el misterio del veneno
[Nicholas D. Kristof] No es la versión sobria de Yeltsin, sino la versión rusa de Pinochet o de Franco, afirma el columnista del New York Times.
Riga, Latvia. En estas largas noches de invierno, un jinete sin cabeza recorre los países extranjeros cercanos' de Rusia, amenazando a los países independientes y haciendo surgir temores de una nueva guerra fría. Este fantasma se llama Vladimir Putin. Ojalá encuentre pronto su cabeza.
Viajando este últimos tiempo por Europa del Este, he escuchado a menudo decir a gente la amenaza en se que se ha transformado Putin, y tienen razón. Hay montones de ejemplos de las agresiones de Putin contra países vecinos, desde Georgia hasta Estonia y esta adorable pequeña nación báltica, Latvia, pero el ejemplo más atroz fue el reciente intento de Putin de instalar uno de sus secuaces pro-ruso en Ucrania.
Si el candidato reformista, Víctor Yushchenko, no muere en un "accidente de carretera" antes de las nuevas elecciones ucranianas el 26 de diciembre (los accidentes de vehículos son un método preferido para deshacerse de los demócratas ucranianos), tenemos alguna posibilidad de descubrir quién lo envenenó con dioxina.
La noche anterior a la aparición de los primeros síntomas, Yuschenko cenó con el director de la SBU, el servicio secreto ucraniano. Hmm. El director mismos parecía ser partidario de las reformas. ¿Estaba la vieja ala no-reformista del servicio secreto empleando sus viejos trucos? Quizás. ¿Ofrecieron agentes rusos, que tienen estrechos lazos con ese ala anti-reformista de la SBU, su experiencia con venenos?
No hay evidencias de que Rusia esté implicado en el envenenamiento, o incluso de que haya sido envenenado en esa cena. Pero Rusia ha logrado insertarse en todos los aspectos de la campaña, de modo que es una posibilidad sobre la que los ucranianos están murmurando.
Está claro que Rusia no se detienen ante el asesinato. Dos agentes rusos asesinaron al antiguo presidente de Chechenia (al que Moscú consideraba terrorista) en Qatar, un país del Golfó Pérsico, haciéndolo volar su coche tras salir de de una mezquita. "El presidente ruso emitió una orden para asesinar al antiguo líder checheno", dijo un juez qatarí tras examinar las evidencias y condenar a dos hombres.
El quid del asunto es que el Occidente ha sido embaucado por Putin. Putin no es una versión sobria de Boris Yeltsin. Más bien, es la versión rusificada de Pinochet o de Franco. Y no está llevando a Rusia hacia una democracia con una economía libre, sino hacia el fascismo.
En realidad, Putin ha llevado a Rusia de una dictadura de izquierda hacia una dictadura de derechas (los líderes chinos han hecho más o menos lo mismo). Mussolini, Franco, Pinochet, Park Chung Hee y Putin, todos emergieron en sociedades que sufrían un caos económico y político. Todos se afianzaron en el poder en parte porque impusieron orden y lograron que los trenes -o los aviones- funcionaran de acuerdo a horario.
Es eso lo que explica que Putin todavía cuente con el 70 por ciento de apoyo en los sondeos en Rusia: lo ha hecho bien en la economía, presidiendo sobre tasas de crecimiento de 5 a 10 por ciento. Los sondeos del Pew Research Center sugiere que Rusia es un suelo fértil para semejante putinocracia: los rusos dicen, en un margen de 70 a 21, que un líder fuerte puede resolver sus problemas mejor que una forma democrática de gobierno.
Con todo, una Rusia fascista es mucho mejor que una Rusia comunista. El comunismo era un sistema económico fracasado, mientras que la España de Franco, el Chile del general Pinochet y otros generaron un sólido crecimiento económico, una clase media y contactos internacionales -que en última instancia crearon las bases de la democracia. Seguramente llegaremos a ver manifestaciones en pro de la democracia en Moscú, como las que presenciamos en Kiev.
Necesitamos involucrar a Rusia y estimular el desarrollo económico para nutrir esa evolución política, y reducir el riesgo de que una Rusia, humillada y resentida, desarrolle esa especie de xenofobia conspirativa que es común en algunas partes del mundo árabe. Y, francamente, necesitamos alentar a Rusia por nuestros propios objetivos: como el de luchar contra la proliferación nuclear. Pero también debemos ubicarnos en el lado correcto de la historia.
Así, necesitamos pronunciarnos con mucho más vigor contra las brutalidades en Chechenia, la continuada interferencia militar rusa en Georgia y Moldovia, la represión de la prensa en Rusia y últimamente el saqueo de compañías que no se inclinan lo suficiente ante Putin.
Fue bueno ver que Colin Powell no dejara que Putin engañara sobre Ucrania. Necesitamos impedir que siga amedrentándonos en otros temas, y ayudarlo a recobrar la cabeza. Si los ciudadanos bálticos y esos valientes ucranianos pueden hacer frente a Putin, también podemos nosotros.
15 de diciembre de 2004
17 de diciembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
Viajando este últimos tiempo por Europa del Este, he escuchado a menudo decir a gente la amenaza en se que se ha transformado Putin, y tienen razón. Hay montones de ejemplos de las agresiones de Putin contra países vecinos, desde Georgia hasta Estonia y esta adorable pequeña nación báltica, Latvia, pero el ejemplo más atroz fue el reciente intento de Putin de instalar uno de sus secuaces pro-ruso en Ucrania.
Si el candidato reformista, Víctor Yushchenko, no muere en un "accidente de carretera" antes de las nuevas elecciones ucranianas el 26 de diciembre (los accidentes de vehículos son un método preferido para deshacerse de los demócratas ucranianos), tenemos alguna posibilidad de descubrir quién lo envenenó con dioxina.
La noche anterior a la aparición de los primeros síntomas, Yuschenko cenó con el director de la SBU, el servicio secreto ucraniano. Hmm. El director mismos parecía ser partidario de las reformas. ¿Estaba la vieja ala no-reformista del servicio secreto empleando sus viejos trucos? Quizás. ¿Ofrecieron agentes rusos, que tienen estrechos lazos con ese ala anti-reformista de la SBU, su experiencia con venenos?
No hay evidencias de que Rusia esté implicado en el envenenamiento, o incluso de que haya sido envenenado en esa cena. Pero Rusia ha logrado insertarse en todos los aspectos de la campaña, de modo que es una posibilidad sobre la que los ucranianos están murmurando.
Está claro que Rusia no se detienen ante el asesinato. Dos agentes rusos asesinaron al antiguo presidente de Chechenia (al que Moscú consideraba terrorista) en Qatar, un país del Golfó Pérsico, haciéndolo volar su coche tras salir de de una mezquita. "El presidente ruso emitió una orden para asesinar al antiguo líder checheno", dijo un juez qatarí tras examinar las evidencias y condenar a dos hombres.
El quid del asunto es que el Occidente ha sido embaucado por Putin. Putin no es una versión sobria de Boris Yeltsin. Más bien, es la versión rusificada de Pinochet o de Franco. Y no está llevando a Rusia hacia una democracia con una economía libre, sino hacia el fascismo.
En realidad, Putin ha llevado a Rusia de una dictadura de izquierda hacia una dictadura de derechas (los líderes chinos han hecho más o menos lo mismo). Mussolini, Franco, Pinochet, Park Chung Hee y Putin, todos emergieron en sociedades que sufrían un caos económico y político. Todos se afianzaron en el poder en parte porque impusieron orden y lograron que los trenes -o los aviones- funcionaran de acuerdo a horario.
Es eso lo que explica que Putin todavía cuente con el 70 por ciento de apoyo en los sondeos en Rusia: lo ha hecho bien en la economía, presidiendo sobre tasas de crecimiento de 5 a 10 por ciento. Los sondeos del Pew Research Center sugiere que Rusia es un suelo fértil para semejante putinocracia: los rusos dicen, en un margen de 70 a 21, que un líder fuerte puede resolver sus problemas mejor que una forma democrática de gobierno.
Con todo, una Rusia fascista es mucho mejor que una Rusia comunista. El comunismo era un sistema económico fracasado, mientras que la España de Franco, el Chile del general Pinochet y otros generaron un sólido crecimiento económico, una clase media y contactos internacionales -que en última instancia crearon las bases de la democracia. Seguramente llegaremos a ver manifestaciones en pro de la democracia en Moscú, como las que presenciamos en Kiev.
Necesitamos involucrar a Rusia y estimular el desarrollo económico para nutrir esa evolución política, y reducir el riesgo de que una Rusia, humillada y resentida, desarrolle esa especie de xenofobia conspirativa que es común en algunas partes del mundo árabe. Y, francamente, necesitamos alentar a Rusia por nuestros propios objetivos: como el de luchar contra la proliferación nuclear. Pero también debemos ubicarnos en el lado correcto de la historia.
Así, necesitamos pronunciarnos con mucho más vigor contra las brutalidades en Chechenia, la continuada interferencia militar rusa en Georgia y Moldovia, la represión de la prensa en Rusia y últimamente el saqueo de compañías que no se inclinan lo suficiente ante Putin.
Fue bueno ver que Colin Powell no dejara que Putin engañara sobre Ucrania. Necesitamos impedir que siga amedrentándonos en otros temas, y ayudarlo a recobrar la cabeza. Si los ciudadanos bálticos y esos valientes ucranianos pueden hacer frente a Putin, también podemos nosotros.
15 de diciembre de 2004
17 de diciembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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