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FRUSTRACIONES Y ESPERANZAS DE POLICÍA IRAKÍ - edward wong


La campaña de los insurgentes contra las fuerzas policiales y reclutas en Iraq ha diezmado sus filas. Pero la situación general de desempleo y abandono hace poco probable que las colas de espera de reclutas ante los centros de reclutamiento disminuyan en un futuro previsible. Se calcula que un 50 por ciento de la población no tiene recursos para sobrevivir.
Bagdad, Irak. El sedán Peugeot verde oliva estaba aparcado debajo del sol de mediodía en un sucio lote de la comisaría de policía. Era pequeño, estaba salpicado por el óxido y parecía tan peligroso como un aguacate podrido.
Pero había estado ahí sin que nadie se preocupara durante cinco horas, lo que eran cuatro horas demasiado largas para los agentes de policía.
“¿Nadie viene a reclamarlo?”, preguntó el capitán Fouad Hadi acercándose hacia los centinelas en la puerta principal. Los hombres negaron con la cabeza. El capitán gritó algunas órdenes. Varios agentes empujaron el coche hacia el otro lado del estacionamiento antes de levantar el capó y examinar el motor. “Todo depende de Dios”, dice Hadi, con un ruidoso walkie-talkie en la mano. “Todavía tenemos ganas de luchar. Los atentados nos motivan a luchar contra los matones y delincuentes”. Su colega el sargento Mushtak Hussein lo completa: “Lucharemos hasta la última gota de nuestra sangre”. En estos días los agentes de policía iraquíes gastan tanto tiempo en protegerse de criminales y terroristas como en tratar de mantenerlos fuera de las calles.
Ellos, y los jóvenes que hacen cola frente a los centros de reclutamiento, son los blancos más vulnerables de la campaña cada vez más descarada que han iniciado los insurgentes para mutilar al gobierno interino iraquí.
La avalancha de atentados kamikaze con coches-bomba ha sido implacable, y los pabellones de los hospitales están atestados de desconcertados hombres tendidos o de pie en uniformes azules empapados de sangre. Al menos 750 agentes de policía han perdido la vida entre la caída de Bagdad en abril de 2003 y junio de este año según el ministerio del Interior; cientos más han muerto desde entonces.
Y esa cuenta no incluye a los cientos de reclutas que han muerto en los atentados.
Solo la semana pasada la carnicería incluyó a 47 personas, la mayoría de ellas reclutas, matados por atentados con coches-bomba kamikaze frente a las comisarías de policía de Bagdad; una docena de policías recientemente alistados fueron matados cuando fueron atacados desde un coche en Baquba; tres agentes murieron cuando estalló un coche-bomba en un puesto de control en Bagdad central, y 19 personas murieron en otro atentado con coche-bomba frente a un centro de reclutamiento de la Guardia Nacional Iraquí en Kirkuk. Los agentes de policía y reclutas entrevistados en esos lugares y en la capital insisten en general en que la violencia no ha socavado su determinación a trabajar en el cuerpo, pero también expresaron su frustración sobre asuntos como la falta de armas de más calibre y el amplio y tácito apoyo con que cuentan los insurgentes entre los iraquíes. “Podríamos tener equipos más modernos”, dice Hussein. “Estoy hablando de vehículos y armas como ametralladoras pesadas y rifles de precisión”. La mayoría de los agentes tienen AK-47 y pistolas Glock; los insurgentes usan las mismas, pero también lanzagranadas y otras armas pesadas.
Hussein y Hadi fueron entrevistados en la puerta principal del cuartel de la Unidad del Crimen Organizado en el oeste de Bagdad.
Como testimonio de los peligros de su trabajo, entre el estacionamiento y la puerta de entrada de la comisaría se extiende todo un laberinto de barreras rellenas de arena y obstáculos de velocidad con puntas de metal.
En los últimos meses los insurgentes han montado varios ataques contra el edificio, usando morteros y coches aparcados con un amplio arsenal de explosivos –en el invierno pasado uno de esos vehículos fue cargado con torpedos. Colgados entre varias de las barreras de arena hay carteles de defunción negros, dando a conocer el martirio de los agentes que han muerto recientemente. “Siempre tenemos en mente que lo peor puede ocurrir en cualquier momento”, dijo en una rueda de prensa el general Abdul Razzaq al-Samarrai, jefe de la policía de Bagdad, este domingo.
“Ahora mismo creemos que los atentados continuarán hasta enero”, cuando el país programa convocar a elecciones generales, dijo. Las autoridades de la ocupación que han estado adiestrando a la policía han dicho que esperan tener para entonces unos 90.000 agentes en la fuerza. El general dijo que los agentes han vuelto a analizar los procedimientos después de la última ola de violencia, y que la policía está tratando de colocar más puestos de control para disuadir a los terroristas kamizake. La policía también ha reducido el número de centros de reclutamiento, dijo. Antes del atentado contra el cuartel general de Bagdad la semana pasada varias comisarías de policía dijeron a los hombres que buscaban empleo en la fuerza que debían solicitar en el cuartel general. “La policía nos dijo que viniéramos aquí. Ese era mi segundo día en la cola de espera”, dijo Abdul Amir Bashi, 30, poco después del atentado. Llevaba su solicitud en la mano y estaba parado entre trozos de metal y restos de cuerpos humanos.
“No hay trabajo. Tienes que trabajar o recogiendo basura o como agente de policía”, dice Bashi. Pero dijo que la casual indiferencia que ha mostrado la policía hacia la seguridad de los solicitantes –apiñándolos en la expuesta esquina de la calle antes que dejarles esperar en el interior del recinto de reclutamiento- ha enfriado su deseo de unirse al cuerpo. “Ahora no me uniré a la policía, porque es vista como colaboradora de las fuerzas de la coalición”, dice Bashi. Pero con una tasa de desempleo a nivel nacional de un 50 por ciento, y dado el relativamente generoso salario promedio de 300.000 dinares, el equivalente de 207 dólares, que puede ganar un agente de policía en un mes, la opinión de Bashi seguirá siendo probablemente una excepción. “Yo voy a seguir”, dice Ayad Hussein, 24, un recluta que fue herido por la metralla y llevado al Hospital Karama. “Entregué mi solicitud y estaba esperando que me dieran una entrevista. No hay otros trabajos, no hay otras oportunidades”. Si un policía es muerto en servicio, la familia recibe compensación única de 690 dólares y continúa recibiendo indefinidamente el salario del agente, dice el coronel Adnan Abdul-Rahman, portavoz del ministerio del Interior.
El ministerio también anunció recientemente que subiría los salarios al equivalente de 69 dólares al mes como una suerte de prima por riesgos, agregó.
Pero algunos agentes se quejan de que todavía no han visto este aumento. Muchos agentes dicen que las fuerzas de la ocupación han hecho una chapuza de la situación de la seguridad pública y que ahora son los iraquíes la que deben arreglarla.
En el lugar de una reciente explosión de una bomba en la berma de una carretera en Bagdad que mató a tres guardias de seguridad iraquíes, los agentes de policía llegaron a la escena de los hechos una hora antes de que los soldados de la Primera División de Caballería se dejaran ver en sus todo-terrenos.
Una monja de la cercana Casa de la Compasión observaba a los guardias que trataban de mantener alejada de los ensangrentados restos a una multitud de curiosos. “A nadie de mi familia le gusta este trabajo, y todos quieren que lo abandonemos”, dice el sargento Ahmed Abdul Ilaa, 25, con un chaleco antibalas sobre su cuerpo delgado. “Pero si yo lo hiciera y la siguiente persona también lo hiciera, ¿qué sería de nuestro país?” Junto a él, el sargento Husham Abdul Zahara miraba el cráter poco profundo que dejó la explosión de la bomba.
“Si dependemos de los norteamericanos no tendremos nunca ni seguridad ni estabilidad”, dijo.
25 de septiembre de 2004
©heraldtribune
©traducción mQh

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