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problemas en el paraíso


[Simon Kuper] Un impactante reportaje sobre Holanda y su creciente fascismo. Gobierno holandés impone régimen de apartheid a población musulmana.
Seis semanas antes de que fuera asesinado a balazos en la calle, el polemista holandés Theo van Gogh participó en un debate en Amsterdam en un hall lleno de musulmanes holandeses. El debate había sido organizado por un grupo llamado: ‘¿Me tienes miedo?', que intenta conciliar a los holandeses blancos y morenos.
Van Gogh llamó a menudo a los musulmanes, "follacabras". Los musulmanes en el debate lo aplaudieron por el coraje de mostrarse entre ellos, pero después de eso todo el mundo lo abucheó. En un momento van Gogh les preguntó: "¿Qué sois en primer lugar, musulmanes u holandeses?" "¡Musulmanes!", gritó una chica. El concejal de Amsterdam, Ahmed Aboutaleb, la corrigió. "Aquí hay una holandesa que es musulmana".
"Todavía tenéis un montón que aprender", dijo van Gogh, con un gesto de desprecio.
El 2 de noviembre, mientras iba en bicicleta en la ciudad, le dispararon varias veces. Van Gogh cayó al suelo y, de acuerdo a un testigo, imploró al holandés de padres marroquíes Mohammed Bouyeri, que le perdonara la vida. Bouyeri supuestamente le cortó la garganta. Fue detenido tras una balacera con la policía minutos después del asesinato.
El asesinato ha exacerbado los ánimos anti-musulmanes que han sido un rasgo característico de la vida pública holandesa desde el surgimiento del político anti-inmigración Pim Fortuyn en 2001. El mes pasado [noviembre], hubo varios atentados contra mezquitas e iglesias, fue incendiada una escuela musulmana y muchos musulmanes han sido insultados o atacados en la calle. Mujeres musulmanas han reportado que algunos les han sacado a tirones los pañuelos.
Los políticos holandeses también se muestran más duros con los musulmanes. Ya han alcanzado consenso en que los inmigrantes deben ser obligados a "integrarse". Rita Verdonk, ministro de Extranjería, propuso que los inmigrantes debían llevar "viñetas" que midieran su grado de integración. No estaba claro qué quería decir exactamente -si acaso consistiría en una marca física, como una etiqueta de identificación o un sello de pasaporte, o algún tipo de sistema de gradación invisible. No lo aclaró, pero abandonó la idea después de que Hans Dijkstal, el antiguo líder de su partido ‘liberal' VVD, dijera que le hacía recordar la estrella amarilla que obligaron los nazis a portar a los judíos. Desde entonces Verdonk se ha concentrado en elaborar cursos obligatorios de holandés y de integración para los nacidos fuera de Holanda. Un profesor retirado de origen extranjero que recibió una carta en la que se le decía que debía seguir ese curso, corrigió los errores ortográficos y la envió de vuelta. Los cursos no habrían ayudado a Bouyeri, que escribió un poema de rimas en holandés para marcar la muerte de van Gogh.

Todos los gobiernos europeos han tenido que vérselas con problemas musulmanes. Pero ninguno ha adoptado una posición tan dura como el holandés. La imagen de sí mismos de los holandeses -antiguamente tolerantes, satisfechos, pacíficos- se transformó desde el surgimiento de Fortuyn. De repente muchos holandeses empezaron a ver su país como un lugar dividido, donde musulmanes y blancos no pueden co-existir, y que está al borde del desastre. "Ahora es un país estrafalario", me dijo Ed van Thijn, un grande del partido laborista. "Ando con la boca abierta", dice un asombrado historiador, Geert Mak. La fe holandesa en su propio modelo se ha destrozado, y quieren un nuevo modelo. El resto de Europa puede aprender de sus errores.
En los últimos 30 años Holanda ha cambiando más que otros países europeos. Cuando yo emigré allá en 1976, el país vivía una repentina secularización. En Holanda, Dios murió hacia 1971. La mayoría de los 14 millones de habitantes del país más densamente poblado de Europa eran blancos en ese entonces, pero la población musulmana estaba creciendo rápidamente. En los años sesenta, Holanda reclutó trabajadores invitados turcos y marroquíes. Se les dieron escobas y cascos, un apartamento en un gueto, y se los mandó a trabajar. Los marroquíes en particular tenían poca educación. Un tercio de ellos no había ido nunca a una escuela. Nadie se preocupó de enseñarles holandés. Después de la crisis del petróleo en 1973, los holandeses dejaron de reclutar trabajadores y muchos perdieron sus trabajos. Sin embargo, se permitió que sus familias se les reunieran en Holanda.
Sin embargo, las políticas racistas tuvieron un despegue difícil: los políticos consideraban que el tema era tabú. En parte esto se debió a que el recuerdo del holocausto seguía siendo fuerte: la guerra fue una "página traumática que es difícil pasar", como diría Fortuyn más tarde. Los pocos políticos anti-inmigración que emergieron fueron estigmatizados como neo-nazis.
En cualquier caso, la mayoría de los holandeses parecían satisfechos. Hacia mediados de 2001, Holanda era más o menos la sociedad ideal. La economía había crecido sin parar durante casi 20 años. El estado de bienestar era firme. Casi el 74 por ciento de los holandeses tenían trabajo, una tasa incluso más alta que en Estados Unidos, pero tenían las jornadas más cortas de la Unión Europea. La tasa de asesinatos era baja, y confinada en gran parte a los traficantes de drogas. La segunda generación de inmigrantes obtenía cada vez mejores resultados en las escuelas, comenzaban a ir a la universidad y tenían casi la misma tasa de desempleo que los nativos. Sólo el clima era malo.
Entonces pasó lo de Fortuyn, justo cuando el 11 de septiembre hizo que sus ataques contra los musulmanes se hicieran aceptables. Algunos de sus opositores usaron el viejo truco de relacionarlo con el nazismo: Thom de Graaf, el líder del partido liberal D66, preguntó: "¿Hemos olvidado a Ana Frank? Cito de su diario: "Veo que la gente tiene miedo y se ocultan, y espero que esto no vuelva a ocurrir'. Pim Fortuyn quiere un país en el que la gente de cierta religión, de cierta cultura, de trasfondos culturales diferentes, puedan ser discriminados".

Pero nadie creyó que Fortuyn fuera un Hitler holandés. Era un demócrata impecable, limpio de anti-semitismo, que hablaba a menudo de los valores "judeo-cristianos". El 15 de mayo de 2002, nueve días después de su asesinato a manos de un activista verde, su partido Lista Pim Fortuyn obtuvo el 18 por ciento de los votos en las elecciones parlamentarias. Para entonces sus rivales lo estaban copiando para atraer a sus poco educados partidarios. Rob Oudkerk, un concejal laborista, fue captado en un video usando la palabra ‘kutmorakkanen', (literalmente, "marroquíes de mierda"). No se le obligó a renunciar.
El ataque contra los musulmanes tuvo éxito debido en parte a que los inmigrantes cometían un desproporcionado número de delitos -aunque la tasa holandesa de criminalidad correspondía al promedio de Europa occidental. También, en parte, porque muchos turcos y marroquíes viejos reciben subsidios de incapacidad laboral -aunque no eran más que 20.000 de casi un millón de beneficiarios holandeses. En resumen, los inmigrantes le cuestan dinero a Holanda, a diferencia de Italia o Estados Unidos. Muchos holandeses se indignaban también por la homofobia de algunos musulmanes: unos marroquíes holandeses habían golpeado a homosexuales, y se informó que los maestros homosexuales la pasaban muy mal en las escuelas ‘negras'. (Las escuelas holandesas son en gran parte segregadas). Algunos alumnos musulmanes se negaban a asistir a clases sobre el Holocausto.

Al atacar a los musulmanes, los holandeses estaban también atacando su propio pasado. A la generación de Fortuyn le metieron la religión por la garganta. Dijo una vez de su escuela primaria católica, dirigida por monjas: "Era terror puro, terror psicológico, y a veces incluso terror físico. Convirtieron una parte de mi alma en un infierno". Los holandeses se habían liberado eso desde los años 50, haciéndose más seculares, educados y ricos. Los musulmanes, a menudo religiosos y pobremente educados, les recordaban a sus abuelos. Holanda ha sido habitada durante siglos por gente que cree que hombres y mujeres son desiguales, y que la homosexualidad es un pecado, pero ahora se ha decidido que los musulmanes que observan esas opiniones contradicen los "valores holandeses".
Empero el principal problema era que muchos holandeses no podían aceptar la rápida transformación de su paisaje. Holanda tiene hoy 16 millones de habitantes, de los cuales 1 millón son musulmanes, o el 6 por ciento de la población, una de las cifras más grandes de Europa. Yo salí de Holanda en 1986, y el país ahora se ve tan diferente ahora que me siento como un viajero en el tiempo. Un domingo por la mañana, atascado en un pequeño embotellamiento en La Haya, viví una secuencia de experiencias: ¡Un atasco en domingo! ¡Una barbería abierta! ¡Una barbería que se llama ‘Estambul'! Lo que los holandeses ven ahora cuando pasan con sus bicicletas son mezquitas, locutorios baratos para llamar a Turquía y África y adolescentes marroquíes paseando. Holanda ya no es el lugar donde crecieron.

Los políticos están respondiendo a esa impresión de pérdida. Ahora quieren ser "francos". Citas del difundo Fortuyn, que eran antes escandalosas, son ahora normales. Gerrit Zalm, el vice-premier, apoya el lema de Fortuyn de que "Holanda está lleno", mientras Geert Wilders, un diputado que ha fundado un partido anti-inmigración, repite la opinión de Fortuyn de que el "islam es atrasado". Wilders y su colega diputado Ayaan Hirsi Ali viven en locaciones secretas después de recibir amenazas de muerte de musulmanes fundamentalistas. Otros políticos holandeses también viven bajo protección policial. Esto es un shock para un país que, antes del de Fortuyn, estuvo 300 años libre de los asesinatos políticos.
El debate público sobre los musulmanes se ha hecho también "más franco". Declaraciones liberales sobre la raza son desechadas por ser "políticamente correctas"A la gente negra se la llama ‘negers'. Todo adolescente nacido en Holanda de padres marroquíes es un marroquí. Si un adolescente comete un delito, los diarios y los políticos sobre lo que nos dice sobre los inmigrantes o el islam.
Entre toda esta franqueza, van Gogh nadaba. Un cineasta menor, buscaba constantemente tabúes que romper. En los años ochenta y noventa, cuando el Holocausto seguía siendo el más grande tabú holandés, él lo profanaba. Una de sus bromas era: "Aquí huele a caramelo. Seguro que están quemando a judíos con diabetes". Más tarde volcó su atención hacia los musulmanes. Eso lo transformó en uno de los muchos holandeses que debaten sobre el islam sin ningún conocimiento sobre esa religión.
‘Submission', la película de van Gogh, que muestra cuerpos femeninos maltratados superpuestos con textos misóginos del Corán, fue emitido por la televisión holandesa en septiembre. Pocos señalaron que se podría haber hecho una película similar con textos misóginos de la Biblia. Más bien, dio voz a la creciente creencia de que el islam es incompatible con la sociedad holandesa. El asesinato de van Gogh nutrió esa creencia. Como con el 11 de septiembre, se ha culpado al islam, y así todos los musulmanes son culpables. Rachid Majiti, un holandés marroquí que estudia para una maestría den Insead, Francia, dice: "La gente ve una superposición de mí y de los terroristas de que son musulmanes. La idea es que los musulmanes son sospechosos hasta que demuestren lo contrario.
En el trabajo y en la escuela se exige constantemente a los musulmanes que tomen posición. En realidad, Zalm dijo después del asesinato que las organizaciones musulmanas "deben condenar este acto". Naima El-Bezaz, un novelista holandés marroquí, dice que muchos marroquíes se están preguntando: "¿Por qué debo justificarme a mí mismo por las acciones de otra persona? Tú no eres responsable si un cristiano coloca una bomba en, digamos, Irlanda del Norte".
Majiti dice que el mejor modo de "integrar" a esta segunda generación sería ayudándoles a obtener una buena educación, y poniendo fin a la discriminación laboral. Un sondeo de la Organización Internacional del Trabajo de 2000 sobre la discriminación en el lugar de trabajo en Holanda, Gran Bretaña, Alemania y el Reino Unido concluyó que era peor en Holanda.
El gobierno holandés no ha dicho demasiado sobre este asunto. Su principal preocupación después del asesinato de van Gogh ha sido sepultar el consenso multicultural que prevaleció en los años setenta. De acuerdo al multiculturalismo, una sociedad consiste de bloques de grupos étnicos que viven felizmente unos junto a otros dentro de sus propias culturas. "El grupo se integra ‘mientras mantiene su identidad', esas eran las palabras mágicas", dice van Thijn, que como ministro laborista de Interior y más tarde alcalde de Amsterdam ayudó a introducir el multiculturalismo holandés. Hoy el concepto ya no está de moda en Europa. Los críticos dicen que encapsula a la gente en una idea fija e imaginaria de lo que significa ser "marroquí" o "musulmán". En la Holanda de hoy, el término ‘multiculti' es peyorativo. La nueva palabra mágica europea es ‘integración', que significa ‘asimilación'. El mes pasado los ministros europeos de Justicia e Interior acordaron exigir a los inmigrantes que aprendieran la lengua de sus países adoptivos y que adhirieran a "valores europeos".

Verdonk, la ministro de Extranjería, está llevando la asimilación mucho más allá. Quiere que todos los inmigrantes aprenden "valores holandeses", aunque nadie tiene en claro cuáles son. Van Thijn me dijo: "Ahora hay sólo una identidad dominante: la holandesa. Eso hace de Holanda un país terriblemente intolerante".
Majiti y El Bezaz no se oponen a los cursos de holandés. Lo que encuentran nocivo es el tono del debate sobre la ‘integración'. La base de los cursos de integración de Verdonk es que los musulmanes deben transformarse en holandeses. Es la premisa que estaba implícita en la pregunta de van Gogh a la audiencia musulmana en septiembre: "¿Qué sois en primer lugar, musulmanes u holandeses?" Si eres sobre todo musulmán, implicaba, no puedes ser completamente holandés.
Majiti dice que eso coloca a los musulmanes en un aprieto: no quieren negar que son musulmanes, o marroquíes, o beréberes, y ahora se dan cuenta que eso significa que no serán aceptados como holandeses. Integrarse se ha hecho más difícil para ellos, aunque quisieran, porque la clase política holandesa y la opinión pública enfatiza siempre que los "musulmanes" o los "marroquíes" no son lo mismo que los "holandeses". El debate deja poco espacio para las identidades híbridas.

Por una vez, el resto de Europa está observando a Holanda. Hay pocas cosas que otros países pueden aprender. Primero, si los políticos quieren que los musulmanes se unan a la comunidad, deberían dejar de acosarlos. Ordenando a la gente que se integre, es como decirles, a ellos y a todos los demás, que no son del lugar, lo que hace que su integración sea más difícil. Aunque sea políticamente correcto, el tono sí es importante.
En segundo lugar, aceptar que no puedes reducir a cero el riesgo la violencia musulmana fundamentalista. Claramente el estado debe espiar a los posibles terroristas para atraparlos antes de que actúen. Sin embargo, como dice Majiti: "La ilusión de una sociedad segura no es más que eso, una ilusión. Cosas que pasan en otras partes del mundo también llegan aquí, porque la gente viaja". En teoría, los holandeses podrían expulsar a todos los musulmanes, perseguir a los conversos -como el colega de Bouyeri, Jason W. (hijo de un soldado estadounidense y una holandesa) e impedir que otros se conviertan. Si no lo hacen, tendrán que aceptar que habrá entre ellos algunos posibles terroristas. Usar este dato como una excusa para poner toda la vida a prueba la lealtad de todos los ciudadanos musulmanes es contraproducente. Tampoco debemos exagerar los riesgos: el cigarrillo todavía mata a muchos miles más holandeses que el fundamentalismo musulmán.
En tercer lugar, los países europeos deben aceptar que el paraíso no es de este planeta. Siempre habrá delincuencia callejera. Durante un par de décadas al menos, los inmigrantes recientes tendrán malos resultados en la escuela y en el mercado laboral que la mayoría de los europeos. Eventualmente se pondrán a la altura. A menos que los políticos quieran deportar a todos los inmigrantes, deberían aprobar medidas que solucionen esos problemas, en lugar de producir histeria, como hizo Fortuyn en 2002 con un libro que sostiene que Holanda está "en ruinas" o lo que hizo el politólogo laborista Paul Scheffer en 2000 con su ensayo ‘El drama multicultural'.

Holanda no está en ruinas. En octubre la Oficina de Planificación Social y Cultural de los laboristas holandeses concluyó de ocho de diez personas están satisfechas con sus vidas y más de tres de cada diez estaban "muy satisfechos". Sin embargo, cuando se les preguntó evaluar la sociedad holandesa, el resultado fue apenas cinco de cada diez -"insatisfecho"-, de los originales siete de cada diez en 1999. Los encuestados temían la delincuencia y las tensiones étnicas. Una fuente de su ansiedad es que Holanda ya no es una gran familia. En el pasado todo el mundo era lo mismo y votaban a los partidos centristas -hoy, muchos holandeses sienten el mismo tipo de inquietud que los norteamericanos. Ya no están seguros de lo que comparten con los valores de los países vecinos.
La brecha no es solamente entre blancos y musulmanes. El debate sobre la raza ha abierto una división entre los holandeses sin y con educación. Los primeros tienden a ser más anti-inmigrantes que los segundos. Esa división existe en todos los países europeos, pero es más notoria en Holanda. Una guerra civil cultural acecha. En un reciente programa de televisión donde se votaba por el personaje más importante de la historia de Holanda, los no educados apoyaron a Fortuyn, mientras los educados eran partidarios de Guillermo de Orange. Fortuyn fue proclamado ganador esa noche, pero después de unos floridianos reconteos se anunció que Guillermo había ganado de todos modos. Los holandeses están peleándose por su identidad, y lo que se ve no es agradable.

3 de diciembre de 2004
1 de febrero de 2005

©The Financial Times
©http://www.salaam.co.uk/news/displaynews.php?news_id=229955
©financial times
©traducción mQh

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