mundos aparte en iraq
El relativo fracaso de la conferencia sobre Iraq en Egipto el fin de semana pasado, sigue demostrando que es fundamental que Estados Unidos modifique su enfoque sobre la guerra de Iraq.
Asistieron los ministros de Asuntos Exteriores de todos los países correctos. La ocasión -dos meses antes de la fecha programada para las muy importantes elecciones iraquíes- era propicia. Es triste, entonces, que la importante conferencia internacional sobre Iraq esta semana en el balneario marítimo egipcio de Sharm el Sheik, que reunió a todos los vecinos de Iraq y a todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, hiciera tan poco para cambiar la deprimente situación general.
Los ministros llegaron, cenador y endorsaron una poco polémica lista de objetivos deseables. Apoyaron las elecciones libres. Condenaron el terrorismo. Endorsaron la integridad territorial de Iraq. Reiteraron la importancia de la ayuda humanitaria. Y luego, todavía en fundamental desacuerdo sobre cómo estas metas se lograrían, se marcharon, sin comprometerse a sí mismos a nada que haga alguna diferencia de verdad.
Conferencias internacionales como esta pueden ser muy útiles cuando los participantes empiezan con algún tipo de acuerdo básico sobre la naturaleza del problema y un esbozo de soluciones posibles. Sobre Iraq no existe este acuerdo básico. Más de 20 meses después de que Estados Unidos asumiera unilateralmente la responsabilidad por el futuro de Iraq invadiendo el país sin el apoyo del Consejo de Seguridad ni de la mayoría de los países limítrofes, todavía se encuentra en gran parte solo, mientras el resto del mundo observa, escéptico, desde una distancia.
Esta no es una situación sana, ni para Iraq, Estados Unidos, Oriente Medio o la comunidad internacional. Cómo se desarrollen las cosas en Iraq en los próximos meses tendrá probablemente consecuencias amplias y de larga duración para todos. Y no es muy probable que marchen muy bien a menos que los gobiernos, por lo menos la mayoría de ellos, representados en Sharm el Sheik empiecen a trabajar juntos.
Pero no parece que eso ocurrirá dentro de poco. El recién re-elegido gobierno de Bush parece más determinada que nunca a descansar en la fuerza militar para aplastar la resistencia sunní, incluso si eso significa seguir adelante con unas elecciones del próximo enero que no sean ampliamente inclusivas. La mayoría del resto del mundo, con dudas sobre esta estrategia de proporcionar seguridad, legitimidad y verdadera soberanía, parece igualmente determinado a permanecer en gran parte distante.
La estrategia preferida parece ser esperar lo mejor y ofrecer gestos de tan poco riesgo, como condonar la deuda iraquí que seguramente nunca volverá a ser pagada de todos modos. Pero incluso la condonación de la deuda, a la que los acreedores gubernamentales occidentales y japonés han accedido el fin de semana pasado, es más de lo que los principales acreedores árabes de Iraq, como Arabia Saudí y Kuwait, están dispuestos a hacer. Eso hace mucho más difícil que el nuevo gobierno iraquí obtenga los créditos que necesitará para volver a dar vida y reconstruir un país devastado. Y, de momento, sólo Rumana y la diminuta Fiyi han ofrecido soldados para la fuerza de protección que se necesita para enviar más operadores electorales a Iraq.
Eso significa que Estados Unidos seguirá estando casi solo. Aparte de los británicos, la mayoría de las tropas multinacionales que siguen en el país son de importancia más simbólica que militar. El otro importante aliado de Washington es el primer ministro interino de Iraq, Ayad Allawi, el que no ha hecho lo suficiente para acercarse a la enajenada minoría sunní y ahora puede estar en peligro de perder el apoyo chií a favor de la nueva alianza anti-norteamericana del antiguo jefe rebelde Moqtada al-Sáder y el antiguo protegido del Pentágono, Ahmad Chalabi.
Las recientemente adiestradas fuerzas de seguridad iraquíes sobre las que le gusta hablar al gobierno no existen todavía en cantidades suficientes como para proteger los locales de votación en enero, ni son enteramente fiables, como ha sido ampliamente demostrado. Las más de 135.000 tropas norteamericanas ahora en servicio para una ocupación de largo plazo no pueden seguir ahí indefinidamente sin erosionar seriamente la disponibilidad y credibilidad norteamericana en el mundo.
Para cambiar estas sombrías perspectivas, el gobierno de Bush tendrá que esforzarse más que en su primer término en construir puentes hacia la comunidad internacional. Limitarse a pedir apoyo hacia las actuales políticas norteamericanas no serán suficientes. Washington debe mostrarse dispuesto a considerar la modificación de algunas de esas políticas como parte de un renovado proceso de consultas internacionales. Eso podría conducir en el futuro a conferencias internacionales más productivas.
26 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
Los ministros llegaron, cenador y endorsaron una poco polémica lista de objetivos deseables. Apoyaron las elecciones libres. Condenaron el terrorismo. Endorsaron la integridad territorial de Iraq. Reiteraron la importancia de la ayuda humanitaria. Y luego, todavía en fundamental desacuerdo sobre cómo estas metas se lograrían, se marcharon, sin comprometerse a sí mismos a nada que haga alguna diferencia de verdad.
Conferencias internacionales como esta pueden ser muy útiles cuando los participantes empiezan con algún tipo de acuerdo básico sobre la naturaleza del problema y un esbozo de soluciones posibles. Sobre Iraq no existe este acuerdo básico. Más de 20 meses después de que Estados Unidos asumiera unilateralmente la responsabilidad por el futuro de Iraq invadiendo el país sin el apoyo del Consejo de Seguridad ni de la mayoría de los países limítrofes, todavía se encuentra en gran parte solo, mientras el resto del mundo observa, escéptico, desde una distancia.
Esta no es una situación sana, ni para Iraq, Estados Unidos, Oriente Medio o la comunidad internacional. Cómo se desarrollen las cosas en Iraq en los próximos meses tendrá probablemente consecuencias amplias y de larga duración para todos. Y no es muy probable que marchen muy bien a menos que los gobiernos, por lo menos la mayoría de ellos, representados en Sharm el Sheik empiecen a trabajar juntos.
Pero no parece que eso ocurrirá dentro de poco. El recién re-elegido gobierno de Bush parece más determinada que nunca a descansar en la fuerza militar para aplastar la resistencia sunní, incluso si eso significa seguir adelante con unas elecciones del próximo enero que no sean ampliamente inclusivas. La mayoría del resto del mundo, con dudas sobre esta estrategia de proporcionar seguridad, legitimidad y verdadera soberanía, parece igualmente determinado a permanecer en gran parte distante.
La estrategia preferida parece ser esperar lo mejor y ofrecer gestos de tan poco riesgo, como condonar la deuda iraquí que seguramente nunca volverá a ser pagada de todos modos. Pero incluso la condonación de la deuda, a la que los acreedores gubernamentales occidentales y japonés han accedido el fin de semana pasado, es más de lo que los principales acreedores árabes de Iraq, como Arabia Saudí y Kuwait, están dispuestos a hacer. Eso hace mucho más difícil que el nuevo gobierno iraquí obtenga los créditos que necesitará para volver a dar vida y reconstruir un país devastado. Y, de momento, sólo Rumana y la diminuta Fiyi han ofrecido soldados para la fuerza de protección que se necesita para enviar más operadores electorales a Iraq.
Eso significa que Estados Unidos seguirá estando casi solo. Aparte de los británicos, la mayoría de las tropas multinacionales que siguen en el país son de importancia más simbólica que militar. El otro importante aliado de Washington es el primer ministro interino de Iraq, Ayad Allawi, el que no ha hecho lo suficiente para acercarse a la enajenada minoría sunní y ahora puede estar en peligro de perder el apoyo chií a favor de la nueva alianza anti-norteamericana del antiguo jefe rebelde Moqtada al-Sáder y el antiguo protegido del Pentágono, Ahmad Chalabi.
Las recientemente adiestradas fuerzas de seguridad iraquíes sobre las que le gusta hablar al gobierno no existen todavía en cantidades suficientes como para proteger los locales de votación en enero, ni son enteramente fiables, como ha sido ampliamente demostrado. Las más de 135.000 tropas norteamericanas ahora en servicio para una ocupación de largo plazo no pueden seguir ahí indefinidamente sin erosionar seriamente la disponibilidad y credibilidad norteamericana en el mundo.
Para cambiar estas sombrías perspectivas, el gobierno de Bush tendrá que esforzarse más que en su primer término en construir puentes hacia la comunidad internacional. Limitarse a pedir apoyo hacia las actuales políticas norteamericanas no serán suficientes. Washington debe mostrarse dispuesto a considerar la modificación de algunas de esas políticas como parte de un renovado proceso de consultas internacionales. Eso podría conducir en el futuro a conferencias internacionales más productivas.
26 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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