TALIBANES DOMINAN MONTAÑAS CON TERROR - keith b. richburg
Aparentemente las fuerzas talibanes se han reagrupado de cierta manera y vuelven a controlar regiones de Afganistán. Su objetivo a corto plazo: desbaratar las elecciones presidenciales programadas para el 9 de octubre de este año.
Parlay, Afganistán. Sifullah tiene apenas catorce años, pero sabe lo suficiente como para tener miedo de servir el té.
"Si alguien me ve trayéndolo, me van a preguntar por qué estoy ayudando a los norteamericanos", dice suavemente a un pequeño grupo de soldados estadounidenses y un reportero. "Tengo miedo de los talibanes".
Las guerrillas talibán se aparecen habitualmente por la noche, desde el otro lado de la montaña, dijo Sifullah. Lucen largas barbas y se visten a menudo de blanco, con grandes turbantes blancos o negros. Llevan a la espalda rifles de asalto AK-47 y pistolas de 9mm en el cinto. A veces usan teléfonos móviles. Están allanando las casas de piedra de este pueblo a la búsqueda de armas, y hacen salir a las mujeres.
Y vienen con un recado. No ayudar a los norteamericanos y sus aliados en Afganistán, y no inscribirse para votar en las elecciones presidenciales del 9 de octubre, o tú y tu familia serán liquidados.
Aquí, en el rincón nordeste de la provincia de Kandahar, todavía considerada una plaza fuerte talibán dos años y medio después de que el represivo movimiento islámico fuera sacado del poder, la historia de Sifullah es corroborada una y otra vez por un viejo que huyó a una aldea vecina después de recibir amenazas, por un niño de dieciséis años que fue retenido durante cinco horas mientras los talibanes buscaban a su hermano mayor, y por el jefe de una milicia local cuyo hermano fue asesinado por los talibanes y que trabaja ahora estrechamente con las tropas estadounidenses.
Todos están de acuerdo en que los combatientes talibanes abundan en las montañas. Cuando las tropas americanas se encuentran en la zona organizan ataques sorpresivos antes de volver a desaparecer en el rocoso paisaje.
Soldados estadounidenses dicen que la lucha contra los talibanes es una guerra contra un enemigo escurridizo que se niega a dar la cara.
"Tienen miedo", dijo el capitán Brian L. Peterson, comandante de Alpha Troop, una unidad de reconocimiento y vigilancia del Tercer Escuadrón del 4o Regimiento de Caballería de la 25a División de Infantería, basado en Honolulu. "Tenemos que sacarlos de las rocas para que peleen".
"Saben que nuestro poder aéreo es devastador para ellos si tratan de reagruparse en grandes cantidades, así que prefieren operar a nivel de pequeñas unidades", dijo el sargento de segunda clase Joe Schoch, 29, miembro de un equipo de vigilancia de largo alcance. Agregó: "La táctica que están usando ahora es dar ataques de golpe y fuga o tratar de emboscarnos. Tan pronto como aparecen los helicópteros se deshacen de las armas y se ponen a recoger sus cabras".
El problema más grande, dicen soldados norteamericanos y residentes aquí, es que los talibanes volverán tan pronto como se vayan los norteamericanos. "Estamos felices de que ustedes estén aquí", dijo Sifullah, que lleva un camisa tradicional afgana de color verde manchada y sucia, una gorra y sandalias negras. "Pero estamos preocupados de lo que pase cuando ustedes se vayan. Me van a preguntar por qué estuve hablando con ustedes, y quiénes les ayudaron".
Sifullah suplicó a Peterson y Schoch: "Por favor, pongan una base aquí y quédense más tiempo. Cuando están ustedes no nos molestan".
Las tácticas de los talibanes adquirieron más relieve cuando la unidad de Peterson dejó Parlay el domingo para marcharse a Kandahar. A las cinco de la tarde, el convoy descubrió a un lado de la carretera los cadáveres de siete hombres; todos habían sido matados a corta distancia. La mayoría de ellos había recibido un balazo en la nuca, con salidas de bala por la cara, y uno tenía la cabeza reventada.
Los soldados recogieron los cuerpos utilizando las dos únicas bolsas para cadáveres que llevaban y unos ponchos impermeables, y se los llevaron en el capó de sus todo-terrenos. La sangre todavía estaba fresca, indicando que el ataque había ocurrido apenas horas antes, de acuerdo a un doctor del ejército que viajaba con el grupo que examinó los cuerpos.
La primera especulación entre las tropas norteamericanas era que las fuerzas talibanes habían ejecutado a miembros de una milicia afgana anti-talibán. Peterson dijo que las víctimas también podían ser trabajadores del gobierno u otros que ayudaban con los preparativos de las próximas elecciones nacionales.
Funcionarios afganos de la localidad dijeron que pensaban que los hombres podían haber sido asesinados porque tenían tarjetas de inscripción electoral, pero estas no se encontraron en los cadáveres. La posición de los cuerpos indicaba que los hombres habían tratado de huir de sus atacantes.
A ls 6:30 de la mañana se extendió el rumor en los radios de los soldados de que un contingente más pequeño de veinte soldados norteamericanos que se había quedado en Parlay, el Tercer Pelotón de Alpha Troop, había caído en una breve pero intensa emboscada probablemente de atacantes talibanes que usaron armas de fuego livianas, morteros y lanza-granadas. Ningún soldado fue herido en la emboscada, en la que los atacantes dispararon al menos cinco rondas de mortero y quince granadas.
La emboscada coincidió oportunamente con la partida de la principal fuerza de los soldados de Alpha Troop el domingo por la mañana, y la táctica de atacar y retirarse era familiar para estos soldados. "Eso es lo que hacen", dijo el sargento de segunda clase Sean Shirey, de Culver City, California. "No salen a hacernos frente".
Un incidente similar ocurrió cuando Peterson y su unidad de 35 hombres llegaron el jueves junto con un camión de milicianos locales. Habían recibido datos de vecinos de que al menos trescientos talibanes armados estaban en el área, intimidando a los aldeanos y desbaratando la inscripción de los votantes.
Pero cuando llegó el convoy de Peterson de ocho todo-terrenos blindados y tomó posiciones en un llano entre las montañas y los dos villorrios, los soldados descubrieron que la mayoría de las casas de piedra estaban ocupadas por mujeres, niños y viejos.
Los norteamericanos vieron correr a los hombres hacia las montañas cuando se acercaban. El equipo de reconocimiento y los milicianos les persiguieron durante un rato, y los dos helicópteros les sobrevolaron, pero los hombres desaparecieron entre las rocas. Los soldados sólo encontraron lo que parecía ser un montón de ropa recién quemada.
Los soldados estadounidenses también dijeron que estaban bajo constante vigilancia cuando tomaban posiciones provisionales. "¡Mira a ese tipo allá!", gritó el especialista Nick Plummer, 25, de Klamath Falls, Oregon, mirando a través de unos binoculares de la escotilla del artillero del todo-terreno de Peterson. "Apareció de repente. Y cada vez que el helicóptero se acerca, se esconde entre las rocas".
El sábado en la mañana Peterson decidió dirigir una patrulla de a pie a través de una de las diminutas aldeas donde los norteamericanos han detectado actividades sospechosas en la noche. También tienen los nombres -que obtuvieron de informantes locales- de varios líderes talibanes de alto rango que se encuentran en el área. Pero cuando los dieciséis soldados y sus aliados de la milicia afgana llegaron, corriendo por los almendrales, unos veinte afganos escaparon hacia la montaña -otra vez dejando atrás a las mujeres, niños y viejos sentados en sacos de almendra y albaricoques secos.
Un rápido allanamiento de una construcción de piedra en el pueblo reveló esteras para dormir para unas treinta personas -mucho más que la gente que vive aquí. También había un oxidado tambor de metal que, al abrirlo, reveló un fondo falso que conducía a un profundo socavón, que podía ser o un pozo de agua o un túnel de escape.
Los aldeanos presentes negaron que los hombres que habían huido estuvieran con los talibanes. Huyeron, dijeron, porque tenían miedo de que los arrestaran. Peterson no parecía convencido.
"Se ponen a correr cuando me acerco. Eso no tiene sentido", le dijo a los vecinos a través de un intérprete. "¿A quién tengo que creerle?"
Para las tropas se trataba de una historia conocida. "No vamos a encontrar nada aquí", dijo Schoch. "Nada más tenemos que esperar a que nos ataquen".
Shirey agregó: "Es una historia que se repite".
La misma unidad cayó en una emboscada de los talibanes hace dos semanas, cuando volvían de la misma aldea. Fue una emboscada clásica. Atacaron cuando el convoy de todo-terrenos se encontraba en terreno bajo y lanzaron ráfagas de armas automáticas y granadas. Las tropas norteamericanas devolvieron el fuego, matando quizás a cinco atacantes, aunque no recuperaron los cadáveres. Hicieron cuatro prisioneros, incluyendo a un niño de doce años que recogió un rifle de asalto que había dejado otro combatiente y comenzó a disparar contra los soldados. El niño fue herido en las nalgas y está en tratamiento en la base norteamericanas en el aeropuerto de Kandahar.
"Nos dispararon unas quinientas rondas", dijo el sargento de primera clase Douglas Bishop, 34, de Fairfield, Ohio. Bishop estaba en el último vehículo, que fue impactado por una granada y varias balas, que le reventaron una llanta. "Pensé que el vehículo estaba en llamas a causa del humo", dijo.
Otra amenaza a las tropas norteamericanas en el área ha sido la proliferación de bombas improvisadas a la vera de los caminos. Debido a que los todo-terreno blindados resisten esas explosiones, los milicianos talibanes están recurriendo a una nueva táctica: haciendo pilas de tres minas anti-tanque para provocar un efecto letal.
Con un enemigo tan esquivo, poco se sabe de las guerrillas talibanes de aquí y cómo siguen controlando el área, excepto la información sonsacada de los vecinos que no tienen miedo de hablar, y de Abdul Satar, el jefe de la milicia local.
Abdul Satar volvió del exilio en Pakistán cuando las tropas norteamericanas entraron en Afganistán a fines de 2001. Los talibanes pusieron precio a su cabeza, dijo, y advirtieron a todo el mundo que no colaboraran ni se unieran a él.
Hace unos dos meses, los talibanes de Parlay mataron al hermano de 30 años de Abdul Satar, Abdul Gahffar, junto a otro hombre, Abdul Ghani, que trabajaba con Abdul Satar. Según Abdul Satar y Hayatullah, el padre de Abdul Ghani, los mataron a los dos frente a un grupo de vecinos.
"Primero le dispararon, luego lo apedrearon", dijo Abdul Star sobre su hermano. "Dijeron: Esto es lo que te pasa por trabajar con los norteamericanos".
Habló en una reunión con Peterson y dos docenas de miembros de su propia milicia en el pueblo de Mianishin, a unas dos horas al sur de Parlay por una ruta llena de baches. En un edificio vacío y sin luz que hace las veces de mezquita de la comunidad, donde los milicianos han colgado a estacas de la pared de piedra sus AK-47, los hombres charlan mientras beben un té fuertemente azucarado y bizcochos.
Otros afganos que han hecho el camino hacia Mianishin han contado historias similares sobre los talibanes en el área. Hablaron de unos trescientos guerrilleros talibanes en las montañas, y de cómo amenazan a la gente para que no voten ni colaboren con las tropas norteamericanas. Dijeron que los talibanes también reparten lo que los afganos llaman cartas nocturnas' -advertencias llevadas a casa de gente a la que quieren atemorizar.
Además de contactar a los jefes de la milicia local, el equipo de Peterson también proporciona asistencia médica básica en esta desolada área. Todo contacto, dijo Peterson, es una oportunidad para obtener informaciones sobre un enemigo que no pueden ver.
"Todos son operativos de inteligencia aquí", agregó. "Cada vez que hablamos con alguien tenemos la oportunidad de recoger información. Pero no pasa de un día para otro. Es necesario dispersarnos para tener una imagen más completa".
9 de agosto de 2004
12 de agosto de 2004
©traducción mQh
©washingtonpost
"Si alguien me ve trayéndolo, me van a preguntar por qué estoy ayudando a los norteamericanos", dice suavemente a un pequeño grupo de soldados estadounidenses y un reportero. "Tengo miedo de los talibanes".
Las guerrillas talibán se aparecen habitualmente por la noche, desde el otro lado de la montaña, dijo Sifullah. Lucen largas barbas y se visten a menudo de blanco, con grandes turbantes blancos o negros. Llevan a la espalda rifles de asalto AK-47 y pistolas de 9mm en el cinto. A veces usan teléfonos móviles. Están allanando las casas de piedra de este pueblo a la búsqueda de armas, y hacen salir a las mujeres.
Y vienen con un recado. No ayudar a los norteamericanos y sus aliados en Afganistán, y no inscribirse para votar en las elecciones presidenciales del 9 de octubre, o tú y tu familia serán liquidados.
Aquí, en el rincón nordeste de la provincia de Kandahar, todavía considerada una plaza fuerte talibán dos años y medio después de que el represivo movimiento islámico fuera sacado del poder, la historia de Sifullah es corroborada una y otra vez por un viejo que huyó a una aldea vecina después de recibir amenazas, por un niño de dieciséis años que fue retenido durante cinco horas mientras los talibanes buscaban a su hermano mayor, y por el jefe de una milicia local cuyo hermano fue asesinado por los talibanes y que trabaja ahora estrechamente con las tropas estadounidenses.
Todos están de acuerdo en que los combatientes talibanes abundan en las montañas. Cuando las tropas americanas se encuentran en la zona organizan ataques sorpresivos antes de volver a desaparecer en el rocoso paisaje.
Soldados estadounidenses dicen que la lucha contra los talibanes es una guerra contra un enemigo escurridizo que se niega a dar la cara.
"Tienen miedo", dijo el capitán Brian L. Peterson, comandante de Alpha Troop, una unidad de reconocimiento y vigilancia del Tercer Escuadrón del 4o Regimiento de Caballería de la 25a División de Infantería, basado en Honolulu. "Tenemos que sacarlos de las rocas para que peleen".
"Saben que nuestro poder aéreo es devastador para ellos si tratan de reagruparse en grandes cantidades, así que prefieren operar a nivel de pequeñas unidades", dijo el sargento de segunda clase Joe Schoch, 29, miembro de un equipo de vigilancia de largo alcance. Agregó: "La táctica que están usando ahora es dar ataques de golpe y fuga o tratar de emboscarnos. Tan pronto como aparecen los helicópteros se deshacen de las armas y se ponen a recoger sus cabras".
El problema más grande, dicen soldados norteamericanos y residentes aquí, es que los talibanes volverán tan pronto como se vayan los norteamericanos. "Estamos felices de que ustedes estén aquí", dijo Sifullah, que lleva un camisa tradicional afgana de color verde manchada y sucia, una gorra y sandalias negras. "Pero estamos preocupados de lo que pase cuando ustedes se vayan. Me van a preguntar por qué estuve hablando con ustedes, y quiénes les ayudaron".
Sifullah suplicó a Peterson y Schoch: "Por favor, pongan una base aquí y quédense más tiempo. Cuando están ustedes no nos molestan".
Las tácticas de los talibanes adquirieron más relieve cuando la unidad de Peterson dejó Parlay el domingo para marcharse a Kandahar. A las cinco de la tarde, el convoy descubrió a un lado de la carretera los cadáveres de siete hombres; todos habían sido matados a corta distancia. La mayoría de ellos había recibido un balazo en la nuca, con salidas de bala por la cara, y uno tenía la cabeza reventada.
Los soldados recogieron los cuerpos utilizando las dos únicas bolsas para cadáveres que llevaban y unos ponchos impermeables, y se los llevaron en el capó de sus todo-terrenos. La sangre todavía estaba fresca, indicando que el ataque había ocurrido apenas horas antes, de acuerdo a un doctor del ejército que viajaba con el grupo que examinó los cuerpos.
La primera especulación entre las tropas norteamericanas era que las fuerzas talibanes habían ejecutado a miembros de una milicia afgana anti-talibán. Peterson dijo que las víctimas también podían ser trabajadores del gobierno u otros que ayudaban con los preparativos de las próximas elecciones nacionales.
Funcionarios afganos de la localidad dijeron que pensaban que los hombres podían haber sido asesinados porque tenían tarjetas de inscripción electoral, pero estas no se encontraron en los cadáveres. La posición de los cuerpos indicaba que los hombres habían tratado de huir de sus atacantes.
A ls 6:30 de la mañana se extendió el rumor en los radios de los soldados de que un contingente más pequeño de veinte soldados norteamericanos que se había quedado en Parlay, el Tercer Pelotón de Alpha Troop, había caído en una breve pero intensa emboscada probablemente de atacantes talibanes que usaron armas de fuego livianas, morteros y lanza-granadas. Ningún soldado fue herido en la emboscada, en la que los atacantes dispararon al menos cinco rondas de mortero y quince granadas.
La emboscada coincidió oportunamente con la partida de la principal fuerza de los soldados de Alpha Troop el domingo por la mañana, y la táctica de atacar y retirarse era familiar para estos soldados. "Eso es lo que hacen", dijo el sargento de segunda clase Sean Shirey, de Culver City, California. "No salen a hacernos frente".
Un incidente similar ocurrió cuando Peterson y su unidad de 35 hombres llegaron el jueves junto con un camión de milicianos locales. Habían recibido datos de vecinos de que al menos trescientos talibanes armados estaban en el área, intimidando a los aldeanos y desbaratando la inscripción de los votantes.
Pero cuando llegó el convoy de Peterson de ocho todo-terrenos blindados y tomó posiciones en un llano entre las montañas y los dos villorrios, los soldados descubrieron que la mayoría de las casas de piedra estaban ocupadas por mujeres, niños y viejos.
Los norteamericanos vieron correr a los hombres hacia las montañas cuando se acercaban. El equipo de reconocimiento y los milicianos les persiguieron durante un rato, y los dos helicópteros les sobrevolaron, pero los hombres desaparecieron entre las rocas. Los soldados sólo encontraron lo que parecía ser un montón de ropa recién quemada.
Los soldados estadounidenses también dijeron que estaban bajo constante vigilancia cuando tomaban posiciones provisionales. "¡Mira a ese tipo allá!", gritó el especialista Nick Plummer, 25, de Klamath Falls, Oregon, mirando a través de unos binoculares de la escotilla del artillero del todo-terreno de Peterson. "Apareció de repente. Y cada vez que el helicóptero se acerca, se esconde entre las rocas".
El sábado en la mañana Peterson decidió dirigir una patrulla de a pie a través de una de las diminutas aldeas donde los norteamericanos han detectado actividades sospechosas en la noche. También tienen los nombres -que obtuvieron de informantes locales- de varios líderes talibanes de alto rango que se encuentran en el área. Pero cuando los dieciséis soldados y sus aliados de la milicia afgana llegaron, corriendo por los almendrales, unos veinte afganos escaparon hacia la montaña -otra vez dejando atrás a las mujeres, niños y viejos sentados en sacos de almendra y albaricoques secos.
Un rápido allanamiento de una construcción de piedra en el pueblo reveló esteras para dormir para unas treinta personas -mucho más que la gente que vive aquí. También había un oxidado tambor de metal que, al abrirlo, reveló un fondo falso que conducía a un profundo socavón, que podía ser o un pozo de agua o un túnel de escape.
Los aldeanos presentes negaron que los hombres que habían huido estuvieran con los talibanes. Huyeron, dijeron, porque tenían miedo de que los arrestaran. Peterson no parecía convencido.
"Se ponen a correr cuando me acerco. Eso no tiene sentido", le dijo a los vecinos a través de un intérprete. "¿A quién tengo que creerle?"
Para las tropas se trataba de una historia conocida. "No vamos a encontrar nada aquí", dijo Schoch. "Nada más tenemos que esperar a que nos ataquen".
Shirey agregó: "Es una historia que se repite".
La misma unidad cayó en una emboscada de los talibanes hace dos semanas, cuando volvían de la misma aldea. Fue una emboscada clásica. Atacaron cuando el convoy de todo-terrenos se encontraba en terreno bajo y lanzaron ráfagas de armas automáticas y granadas. Las tropas norteamericanas devolvieron el fuego, matando quizás a cinco atacantes, aunque no recuperaron los cadáveres. Hicieron cuatro prisioneros, incluyendo a un niño de doce años que recogió un rifle de asalto que había dejado otro combatiente y comenzó a disparar contra los soldados. El niño fue herido en las nalgas y está en tratamiento en la base norteamericanas en el aeropuerto de Kandahar.
"Nos dispararon unas quinientas rondas", dijo el sargento de primera clase Douglas Bishop, 34, de Fairfield, Ohio. Bishop estaba en el último vehículo, que fue impactado por una granada y varias balas, que le reventaron una llanta. "Pensé que el vehículo estaba en llamas a causa del humo", dijo.
Otra amenaza a las tropas norteamericanas en el área ha sido la proliferación de bombas improvisadas a la vera de los caminos. Debido a que los todo-terreno blindados resisten esas explosiones, los milicianos talibanes están recurriendo a una nueva táctica: haciendo pilas de tres minas anti-tanque para provocar un efecto letal.
Con un enemigo tan esquivo, poco se sabe de las guerrillas talibanes de aquí y cómo siguen controlando el área, excepto la información sonsacada de los vecinos que no tienen miedo de hablar, y de Abdul Satar, el jefe de la milicia local.
Abdul Satar volvió del exilio en Pakistán cuando las tropas norteamericanas entraron en Afganistán a fines de 2001. Los talibanes pusieron precio a su cabeza, dijo, y advirtieron a todo el mundo que no colaboraran ni se unieran a él.
Hace unos dos meses, los talibanes de Parlay mataron al hermano de 30 años de Abdul Satar, Abdul Gahffar, junto a otro hombre, Abdul Ghani, que trabajaba con Abdul Satar. Según Abdul Satar y Hayatullah, el padre de Abdul Ghani, los mataron a los dos frente a un grupo de vecinos.
"Primero le dispararon, luego lo apedrearon", dijo Abdul Star sobre su hermano. "Dijeron: Esto es lo que te pasa por trabajar con los norteamericanos".
Habló en una reunión con Peterson y dos docenas de miembros de su propia milicia en el pueblo de Mianishin, a unas dos horas al sur de Parlay por una ruta llena de baches. En un edificio vacío y sin luz que hace las veces de mezquita de la comunidad, donde los milicianos han colgado a estacas de la pared de piedra sus AK-47, los hombres charlan mientras beben un té fuertemente azucarado y bizcochos.
Otros afganos que han hecho el camino hacia Mianishin han contado historias similares sobre los talibanes en el área. Hablaron de unos trescientos guerrilleros talibanes en las montañas, y de cómo amenazan a la gente para que no voten ni colaboren con las tropas norteamericanas. Dijeron que los talibanes también reparten lo que los afganos llaman cartas nocturnas' -advertencias llevadas a casa de gente a la que quieren atemorizar.
Además de contactar a los jefes de la milicia local, el equipo de Peterson también proporciona asistencia médica básica en esta desolada área. Todo contacto, dijo Peterson, es una oportunidad para obtener informaciones sobre un enemigo que no pueden ver.
"Todos son operativos de inteligencia aquí", agregó. "Cada vez que hablamos con alguien tenemos la oportunidad de recoger información. Pero no pasa de un día para otro. Es necesario dispersarnos para tener una imagen más completa".
9 de agosto de 2004
12 de agosto de 2004
©traducción mQh
©washingtonpost
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