EL PUENTE DE LOS SUSPIROS - jim yardley
Como otros puentes del mundo, este del río Yangtze atrae a los suicidas. Pero los suicidas corren el riesgo de encontrarse con su ángel de la guarda.
Anjing, China. La vista desde donde estuvo Chen Si en el conocido Puente del Río Yangtze capta la frenética y repiqueante energía de China. Camiones y autobuses pasan tocando la bocina entre los cientos de barcazas que se deslizan abajo por las aguas marrón oscuro del río. La extensa línea del horizonte del centro de la ciudad se eleva en la distancia.
Pero Chen mira a la gente. Ve a un hombre solo, aparentemente pensativo, y se dirige hacia él con pasos cortos y rápidos. Observa a la gente que desciende de los buses municipales y calibra la posición de sus hombros a medida que arrastran los pies por la acera al borde del puente.
Durante horas en esta mañana de domingo, Chen observa y espera ese momento imprevisible e impensable cuando una de las miles de personas que cruzan el puente cada día intente saltar al río. Chen viene casi todos los fines de semana, trayendo consigo un termo de té. Se ha transformado en ángel de la guarda del puente. Y se nombró a sí mismo.
"Incluso salvar a una persona", dice Chen, "es un montón".
Según sus propias cuentas, Chen, en la treintena, ha logrado impedir que salten 42 personas desde que comenzó sus patrullas hace un año. Les ha convencido de volver a bajar a la acera; los ha bajado forcejeando con ellos. Se arremanga el pantalón para mostrar una profunda cicatriz que le dejó un forcejeo. También ha visto a cinco personas librarse de sus manos y caer a sus muertes en el Yangtze.
Es un trabajo que le ha exigido transformarse en un detective buscando claves para examinar el alma de desconocidos. Se instala en la parte sur del puente, con gafas de sol y gorra para protegerse del sol. No sonríe ni habla demasiado. Mira a la gente, en especial a las figuras solitarias que miran hacia abajo las aguas color café.
"Son fáciles de reconocer", dice de los saltadores potenciales. "Son personas que caminan sin ánimo".
Chen dice que viene al puente porque alguien lo necesita: el suicidio es ahora la principal causa de muerte de los chinos entre los 15 y 34 años. El Puente del Río Yangtze, como muchos puente en otros países, atrae a una firme corriente de saltadores. Se cree que al menos mil personas han saltado a sus aguas desde que se inaugurara en 1968. El puente es un hito nacional en China; también se eleva a más de 90 metros sobre el turbio Yangtze.
"Este lugar tiene un éxito de cien por cien", dice Fang Xueming, un acomodador que trabaja en los cuartos de baño portátiles en el puente.
En otros puentes simbólicos, incluyendo algunos en Estados Unidos, gente como Chen han estado patrullando durante años. Pero Chen cree que es el primer voluntario de China, una señal que sugiere que el estigma que rodea al suicidio se ha mitigado en los últimos años. China no tiene todavía un plan nacional para hacer frente al suicidio, pero es un tema que está comenzando a penetrar en la conciencia de la gente.
"El hecho de que lo haga como voluntario es muy esperanzador", dice el doctor Michael Phillips, director ejecutivo del Centro de Investigación y Prevención del Suicidio, de Pekín. "Todavía hay mucho que hacer, pero hay ahora más franqueza y el tema se ha despolitizado de alguna manera".
Hace diez años, dice Phillips, la policía habría arrestado a Chen, pero ahora el gobierno permite algo más de espacio para algunas formas de activismo cívico. Los funcionarios del puente lo conocen por su nombre. Uno de ellos dijo que los funcionarios detienen regularmente a los saltadores, pero que la principal sección del puente, de casi 1.5 kilómetros de extensión, es demasiado larga como para protegerlos a todos. Chen dice que alguna gente llega en taxi, lo hacen detenerse en el centro de ese trecho, pagan el precio del viaje, descienden y saltan sobre la baranda.
Chen, un hombre corpulento con el pelo negro y duro, tiene una mujer y una hija joven, y su ánimo se alegra en el modesto apartamento donde viven. Dice que comenzó a ir al puente después de ver varios reportajes sobre el suicidio en los medios de comunicación. Se horrorizó cuando leyó sobre una multitud, en otra ciudad china, que le gritaba a un desesperado trabajador inmigrante que se había encaramado arriba de una valla publicitaria, que saltara al vacío.
"Tenemos que enseñarle a la gente a amar y a apreciar la vida", dice Chen, que se gana la vida vendiendo pequeñas vallas publicitarias.
Toma el bus los fines de semana por la mañana y llega al puente hacia las 7:30. Lleva folletos con el número de su celular como si fuera un teléfono rojo, aunque le preocupa que un reciente cambio en los números locales impida que alguna gente se pueda comunicar con él. Dice que la gente que encuentra a menudo ha perdido dinero, o a su cónyuge, y la esperanza. Si les puede convencer de que se bajen de la baranda, o si los hace bajar forcejeando, los lleva a un restaurante cercano a hablar y a comer.
"Lo conoce todo el mundo", dice Zhou Congsheng, el dueño del restaurante. "Es un gran tipo".
En los últimos meses Chen ha recibido algo más de atención en la prensa china. Ahora hay varios estudiantes universitarios que lo ayudan, haciendo turnos para patrullar el puente. También lo ayudan algunos a los que salvó de saltar.
Chen dice que necesita ayuda y asistencia adicional. Se ha transformado en un fumador en cadena. Se desahoga escribiendo un diario que será pronto publicado en China en forma de libro. Su teléfono repica de llamadas y el peso de tanta tristeza y desesperación lo puede echar abajo.
"Un montón de gente llama de todo el país, pero no puedo ayudarlos", dice.
Nanjing cuenta con un centro de intervención de crisis -una rareza en China- y un teléfono rojo. Pero Chen espera que los funcionarios también consideren colocar una red a lo largo del puente. Es caro y su petición no ha sido bien recibida en otros puentes del país a causa de su coste. Pero Chen espera que se pueda hacer algo.
"He salvado a montones de gente", dice, "pero una sola persona no es suficiente para hacer este trabajo".
21 de septiembre de 2004
©newyorktimes
©traducción mQh
Pero Chen mira a la gente. Ve a un hombre solo, aparentemente pensativo, y se dirige hacia él con pasos cortos y rápidos. Observa a la gente que desciende de los buses municipales y calibra la posición de sus hombros a medida que arrastran los pies por la acera al borde del puente.
Durante horas en esta mañana de domingo, Chen observa y espera ese momento imprevisible e impensable cuando una de las miles de personas que cruzan el puente cada día intente saltar al río. Chen viene casi todos los fines de semana, trayendo consigo un termo de té. Se ha transformado en ángel de la guarda del puente. Y se nombró a sí mismo.
"Incluso salvar a una persona", dice Chen, "es un montón".
Según sus propias cuentas, Chen, en la treintena, ha logrado impedir que salten 42 personas desde que comenzó sus patrullas hace un año. Les ha convencido de volver a bajar a la acera; los ha bajado forcejeando con ellos. Se arremanga el pantalón para mostrar una profunda cicatriz que le dejó un forcejeo. También ha visto a cinco personas librarse de sus manos y caer a sus muertes en el Yangtze.
Es un trabajo que le ha exigido transformarse en un detective buscando claves para examinar el alma de desconocidos. Se instala en la parte sur del puente, con gafas de sol y gorra para protegerse del sol. No sonríe ni habla demasiado. Mira a la gente, en especial a las figuras solitarias que miran hacia abajo las aguas color café.
"Son fáciles de reconocer", dice de los saltadores potenciales. "Son personas que caminan sin ánimo".
Chen dice que viene al puente porque alguien lo necesita: el suicidio es ahora la principal causa de muerte de los chinos entre los 15 y 34 años. El Puente del Río Yangtze, como muchos puente en otros países, atrae a una firme corriente de saltadores. Se cree que al menos mil personas han saltado a sus aguas desde que se inaugurara en 1968. El puente es un hito nacional en China; también se eleva a más de 90 metros sobre el turbio Yangtze.
"Este lugar tiene un éxito de cien por cien", dice Fang Xueming, un acomodador que trabaja en los cuartos de baño portátiles en el puente.
En otros puentes simbólicos, incluyendo algunos en Estados Unidos, gente como Chen han estado patrullando durante años. Pero Chen cree que es el primer voluntario de China, una señal que sugiere que el estigma que rodea al suicidio se ha mitigado en los últimos años. China no tiene todavía un plan nacional para hacer frente al suicidio, pero es un tema que está comenzando a penetrar en la conciencia de la gente.
"El hecho de que lo haga como voluntario es muy esperanzador", dice el doctor Michael Phillips, director ejecutivo del Centro de Investigación y Prevención del Suicidio, de Pekín. "Todavía hay mucho que hacer, pero hay ahora más franqueza y el tema se ha despolitizado de alguna manera".
Hace diez años, dice Phillips, la policía habría arrestado a Chen, pero ahora el gobierno permite algo más de espacio para algunas formas de activismo cívico. Los funcionarios del puente lo conocen por su nombre. Uno de ellos dijo que los funcionarios detienen regularmente a los saltadores, pero que la principal sección del puente, de casi 1.5 kilómetros de extensión, es demasiado larga como para protegerlos a todos. Chen dice que alguna gente llega en taxi, lo hacen detenerse en el centro de ese trecho, pagan el precio del viaje, descienden y saltan sobre la baranda.
Chen, un hombre corpulento con el pelo negro y duro, tiene una mujer y una hija joven, y su ánimo se alegra en el modesto apartamento donde viven. Dice que comenzó a ir al puente después de ver varios reportajes sobre el suicidio en los medios de comunicación. Se horrorizó cuando leyó sobre una multitud, en otra ciudad china, que le gritaba a un desesperado trabajador inmigrante que se había encaramado arriba de una valla publicitaria, que saltara al vacío.
"Tenemos que enseñarle a la gente a amar y a apreciar la vida", dice Chen, que se gana la vida vendiendo pequeñas vallas publicitarias.
Toma el bus los fines de semana por la mañana y llega al puente hacia las 7:30. Lleva folletos con el número de su celular como si fuera un teléfono rojo, aunque le preocupa que un reciente cambio en los números locales impida que alguna gente se pueda comunicar con él. Dice que la gente que encuentra a menudo ha perdido dinero, o a su cónyuge, y la esperanza. Si les puede convencer de que se bajen de la baranda, o si los hace bajar forcejeando, los lleva a un restaurante cercano a hablar y a comer.
"Lo conoce todo el mundo", dice Zhou Congsheng, el dueño del restaurante. "Es un gran tipo".
En los últimos meses Chen ha recibido algo más de atención en la prensa china. Ahora hay varios estudiantes universitarios que lo ayudan, haciendo turnos para patrullar el puente. También lo ayudan algunos a los que salvó de saltar.
Chen dice que necesita ayuda y asistencia adicional. Se ha transformado en un fumador en cadena. Se desahoga escribiendo un diario que será pronto publicado en China en forma de libro. Su teléfono repica de llamadas y el peso de tanta tristeza y desesperación lo puede echar abajo.
"Un montón de gente llama de todo el país, pero no puedo ayudarlos", dice.
Nanjing cuenta con un centro de intervención de crisis -una rareza en China- y un teléfono rojo. Pero Chen espera que los funcionarios también consideren colocar una red a lo largo del puente. Es caro y su petición no ha sido bien recibida en otros puentes del país a causa de su coste. Pero Chen espera que se pueda hacer algo.
"He salvado a montones de gente", dice, "pero una sola persona no es suficiente para hacer este trabajo".
21 de septiembre de 2004
©newyorktimes
©traducción mQh
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