ISRAEL INICIA CAMPAÑA DE DEPORTACIONES RACIALES - irin carmon
Más de 300.000 inmigrantes quiere deportar Israel. Esos 300.000 trabajadores extranjeros que remplazaron a los trabajadores palestinos despedidos. Este año cien mil ya han sido expulsados del país. Israel aplica con más rigor sus medidas raciales de inmigración.
Tel Aviv, Israel. Para Ben Arellano ha sido una noche larga: fue detenido en la calle cerca del balneario de Bat Yam, y debió dormir incómodamente en el suelo de una sala de espera improvisada en los cuarteles de la Policía de Inmigración de Tel Aviv. Al amanecer, Arellano se restrega los ojos y se deja caer en una silla plegable de plástico, a la espera de una llamada.
Después de trabajar por cerca de cinco años en Israel, Arellano, 44, uno de los miles de inmigrantes que son el blanco de una amplia campaña de deportación israelí, se tendrá que ir a Filipinas, le guste o no.
La inminente deportación no es una sorpresa para un hombre que ha estado alejado de su familia la mayor parte de la vida de sus hijos, en Israel y, antes, en Libia y Omán, donde trabajó en la instalación de oleoductos.
Sin embargo, trata de contener las lágrimas mientras juguetea con la cruz de oro que cuelga de su cuello.
"Sólo venimos a trabajar", dijo. "No somos delincuentes".
Durante los últimos diez años, Israel permitió a trescientos mil trabajadores inmigrantes remplazar a los trabajadores palestinos que no podían ir a trabajar a causa de las constantes barreras militares en Cisjordania y en la Franja de Gaza. La inmigración transformó a Israel en el segundo país después de Suiza en el empleo per cápita de trabajadores extranjeros.
Pero en el último año y medio, el gobierno ha estado revirtiendo firmemente la ola en un intento de contrarrestar la sombría tasa de desempleo de Israel, de un 10.9 por ciento. Y se creó una fuerza especial de la Policía de Inmigración para limpiar las calles y las barriadas -especialmente en Tel Aviv- de trabajadores sin permisos válidos. Alrededor de cien mil inmigrantes indocumentados han abandonado el país desde entonces, dos tercios por propia voluntad, de acuerdo a estadísticas de la Policía de Inmigración.
Arellano, que entró al país con un visado de turista, pagó a una agencia filipina cuatro mil dólares para que le buscaran trabajo en Israel como cuidador de incapacitados, pero dijo que la agencia no le había conseguido un permiso de trabajo. Como tiene una familia de cinco que mantener en Filipinas, dijo, no preguntó demasiado a la agencia.
Algunos de los florecientes rangos de trabajadores extranjeros de Israel simplemente siguieron con visados vencidos mientras las autoridades hacían la vista gorda. Pero los estudios demuestran que muchos entraron legalmente para trabajar en la agricultura, la construcción, o en el cuidado de incapacitados. En muchos casos, Israel emitió permisos de trabajo, no a ellos directamente sino a las poderosas agencias de empleo de Israel y a países de inmigrantes, como China, Tailandia y Romania.
"El sistema crea una fuerza de trabajo cautiva", dice el sociólogo Ze'ev Rosenhek de la Universidad Hebrea. "Los trabajadores legales no pueden cambiar de trabajo, pedir derechos o aumentos de salario sin el riesgo de ser despedidos y transformarse en ilegales".
Ahora la campaña de deportación ha extendido el temor entre los trabajadores inmigrantes de toda condición. Envían mensajes sms con sus celulares para avisar a los amigos de redadas policiales, y muchos dicen que sus antiguos empleadores tienen miedo de volver a contratarlos.
En junio, los medios de comunicación israelíes informaron sobre documentos y conversaciones grabadas que sugieren que miles de trabajadores legales han sido detenidos y posiblemente deportados para cumplir con las cuotas de detenciones.
"Una vez aquí hubo una comunidad viva, con iglesias y organizaciones comunitarias. Pero han deportado al pastor, a su esposa - y la gente que todavía vive aquí no cuenta con una red de apoyo", dice Edna Altar-Dambo, directora de un centro de ayuda para inmigrantes de la municipalidad de Tel Aviv. "Estamos ayudando a menos gente, pero con problemas peores".
Entretanto, indignados amigos de los trabajadores inmigrantes acusan a las agencias de empleo de sacar provecho ilegalmente de la campaña de deportaciones al continuar importando y cobrando matrícula a cada nueva camada de trabajadores.
"Ningún país ha invertido tanto esfuerzo y dinero en deportar a los residentes ilegales", dijo Sigal Rozen, del Número de Alarma de los Trabajadores Inmigrantes. "No podemos decir que no queremos inmigrantes -entonces, ¿por qué estamos todavía importando trabajadores?"
Shoshana Strauss, un abogado del ministerio de Industria, Comercio y Trabajo confirmó que alrededor de cien mil permisos de trabajo están siendo emitidos al año para trabajadores inmigrantes, pero dijo que había planes en elaboración para animar a los israelíes a ocupar esas vacantes, incluyendo impuestos a los granjeros que usen mano de obra extranjera. Los beneficios de la seguridad social fueron reducidos en un esfuerzo por empujar a más israelíes a sumarse a la fuerza de trabajo.
Mientras en el día Israel continúa dejando ingresar a trabajadores extranjeros, por la noche la Policía de Inmigración implementa una política de inmigración que consiste en enviar agentes a horas de la madrugada en furgonetas sin licencia a aporrear las puertas de casa de los sospechosos de ser trabajadores ilegales.
Luego de detenidos, los inmigrantes que no abandonan el país inmediatamente -porque sus pasaportes, por ejemplo, han sido requisados o si recurren la deportación- son llevados a un centro de detención donde tienen un juicio que, de acuerdo a un juez, dura un máximo de cinco minutos. Un centro semejante es el Renaissance, alojado en un hotel nuevo de Nazaret que cerró sus puertas por falta de turistas después de las revueltas palestinas. Unas rejas bloquean los ventanales del hotel, las alfombras alguna vez magníficas están llenas de barro y la piscina está vacía. Ahora en cada habitación duermen seis inmigrantes.
A menos que sean judíos, los inmigrantes tienen pocas posibilidades de transformarse en ciudadanos de Israel, cuyas leyes buscan proteger el carácter judío del estado. Ni los hijos de inmigrantes que han nacido aquí tienen garantizada la ciudadanía.
De acuerdo a una encuesta reciente de la Universidad de Haifa, más de la mitad de los israelíes piensa que los trabajadores extranjeros tienen en parte la culpa de las actuales penurias económicas del país. Pero el vínculo entre la presencia de los inmigrantes y el desempleo israelí es rechazado porque muchos de los trabajos legales de los inmigrantes eran hechos antes por palestinos.
Los economistas coinciden en que los trabajadores extranjeros han contribuido a una baja de los salarios en la construcción y en la agricultura.
Desde entonces muchos granjeros y agencias contratistas han resistido las restricciones e impuestos sobre los trabajadores extranjeros, diciendo que los israelíes no quieren ocupar las posiciones que quedan vacantes.
"Por supuesto, los israelíes no aceptan esos trabajos", dijo Zvi Eckstein, economista de la Universidad de Tel Aviv. "Mucha gente acepta los trabajos según cuánto les pagas. Los israelíes trabajarían en la construcción si ganaran más".
Entretanto, inmigrantes como David Kofi, de Gana, están metiendo sus pertenencias en bolsas de plástico y cajas de cartón. Kofi y su mujer, Comfort, a la que conoció en Israel, llegaron con visas de turista y se quedaron a hacer lo que él llama "el trabajo sucio" -limpiando casas-, por las que no se dan visas. Sus dos hijas nacieron aquí.
En su apartamento de Tel Aviv queda un recuerdo: la puerta que rompió la policía la última vez que llegaron a por David. Dijo que lo habían abofeteado y pateado frente a sus hijos, aunque no puso una denuncia porque no le quedaron moratones.
Ahora, dijo, "me voy a llevar la puerta rota a África".
25 de julio de 2004
©traducción mQh
©bostonnews
Después de trabajar por cerca de cinco años en Israel, Arellano, 44, uno de los miles de inmigrantes que son el blanco de una amplia campaña de deportación israelí, se tendrá que ir a Filipinas, le guste o no.
La inminente deportación no es una sorpresa para un hombre que ha estado alejado de su familia la mayor parte de la vida de sus hijos, en Israel y, antes, en Libia y Omán, donde trabajó en la instalación de oleoductos.
Sin embargo, trata de contener las lágrimas mientras juguetea con la cruz de oro que cuelga de su cuello.
"Sólo venimos a trabajar", dijo. "No somos delincuentes".
Durante los últimos diez años, Israel permitió a trescientos mil trabajadores inmigrantes remplazar a los trabajadores palestinos que no podían ir a trabajar a causa de las constantes barreras militares en Cisjordania y en la Franja de Gaza. La inmigración transformó a Israel en el segundo país después de Suiza en el empleo per cápita de trabajadores extranjeros.
Pero en el último año y medio, el gobierno ha estado revirtiendo firmemente la ola en un intento de contrarrestar la sombría tasa de desempleo de Israel, de un 10.9 por ciento. Y se creó una fuerza especial de la Policía de Inmigración para limpiar las calles y las barriadas -especialmente en Tel Aviv- de trabajadores sin permisos válidos. Alrededor de cien mil inmigrantes indocumentados han abandonado el país desde entonces, dos tercios por propia voluntad, de acuerdo a estadísticas de la Policía de Inmigración.
Arellano, que entró al país con un visado de turista, pagó a una agencia filipina cuatro mil dólares para que le buscaran trabajo en Israel como cuidador de incapacitados, pero dijo que la agencia no le había conseguido un permiso de trabajo. Como tiene una familia de cinco que mantener en Filipinas, dijo, no preguntó demasiado a la agencia.
Algunos de los florecientes rangos de trabajadores extranjeros de Israel simplemente siguieron con visados vencidos mientras las autoridades hacían la vista gorda. Pero los estudios demuestran que muchos entraron legalmente para trabajar en la agricultura, la construcción, o en el cuidado de incapacitados. En muchos casos, Israel emitió permisos de trabajo, no a ellos directamente sino a las poderosas agencias de empleo de Israel y a países de inmigrantes, como China, Tailandia y Romania.
"El sistema crea una fuerza de trabajo cautiva", dice el sociólogo Ze'ev Rosenhek de la Universidad Hebrea. "Los trabajadores legales no pueden cambiar de trabajo, pedir derechos o aumentos de salario sin el riesgo de ser despedidos y transformarse en ilegales".
Ahora la campaña de deportación ha extendido el temor entre los trabajadores inmigrantes de toda condición. Envían mensajes sms con sus celulares para avisar a los amigos de redadas policiales, y muchos dicen que sus antiguos empleadores tienen miedo de volver a contratarlos.
En junio, los medios de comunicación israelíes informaron sobre documentos y conversaciones grabadas que sugieren que miles de trabajadores legales han sido detenidos y posiblemente deportados para cumplir con las cuotas de detenciones.
"Una vez aquí hubo una comunidad viva, con iglesias y organizaciones comunitarias. Pero han deportado al pastor, a su esposa - y la gente que todavía vive aquí no cuenta con una red de apoyo", dice Edna Altar-Dambo, directora de un centro de ayuda para inmigrantes de la municipalidad de Tel Aviv. "Estamos ayudando a menos gente, pero con problemas peores".
Entretanto, indignados amigos de los trabajadores inmigrantes acusan a las agencias de empleo de sacar provecho ilegalmente de la campaña de deportaciones al continuar importando y cobrando matrícula a cada nueva camada de trabajadores.
"Ningún país ha invertido tanto esfuerzo y dinero en deportar a los residentes ilegales", dijo Sigal Rozen, del Número de Alarma de los Trabajadores Inmigrantes. "No podemos decir que no queremos inmigrantes -entonces, ¿por qué estamos todavía importando trabajadores?"
Shoshana Strauss, un abogado del ministerio de Industria, Comercio y Trabajo confirmó que alrededor de cien mil permisos de trabajo están siendo emitidos al año para trabajadores inmigrantes, pero dijo que había planes en elaboración para animar a los israelíes a ocupar esas vacantes, incluyendo impuestos a los granjeros que usen mano de obra extranjera. Los beneficios de la seguridad social fueron reducidos en un esfuerzo por empujar a más israelíes a sumarse a la fuerza de trabajo.
Mientras en el día Israel continúa dejando ingresar a trabajadores extranjeros, por la noche la Policía de Inmigración implementa una política de inmigración que consiste en enviar agentes a horas de la madrugada en furgonetas sin licencia a aporrear las puertas de casa de los sospechosos de ser trabajadores ilegales.
Luego de detenidos, los inmigrantes que no abandonan el país inmediatamente -porque sus pasaportes, por ejemplo, han sido requisados o si recurren la deportación- son llevados a un centro de detención donde tienen un juicio que, de acuerdo a un juez, dura un máximo de cinco minutos. Un centro semejante es el Renaissance, alojado en un hotel nuevo de Nazaret que cerró sus puertas por falta de turistas después de las revueltas palestinas. Unas rejas bloquean los ventanales del hotel, las alfombras alguna vez magníficas están llenas de barro y la piscina está vacía. Ahora en cada habitación duermen seis inmigrantes.
A menos que sean judíos, los inmigrantes tienen pocas posibilidades de transformarse en ciudadanos de Israel, cuyas leyes buscan proteger el carácter judío del estado. Ni los hijos de inmigrantes que han nacido aquí tienen garantizada la ciudadanía.
De acuerdo a una encuesta reciente de la Universidad de Haifa, más de la mitad de los israelíes piensa que los trabajadores extranjeros tienen en parte la culpa de las actuales penurias económicas del país. Pero el vínculo entre la presencia de los inmigrantes y el desempleo israelí es rechazado porque muchos de los trabajos legales de los inmigrantes eran hechos antes por palestinos.
Los economistas coinciden en que los trabajadores extranjeros han contribuido a una baja de los salarios en la construcción y en la agricultura.
Desde entonces muchos granjeros y agencias contratistas han resistido las restricciones e impuestos sobre los trabajadores extranjeros, diciendo que los israelíes no quieren ocupar las posiciones que quedan vacantes.
"Por supuesto, los israelíes no aceptan esos trabajos", dijo Zvi Eckstein, economista de la Universidad de Tel Aviv. "Mucha gente acepta los trabajos según cuánto les pagas. Los israelíes trabajarían en la construcción si ganaran más".
Entretanto, inmigrantes como David Kofi, de Gana, están metiendo sus pertenencias en bolsas de plástico y cajas de cartón. Kofi y su mujer, Comfort, a la que conoció en Israel, llegaron con visas de turista y se quedaron a hacer lo que él llama "el trabajo sucio" -limpiando casas-, por las que no se dan visas. Sus dos hijas nacieron aquí.
En su apartamento de Tel Aviv queda un recuerdo: la puerta que rompió la policía la última vez que llegaron a por David. Dijo que lo habían abofeteado y pateado frente a sus hijos, aunque no puso una denuncia porque no le quedaron moratones.
Ahora, dijo, "me voy a llevar la puerta rota a África".
25 de julio de 2004
©traducción mQh
©bostonnews
0 comentarios