KERRY, PRESIDENTE
Después del New York Times, el Washington Post opta en un editorial de hoy por el senador Kerry. Entre otras cosas, porque es una mejor garantía de respeto de la Constitución y derechos civiles en Estados Unidos.
Los expertos estadounidenses dicen que la mayoría de los votantes no han tenido dificultad en decidir por quién votarán en las elecciones presidenciales de este año. La mitad del país apoya apasionadamente a Bush, dice los encuestadores, y la otra mitad apasionadamente a Kerry -o al menos está apasionadamente contra Bush. Nosotros no hemos podido compartir este apasionamiento, ni la certidumbre. Como lo saben los lectores de esta página, encontramos mucho que criticar del período de Bush, pero también algunas cosas admirables. Encontramos mucho de admirable en la hoja de servicio de Kerry, su conocimiento del mundo y sus posiciones en un amplio rango de temas. Pero al final creemos que Kerry, con su promesa de determinación suavizada por su sabiduría y tolerancia, ha reclamado con más convicción la confianza del país para que lo dirija en los próximos cuatro años.
Ahora el proceso de sacar las cuentas empieza, como es común en las campañas de re-elección, con el titular. Sus antecedentes, particularmente en relaciones exteriores, no pueden ser juzgados con un simple sí o no. El presidente Bush unió a la nación después del 11 de septiembre, y remodeló su visión del mundo. Su dedicación a una lucha de largo plazo para fomentar la libertad en el mundo árabe refleja su comprensión de la grave amenaza que representan los radicales del fundamentalismo islámico. Sus acciones no siempre han correspondido a su incitante retórica sobre el asunto, y los reveses de la democracia en otras partes del mundo (especialmente en Rusia) no parecen preocuparle demasiado.
Pero Bush ha realizado más de lo que reconocen sus críticos, tanto en el asunto práctico de formar alianzas para perseguir a los terroristas y en el de comenzar a reformular una política para el Oriente Medio demasiado tiempo caracterizada por buscar acomodos con dictadores amistosos. Ha prometido importantes aumentos en la ayuda exterior para ayudar a los países pobres a luchar contra el sida y otros propósitos, que creemos que son esenciales.
La campaña que dirigió Bush para sacar a los talibanes de Afganistán parece retrospectivamente fácil y obvia, pero en esa época mucha gente predijo un inminente atolladero. Bush perdió considerable tiempo con su determinación inicial de evitar construir el país después de que cayera Kabul y la posterior retirada de las tropas. Pero incluso así, Afganistán hoy está lejos de ser el fracaso que pinta Kerry. La seguridad afgana y estadounidense están mejor gracias a la intervención.
En Iraq no acusamos a Bush por creer, como lo hizo el presidente Clinton antes, que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva. Nosotros apoyamos la guerra y creíamos que el dictador iraquí representaba una amenaza a la que había que hacer frente; hoy continuamos creyendo que la misión de Estados Unidos de fomentar un gobierno representativo en Iraq ofrece la posibilidad de hacer más seguro a Estados Unidos y que los iraquíes se encuentran mucho mejor que cuando eran gobernados por su criminal dictador.
Sin embargo, acusamos a Bush por exagerar ante la opinión pública los datos de inteligencia que le fueron entregados privadamente y por alejar innecesariamente a los aliados. Sobre todo lo acusamos por ignorar los consejos para planificar mejor la reconstrucción de posguerra. El daño causado por esta testaruda indiferencia es incalculable. No hay ninguna garantía de que Iraq fuera hoy un país más tranquilo si las tropas estadounidenses hubiesen impedido el saqueo de posguerra, asegurado los depósitos de armas, dado la bienvenida a una implicación internacional y transferido más rápidamente la autoridad a los iraquíes. Pero las posibilidades de que así ocurriera habrían sido mayores. Sin embargo, el gobierno ha rechazado repetidas veces el consejo de enviar tropas suficientes. Su desprecio de las Convenciones de Ginebra condujo al escándalo de las torturas en las prisiones tanto en Iraq como en Afganistán que ha reducido en años, si no décadas, la imagen e influencia de Estados Unidos en el exterior. De hecho, en gran parte del mundo la reputación de Estados Unidos ha disminuido a niveles históricos, en parte debido al altanera actitud con que el presidente se acerca a los aliados sobre temas que van mucho más allá de Iraq.
Estos fracasos hayan su fuente en la petulancia de Bush, en su inhabilidad para solicitar el consejo de otros, excepto un estrecho círculo, y su incapacidad de anticipar lo inesperado o de adaptarse a nuevos hechos. Esos son rasgos peligrosos en cualquier presidente, pero lo son especialmente en un líder de tiempos de guerra. Y son rasgos que se corresponden con sus dificultades en admitir que ha cometido errores o de hacer que sus funcionarios responsables rindan cuentas por los suyos.
En el frente interno, Bush y sus aliados republicanos en la Cámara han gobernando de manera partidista y torpe. Saludamos la campaña de Bush para promover la responsabilidad en las escuelas básicas y secundarias, y algunas de sus otras ideas también pueden sonar atractivas: un cierto grado de privatización le da a la gente más control sobre sus cotizaciones para la jubilación, el seguro de salud individual puede ajustarse mejor al móvil siglo 21 del trabajo, los incentivos comerciales para reducir la polución. Pero ha fracasado en hacer el trabajo serio para transformar esas ideas en programas justos y bien equilibrados, y nunca ha dicho cómo los financiaría, como en el caso de las cuentas privadas de la Seguridad Social.
Eso nos lleva a su despiadada política fiscal. Bush heredó un presupuesto excedentario, pero que ya pasaba por tensiones a largo plazo a medida que la generación de los cincuenta reivindicaba sus derechos sobre los recursos del país en términos de pensiones y seguro médico. La recesión que se estaba formando cuando asumió el gobierno, y el golpe económico que significó el 11 de septiembre, habrían transformado ese excedente en un déficit en las mejores circunstancias.
Pero Bush agravó esas circunstancias y empujó el déficit a niveles históricos con reducciones de impuestos que fueron ineficientes a la hora de proporcionar un estímulo económico y que estaban inclinados hacia los más ricos. A pesar del peso de la guerra de Iraq sobre el Fisco, insistió en que las reducciones debían ser permanentes; a nadie se le pidió un sacrificio, ni a ricos ni a pobres. Los motivos de Bush pueden haber cambiado, pero su prescripción -las reducciones de impuestos- han sido constantes, sin importarle el coste para las generaciones futuras. El déficit fiscal resultante ha arrastrado hacia abajo la tasa nacional de ahorros, haciendo que el país dependa de capital extranjero en un modo que es insostenible. Bush dice que la respuesta está en gastar con disciplina, pero él mismo no ha mostrado ninguna; véase por ejemplo los repugnantes subsidios a la agricultura que transformó en ley.
En 2000, Bush criticó a sus predecesores y con razón por no solucionar los ominosos problemas de la Seguridad Social y del Seguro Médico. Durante su gobierno, sin embargo, se ha mostrado igualmente indiferente, incluso cuando se acercaba la hora de hacer las cuentas. Defendió enormes asignaciones para el Seguro Médico sin insistir en reformas de reducción de costes que todos sabemos que son necesarias.
Bush no se merece un segundo término. Pero hay una segunda pregunta: ¿Nos convence el contendiente? Nosotros creemos que sí.
Kerry, como Bush, no presenta ningún plan para hacer frente a los costes de la jubilación y la salud, pero ha prometido más sentido de la realidad en términos fiscales. Propone atinadamente eliminar las rebajas de impuestos con que favorece Bush a los más ricos y se ha comprometido a disminuir sus propios gastos si los fondos no pueden sustentarlos. Buscará restaurar la disciplina presupuestaria que ayudó a mantener el déficit bajo control durante los años noventa.
Kerry tiene un mejor enfoque de muchos otros tópicos. Tiene un plan de trabajo viable para proporcionar seguro médico a más ciudadanos; esos 45 millones de personas sin seguro médico representan una vergonzosa renuncia que parece que a Bush no le preocupó nunca ni un ápice. Mientras Bush ignora los peligros de un cambio climático y favorece la industria a expensas de un aire y agua limpios, Kerry es un defensor inteligente y de larga data de la protección del medio ambiente. Bush ha hecho politiquería con la Constitución, que Kerry no haría, al endorsar una enmienda para prohibir el matrimonio entre homosexuales. Kerry ha prometido respetar las Convenciones de Ginebra en el extranjero y las libertades civiles en casa.
home. Una judicatura nombrada por Kerry -y es probable que el próximo presidente deje marcas significativas en la Corte Suprema- será más respetuosa de los derechos civiles, el derecho al aborto y el derecho a la privacidad.
Ninguno de estos problemas nos haría votar por Kerry si fuera menos probable que el país estuviera menos seguro que con Bush. Pero creemos que el contendiente está bien equipado para guiar al país en tiempos de peligro. Kerry tiene un currículum que lo prepara sin argumentaciones contrarias posibles para el más alto cargo. Comprendió pronto los peligros de participantes [en el terreno internacional] que no son estados, como Al Qaeda. Allanó el camino para restablecer relaciones con Vietnam en los noventa, y se encargó de la tarea ingrata y políticamente arriesgada de convencer a los familiares que ya no quedaban prisioneros estadounidenses en el Sudeste Asiático. Aunque se opuso erróneamente a la primera Guerra del Golfo Pérsico, sí apoyó el uso de tropas en Bosnia y Kosovo.
Como en el caso de Bush, algunos de sus puntos fuertes nos sorprenden por su potencial fragilidad. Es mucho más probable que el senador solicite un amplio rango de opiniones antes de tomar una decisión, que Bush -¿pero es suficientemente determinado? Entiende la importancia de los aliados y de remodelar la imagen de Estados Unidos -¿pero sentiría reluctancia para ofender? Sus antecedentes en el Senado sugieren que comprende la importancia de los mercados abiertos, pero durante la campaña se ha barricadeado detrás de una retórica proteccionista que es por sí misma inquietante y una posible señal de inconstancia.
Nos ha alarmado sobre todo el zigzagueo de Kerry sobre Iraq, como sus vuelcos sobre si Saddam Hussein representaba una amenaza o no. Como acusa Bush, la descripción que hace Kerry de la guerra como una "diversión" no inspira confianza en su determinación a terminarla. Pero Kerry ha prometido repetidas veces que no saldremos escapando de Iraq, y creemos que el gobierno de Kerry está mejor equipado para abordar la colosal tarea de construir ese país. Kerry se hace eco de los objetivos de Bush de lograr un gobierno iraquí elegido y un ejército iraquí bien adiestrado para defenderlo, pero argumenta que puede implementar esa estrategia más efectivamente.
Kerry comprende que la más grande amenaza para la seguridad de Estados Unidos la representan terroristas que pueden atacar con armas nucleares o biológicas. Ha prometido agregar dos divisiones más al Ejército de Estados Unidos; tratar mejor de localizar e inutilizar las armas y materiales nucleares en el mundo y mejorar las preparaciones en caso de un ataque bio-terrorista. No hay modo de saber si tendrá más éxito que Bush en contener a Corea del Norte y la marcha de Irán hacia su transformación en estados con armas nucleares, pero otorga una justa prioridad a los dos problemas. Tiene razón cuando afirma que esos retos, como el conflicto palestino-israelí, requiere la especie de diplomacia sostenida que hemos echado de menos en los últimos cuatro años. Y esperamos que Kerry sea más firme que Bush en hacer frente al genocidio en curso en Sudán.
El voto por Kerry no es un voto sin riesgos. Pero los riesgos del otro lado son conocidos, y los puntos fuertes de Kerry son considerables. Ha prometido seguir luchando en Iraq y buscar un acercamiento con los aliados; terminar con los terroristas, y entrar en discusión, sin arrogancia, con el mundo árabe. Esos son los objetivos correctos, y creemos que Kerry está en mejores condiciones de lograrlos.
24 de octubre de 2004
©washington post
©traducción mQh
Ahora el proceso de sacar las cuentas empieza, como es común en las campañas de re-elección, con el titular. Sus antecedentes, particularmente en relaciones exteriores, no pueden ser juzgados con un simple sí o no. El presidente Bush unió a la nación después del 11 de septiembre, y remodeló su visión del mundo. Su dedicación a una lucha de largo plazo para fomentar la libertad en el mundo árabe refleja su comprensión de la grave amenaza que representan los radicales del fundamentalismo islámico. Sus acciones no siempre han correspondido a su incitante retórica sobre el asunto, y los reveses de la democracia en otras partes del mundo (especialmente en Rusia) no parecen preocuparle demasiado.
Pero Bush ha realizado más de lo que reconocen sus críticos, tanto en el asunto práctico de formar alianzas para perseguir a los terroristas y en el de comenzar a reformular una política para el Oriente Medio demasiado tiempo caracterizada por buscar acomodos con dictadores amistosos. Ha prometido importantes aumentos en la ayuda exterior para ayudar a los países pobres a luchar contra el sida y otros propósitos, que creemos que son esenciales.
La campaña que dirigió Bush para sacar a los talibanes de Afganistán parece retrospectivamente fácil y obvia, pero en esa época mucha gente predijo un inminente atolladero. Bush perdió considerable tiempo con su determinación inicial de evitar construir el país después de que cayera Kabul y la posterior retirada de las tropas. Pero incluso así, Afganistán hoy está lejos de ser el fracaso que pinta Kerry. La seguridad afgana y estadounidense están mejor gracias a la intervención.
En Iraq no acusamos a Bush por creer, como lo hizo el presidente Clinton antes, que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva. Nosotros apoyamos la guerra y creíamos que el dictador iraquí representaba una amenaza a la que había que hacer frente; hoy continuamos creyendo que la misión de Estados Unidos de fomentar un gobierno representativo en Iraq ofrece la posibilidad de hacer más seguro a Estados Unidos y que los iraquíes se encuentran mucho mejor que cuando eran gobernados por su criminal dictador.
Sin embargo, acusamos a Bush por exagerar ante la opinión pública los datos de inteligencia que le fueron entregados privadamente y por alejar innecesariamente a los aliados. Sobre todo lo acusamos por ignorar los consejos para planificar mejor la reconstrucción de posguerra. El daño causado por esta testaruda indiferencia es incalculable. No hay ninguna garantía de que Iraq fuera hoy un país más tranquilo si las tropas estadounidenses hubiesen impedido el saqueo de posguerra, asegurado los depósitos de armas, dado la bienvenida a una implicación internacional y transferido más rápidamente la autoridad a los iraquíes. Pero las posibilidades de que así ocurriera habrían sido mayores. Sin embargo, el gobierno ha rechazado repetidas veces el consejo de enviar tropas suficientes. Su desprecio de las Convenciones de Ginebra condujo al escándalo de las torturas en las prisiones tanto en Iraq como en Afganistán que ha reducido en años, si no décadas, la imagen e influencia de Estados Unidos en el exterior. De hecho, en gran parte del mundo la reputación de Estados Unidos ha disminuido a niveles históricos, en parte debido al altanera actitud con que el presidente se acerca a los aliados sobre temas que van mucho más allá de Iraq.
Estos fracasos hayan su fuente en la petulancia de Bush, en su inhabilidad para solicitar el consejo de otros, excepto un estrecho círculo, y su incapacidad de anticipar lo inesperado o de adaptarse a nuevos hechos. Esos son rasgos peligrosos en cualquier presidente, pero lo son especialmente en un líder de tiempos de guerra. Y son rasgos que se corresponden con sus dificultades en admitir que ha cometido errores o de hacer que sus funcionarios responsables rindan cuentas por los suyos.
En el frente interno, Bush y sus aliados republicanos en la Cámara han gobernando de manera partidista y torpe. Saludamos la campaña de Bush para promover la responsabilidad en las escuelas básicas y secundarias, y algunas de sus otras ideas también pueden sonar atractivas: un cierto grado de privatización le da a la gente más control sobre sus cotizaciones para la jubilación, el seguro de salud individual puede ajustarse mejor al móvil siglo 21 del trabajo, los incentivos comerciales para reducir la polución. Pero ha fracasado en hacer el trabajo serio para transformar esas ideas en programas justos y bien equilibrados, y nunca ha dicho cómo los financiaría, como en el caso de las cuentas privadas de la Seguridad Social.
Eso nos lleva a su despiadada política fiscal. Bush heredó un presupuesto excedentario, pero que ya pasaba por tensiones a largo plazo a medida que la generación de los cincuenta reivindicaba sus derechos sobre los recursos del país en términos de pensiones y seguro médico. La recesión que se estaba formando cuando asumió el gobierno, y el golpe económico que significó el 11 de septiembre, habrían transformado ese excedente en un déficit en las mejores circunstancias.
Pero Bush agravó esas circunstancias y empujó el déficit a niveles históricos con reducciones de impuestos que fueron ineficientes a la hora de proporcionar un estímulo económico y que estaban inclinados hacia los más ricos. A pesar del peso de la guerra de Iraq sobre el Fisco, insistió en que las reducciones debían ser permanentes; a nadie se le pidió un sacrificio, ni a ricos ni a pobres. Los motivos de Bush pueden haber cambiado, pero su prescripción -las reducciones de impuestos- han sido constantes, sin importarle el coste para las generaciones futuras. El déficit fiscal resultante ha arrastrado hacia abajo la tasa nacional de ahorros, haciendo que el país dependa de capital extranjero en un modo que es insostenible. Bush dice que la respuesta está en gastar con disciplina, pero él mismo no ha mostrado ninguna; véase por ejemplo los repugnantes subsidios a la agricultura que transformó en ley.
En 2000, Bush criticó a sus predecesores y con razón por no solucionar los ominosos problemas de la Seguridad Social y del Seguro Médico. Durante su gobierno, sin embargo, se ha mostrado igualmente indiferente, incluso cuando se acercaba la hora de hacer las cuentas. Defendió enormes asignaciones para el Seguro Médico sin insistir en reformas de reducción de costes que todos sabemos que son necesarias.
Bush no se merece un segundo término. Pero hay una segunda pregunta: ¿Nos convence el contendiente? Nosotros creemos que sí.
Kerry, como Bush, no presenta ningún plan para hacer frente a los costes de la jubilación y la salud, pero ha prometido más sentido de la realidad en términos fiscales. Propone atinadamente eliminar las rebajas de impuestos con que favorece Bush a los más ricos y se ha comprometido a disminuir sus propios gastos si los fondos no pueden sustentarlos. Buscará restaurar la disciplina presupuestaria que ayudó a mantener el déficit bajo control durante los años noventa.
Kerry tiene un mejor enfoque de muchos otros tópicos. Tiene un plan de trabajo viable para proporcionar seguro médico a más ciudadanos; esos 45 millones de personas sin seguro médico representan una vergonzosa renuncia que parece que a Bush no le preocupó nunca ni un ápice. Mientras Bush ignora los peligros de un cambio climático y favorece la industria a expensas de un aire y agua limpios, Kerry es un defensor inteligente y de larga data de la protección del medio ambiente. Bush ha hecho politiquería con la Constitución, que Kerry no haría, al endorsar una enmienda para prohibir el matrimonio entre homosexuales. Kerry ha prometido respetar las Convenciones de Ginebra en el extranjero y las libertades civiles en casa.
home. Una judicatura nombrada por Kerry -y es probable que el próximo presidente deje marcas significativas en la Corte Suprema- será más respetuosa de los derechos civiles, el derecho al aborto y el derecho a la privacidad.
Ninguno de estos problemas nos haría votar por Kerry si fuera menos probable que el país estuviera menos seguro que con Bush. Pero creemos que el contendiente está bien equipado para guiar al país en tiempos de peligro. Kerry tiene un currículum que lo prepara sin argumentaciones contrarias posibles para el más alto cargo. Comprendió pronto los peligros de participantes [en el terreno internacional] que no son estados, como Al Qaeda. Allanó el camino para restablecer relaciones con Vietnam en los noventa, y se encargó de la tarea ingrata y políticamente arriesgada de convencer a los familiares que ya no quedaban prisioneros estadounidenses en el Sudeste Asiático. Aunque se opuso erróneamente a la primera Guerra del Golfo Pérsico, sí apoyó el uso de tropas en Bosnia y Kosovo.
Como en el caso de Bush, algunos de sus puntos fuertes nos sorprenden por su potencial fragilidad. Es mucho más probable que el senador solicite un amplio rango de opiniones antes de tomar una decisión, que Bush -¿pero es suficientemente determinado? Entiende la importancia de los aliados y de remodelar la imagen de Estados Unidos -¿pero sentiría reluctancia para ofender? Sus antecedentes en el Senado sugieren que comprende la importancia de los mercados abiertos, pero durante la campaña se ha barricadeado detrás de una retórica proteccionista que es por sí misma inquietante y una posible señal de inconstancia.
Nos ha alarmado sobre todo el zigzagueo de Kerry sobre Iraq, como sus vuelcos sobre si Saddam Hussein representaba una amenaza o no. Como acusa Bush, la descripción que hace Kerry de la guerra como una "diversión" no inspira confianza en su determinación a terminarla. Pero Kerry ha prometido repetidas veces que no saldremos escapando de Iraq, y creemos que el gobierno de Kerry está mejor equipado para abordar la colosal tarea de construir ese país. Kerry se hace eco de los objetivos de Bush de lograr un gobierno iraquí elegido y un ejército iraquí bien adiestrado para defenderlo, pero argumenta que puede implementar esa estrategia más efectivamente.
Kerry comprende que la más grande amenaza para la seguridad de Estados Unidos la representan terroristas que pueden atacar con armas nucleares o biológicas. Ha prometido agregar dos divisiones más al Ejército de Estados Unidos; tratar mejor de localizar e inutilizar las armas y materiales nucleares en el mundo y mejorar las preparaciones en caso de un ataque bio-terrorista. No hay modo de saber si tendrá más éxito que Bush en contener a Corea del Norte y la marcha de Irán hacia su transformación en estados con armas nucleares, pero otorga una justa prioridad a los dos problemas. Tiene razón cuando afirma que esos retos, como el conflicto palestino-israelí, requiere la especie de diplomacia sostenida que hemos echado de menos en los últimos cuatro años. Y esperamos que Kerry sea más firme que Bush en hacer frente al genocidio en curso en Sudán.
El voto por Kerry no es un voto sin riesgos. Pero los riesgos del otro lado son conocidos, y los puntos fuertes de Kerry son considerables. Ha prometido seguir luchando en Iraq y buscar un acercamiento con los aliados; terminar con los terroristas, y entrar en discusión, sin arrogancia, con el mundo árabe. Esos son los objetivos correctos, y creemos que Kerry está en mejores condiciones de lograrlos.
24 de octubre de 2004
©washington post
©traducción mQh
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