bush castiga a la cia
[Haviland Smith] La purga de la CIA no contribuye a la lucha contra el terrorismo, afirma este antiguo jefe de estación de la CIA.
Porter Goss, el nuevo director de la CIA y un devoto aliado político del presidente Bush, ha introducido a Langley a un guardia pretoriano del Comité Selecto Permanente para la Inteligencia de la Cámara. Contra el trasfondo de su estilo de gestión de no intervención, dejan en claro, sin demasiado tacto ni sutileza, cuál es su objetivo: Han llegado a sacudirlo todo.
Lo que está pasando, sea lo que sea, pasa a instancias de la Casa Blanca, y probablemente no se concentra en la inteligencia errónea sobre las armas de destrucción masiva sino más bien en la conducción de la guerra de Iraq y sus secuelas. En ese contexto, la cólera del gobierno parece dirigida hacia el servicio secreto, ese componente de la CIA que recluta y maneja a los espías (no el componente que publica informes de inteligencia). Desde la llegada de Goss en Langley, gran parte de la dirección del servicio clandestino ha sido despedido o ha renunciado, supuestamente para ser remplazados por funcionarios más complacientes.
David Brooks, del New York Times, escribió en una vituperiosa columna a mediados de noviembre que estábamos presenciando una lucha a muerte entre la Casa Blanca y la CIA. Afirmaba que la CIA estaba tratando de contribuir a la derrota del presidente en las elecciones filtrando materiales clasificados destinados a apoyar la idea de que la gestión de Iraq fue mal concebida y marchaba mal. Aparentemente, esa idea era completamente correcta.
Parece que la CIA, tanto el servicio secreto como el directorado de inteligencia, habían en realidad filtrado una amplia variedad de secretos. Deben y deberían haber sido procesados por revelar sin autorización informaciones clasificadas. Pero no lo fueron. En lugar de eso, parece que el gobierno vio en sus acciones una oportuna excusa para castigar colectivamente a la CIA.
Dado el modo en que la Casa Blanca ha manejado la inteligencia durante los últimos tres años, parece coherente que esté enfadada con el servicio secreto. Los agentes de ese servicio son a menudo requeridos para que den opiniones sobre medidas previamente a su implementación. Es poco probable que cualquier agente del servicio secreto, después de haber pasado toda una carrera en Oriente Medio, puedan ver nuestra política actual como libre de errores. Así, muchos en la Casa Blanca tienen al servicio secreto probablemente como un nido de enemigos. Podrían incluso considerar una posibilidad alternativa: que el servicio se componga de profesionales a los que les gustaría salvar al país de mayores vergüenzas y potenciales dificultades de una política iraquí verdaderamente errónea y peligrosa.
Una vez al año los jefes de estación de la CIA escriben un mensaje al director de la central de inteligencia analizando la situación de los países donde están asignados. Esos análisis son directos y muestran normalmente una extraordinaria comprensión de las realidades locales. Contienen el tipo de inocencia que, que si llegaran sin barnices a Bush, a la Casa Blanca o a la prensa (como ocurrió con el informe reciente de Bagdad), probablemente causarían el enfado del gobierno. Después de todo, este es el presidente que no reconoce ningún error ni de política ni de resultados en Iraq.
Dada esta terca adherencia a la corrección de esa política, hace sentido que el presidente se enfade con el servicio secreto. Parece muy posible que ese servicio esté siendo castigado por haber tenido razón, o al menos por lo no haber apoyado las políticas del gobierno. La responsabilidad estatutaria de la agencia es decir la verdad, sostenga esa verdad o no los planes del presidente. Parece que este concepto no es compartido por este gobierno.
Porter Goss y sus tropas de la Colina están haciendo estragos de la mejor línea de defensa contra el terrorismo. Por enfadado que esté el gobierno con el servicio secreto, cuyos agentes realizan operaciones de inteligencia humana, esas operaciones son la última y mejor esperanza que tenemos para terminar con el problema terrorista. Purgar a la CIA en estos desafortunados momentos, cuando lo que necesitamos es enfocar el problema del terrorismo, es como cortarnos la nariz para fastidiar nuestra cara.
El autor es un jefe de estación de la CIA jubilado.
4 de enero de 2005
12 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
Lo que está pasando, sea lo que sea, pasa a instancias de la Casa Blanca, y probablemente no se concentra en la inteligencia errónea sobre las armas de destrucción masiva sino más bien en la conducción de la guerra de Iraq y sus secuelas. En ese contexto, la cólera del gobierno parece dirigida hacia el servicio secreto, ese componente de la CIA que recluta y maneja a los espías (no el componente que publica informes de inteligencia). Desde la llegada de Goss en Langley, gran parte de la dirección del servicio clandestino ha sido despedido o ha renunciado, supuestamente para ser remplazados por funcionarios más complacientes.
David Brooks, del New York Times, escribió en una vituperiosa columna a mediados de noviembre que estábamos presenciando una lucha a muerte entre la Casa Blanca y la CIA. Afirmaba que la CIA estaba tratando de contribuir a la derrota del presidente en las elecciones filtrando materiales clasificados destinados a apoyar la idea de que la gestión de Iraq fue mal concebida y marchaba mal. Aparentemente, esa idea era completamente correcta.
Parece que la CIA, tanto el servicio secreto como el directorado de inteligencia, habían en realidad filtrado una amplia variedad de secretos. Deben y deberían haber sido procesados por revelar sin autorización informaciones clasificadas. Pero no lo fueron. En lugar de eso, parece que el gobierno vio en sus acciones una oportuna excusa para castigar colectivamente a la CIA.
Dado el modo en que la Casa Blanca ha manejado la inteligencia durante los últimos tres años, parece coherente que esté enfadada con el servicio secreto. Los agentes de ese servicio son a menudo requeridos para que den opiniones sobre medidas previamente a su implementación. Es poco probable que cualquier agente del servicio secreto, después de haber pasado toda una carrera en Oriente Medio, puedan ver nuestra política actual como libre de errores. Así, muchos en la Casa Blanca tienen al servicio secreto probablemente como un nido de enemigos. Podrían incluso considerar una posibilidad alternativa: que el servicio se componga de profesionales a los que les gustaría salvar al país de mayores vergüenzas y potenciales dificultades de una política iraquí verdaderamente errónea y peligrosa.
Una vez al año los jefes de estación de la CIA escriben un mensaje al director de la central de inteligencia analizando la situación de los países donde están asignados. Esos análisis son directos y muestran normalmente una extraordinaria comprensión de las realidades locales. Contienen el tipo de inocencia que, que si llegaran sin barnices a Bush, a la Casa Blanca o a la prensa (como ocurrió con el informe reciente de Bagdad), probablemente causarían el enfado del gobierno. Después de todo, este es el presidente que no reconoce ningún error ni de política ni de resultados en Iraq.
Dada esta terca adherencia a la corrección de esa política, hace sentido que el presidente se enfade con el servicio secreto. Parece muy posible que ese servicio esté siendo castigado por haber tenido razón, o al menos por lo no haber apoyado las políticas del gobierno. La responsabilidad estatutaria de la agencia es decir la verdad, sostenga esa verdad o no los planes del presidente. Parece que este concepto no es compartido por este gobierno.
Porter Goss y sus tropas de la Colina están haciendo estragos de la mejor línea de defensa contra el terrorismo. Por enfadado que esté el gobierno con el servicio secreto, cuyos agentes realizan operaciones de inteligencia humana, esas operaciones son la última y mejor esperanza que tenemos para terminar con el problema terrorista. Purgar a la CIA en estos desafortunados momentos, cuando lo que necesitamos es enfocar el problema del terrorismo, es como cortarnos la nariz para fastidiar nuestra cara.
El autor es un jefe de estación de la CIA jubilado.
4 de enero de 2005
12 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
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