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3 CHALABI VERSUS LA CIA - jane mayer


Las increíbles revelaciones sobre el papel de Chalabi en los preliminares de la invasión de Iraq arrojan nuevas luces sobre este oscuro episodio de la invasión. Trató de sobornar con promesas de petróleo a un agente de enlace de la CIA en Naciones Unidas en el programa de inspección de armas de destrucción masiva en Iraq, el mismo que, según confesaría más tarde, inventó que Iraq poseía laboratorios y plataformas de lanzamiento móviles.
En 1995, Chalabi empezó a gastar parte de los fondos que recibía de la CIA en crear una milicia armada en el Kurdistán. Con el visto bueno de Washington, urdió un quijotesco plan para utilizar a su milicia, junto con líderes tribales a los que había sobornado, en lanzar un ataque simultáneo en tres ciudades contra las tropas de Sadam. Justo antes de que se iniciara el ataque, quedó en evidencia que los funcionarios baazistas se habían enterado de la conspiración. Baer fue el encargado de decirle a Chalabi que "cualquiera decisión de seguir adelante sería sólo de su responsabilidad". Chalabi, que no tenía experiencia militar, se negó a abortar la operación. Para entonces, muchos de los insurgentes habían desertado y la revuelta se fue a pique rápidamente. La CIA estaba furiosa de haber fundado semejante locura.
Un año más tarde, en agosto de 1996, habría de ocurrirle un segundo desastre. Una de las facciones kurdas dentro del Congreso Nacional Iraquí CNI, invitó a Saddam Hussein al Kurdistán para aplastar a una facción rival que era aliada de Chalabi. Cuarenta mil soldados iraquíes y trescientos tanques entraron a territorio kurdo -una flagrante violación de la restricción impuesta a Saddam de que no entrara al Kurdistán. El gobierno de Clinton falló en reaccionar inmediatamente y las tropas de Saddam capturaron, torturaron y mataron a cientos de partidarios de Chalabi. Finalmente, el gobierno norteamericano evacuó a siete mil de sus partidarios.
Francis Brooke me dijo que cuando oyó las noticias "estuve enfermo durante una semana, vomitando". Había estado involucrado en el intercambio de cartas entre Chalabi y el vice-presidente Al Gore, en las que Gore prometía proteger a la resistencia democrática en el norte de Iraq. Brooke se sentía responsable de la carnicería. "No podía creerlo", dijo. "No me interesa hacer que se mate a un montón de gente y cometer errores morales. Yo estaba estupefacto". Llamó a Chalabi, que entonces estaba en Londres, y le preguntó: "¿Qué vamos a hacer?"
Chalabi y Brooke decidieron vengarse utilizando a la prensa. Usando las habilidades que había pulido mientras trabajaba para la CIA, Brooke ayudó a ABC News a montar un documental donde se reprochaban duramente los desaciertos de la CIA en el norte de Iraq. "Se llevaron un cabreo salvaje", dijo Brooke. Después de eso, recordó un colega, "la agencia dejó de entregarle información".
El anhelo de Chalabi de provocar una invasión de Iraq no había aminorado, pero, con la pérdida del apoyo encubierto, ahora tenía que buscar benefactores en el Congreso. "Necesitábamos una nueva campaña", dijo Brooke, y "Chalabi era el candidato perfecto. Se había pasado toda la vida esperando ese momento".
En 1996, Chalabi y Brooke se establecieron en Georgetown y diseñaron una estrategia. Estudiaron cómo el Congreso Nacional Africano había logrado ganar el apoyo de la opinión pública caracterizando el apartheid como equivalente de la esclavitud. También analizaron cómo varios grupos de judíos-americanos habían logrado organizarse para apoyar a Israel. "Sabíamos que teníamos que crear una base nacional con algún peso electoral, así que decidimos usar el modelo ‘aipac'", dijo Brooke, refiriéndose al Comité Americano de Acción Política para Israel [American Israel Political Action Committee] AIPAC.
En junio de 1997, Chalabi leyó un discurso en el Instituto Judío para Asuntos de Seguridad Interior, en Washington. Le dijo a la audiencia que sería fácil derrocar a Saddam y remplazarlo por un gobierno que tuviese relaciones cordiales con Israel si Estados Unidos proporcionaba un mínimo de apoyo para una insurrección armada organizada por el CNI. Aunque Chalabi negó más tarde que el petróleo hubiera jugado algún papel en su campaña, en una entrevista que dio al Jerusalem Post en 1998 propuso restaurar el oleoducto de Kirkuk a Haifa, que había estado en desuso desde la creación de Israel en 1948.
El arrojo de Chalabi despertó el entusiasmo y la curiosidad de un grupo de neo-conservadores norteamericanos que habían jugado un papel fundamental en el primer gobierno de Bush, pero que se hallaban ahora dispersos en varios laboratorios ideológicos de Washington. Tras la caída del comunismo, los neo-conservadores buscaban ansiosamente una nueva causa y Chalabi -un chií culto y secular que aceptaba a Israel y proponía extender la democracia por todo Oriente Medio- capitalizó su entusiasmo. Judith Kipper, directora del Consejo para las Relaciones Internacionales [Council on Foreign Relations], dijo que en esa época Chalabi tomó "la decisión deliberada de girar hacia la derecha", después de darse cuenta de que era más probable que los neo-conservadores, antes que los liberales, apoyaran el uso de la fuerza contra Saddam.
Como dijo Brooke: "Pensamos detenidamente sobre esto y nos dimos cuenta de que las personas" que influían en definir la política hacia Iraq en Washington "eran sólo cien". Él y Chalabi decidieron poner a esa gente de su lado. No pasó mucho tiempo antes de que Chalabi tuviera una relación personal estrecha con 30 miembros del Congreso, entre los que se contaban Trent Lott y Newt Gingrich, y asistiera a reuniones sociales con Richard Perle, un antiguo ministro auxiliar de defensa, que era ahora investigador del Instituto Americano para la Libre Empresa [American Enterprise Institute], y Dick Cheney, que era entonces presidente de Halliburton. De acuerdo a Brooke: "Desde el comienzo Cheney estuvo de acuerdo con la filosofía del plan. Cheney dijo: ‘Rara vez en la vida tienes la posibilidad de arreglar algo que terminó mal'".
Wolfowitz en especial estaba prendado de Chalabi, contó un amigo norteamericano de este. "Chalabi le encantaba. Me dijo que ambos eran intelectuales. Paul is un soñador". A ojos de Wolfowitz, Chalabi era la figura ideal de la oposición. "Pensó seguramente: ‘Este tipo está bien -dice todo lo que hay que decir sobre la democracia y los derechos humanos. Me pregunto si no será posible derribar a Saddam del mismo modo que lo hicimos con los soviéticos'", dijo el amigo.
Sin embargo, Chalabi se estaba quedando sin dinero y necesitaba nuevos padrinos. Brooke dijo que él y Chalabi idearon un plan, confesó, que era realmente ‘transparente': la desastrosa historia del CNI de operaciones frustradas de la CIA durante el gobierno de Clinton, podía transformarse en un arma en manos de los republicanos. "Clinton nos dio una gran oportunidad", dijo Brooke. "Nos acercamos a un congreso republicano y nos opusimos a la Casa Blanca demócrata. Realmente dañamos y pusimos en dificultades al presidente". A la mayoría republicana en el Congreso, admitió, "no le interesaba mucho en el tipo de munición que se usara. Simplemente querían golpear al presidente". Sin embargo, dijo, importantes senadores republicanos, incluyendo a Trent Lott y Jesse Helms, "se mostraron de inmediato muy receptivos".
En 1998 se realizaron unas vistas parlamentarias sobre los fracasos de la CIA en Iraq y los aliados de los laboratorios ideológicos de Chalabi, tales como Richard Perle, hicieron declaraciones difamatorias sobre el gobierno de Clinton. Entretanto, Chalabi continuó reuniendo informaciones de inteligencia sobre Iraq que ayudarían a la causa. Encontró una oportunidad en el programa de inspección de armas de Naciones Unidas, que había sido iniciado en 1991 para impedir que Saddam desarrollara armas de destrucción masiva. El 27 de enero de 1998, Chalabi se reunió en Londres con Scott Ritter, que trabajaba entonces como agente de enlace del programa de Naciones Unidas. En esa época, Naciones Unidas no había sido capaz de dar cuenta de una cantidad de armas -incluyendo casi nueve mil litros de carbunclo- que el régimen de Saddam declaró que habían sido desmanteladas. Los inspectores de Naciones Unidas habían agotado otras fuentes de información. Chalabi sostuvo que tenía hombres que habían infiltrado el círculo más cercano de Saddam, y ofreció ayuda.
La reunión tuvo lugar en el apartamento de Chalabi, en Conduit Street en Mayfair. Ritter recordó que había media docena de criados árabes sirviendo té, Chalabi estaba sentado en un sofá tomando apuntes y "jugando a que era el jefe supremo". (Ahmed Allawi, un funcionario del CNI, también participó en la reunión). "Yo debería haberle preguntado qué podía ofrecernos", dijo Ritter, "pero en lugar de eso, dejé que él me preguntara qué podía hacer por nosotros". El resultado, dijo, "fue que cometimos el error más grande que se puede cometer en una operación de inteligencia: identificó todas nuestras lagunas". Durante las horas siguientes, dijo Ritter, expuso casi todo sobre las especialidades y teorías de los inspectores de Naciones Unidas, contándole a Chalabi cómo habían registrado los refugios subterráneos con radares que penetraban la superficie. También le contó a Chalabi sus sospechas de que Saddam tuviera laboratorios de armas químicas o biológicas móviles, lo que explicaría por qué los investigadores no habían sido capaces de encontrarlas. "¡Eso lo habíamos inventado!", dijo Ritter. "Se lo contamos a Chalabi y, obviamente, que se inventó una fuente [de información] sobre los laboratorios móviles". (El CNI ha sido acusado de pagar a una fuente para que afirmara tener informaciones sobre laboratorios móviles). Cuando Ritter dejó Naciones Unidas en agosto de 1998, todavía no había pruebas de la existencia de laboratorios móviles. La gente de Chalabi, dijo Ritter, finalmente proporcionó informes detallados sobre el supuesto programa de armas de destrucción masiva de Saddam, pero "eran basura".
Ritter tuvo otro encuentro memorable con Chalabi. Seis meses después de la reunión de Londres, Ritter se sentía desanimado. Los inspectores de Naciones Unidas habían descubierto huellas de gas neurotóxico VX en las ojivas de proyectiles en Iraq; estaba preocupado de que Saddam estuviera ocultando algo. Chalabi lo invitó a su casa en Georgetown y hablaron sobre el descubrimiento del gas. Chalabi entonces le propuso a Ritter que el CNI se encargase de algunas labores de espionaje. En una demostración de su seriedad le mostró a Ritter dos estudios que abogaban por el derrocamiento de Saddam. Uno era un plan militar, escrito en parte por un amigo conservador, el general en retiro Wayne Downing, que había sido comandante de las Fuerzas Especiales en la primera Guerra del Golfo. El análisis proponía que los insurgentes iraquíes serían capaces de derrocar a Saddam casi sin ayuda de nadie. Dado que el plan requería pocas tropas estadounidenses, podría convencer rápidamente al Congreso. Ritter, un antiguo marine, me dijo que no le había impresionado. Recordó que dijo: "No creo que esas pequeñas unidades puedan hacer lo que usted dice. Es un truco" para involucrar a los norteamericanos. Dijo que Chalabi no lo había negado. "Entonces, ¿por qué no aparece en el plan que usted necesitará más ayuda de Estados Unidos?", preguntó Ritter. "Porque es demasiado delicado", respondió Chalabi.
De acuerdo a Ritter, Chalabi describió luego una clara visión del futuro de Iraq -con él mismo como presidente. Ritter contó: "Me dijo que si yo apoyaba la estratagema, cuando él fuera presidente controlaría todas las concesiones de petróleo y se aseguraría de que se me tratara bien. Supongo era un intento de soborno". El despacho de Chalabi rechazó el informe de Ritter, llamándole "mentiroso". Ritter abandonó la reunión negándose a trabajar para Chalabi.

7 de junio de 2004
4 de octubre de 2004
©new yorker
©traducción mQh

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