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novia de siete años


[Paul Salopek] En el corazón de Etiopía, el matrimonio convenido de niños se cobra un duro precio.
Mesetas centrales de Etiopía. Tihun Nebiyu, la pastora de cabras, no se quiere casar. Es inflexible sobre el tema. Pero en su aldea nadie hace caso de las opiniones de niñas testarudas.
Es por eso que está arrodillada a la sombra de su espino favorito, dejando caer escarabajos sobre su ropa. Escarabajos mágicos.
"Cuando te muerden aquí", explica Tihun, seriamente, aplastando los movedizos insectos contra su pecho a través del tejido de su andrajoso guardapolvo, "te crecen los senos".
Esta es la propia y esperanzada versión de brujería de Tihun -el medio desesperado de una niña para transformarse en adulta. Quizás entonces, quizás, su familia respete sus deseos de no casarse. Así podría rechazar al hombre desconocido que su papá le ha escogido como marido. Y no tendrá que hacerse cargo de sus estúpidos bebés.
Tihun se arrodilla en el polvo, con los ojos cerrados: una hada, cuya sonrisa se hace tontamente atractiva por la falta de los dientes incisivos. Se coloca las manos sobre los pezones. Está esperando que empiece el hechizo de los bichos. Pasa un segundo. Pero nada ocurre. Finalmente comienza a reírse bobamente. Los escarabajos se han escapado -arrastrándose por su cuello.
"¡No funciona!", dice Tihun, disgustada. Exhala un exagerado suspiro y entrecierra los ojos para mirar las colinas de pasto amarillo que comprenden su mundo. "Tendré que escapar".
Pero esto no es más que fanfarronada infantil. Las cortas piernas de Tihun no la llevarían demasiado lejos para evitar la muerte de su infancia. Su matrimonio se celebrará en cinco días. Y tiene siete años de edad.

De acuerdo a activistas de derechos humanos se calcula que hay unas 50 millones de niñas como Tihun en todo el mundo: jóvenes adolescentes e incluso niñas cuya inocencia es sacrificada en matrimonios convenidos, a menudo con hombres más viejos.
Obligadas por las familias y cultura a iniciar vidas de servidumbre y aislamiento, y atemorizadas por el trauma de embarazos a una edad demasiado temprana, las niñas novias constituyen una inmensa y perdida generación.
Mientras las campañas humanitarias han llamado la atención internacional sobre los niños con sida, la mutilación genital femenina y el trabajo infantil en África, una de las fuentes subyacentes de todos esos males sigue siendo en gran parte desconocida. El matrimonio infantil, una práctica antigua y enraizada largo tiempo oculta en las sombras, fue denunciado por Naciones Unidas como una violación seria de los derechos humanos sólo en 2001.
"Es un problema importante, difícil y complicado", concede Abebe Kebede, un importante asistente social etiope.
"No se le prestado atención en gran parte porque el matrimonio es visto positivamente en todas las culturas", dice Kebede. "¿Quién quiere terminar con eso? Y no se piensa que las consecuencias que tiene para los niños, y para países enteros, son bastante desastrosas".
El precio más brutal de todos es médico: los embarazos prematuros son la principal causa de muerte entre las niñas de 15 a 19 años en el mundo en desarrollo, según Naciones Unidas. Y grupos de ayuda médica creen que al menos 2 millones de mujeres en todo el mundo viven actualmente con espantosas rupturas vaginales y anales, llamadas fístulas, que son el resultado de tener hijos a muy temprana edad. Las fístulas, si no se tratan, pueden ser mortales, y las sobrevivientes quedan habitualmente incontinentes para toda la vida.
Pero los matrimonios infantiles arruinan la vida también de otras maneras. A menudo tratadas como siervas de la gleba, las jóvenes novias son golpeadas por sus adultos maridos y parientes políticos. Y miles de niñas terminan atrapadas en el tráfico sexual, a través de bandas organizadas para el tráfico de niñas novias en países como China, o, en África, simplemente cayendo de matrimonios violentos en la prostitución callejera, dicen asistentes sociales.
Sin embargo, de lejos la injusticia de más graves consecuencias del matrimonio infantil es probablemente más sutil: arranca a millones de niñas de la escuela. Confinadas a las casas de sus maridos, y privadas de los beneficios de la educación, legiones de niñas desmoralizadas en todo el mundo están condenadas a llevar una vida de ignorancia y terrible pobreza de la que rara vez escapan, y que soportan con muda desesperación.
"Lo más angustiante sobre este tema", dice Micol Zarb, una portavoz de la Fondo de Población de Naciones Unidas UNFPA, que supervisa la salud reproductiva a nivel global. "Toda esa miseria y dolor ocurre en silencio. Son sólo niñas. No hablan. Nunca oímos de ellas".
De acuerdo al UNFPA, al menos 49 países en el mundo, casi un cuarto de todas las naciones, enfrentan un importante problema con las niñas novias -esto es, al menos 15 por ciento de sus niñas se casan a edades menores de 18 años, el umbral de la adultez más ampliamente reconocido.
No es sorprendente que los epicentros del matrimonio infantil sea el África sub-sahariana y Asia del Sur, donde los vínculos entre los clanes se afianzan a través de matrimonios y donde existe preocupación por la virginidad de la novia y el temor a contraer el sida.
Etiopía es uno de esos lugares. Su gobierno, bajo presión de organizaciones de ayuda, ha comenzado a prohibir esos matrimonios prematuros. Sin embargo, es difícil erradicar una tradición.
Entre los amhara pobres de Etiopía -una cultura de granjeros y guerreros donde un asombroso 82 por ciento de todas las novias son menores de edad- los tambores y los bailes de las bodas que animan las bodas de las niñas todavía se pueden oír por la noche en las montañas. En estos días las bodas suenan algo amortiguadas: Los novios y sus pequeñas y asombradas novias, envueltas en telas blancas, simplemente hacen las bodas dentro de sus casas.

Esta es la historia de apenas una niña novia, Tihun, una caprichosa pastora.
Nacida en el grupo étnico amhara, entona canciones absurdas en un velado amhara en un remoto valle lleno de campos labrados y mirlos, alto en el escarpado Cuerno de África. Y en el último verano de su infancia de su vida, todavía creía en el poder liberador de la magia.

En Territorio Amhara
El mundo de Tihun es hermoso y cruel.
Es el dorado mes de mayo. Con sus colinas del color de la paja, pastores con túnicas y picos volcánicos en forma de hojas que llegan a los 2 mil metros, el remoto territorio de 16 millones de amharas parece un paisaje sacado directamente de la fábula de J.R.R. Tolkien, ‘The Hobbit' -la etérea África de los sueños.
Pero las conversaciones con las tímidas niñas de la región revelan un hecho desconcertante: Casi todas las niñas a la vista -las que acarrean leña y las que corren a través de los campos aterronados- están comprometidas. La niña de 11 años que compra caramelos en el mercado de la aldea es la esposa de alguien. Dos niñas jugando en la tierra una elaborada versión de la rayuela pronto serán novias. Y una flacucha colegiala de quinto que va de la escuela a casa es una divorciada. El divorcio, aunque desaprobado, puede ocurrir cuando las familias se disputan.
De acuerdo a Naciones Unidas y a estadísticas etiopes, el territorio amhara tiene la tasa de matrimonio infantil más alta del mundo; en algunos polvorientos rincones de las antiguas mesetas, casi el 90 por ciento de las niñas de la localidad se casan antes de los quince años.
Los motivos detrás de esta asombrosa demografía son los mismos en todas las culturas donde se admite el matrimonio infantil -sólo que en el corazón de Etiopía ha sido llevado a sus extremos.
La pobreza local es terrible. Niños descalzos corren tras los coches que pasan para mendigar basura -especialmente las botellas de agua desechables que arrojan los cooperantes extranjeros, que son preferidas por sobre las pesadas jarras de barro de los aldeanos.
En las tierras altas, las lluvias son erráticas. El hambre ronda en los fuegos de cocina. Y como las hijas rara vez heredan tierras fértiles, mantenerlas en casa y alimentarlas es considerado una locura. Es mejor casarlas rápidamente, dice la lógica de la supervivencia, para fortalecer las alianzas familiares en tiempos de escasez.
Pero las exigencias amhara de virginidad de las novias pueden ser fanáticas. Padres ansiosos comprometen a sus hijas en matrimonio años antes de que alcancen la pubertad porque temen que el inicio de la menstruación sea mal interpretado como el tabú del sexo premarital.
Y la poderosa Iglesia Ortodoxa Etiope ha jugado durante largo tiempo un papel en el matrimonio de conveniencia. Las enseñanzas de la iglesia estimulan tradicionalmente el matrimonio antes de los quince años, declarando que esa era la edad de la Virgen María en el momento de la Inmaculada Concepción de Cristo."Pero ahora hemos comenzado a oponernos a esa idea", dice Simia Kone Melak, un barbudo sacerdote en uno de los cientos de monasterios amurallados que salpican el paisaje amhara. "El gobierno nos ha dicho que el matrimonio infantil es algo malo. Así que estamos diciendo a las familias que esperen".
Sin embargo, los sacerdotes continúan bendiciendo los matrimonios precoces. Y el nuevo mensaje choca contra siglos de la creencia de que mientras más joven, mejor.
"De verdad, si una niña llega a los 13, ya es demasiado vieja como para casarse", declara Nebiyu Melese, 54, granjero, el nervudo padre de Tihun. "Sé que hay gente que dice que es poco civilizado. Pero ellos no viven aquí. Así, ¿cómo pueden juzgar?"
Aunque Melese es rudo y obstinado, su esposa, de ojos tristes, Betenech Alem, 45, y sus siete hijos son amhara tradicionales en muchos sentidos. Cultivan mijo y maíz, y duermen junto a sus cabras en una casa de adobe infestado de garrapatas y pulgas.
Pero tal como hay diferentes familias en los suburbios estadounidenses, también hay diferencias en las aldeas africanas. Tihun nació en una familia brusca y ruidosa -las riñas dentro del clan resuenan a través de los campos 50 metros más allá. Un patriarca devoto y conservador, Melese desprecia la educación para sus hijas y no tolera la resistencia ante el matrimonio prematuro.
Para ahorrar en los gastos de boda, ha arreglado astutamente que cuatro de sus hijos se casen el mismo día. Tihun y más su hermana mayor más sofisticada, Dinke, 10, serán acarreadas en caballos por desconocidos que son sus maridos. Y dos hijos adolescentes llevarán a casa novias de 10 años.
Para Tihun, Melese se ha apuntado un punto menor: un diácono de la iglesia ortodoxa. "Tiene un hermoso patio de limoneros", dice Melese, aprobatoriamente.
Nunca se le pasó por la mente, a este severo viejo, consultar con su hija menor estas decisiones. Como no sea para darle órdenes, nunca habla con ella en absoluto.
No es falta de sensibilidad. Es una forma de auto-preservación emocional en los más duros bordes del planeta -un lugar donde uno de cada cinco niños muere antes de llegar a los 5 años.

Burlada Por La Vida
Tihun está de mal humor.
Faltan tres días para la boda. Se sienta con sus piernas en jarras debajo del espino, matando el tiempo con su amiguita de 6 años, Mulusaw. Son dos esqueléticas niñas en ropas harapientas. Juegan una versión amhara de la taba -lanzando y cogiendo pequeños guijarros.
"Prefiero que me coma una hiena a casarme con esa persona", se queja Tihun de su desconocido novio. "¡Nadie me hace caso!"
Hoy ha renunciado a la magia como medio de salvación. A medida que se acerca la ceremonia nupcial, se pone más taciturna. Susurra sombríamente que estaría mejor muerta.
Mulusaw asiente con simpatía. A ella la casarán el próximo año. Pero para una niña de 6 años, eso es una eternidad.
Pronto Tihun y Mulusaw están riendo -forcejeando en el polvo. Tihun se olvida de su futuro. Se olvida de vigilar a las cabras. Los dientudos animales invaden el terreno de patatas de la familia. Furiosos gritos emergen de la granja.
"Tihun es descuidada", dice Mintiwab, 22, la hermana mayor de Tihun, que fue abandonada por su marido y vive en casa. "Siempre tiene problemas".
Y es verdad. Tihun es una campesina incompetente. Se aburre fácilmente, es una soñadora, la distraen las extrañas formas de las rocas en los campos, los insectos que se mueven lentamente y las bandadas de cuervos manchados que cruzan como semillas de pimientos el cielo iluminado por el sol.
Sus merodeadores animales destruyen muchos de los plantones de patatas. Más tarde, Mintiwab golpea a Tihun con un látigo. Moviendo sus brazos y pies desnudos, la pequeña escapa chillando hacia los campos, con la cara contorsionada más por la sorpresa que por el dolor -como si de algún modo la vida se burlara nuevamente de ella.

Un Refugio Exótico
Una de las diversiones secretas de Tihun es mirar a los niños de la escuela cuando vuelvan a casa desde la escuela. Da codazos a sus indóciles cabras hasta llevarlas a la cima de una colina con vistas al camino construido por los chinos donde pasan caminando penosamente pelotones de niños y niñas con ropas remendadas. Tihun los mira boquiabierta, atónita. Mueve la cabeza hacia los lados en su flacucho cuello. Parpadea en silencio.
¿Le gustaría ir a la escuela? Por supuesto. ¿Por qué? No puede decirlo. La escuela es algo misterioso. Exótico. Los alumnos son seres de la elite. Tienen posesiones especiales -un deshilachado cuaderno del gobierno. (Los niños comparten viejos trozos de lápices). Pero su papá sólo ha consentido que asista a la escuela el hermano mayor. Y Tihun debe remplazarlo como pastor.
En Etiopía, la educación es obligatoria para ambos sexos hasta sexto básico. Pero en el remoto valle de Tihun, muchas familias mantienen a las niñas en casa durante los años escolares para que se ocupen de labores en las granjas. Los padres también temen por la virginidad de sus hijas en la escuela de barro y adobe a cinco kilómetros.
Activistas por los derechos de los niños de todo el mundo dicen que la educación es la llave más importante para abrir la prisión del matrimonio infantil.
Esencial para aumentar el potencial ingreso de las niñas, y para ampliar sus horizontes, el trabajo escolar también permite que su cuerpo tenga tiempo de madurar antes de afrontar los rigores de un parto.
"Es la principal razón por la que la práctica está descendiendo donde está descendiendo", dice Kathleen Kurz, una analista de la organización no-gubernamental Centro Internacional para la Investigación de la Mujer, de Washington. "Convencer a los padres de los beneficios de la educación da resultados mucho mejores que solamente prohibir el matrimonio infantil".
En países como India, la enseñanza secundaria ha rebajado las tasas de matrimonio infantil en casi dos tercios. Y en todo el mundo en desarrollo, las niñas que terminan la escuela básica tienden a esperar cuatro años más antes de casarse, y tienen en promedio menos hijos, muestra un sondeo de Naciones Unidas.
En las humeantes aldeas de la Etiopía rural -las comunidades con menos educación del mundo-, las niñas que entran a las toscas salas de clase son novias revolucionarias.
"Sólo recuerdo mi matrimonio como un sueño", dice Zigiju Mola, 12, una niña amhara de quinto básico, que fue casada a los 6 pero que, testaruda, convenció a sus padres de que continuaran pagándole la matrícula de la escuela.
"También aliento a mi marido a que vaya a la escuela", dice Zigiju, una niña precoz con bellos tatuajes en sus mejillas. "Quiere vigilarme todo el día y no se quiere quedar atrás".
Su marido, un tímido joven de 18, se apretuja detrás de su pupitre de segundo básico en el mismo piso de tierra de la escuela.
Cientos de niñas en la escuela son novias.
"Eso es exactamente por qué los padres conservadores desconfían de la educación", dice Banchalem Addis, una de un puñado de maestras en territorio amhara. "La mayoría de los pupilos no quieren volver nunca más a las granjas a trabajar como esclavos de sus suegros".

Los Escapados
A 240 kilómetros del valle de Tihun, en un vecindario de trabajadores de Addis Ababa, la bullente capital etiope, una extraña y chirriante estructura de metal se inclina sobre las casas: es un refugio de varios pisos para los sin-casa, hecho de contenedores marítimos apilados unos sobre otros.
Levantado por un proyecto humanitario local llamado Godanaw, el refugio proporciona cursos de formación laboral y cuidados sanitarios a unas 1.200 niñas de la calle -tres cuartos de ella han escapado de matrimonios prematuros en el campo.
"No quiero que me vuelva a tocar un hombre", dice Alem Siraj, 19, una chica de ojos vidriosos, que vagabundea en la desvencijada estructura con su bebé de cinco meses, Nebiyu.
Siraj abandonó su matrimonio convenido en las tierras altas cuando tenía 14, se subió a un autobús hacia Addis Ababa, encontró trabajo como criada y fue violada, dice, por su empleador -el padre de su hijo. Fue despedida cuando comenzó a notarse su embarazo, dice Siraj.
Como decenas de miles de otras parias de matrimonio prematuros, no podrá nunca volver a casa. Pero la vida podía ser peor. Innumerables escapadas como ella terminan enredadas en el comercio sexual.
En la norteña ciudad de Bahar Dar hay una trampa como esas para los restos vulnerables de los matrimonio infantiles de Etiopía.
Bares que pregonan cerveza de mijo, o ‘tela', forman galería a lo largo de las calles. Luego del anochecer, se pueden ver niñas limpiando mesas, llevando vasos o ganduleando en las puertas que chorrean luces azules y música popular etiope hacia los coches que pasan. En un establecimiento, una tímida niña cantinera llamada Belayinesh describe de manera monótona su fuga de un matrimonio convenido y su apaleada esperanza de que "alguien la ayude".
"La espera el sida", dice Teshone Belete, una asistente social que visita el bar en una de sus rondas a través de los callejones de la ciudad. "En cinco años estará muerta".
Las plagas del sida y del matrimonio infantil van de la mano en todo el mundo en desarrollo.
Incluso las jóvenes novias que no son obligadas a prostituirse habitualmente contraen infecciones más a menudo que otras. Investigaciones de la organización sin fines de lucro Population Council muestra que debido a que sus maridos son mayores, a menudo con más experiencia sexual y posiblemente ya infectados con el virus, las esposas niñas corren más riesgo de contraer el sida que niñas solteras de su edad.
Trágicamente, las tasas de infección de las novias niñas de África son cada vez pompeadas más arriba por la extendida creencia popular de que el sexo con vírgenes puede curar el sida. En Etiopía, de acuerdo a Naciones Unidas, 6 de cada 10 nuevos casos de hiv se producen en niñas de menos de 14 años.
Sewareg Debas, 18, está consciente del riesgo.
Una llamativa niña cantinera amhara con su largo pelo trenzado, fue obligada cuando cursaba el octavo básico a contraer un matrimonio convenido. Mientras cuenta su familiar historia en un coche aparcado, una multitud de borrachos de ojos rojos sale de la cantina de su empleador. Arrastrando sus palabras, se mofan de ella por hablar con extranjeros. Golpean agresivamente contra las ventanillas subidas del coche. Se reúne una enorme multitud de curiosos. Debas se queda callada. Aterrorizada, mira muda su regazo.
Esto ocurre en la aldea de Meshenti, en el camino chino hacia la granja de Tihun.

Baratijas Y Zapatos De Plástico
Tihun está encandilada.
Mintiwab ha llegado a casa con un fabuloso tesoro: el vestido de boda de Tihun. Un simple vestido de algodón con un patrón de flores. Tihun no puede apartar sus ojos de él, ni de tocarlo. Y hay más. Un par de chancletas de plástico. Un chal tejido para mujeres. Algunos brazaletes baratos. Cuentas y baratijas.
Tihun toma de un tirón todos estos magníficos adornos y corre en torno a la choza de la familia. Es, por primera vez en la vida, el centro de atención. Una mujer en miniatura. Se casa mañana.
"Yezare amete, yemamushe enate" ("Para estas fechas el próximo año, tendrás un hijo").
Para los amharas, esta canción matrimonial no tiene ambigüedades. A partir de los 14, en promedio, una niña amhara dará a luz una vez al año durante quince años. Sólo siete de sus hijos sobrevivirán, el promedio nacional etiope.
Tihun no será obligada a tener sexo durante algunos años. (Esto lo han acordado tácitamente las dos familias). Pero cuando llegue el tiempo -habitualmente antes de los 12 años- su alegre marido entregará a sus suegros una manta manchada de sangre como si fuera una banderola.
Para millones de otras novias niñas, la iniciación en la vida sexual puede ser incluso más traumática.
Entre la minoría gurage de Etiopía, las novias púberes son normalmente "ablandadas" con purgativos naturales y ayuno, y les recortan las uñas. La noche de bodas el novio se impondrá a su debilitada esposa. Se espera que ella resista. Gritos de júbilo se escuchan afuera de la choza nupcial cuando la noticia de la consumación llega a los invitados de la boda.
En raras ocasiones, las niñas pagan la violencia, con violencia.
Entre los oromo de Etiopía, Kenia y Sudán, por ejemplo, existe la notoria práctica del "matrimonio por secuestro". En este caso, no hay ningún consentimiento: Un novio se hace con una novia secuestrando y violando a la niña que quiera. Su virginidad arrebatada se transforma en la base del matrimonio.
Esta costumbre tribal llegó a primera plana en Etiopía cuando una colegiala de 14 mató a su violador y futuro marido con un rifle de asalto AK-47. Fue absuelta del cargo de asesinato para sorpresa del público conservador. Un grupos en pro de los derechos de la mujer en el país calificó el veredicto de "una revolución contra la cultura machista".
Tihun no tiene ni idea de lo que le espera.
"No se lo diré", susurra Alem, su encorvada madre, que se casó a los 10. "Es nuestra costumbre. Ella debe descubrirlo por sí sola".
Tihun se pasea en sus chancletas de plástico toda la tarde. Los nuevos zapatos sacan ampollas en sus pies poco acostumbrados. Pero está demasiado mareada como para que le preocupe. Y ya no tiene planes de escapar de la boda.

Los Últimos Parias
Hay un hospital en la capital de Etiopía, en Addis Ababa, donde tienes que respirar por la boca.
El hedor del excremento y de la orina, mezclado con desinfectantes produce vértigo. Manchas de excrementos con la forma de los pies llevan de los asoleados pabellones de azulejos blancos a un jardín apartado afuera. Las manchas son las huellas de las pacientes -mujeres y niñas cuyos tejidos reproductivos han quedado horriblemente destrozados debido a partos prematuros. Sujetando dócilmente toallas en torno a sus cinturas, con fugas constantes, se tambalean debajo de los árboles, tomando el aire fresco.
El Hospital de Fístulas de Addis Ababa es el peor final imaginable de una novia niña.
Pero, para decir la verdad, sólo las más afortunadas llegan aquí. Por cada una de las 1.200 niñas al año que son operadas aquí de fístulas -el término aplicado a las rupturas causadas por la cabeza demasiado grande de los bebés que bloquean pelvis muy pequeñas-, hay otras diez en la selva que no reciben tratamiento.
De acuerdo al Fondo de Población de Naciones Unidas, unos 2 millones de mujeres en todo el mundo sufren de este devastador achaque. Cada año surgen entre 50.000 y 100.000 casos, 10.000 de ellos solamente en Etiopía. Miles de víctimas de fístula mueren en sus remotas aldeas sin ser atendidas. Nadie sabe en realidad cuántas mueren.
"Esas niñas son los últimos parias", dice Ruth Kennedy, un matrona estadounidense que ayuda a gestionar el hospital de beneficencia. "Imagínate oliendo mal y manchando las cosas, y atrayendo a las moscas. Los maridos y las familias las repudian, y terminan como mendigas o ermitañas.
Como mucha gente que trata todos los días con el sufrimiento humano, Kennedy oculta su empatía detrás de una fachada de brusca y lúcida eficiencia.
Zancajea incesantemente los pasillos trapeados del hospital, ensartando soluciones prácticas para desalentar los embarazos prematuros. Como ejercer presión sobre la iglesia ortodoxa para que predique con más vigor contra el matrimonio infantil. O abrir escuelas para niñas para convencer a los padres escépticos de que la virginidad de sus hijas será protegida contra los alumnos. O simplemente construyendo más caminos en el escarpado interior para facilitar el traslado de las niñas embarazadas hacia los hospitales.
Tiene poco tiempo para las campañas bien intencionadas de grupos humanitarios extranjeros.
"Sabes, los donantes extranjeros se aparecen por aquí a sermonear a los etiopes: ‘Hay que proteger a estas niñas pobres y oprimidas y terminar con el matrimonio prematuro'", dice Kennedy. "Pero ¿qué pasa con nuestras propias niñas de 13 años en Estados Unidos y Europa que tienen sexo con varios hombres? Les damos condones. Así que es bastante hipócrita".
La mayor parte del tiempo, sin embargo, ella sólo cuenta historias.
Como esta: "Había una guapa chica afar de 16 años. Sufría terriblemente, tenía heridas terribles. El partido había durado cuatro días. El bebé murió. Lo sacó como un pedazo de carne podrida".
O: "Una niña dio a luz a seis bebés muertos, uno tras otro. El sexto le provocó una fístula".
O: "Un hijo de 18 años transportó a su madre hasta aquí durante dos días y medio. Tenía orina y excremento en todas partes. Eso es amor".

Fiesta Y Celebración
Tihun no ha dicho una sola palabra en todo el día.
Su marido llegó a medianoche, como prescribe la costumbre amhara, con una escolta de nueve de sus mejores amigos. Se llama Ayalew, es un diácono de 17 años de la iglesia ortodoxa, guapo, regio, envuelto en una deslumbrante túnica blanca y protegido del cielo por un enorme paraguas rojo. Apenas habla.
"Ah, señorita Tihun", dice su paraninfo, que lleva un formal traje de boda. "¡Usted es muy afortunada! ¡Casarse con un sacerdote, es como si Dios la hubiera elegido a usted como la Virgen María!"
Cientos de vecinos se acercan a la fiesta de pan ácido y carne de cabra. La cerveza de mijo corre por toneles. Docenas de bailarines calientan el apretado espacio de la choza de la familia. Trompetas de cuernos de vaca y tambores de pieles animales resuenan hasta la siguiente y estrellada noche.
A Melese no le preocupa si el gobierno le pone una multa de 100 birr, unos 12 dólares, por violar el nuevo código civil etiope, que estipula que la edad mínima legal para casarse es de 18 años para las niñas. Trajinando entre sus invitados como un ansioso maître, los insta a cantar más alto. Quiere anunciar al mundo el matrimonio de dos de sus hijos e hijas.
Tihun ha sido aseada con una andrajos mojados. Le han rasurado la cabeza y le han puesto su apreciado vestido. Acurrucada con su hermana Dinke en un rincón de la oscura choza, observa con asombro la ceremonia matrimonial que da vueltas en torno a ella. Sin embargo, es fantasmagórico. Narcotizada por la falta de sueño -por el ayuno que, según la tradición, la tranquilizará. Mulusaw, su inseparable amiga, se tiende a su lado para darle consuelo.
Terminada la petición formal de matrimonio a Melese, no hay más rituales elaborados. La celebración continúa. Tihun y su marido no se han dicho una sola palabra.
Al amanecer del día siguiente ya se ha marchado, llevada por sus parientes políticos a su granja en un caballo engalanado con campanillas de hojalata y terciopelo rojo. Los amigos del novio la acarrean en sus brazos desde la choza hasta la silla; durante la boda, sus pies no deben tocar nunca la tierra.
"No lloró cuando se marchó. Eso es bueno", dice más tarde Melese, con los ojos turbios pero orgulloso debajo del espino de Tihun. "Realmente no sabía hacia dónde la llevaban".
Melese se ha ido tambaleando hacia el árbol para proteger de las cabras los importantes campos de la familia. Está esperando que uno de sus hijos solteros lo remplace.
La tierra en torno al árbol todavía tiene las huellas de los pequeños pies de Tihun. Y las piedras que usaba para jugar a la taba. Efímeras memorias de una infancia, que se llevará el siguiente temporal.

18 de diciembre de 2004
©chicago tribune
©traducción mQh
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