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madres del congo todavía sufren


[Craig Timberg] La guerra, aunque terminó, todavía victimiza a los niños.
Shabunda, Congo. Nsimenya Kinyama llevó a su bebé de 3 años hacia fuera envuelto en harapos y colocó cuidadosamente su cuerpo diminuto e ictérico en una oxidada cuna azul. Cuando los primeros reconfortantes rayos del sol mañanero lo alcanzaron, el bebé se puso inquieto y empezó a retorcerse levantando los brazos.
Kinyama, 36, miró a su hijo menor con una mirada desanimada y vacía. Se preguntaba si este hijo, como los otros seis que nacieron antes que él, moriría.
"Dios me ayudará", rezó, "para que este niño pueda vivir".
Es una oración común en Shabunda, un antiguo centro comercial al este del Congo que fue asolado por la guerra, luego abandonado y aislado por la destrucción de los caminos que antes le habían dado vida. Un reciente sondeo del Comité Internacional de la Cruz Roja concluyó que los niños de Shabunda estaban muriendo en tales cantidades que más de la mitad no llegaría a cumplir cinco años.
Tal es la naturaleza de la muerte en los modernos conflictos africanos. Por cada soldado que elimina una bala, innumerables niños mueren silenciosamente por causa de enfermedades evitables y tratables cuando huyen hacia lugares más seguros, esperando atención en una clínica con falta de personal o agachándose aterrorizados y hambrientos en un escondite en la selva.
"Es la guerra la que ha causado estos problemas", dijo Kinyama, que tiene una voz agradable y el pelo trenzado. "Nos ha hecho pobres. Nos ha traído hambre, y nos ha dado una vida difícil".
Los niños mueren más rápidamente en el Congo que en todo el resto del mundo, a excepción de diez países, según estadísticas de Naciones Unidas. Un sondeo de casa-en-casa en Shabunda realizado por el Comité Internacional de Rescate reveló que la tasa de mortalidad infantil era cuatro veces más alta que en todo África. Si las condiciones no cambian, 515 de cada 1.000 niños morirán antes de llegar a los cinco años, dijo la organización. En países desarrollados como Estados Unidos, la cifra comparable es de 6 muertes por cada 1.000 niños, de acuerdo a Naciones Unidas, que utiliza métodos estadísticos algo diferentes.
Las estadísticas reflejan los informes de madres y personal médico. En un lugar donde las mujeres quedan embarazadas siete u ocho veces, muchas dicen que han enterrado a varios hijos, generalmente después de morir por desnutrición, malaria, diarrea, fiebre y otras enfermedades que causan rara vez la muerte cuando se cuenta con nutrición y cuidados médicos adecuados.
Estas muertes han continuado mucho después de terminados los tiros. Desde 2002 hay un acuerdo de paz en el Congo, pero el sondeo del Comité Internacional de Rescate realizado el año pasado concluyó que todavía morían 1.000 congoleños al día -en gran parte niños- debido a consecuencias indirectas de la guerra.
En total el grupo calculó que la guerra y sus secuelas han provocado la muerte de unos 4 millones de congoleños desde 1998.
La inestabilidad ponen en peligro incluso los servicios de salud existentes. El mes pasado hombres armados robaron una oficina del grupo francés de ayuda Médicos sin Fronteras en Kabati, un pueblo en la provincia al norte de aquí, obligándolo a cerrar temporalmente la mayoría de sus operaciones. En Shabunda, una disputa en el hospital provocó la suspensión de dos Médicos sin Fronteras durante varios días, dejando a un solo doctor para una región de 150.000 personas.
La falta de educación, especialmente para las niñas, ha contribuido al número de bajas. Muchas madres, con poca o ninguna enseñanza formal, llegan a sus hijos al hospital sólo cuando están agonizando y a menudo después de intentar curarlos con pociones o enemas, dice el personal médico.
"La peor enfermedad es la ignorancia", dijo Marisa Osodo, una enfermera y partera keniata que trabaja aquí para Médicos sin Frontera. Osodo, que trabajó antes en regiones problemáticas como el sur de Sudán y en la República del Congo, dijo que nunca había vivido en un lugar donde la muerte fuera tan común. "La mayoría de las mujeres pierden al menos a la mitad de sus hijos", dijo.
Shabunda, un pueblo ribereño en la fronteriza provincia del Kivu del Sur, decayó después de que los colonialistas belgas lo abandonaran abruptamente en 1960, dejando menos de 20 licenciados universitarios en todo el Congo, un país del tamaño del este de Estados Unidos. Su población se estima en unos 60 millones.
Los residuos de la dominación belga se pueden todavía percibir entre la decadencia. Un estólido pero mal usado edificio todavía dice ‘Poste/Posterijen', palabras francesas y holandesas que marcan el antiguo correo. Hileras de palmeras y postes inutilizados del tendido todavía cercan los amplios, pero ya no pavimentados, bulevares.
Las guerras étnicas de la década pasada, encendidas por el genocidio de 1994 en la vecina Ruanda, terminaron con lo que quedaba de la vitalidad económica de Shabunda.
Soldados de un baturrillo de grupos armados robaron las cabras, cerdos y pollos y saquearon los campos de mandioca, arroz y otros productos. También hicieron huir a la selva a la gente de las ciudades, logrando que para muchos fuera imposible volver a plantar o llegar a médicos. La gente hambrienta se comió sus semillas y dejaron sin peces lagunas y ríos.
Entretanto, la lujuriante selva ecuatorial recuperó los caminos, reduciéndolos a estrechos y lodosos senderos. El acceso de Shabunda al resto del Congo fue cerrado.
Los niños comenzaron a morir a orillas de los caminos, en cantidades que se comparan con pocos lugares en la Tierra.
Mpala Kikuni tuvo cuatro hijos, hoy muertos. Su hija de un año estaba en el hospital con fiebre alta cuando los rebeldes obligaron a los doctores y enfermeras a evacuarlo. Su hijo de 19 fue matado por una granada cuando huía de un soldado.
"Es muy doloroso para mí", dijo Kikuni, que no sabía su edad pero parecía cercana a la cuarentena. "No tengo ni un solo hijo vivo".
Otra madre, Zamwana Mutuza, 52, perdió a su hijo adolescente Alfonce cuando su familia huía de soldados y trataron de cruzar el torrentoso Río Ulindi por la noche. Su cuerpo no fue encontrado nunca.
"A mí me llevó la corriente", dijo Mutuza. De sus 12 hijos, seis han muerto. "Si hubiera habido paz, mis hijos estarían vivos".
En una cultura donde la función más importante de una mujer es tener hijos y criarlos, esas muertes tienen un impacto particularmente severo, causando no sólo dolor sino también pérdida de posición en la comunidad. En una sociedad con pocas pensiones de jubilación, ahorros y otras redes de seguridad, los hijos e hijas adultas deben cuidar de sus padres viejos.
Una mujer de 30 años, Godelina Madelena, dijo que había tenido 11 hijos, incluyendo uno el mes pasado. Seis habían muerto, la mayor parte de ellos de una desnutrición aguda que les hinchó las piernas y dejó su pelo amarillo y delgado. La desnutrición se puede evitar agregando proteína a la dieta de los niños, y es tratable con cuidados médicos básicos.
"He estado muy triste", dijo Madelena, cansada. "Yo los paro, y ellos se mueren. Me gustaría tomar un descanso".
Para Kinyama, el curso de las guerras que han devastado la región lo puede trazar en las tumbas de sus hijos.
Uno está enterrado en Shabunda. Cuatro están en su pueblo natal, a 48 kilómetros. El sexto, envuelto en telas en lugar de un ataúd, está cerca de uno de los escondites cubiertos por el pasto, en el interior de la selva ecuatorial. Ella marcó cada tumba plantando flores en ellas, pero no ha vuelto nunca.
Las muertes de sus hijos empezaron en los años noventa, poco antes de que un grupo de milicianos asaltara su aldea natal por primera vez. Su hijo mayor, Kalfando, había muerto recientemente de tuberculosis. Su hija mayor Madeline había empezado a toser feamente cuando Kinyama y su marido andaban por la selva.
Antes de la guerra, la familia tenía plantaciones de mandioca y de arroz, cinco cabras, y 22 pollos, que les proporcionaban carne y huevos -proteínas vitales en una región que tiene pocas fuentes de proteína.
Para cuando volvieron a salir, después de años de ir de un lugar a otro caminando, encontraron las tierras secas; los animales habían sido robados. Y Kinyama había perdido a sus hijos.
Madeline había muerto de tuberculosis a los 10 años. Daviko, Kambala y Kinyama (el nombre de su padre, que también lo usa su madre como apellido) habían muerto antes de cumplir tres años, por una combinación de desnutrición, fiebre y, en un caso, ictericia.
Kinyama dijo que en los últimos años no había hecho otra cosa que sufrir. La vista de otros niños le causaba un intenso dolor. Quería, sobre todo, tener otro hijo.
Su hijo recién nacido, todavía sin nombre porque su padre está viajando, es más pequeño de lo que le hubiera gustado, unos 2 kilos y medio, y tenía ictericia, una afección causada por un funcionamiento deficiente del hígado. Se cura fácilmente con exposición a la luz solar e incluso aquí es muy rara vez fatal.
Pero Kinyama está preocupada.
Para una mujer que ha sufrido semejantes pérdidas, tiene una risa rápida y cálida. Cuando el tema no es la muerte de sus hijos, ríe a menudo.
Cuando salía del hospital para ir a la casa de un familiar con su hijo de cinco días, Kinyama se se veía dichosa. Era delicioso, dijo, volver a ser madre otra vez.
Sin embargo, hubo momentos en los que la mirada se desviaba de sus ojos, y en que la sonrisa desaparece. Y Kinyama parecía sobre todo una madre que ha sufrido más de lo que cualquiera hubiera podido soportar -y que teme que sus sufrimientos no hayan terminado.
"No sé si este hijo sobrevivirá", dijo. "Está en manos de Dios. Quizás lo pueda conservar. Quizás no".
13 de febrero de 2005
©washington post
©traducción mQh

1 comentario

oriana -

hola me llamo oriana si saben algo de shabunda algo nuevo, mandenmelo a mi msn el mio es oriana_11_11@hotmail.com si me agregan diganme x donde me agregaron xq soy muuuy despistada y les puedo salir con una pata da si consiguen algo y me lo mandan gracias de verdad