la importancia de faluya
Un cuerdo editorial del New York Times llama al gobierno norteamericano a distinguir entre los milicianos nacionalistas y los terroristas en Iraq para iniciar negociaciones que permitan dar legitimidad a las elecciones de enero.
Iraq no puede realizar elecciones válidas este enero próximo si todavía continúa la insurrección armada que arde en muchos de los centros de población sunníes. Esas elecciones tampoco significarán mucho si la ofensiva encabezada por los norteamericanos para pacificar esas áreas provoca un amplio boicot sunní de la votación. Una asamblea constitutiva elegida en esas circunstancias carecería de la legitimidad para crear un Iraq estable y unificado.
Los militares norteamericanos están preparando un asalto total contra Faluya, Ramadi y las vecinas plazas fuertes sunníes, y la operación podría comenzar después de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Esas ciudades son obviamente tentadores objetivos para los comandantes norteamericanos, pero sus líderes políticos en Washington necesitan reconocer que el reto que representan los habitantes descontentos del triángulo sunní es tan político como militar. Estados Unidos no puede responder efectivamente si no tiene firmemente en cuenta su dimensión política.
Un año y medio de desastrosas meteduras de pata en en asuntos que afectan a la minoría sunní ha dejado a Washington sin opciones muy prometedoras o atractivas para atraer a los habitantes de la región sunní, al norte y oeste de Bagdad, a participar en el proceso electoral. Esos errores comenzaron con la abrupta disolución del Ejército iraquí y la generalizada purga de los miembros del Partido Baaz tras la caída de Bagdad. Continuaron durante la primavera pasada en el intermitente sitio de Faluya. Esa operación indignó a millones de sunníes y otros iraquíes y concluyeron ignominiosamente con la transformación de Faluya en un bastión de los insurgentes, los mullahs radicales y los terroristas vinculados a Al Qaeda.
Ese desastroso ciclo puede volver a empezar. El gobierno de Bush y sus aliados iraquíes están ahora convencidos de que sus renovadas amenazas con un ataque total contra Faluya obligará a los líderes sunníes locales a expulsar a los militantes, capturar a los terroristas fugitivos y entregar la ciudad a las tropas norteamericanas e iraquíes. De momento, las negociaciones han sido interrumpidas y un grupo de línea dura de clérigos sunníes ha amenazado con llamar a boicotear las elecciones nacionales si se ataca la ciudad. Si nada cambia, los soldados y marines norteamericanos podrían estar combatiendo de calle en calle en Faluya y Ramadi este próximo mes
Debe haber un camino intermedio entre iniciar una guerra urbana -que podría multiplicar las bajas civiles y anular muchas de las ventajas técnicas de que gozan las tropas norteamericanas- y ceder de manera permanente esas ciudades a los insurgentes y terroristas. Encontrar ese camino intermedio requiere hacer distinciones claras entre los milicianos sunníes nacionalistas, que pueden y deben ser persuadidos de que participen en el proceso político, y los terroristas extranjeros, que deben ser marginados y derrotados. También requiere una nueva ronda de negociaciones que incluya a los clérigos sunníes y a los líderes tribales de las afueras de Faluya, además de los líderes locales que han estado involucrados en conversaciones pasadas. Naciones Unidas, que tiene la responsabilidad de guiar el proceso electoral, está ofreciendo sus buenos oficios para ayudar a reiniciar esas conversaciones.
Si hay un amplio acuerdo sobre algo en Iraq, es en que estas elecciones deben ser convocadas a la fecha programada, incluso si las condiciones son menos que ideales. Una asamblea elegida democráticamente es la mejor esperanza que resta para lograr finalmente un Iraq unificado y pacífico.
Pero puede ayudar a conseguir ese propósito sólo si la elección es verdaderamente representativas y si se convence a los principales sectores de la población iraquí a que participen en ellas. La primera condición es que Washington reconozca que no hay soluciones meramente militares.
28 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh
Los militares norteamericanos están preparando un asalto total contra Faluya, Ramadi y las vecinas plazas fuertes sunníes, y la operación podría comenzar después de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Esas ciudades son obviamente tentadores objetivos para los comandantes norteamericanos, pero sus líderes políticos en Washington necesitan reconocer que el reto que representan los habitantes descontentos del triángulo sunní es tan político como militar. Estados Unidos no puede responder efectivamente si no tiene firmemente en cuenta su dimensión política.
Un año y medio de desastrosas meteduras de pata en en asuntos que afectan a la minoría sunní ha dejado a Washington sin opciones muy prometedoras o atractivas para atraer a los habitantes de la región sunní, al norte y oeste de Bagdad, a participar en el proceso electoral. Esos errores comenzaron con la abrupta disolución del Ejército iraquí y la generalizada purga de los miembros del Partido Baaz tras la caída de Bagdad. Continuaron durante la primavera pasada en el intermitente sitio de Faluya. Esa operación indignó a millones de sunníes y otros iraquíes y concluyeron ignominiosamente con la transformación de Faluya en un bastión de los insurgentes, los mullahs radicales y los terroristas vinculados a Al Qaeda.
Ese desastroso ciclo puede volver a empezar. El gobierno de Bush y sus aliados iraquíes están ahora convencidos de que sus renovadas amenazas con un ataque total contra Faluya obligará a los líderes sunníes locales a expulsar a los militantes, capturar a los terroristas fugitivos y entregar la ciudad a las tropas norteamericanas e iraquíes. De momento, las negociaciones han sido interrumpidas y un grupo de línea dura de clérigos sunníes ha amenazado con llamar a boicotear las elecciones nacionales si se ataca la ciudad. Si nada cambia, los soldados y marines norteamericanos podrían estar combatiendo de calle en calle en Faluya y Ramadi este próximo mes
Debe haber un camino intermedio entre iniciar una guerra urbana -que podría multiplicar las bajas civiles y anular muchas de las ventajas técnicas de que gozan las tropas norteamericanas- y ceder de manera permanente esas ciudades a los insurgentes y terroristas. Encontrar ese camino intermedio requiere hacer distinciones claras entre los milicianos sunníes nacionalistas, que pueden y deben ser persuadidos de que participen en el proceso político, y los terroristas extranjeros, que deben ser marginados y derrotados. También requiere una nueva ronda de negociaciones que incluya a los clérigos sunníes y a los líderes tribales de las afueras de Faluya, además de los líderes locales que han estado involucrados en conversaciones pasadas. Naciones Unidas, que tiene la responsabilidad de guiar el proceso electoral, está ofreciendo sus buenos oficios para ayudar a reiniciar esas conversaciones.
Si hay un amplio acuerdo sobre algo en Iraq, es en que estas elecciones deben ser convocadas a la fecha programada, incluso si las condiciones son menos que ideales. Una asamblea elegida democráticamente es la mejor esperanza que resta para lograr finalmente un Iraq unificado y pacífico.
Pero puede ayudar a conseguir ese propósito sólo si la elección es verdaderamente representativas y si se convence a los principales sectores de la población iraquí a que participen en ellas. La primera condición es que Washington reconozca que no hay soluciones meramente militares.
28 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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