bien pagados por aparecerse por trabajos que son esencialmente innecesarios.
Por ejemplo, todos los visitantes extranjeros en Iraq, incluyendo hombres de negocios, deben gastar horas, al llegar y al salir de Iraq, inscribiéndose en el departamento de extranjería del ministerio del Interior, un kafkiano laberinto de pasillos llenos de funcionarios ociosos que no hacen mucho más que pedir sobornos por llevar los documentos de una oficina a otra.
Para los iraquíes el sistema es todavía más implacable, ya que ignora el mérito y recompensa las conexiones. Hind Absulmunim, una mujer de 26 graduada de la escuela de bellas artes, pidió trabajo como maestra. Su solicitud no llegó a ninguna parte hasta que intervino su madre, que conocía a alguien que conocía a alguien.
"Yo solicité como todo el mundo en el ministerio de Educación, pero como todo el mundo sabe, se necesitan conexiones para que las funcionen las oficinas en Iraq", dijo.
La corrupción endémica y la constante amenaza de ataques de la resistencia han mantenido alejados a los inversores extranjeros. Un reciente informe del senado norteamericano decía que "la corrupción no ha menguado y no debemos esperar que ocurra en los próximos tiempos".
En el lado positivo, PepsiCo ha renovado su asociación con la compañía bagdadí productora de refrescos que había montando en 1990 pero que tuvo que rescindir debido a las sanciones.
Pero de los bancos extranjeros con licencia para abrir sucursales en Iraq, ninguno lo ha hecho debido a problemas de seguridad.
El puñado de empresarios occidentales que viene a Iraq gastan miles de dólares en el alquiler de vehículos blindados y helicópteros para cubrir la ruta de nueve kilómetros desde el aeropuerto hasta el centro comercial de Bagdad.
Desde mayo de 2003 han sido asesinados más de 300 contratistas civiles no-iraquíes, según un estudio de Brookings, y un reciente informe del gobierno estadounidense concluye que 25 centavos de cada dólar gastado en la reconstrucción de Iraq se destina a seguridad.
Muchos de los ciudadanos más ricos de Iraq, aterrados por los problemas de seguridad, han abandonado el país.
"El dinero ha sido aparcado fuera", dijo un funcionario occidental involucrado en asuntos económicos de Iraq, que habló a condición de conservar su anonimato. "Hemos hablado con empresarios iraquíes en el exterior. Quieren lo mismo que todo el resto del mundo. Quieren seguridad. Quieren incluso mejores escuelas para sus niños, cuando vuelvan".
La agricultura continúa asediada de dificultades, cogida entre la ineficiencia de la planificación central del viejo régimen y la promesa todavía no cumplida de la economía de libre mercado.
Visto desde un helicóptero del ejército norteamericano, la tierra agrícola en las riberas de los ríos Tigris y Eúfrates hace recordar al Valle de San Joaquín, California, con sus campos cultivados que se extienden por kilómetros en todas direcciones. Pero a diferencia de la agricultura comercial estadounidense, esta es una tierra de aldeas de adobe y familias que se visten a la usanza tribal tradicional y que a menudo trabajan los campos con herramientas primitivas.
Como todos los iraquíes, los campesinos carecen de electricidad y son víctimas de un sistema corrupto de subvenciones a los precios y subsidios. El soborno está extendido, permitiendo que los terratenientes ricos vendan cosechas de baja calidad a altos precios, dijo Ali Abu Areef, 52, que trabaja una granja de 2 hectáreas en la ribera oriental del Río Eúfrates cerca de Nayaf. Areef dijo que gana 500 dólares al año y tiene deudas por ocho mil dólares.
La agricultura, considerada en Estados Unidos y Europa un oficio noble, en Iraq es el escalón más baja del orden social.
"Nos trataron injustamente durante la época de Saddam; y nos tratan injustamente ahora", dijo Areef, cuya granja mantiene a sus cuatro esposas y otros 28 familiares.
"Los subsidios del gobierno van hacia los terratenientes ricos", dijo Areef. "Los otros recogen las migajas".
Gran parte del trabajo todavía lo hacen aparceros como Kashash Yassin Mashhadi, 85, que vive con sus dos esposas y ocho hijos en Umm al Shabab, a 16 kilómetros al este de Nayaf. La casa y la propiedad son propiedad de dos hombres, uno el hermano de un edil de la ciudad de Nayaf.
Mashhadi recibe un porcentaje de las ventas de los dátiles, arroz y trigo que cultiva. Riega con agua bombeada directamente del Eúfrates usando el mismo motor de gasolina que genera electricidad para su casa de ladrillos.
"También bebemos de ese agua porque nunca ha habido un proyecto de agua para la aldea", dijo.
Los signos de vitalidad aparecen en Iraq en el sector privado. Los iraquíes ambiciosos se concentran en lugares como la calle de Sanaa, la capital de la tecnología de punta de Iraq, donde los niños empujan carretones de madera atiborrados de las últimas generaciones de impresoras y ordenadores portátiles.
El Grupo Nabaa, una de las firmas más grandes de la calle, inauguró recientemente una brillante tienda de tres pisos con una pulida fachada de cristal.
"Esperamos que por una vez al menos el sector privado tenga prioridad en Iraq", dijo Ali Mizban Sulayman, director de la empresa, la que en 2004 tuvo beneficios de 15 millones de dólares. "En contraste con los trabajos del gobierno, la gente que trabaja aquí adora sus trabajos".
Pero la falta de herramientas comerciales de Iraq quiere decir que lugares como la calle de Sanaa emergen poco más que como pequeños y coloridos milagros. Un informe dado a conocer el mes pasado por el Comité de Relaciones Exteriores del Senado cita a diplomáticos estadounidenses y a líderes empresariales iraquíes diciendo que la falta de seguridad y la falta de una infraestructura mercantil básica "impiden el despegue de la economía".
Esta infraestructura incluye no sólo energía y comunicaciones, sino también transporte fiable, leyes básica que regulen el comercio y un sistema de libre mercado que privatice el sector de propiedad del estado y ponga fin a los subsidios.
El sector comercial cojea, dijo el informe del Congreso, por el hecho de que el 90 por ciento de los capitales están en manos de dos bancos estatales que son incapaces de transferir fondos electrónicamente.
Y la calle de Sanaa no es inmune a la incesante violencia en el país y al caos. Hace seis meses, Roget Nasser, empleado de una firma de ordenares, fue matado a balazos a plena luz del día cuando se resistió a un intento de secuestro.
"Oímos gritos y disparos", dijo Sarmad Mahmoud Ismail, colega de Nasser. "Lo vimos tendido en la calle en un charco de sangre a diez metros de la tienda".
Sin embargo, Sulayman, director del Grupo Nabaa, dice que el negocio ha subido espectacularmente desde la caída de Hussein y ha terminado con muchas de las restricciones del anterior régimen. "Antes, si querías vender un scanner, tenías que tener permiso del gobierno", dijo.
Más que políticas creativas, los expertos dicen que gran parte del crecimiento económico del país hasta el momento puede ser atribuido a la anulación de los obstáculos de la era de Hussein.
"Si abres las fronteras, traes dinero de fuera y terminas con las sanciones internacionales, se generará crecimiento", dijo Frederick Barton, ex funcionario de la USAID y de Naciones Unidas que trabaja ahora para Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington [Center for Strategic and International Studies].
Ahora que el auge post-invasión ha amainado, el reto es buscar un modo de superar la corrupción de Iraq y gastar los 2 millones de barriles de petróleo que produce el país al día de modo que incremente la estabilidad del país en lugar de despilfarrarlos en salarios para el sector público.
Los beneficios del petróleo constituyen el 98 por ciento de las ganancias que generan las exportaciones iraquíes, y paga al menos el 90 por ciento del presupuesto de 21 billones de dólares del gobierno, de acuerdo a estimaciones oficiales e independientes. Pero los ataques de la resistencia contra la infraestructura han costado al país billones de dólares en beneficios perdidos en una época en que el precio del petróleo en el mundo ha subido enormemente, dicen funcionarios iraquíes.
"La gran pregunta de este año será cómo se va a repartir del petróleo", dijo O’Hanlon, de la Brookings, "y cómo va a repercutir en la cohesión política del estado".

 

Daragahi y Smith informaron desde Bagdad y Richter desde Washington. Maggie Farley en Nueva York y Saif Rasheed en Bagdad y Saad Fakhrildeen en Nayaf contribuyeron a este reportaje.

2 de enero de 2006

©los angeles times
©traducción mQh

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