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intrigas de una condenada a muerte


[Gina Piccalo] Angelina Rodríguez es muchas cosas. Esposa, madre, hermana, hija. Y también una asesina convicta.
Chowchilla, California, Estados Unidos. Angelina Rodríguez frunció sus negras cejas y se puso las manos sobre los ojos, corriéndose el maquillaje y la raya del ojo que se había aplicado tan cuidadosamente. Ha estado hablando durante horas, el drama de sus historias escalando con cada narración, sobre su papel en cada uno de ellos -como víctima. Se describe a sí misma como una "mujer del pueblo", "protectora", presa fácil de hombres posesivos e infieles. "No soy una persona violenta", dice. "No es lo que soy".
Sin embargo, Rodríguez vive en el pabellón de la muerte aquí en la Cárcel de Mujeres de California Central, condenada por matar a Frank Rodríguez, su marido durante cuatro meses, en septiembre de 2000, sirviéndose de una sopa de adelfa y tanto Gatorade mezclado con anticongelantes que, como observó el médico forense, el químico le salía por los ojos. Siete años antes, dicen los detectives, mató a su hijita que empezaba a andar metiéndole un chupete en la garganta y demandando exitosamente luego al fabricante por vender un producto "defectuoso". En ambos casos, el motivo fue el dinero. En sus 20 años de experiencia, el juez William R. Pounders, del Tribunal Superior del condado de Los Angeles, que sentenció a Rodríguez, dijo que él no había conocido "nunca antes a una persona tan cruel".
Fue un crimen sensacional, materia prima de literatura barata. Hace poco Court TV lo recordó en una caprichosa re-emisión titulada ‘La esposa persistente'. Y Rodríguez espera que el potencial cinematográfico de la historia despierte justo lo suficiente el interés de Hollywood para ayudar a su apelación, que está todavía a algunos años. Para los detectives, fue un "caso que se da una vez en tu carrera". La policía no contaba con evidencias materiales que relacionaran a Rodríguez con el asesinato. En lugar de eso, fue su extravagante conducta la que los convenció -y al jurado- de su culpabilidad, lo que finalmente condujo a su sentencia de muerte.
Rodríguez es una de las 15 mujeres en el pabellón de la muerte de California, el número más alto del país. Representan una fracción de los 637 reclusos en el pabellón de la muerte del estado, y la mayoría de ellos espera morir de causas naturales, no por una inyección letal. Desde 1962 que no se ejecuta a una mujer; el 19 de enero se ejecutó a un hombre. A pesar de la preocupación de Estados Unidos con los asesinos en serie y asesinatos al azar, la mayoría de las mujeres en el pabellón son como Rodríguez, condenadas por el asesinato de hijos y maridos. Sin embargo, la verdadera intriga de esta historia gótica reside en el retrato de la mujer, no del crimen.
Logró tan bien fundirse en la vida suburbana que incluso sus parientes más cercanos la recuerdan como una madre cariñosa y tímida. Era romántica, dicen, a pesar de haber tenido una infancia profundamente problemática y una serie de matrimonios mal avenidos. Lloraba cuando se enfermaba su perro. Era también muy devota y lloraba a menudo cuando rezaba. Era una chica guapa cuya única falta, parece, era una insaciable sed de atención.
Con un IQ de ‘promedio alto' de 112, Rodríguez es inteligente. Pero sus doctores dicen que durante la mayor parte de su vida vivió en medio de un caos emocional, abrumada por el odio de sí misma y vergüenza, como resultado de repetidos incestos y acosos durante la infancia. Sin embargo, era raro que Rodríguez estuviera sin trabajo y nunca estuvo sin novio. Se unió a la Fuerza Aérea a los 20 y más tarde a la Guardia Nacional del Ejército, fue encargada de un restaurante de comidas rápidas, vendió seguros puerta a puerta y sacó una licencia de cosmetología. Se casó cuatro veces, y estuvo comprometida dos -cada hombre, dice, todavía más exigente que el anterior.
Luego llegaron los pleitos. En seis años ganó cerca de 286.000 dólares en indemnizaciones. Acusó al restaurante de comida rápida de acoso sexual, de negligencia tras resbalar y caer en un camerino a Target, y de responsabilidad por producto a Gerber Co. después de la muerte de su hija. Cuando fue detenida en febrero de 2001, dicen los detectives, Rodríguez se estaba preparando para demandar al propietario de su casa por envenenamiento por asbesto.
Incluso para sus más cercanos ha sido difícil desentrañar la ficción de la realidad de la vida de Rodríguez -y para Rodríguez misma. "Quería una buena vida", dice la hermana de Rodríguez, Gigi Colaiacovo. "Pero yo creo que ella pensaba que el mundo le debía algo".
Rodríguez dice que todo lo que quería era una familia cariñosa. Sin embargo, cada vez que se acercaba a su sueño, ocurría alguna catástrofe."Cuando tratas de desentrañar todo esto", dice la antigua vecina de Rodríguez, Betty Hailey, "simplemente te cansas de tratar de encontrar la verdad".

Era una Soñadora
La infancia que recuerda Rodríguez es una época oscura y confusa. Creció en el barrio obrero de Rockaway Beach, en Queens, Nueva York, la menor y difícil de dos hijas. Su padre nació en Puerto Rico, chofer de camión y taxista, y abandonó a la familia. Su madre era una enfermera que trabajaba día y noche para enviar a sus hijas a escuelas católicas y pagarles cursos de ballet, barra deportiva y baloncesto.
"Mi hermana era siempre la romántica ilusionada", dice Colaiacovo, ahora controladora de propiedades inmobiliarias en West Babylon, en Long Island. "Era definitivamente la más soñadora de las dos".
Las niñas estaban siempre rodeadas de parientes. Cuando las cuidaba su abuelo, dicen Rodríguez y su hermana, él la molestaba. La relación empezó cuando ella tenía 2 años y duró hasta la secundaria, resultó en aborto y la creación de un alter ego a la que llamó ‘Victoria'. Le contó los abusos a varios familiares, dice, pero nada cambió.
"Ella lo permitía", dice Colaiacovo. "Estaba siempre tratando de ser aceptada y tratando de ser la preferida del papá". El abuelo también abusaba de las otras niñas de la familia, dice Colaiacovo, pero "lo paramos cuando pensamos que había que pararlo".
Rodríguez dice que ella intentó primero suicidarse a los 8 con analgésicos legales. A los 16, según muestran archivos de hospital, se dio una sobredosis de barbitúricos y fue hospitalizada por depresión. A los 19, se casó y divorció de un vecino llamado Héctor González. Después de eso, dice, empezó a "correr... buscando mi lugar".
Se mudó a Florida y se alistó en la Fuerza Aérea. Se enamoró de Tom Fuller, el ‘pretendiente correcto', apuesto y atlético, mientras residían en Colorado. Dentro de tres meses quedó embarazada. Se casaron y se mudaron a la Base de la Fuerza Aérea Vandenberg cerca de Lompoc. Dos años más tarde, Rodríguez estaba criando a su hija Autumn y su hija prematura, Alicia. Los primeros cuatro meses del bebé los pasaron entrando y saliendo del hospital con graves problemas de salud, incluyendo bradicardia, un pulso cardíaco anormalmente lento. Sin embargo, Rodríguez recuerda esta época como la más feliz de su vida.
"Nunca pareció estar más asentada que entonces", dice Colaiacovo. "Si hubiera un trabajo que le convenía a la perfección, era el de madre".
En el matrimonio, sin embargo, la relación se estaba desintegrando. Rodríguez se mostraba especialmente protectora de las niñas. En una entrevista Fuller dice que ella empezó a preocuparse del más allá. "Debían ser bautizadas", dice. "‘Justo en caso de que pasara algo'".
La mañana del 18 de septiembre de 1993, cuando Fuller estaba fuera de la ciudad en un viaje de negocios, Alicia murió atorada con un chupete de plástico. Rodríguez dijo a la policía que encontró a la bebita muerta en su cuna, con la pezonera en el suelo. "Van a pagar por esto", dijo ella sobre el fabricante del chupete, Gerber, de acuerdo a informes policiales.
Semanas más tarde Fuller se enteró de que Rodríguez había comprado un seguro de vida de 50.000 dólares para su hija. Pero no fue sino hasta la investigación del asesinato de Frank Rodríguez que Fuller recordó la advertencia de una enfermera meses antes de que Alicia muriera, de que el chupete había sido retirado del mercado porque a veces la pezonera se separaba del chupete. Ese recuerdo todavía lo atormenta.
"Hay veces en que todo lo que quiero es verla muerta", dice Fuller de su ex esposa. "Hay veces en que no estoy totalmente convencido. Y luego quizás me niego a creer que pudiera casarme con una persona capaz de hacer lo que hizo".
Colaiacovo todavía no puede creer que su hermana matara a Alicia. El mero recuerdo de esas acusaciones la hace llorar. "De ningún modo", dice. "Eso es ridículo. Pondría mi vida en juego". Colaiacovo asistió a todo el juicio y sentencia, oyó una grabación interceptada de su hermana tramando asesinar a un testigo, oyó al juez llamarla una persona cruel.
"Realmente es una buena persona", dice. "Sé que suena irónico. Ella no haría nada que causara daño a alguien. Si de hecho lo hizo, ¿quién sabe lo que estaba pensando? Ella no lo habría hecho nunca. No es suficientemente inteligente. No puedo imaginar qué puede haberle pasado por la cabeza".
Durante una entrevista en agosto, Rodríguez no lloró cuando recordó la muerte de su hija. "Si hubiese querido matar a mi hija", dijo, "la habría dejado morir de bradicardia".Sin embargo, en una carta de octubre para este artículo, su tono era más cariñoso. "Yo quiero a mis hijas más que a nada", escribió. "Son mi aliento, mi corazón, mi vida. Nunca me sentí tan viva como con ellas. Al final tenía el amor que quería". Sobre la pena, escribió: "No es que no sienta pena. Diablos, a veces me duele tanto que enfermo".

Decepción como un Modo de Vida
Después de la muerte de Alicia en 1993, el mundo de Rodríguez se modificó radicalmente. Ella y Fuller se divorciaron. Firmaron un acuerdo con Gerber por 750.000 dólares; de esos, Rodríguez recibió unos 250.000 dólares, de acuerdo a documentos judiciales. Se compró una casa, un coche y un bote.
Mentir se transformó en un modo de vida, de acuerdo a amigos, parientes y detectives. Sus amigos dicen que Rodríguez empezó a contar mentiras a la gente, diciendo que estaba embarazada de mellizos, aunque la mayoría de ellos sabía que después de una operación había quedado infértil. Como el parto no llegaba, les decía que se había caído por la escalera y había abortado. Cuando destrozó su coche, dijo que un novio la había llevado a un precipicio.
Sacó un diploma de cosmetología, se casó con un camionero llamado Don Combs y luego se divorció de él a los meses, dice, porque era muy posesivo. Se alistó en la Guardia Nacional del Ejército, se enamoró de otro hombre, del que dice que la abandonó después de que ella le prestara 20.000 dólares.
"Se puso nuevamente frívola", dice Colaiacovo. A pesar de la indemnización, Rodríguez siempre tenía una historia de mala suerte que contar a su familia, dice. Siempre necesitaba dinero. "Era Pedro gritando que viene el lobo", dice Colaiacovo. "Yo perdí la confianza en ella".
Betty Hailey conoció a Rodríguez en 1997 en una parada del bus escolar. Rodríguez había puesto recién su bien decorada casa de cuatro dormitorios en Paso Robles a la venta, una casa que había comprado con el dinero de la indemnización por la muerte de Alicia. Hailey compró la casa, y pronto las dos mujeres se hicieron amigas. Ella estaba impresionada por el estilo de vida de Rodríguez -los coches, los trajes, los muebles. "Compraba todo lo que quería", dice Hailey. Rezaban juntas. Cuidaban mutuamente a sus hijos. Rodríguez llevó a Hailey en un crucero a México. Y cuando Rodríguez se casó con Frank, Hailey fue su madrina de la boda.
Sin embargo, Hailey dice que ella nunca confió realmente en su impulsiva amiga. No dejaba a su marido a solas con Rodríguez porque sospechaba que su vecina pudiera tratar de seducirlo. Cuando Rodríguez se enteró de que el hijo de Hailey era soltero, se invitó a sí misma a su casa en Washington, D.C. para el Día de Acción de Gracias. "Yo rezaba con ella y me confesaba con ella, pero para decirle la verdad, no sabía mucho sobre ella", dice Hailey.
A Rodríguez le diagnosticaron depresión y desórdenes de ansiedad varias veces desde la infancia. Después de su detención, los doctores concluyeron que también sufría de síntomas de manía y de trastorno límite de personalidad, aunque estaba en condiciones de seguir su juicio. Durante entrevistas en la cárcel con el psiquiatra forense William Vicary, las transcripciones muestran lo que le dijo Rodríguez: "Tengo remordimiento en mi corazón... Lamento lo que le pasó a Frank". Pero no reconoció ninguna culpabilidad.
"Si admito responsabilidad, entonces perderé todo. Perderé toda esperanza", le dijo a Vicary.
"Perdería la esperanza de volver a llevar algún tipo de vida en libertad", dijo Vicary en septiembre en una entrevista. "Y no puede tolerar que puede perder lo poco de afecto y apoyo que recibe de su propia familia... Es todo lo que tiene".

Bromeando sobre el Asesinato
El romance entre Angelina y Frank Rodríguez fue tan breve que causó el estupor de amigos y familiares. Se conocieron en febrero de 2000 en la Angel Gate Academy en San Luis Obispo, un campamento para jóvenes con problemas gestionado por la Guardia Nacional de California y el Los Angeles Unified School District. Eran sargentos del pelotón cuando Angelina acusó a otro empleado de mala conducta sexual hacia un estudiante. Nadie le creyó, excepto Frank. Pronto empezaron a salir.
Frank era un devoto cristiano que insistió en dejar el sexo para el matrimonio; Angelina dice que pasaban un buen tiempo rezando juntos. Ella no estaba enamorada, pero Frank era inteligente, tranquilo y quería a Autumn.
Aparentemente tenían un montón de cosas en común. El mayor de seis hijos, Frank también creció en una familia caótica, mudándose de Connecticut a Texas y finalmente estableciéndose en el centro de Illinois en los años setenta. Su padre, José Francisco Rodríguez, era médico y, dicen los familiares, un hombre celoso y abusador con problemas de alcohol y drogas, que más tarde abandonó a la familia. Su madre, Janet Baker, era una técnica de laboratorio que crió a sus hijos sola.
Los familiares dicen que Frank era un hombre tranquilo y confiado que se hizo responsable de sus hermanos. Dejó su casa para alistarse en la Marina, se casó con una chica de la ciudad, sacó un diploma de maestro de la Universidad de Illinois del Sur y trató de terminar sus estudios de derecho. Finalmente se hizo maestro con afinidad con niños con problemas.
Su matrimonio con Judy Adams terminó al cabo de 14 años, dejando a Frank devastado. Baker dice que el divorcio lo dejó en la calle, pero ansioso por empezar de nuevo y tener una familia propia. Se unió a la iglesia evangélica y dejó de fumar y beber. Se transformó en un asesor telefónico sobre violaciones, dice ella, incluso invitando a una víctima a su casa, la que trató finalmente de apuñalarlo. Más tarde, Frank se mudó a San Luis Obispo y se comprometió con otra maestra en Angel Gate, pero, dice Baker, ella se enamoró de otro y lo dejó.
Entonces él conoció a Angelina. "Él buscaba a una mujer", dice Baker. "A alguien que lo quisiera por lo que era".
Frank y Angelina se comprometieron en abril de 2000 en una ceremonia en la pequeña iglesia de Paso Robles. A los días se mudaron a Montebello a una casa que apenas podían pagar, dado el nuevo empleo de Frank en una escuela secundaria de la localidad. Durante un tiempo la relación fue estable. Pero Angelina dice que Frank se puso intolerablemente posesivo y exageradamente estricto con Autumn. Insistió en ser el único sostén de la familia. "Él era todo", dice ella. "Yo no era nada... Me quería separar".
La familia de Frank dice que los problemas los provocó Angelina. "Él era muy paciente", dice la hermana de Frank, Carmen Pipitone. "Habría hecho cualquier cosa por ella".
En julio, a insistencia de Angelina, Frank compró un seguro de vida de 250.000 dólares y la nombró su única heredera. Y, como declararían sus amigos más tarde en el juicio, Angelina empezó a hablar de matar a Frank. "Bueno, tiene un seguro de vida", le dijo a un amigo, de acuerdo a la declaración inicial del fiscal Doug Sortino. "Debería matarlo y terminar con el asunto". Todos pensaban que estaba bromeando. Bromearon sobre el modo de asesinarlo y contaron la historia de una mujer detenida por usar adelfa para envenenar a su marido, muestran los testimonios. "Hagas lo que hagas", dijo un amigo, de acuerdo a transcripciones del juicio, "no uses adelfa". Hablaron sobre los agresivos perros de un vecino que merecían morir con perritos calientes empapados de anticongelante.
"¿Por qué comería alguien algo con anticongelante?", preguntó Angelina, de acuerdo a los fiscales. "¿No lo sabes?", dijo un amigo. "Sabe dulce. Lo dice en la etiqueta".
En agosto, dice Angelina, empezó un romance con Matt Morones, un ex presidiario y viejo amigo de Paso Robles. Dice que ella le robó a Frank un cheque de pago, ocultó el dinero e hizo planes de mudarse a vivir con la familia Morones. Hacia la misma época, muestran los testimonios, Frank descubrió una filtración de gas natural de su secador durante un fin de semana en que Angelina no estaba en casa.
El miércoles 6 de septiembre de 2000, Frank Rodríguez despertó de una siesta sintiéndose enfermo -nuevamente. Angelina dijo más tarde a la policía que hacía tiempo que no se sentía bien. Tenía dolores de cabeza y no podía comer. De hecho, les dijo, había llegado a casa con síntomas similares hacía dos meses, y sospechaba que alguien en la escuela estaba tratando de envenenarlo, y había corrido hacia el hospital.
Esta vez, Angelina lo arrastró hacia la sala de emergencias. De acuerdo a la policía, ella le dijo al doctor: "No sé qué pasa. He tratado de todo. Mi madre era enfermera. He tratado, pero nada resultó". Intoxicación alimenticia, dijo el doctor. Vuelva a casa, descanse y beba montones de líquidos, especialmente Gatorade.
Así, dice Angelina, puso a su marido en la cama y durante los siguientes dos días ella y su hija Autumn cuidaron a Frank con Gatorade y sopa, cada cuatro horas. A eso de las 3 de la mañana, dice Angelina, despertó y encontró a Frank boca abajo en el piso del dormitorio, muerto.
Días más tarde, ella le contó a la madre de Frank que estaba embarazada de mellizos -una historia que había contado a sus amigas después de la muerte de su hija. "Quería saber si yo la ayudaría con la maternidad, hablando de dinero", dice Baker. "Yo le dije: ‘Angelina, tráeme un documento que diga que estás realmente embarazada y un análisis de DNA que diga que es mi nieto y entonces hablaremos'".
En el funeral, amigos y parientes observaron que Angelina se veía relajada, incluso contenta. Le estaba contando a la gente que ella sospechaba que Frank había sido envenenado por un colega vengativo en Angel Gate. En la limusina hacia el cementerio, la hermana de Frank, Shirley Coers, preguntó: "¿Cómo puede alguien envenenar a otro?" "Hay montones de cosas que puedes hacer para envenenar a gente", le dijo Angelina, de acuerdo al testimonio de Coer. "Cosas botánicas. Adelfa, por ejemplo".
Los detectives dicen que si no hubiese sido por la persistencia y codicia de Angelina, no habrían descubierto qué había matado a Frank. Toxicólogos del condado analizaron la sangre de Frank buscando trazos de todos los venenos conocidos -PCP, heroína, metanfetamina, arsénico, cianuro-, pero sin encontrar nada. La policía le dijo a Angelina que sin una causa de muerte, la compañía de seguros no le pagaría nada.
Casi inmediatamente después de la muerte de Frank, de acuerdo a las transcripciones de los detectives, ella empezó a referirse a la adelfa y a los anticongelantes. "Pudo ser cualquier cosa", dijo a los detectives. "Pudieron ser flores en el camino... ¿Cómo se llaman? ¿Sabes, las que crecen en medio de la carretera?"
Dijo que había recibido varias llamadas anónimas a su celular de alguien que sabía cómo había muerto Frank. "Todo lo que oí, fue, hum, ‘Pregunta sobre los anticongelantes'", les dijo. "¿Crees que se puede hacer así? Si examinan a Frank y dicen: ‘Sí, está ahí, entonces eso será suficiente para que ellos digan que esa fue la causa de su muerte'".
Los toxicólogos aceptaron su recomendación. Determinaron que Frank había recibido una masiva dosis de anticongelantes entre cuatro y seis horas antes de su muerte. Angelina fue detenida semanas más tarde.
Los detectives nunca determinaron cómo puso Angelina los venenos en Frank. Había muerto hacía dos días cuando ellos allanaron la casa. Encontraron plantas de adelfa al alcance de la mano en el patio trasero, pero no anticongelantes.
"Por el modo en que enfrentamos el caso, tuvimos que mentirle", dice el detective Brian Steinwand, de la policía del condado de Los Angeles. "No teníamos testigos. Nuestro único testigo era ella... Ella nos dio los venenos. Los toxicólogos del condado analizan los venenos comunes, pero no la adelfa y ni los anticongelantes. Sabíamos que ella era la única que sabía qué venenos se habían usado".

Lágrimas y Excusas
Ahora cuando Angelina recuerda los últimos días de Frank, no expresa ninguna pena. Dice que él se suicidó porque ella quería divorciarse. El matrimonio tan marchaba mal, dice, que empezó a mezclar analgésicos con alcohol, pasando sola largas noches, llorando. Todo eso, dice, subraya su inocencia.
"¿Cómo habría convencido a ese hombre inteligente de que se tragara toda esa cosa verde?", pregunta. "Yo estaba algo deprimida. Puedo haber estado triste. Pero no soy idiota".
Pero si pensaba que Frank se había suicidado, ¿por qué dijo a la policía que había sido envenenado por un colega vengativo? Su respuesta: Era sólo retrospectivamente que ella se dio cuenta de lo desesperado que estaba Frank.
Si ella era inocente, ¿por qué trató de tramar el asesinato de un testigo en su caso, proponiendo que el asesino usara "los anticongelantes... que usé para matar a mi marido"? Su respuesta: Estaba sobremedicada, incoherente, no sabía lo que decía.
¿Qué dice sobre las declaraciones de sus amigos diciendo que ella habló de matar a Frank? Su respuesta: Mentiras.
¿Y por qué sacó una póliza de vida de 50.000 dólares para un bebé de 13 meses apenas días antes de su muerte? El dinero del seguro era dinero para la universidad, dice.
Cuando las preguntas se acercan incómodamente hacia su incriminación, deja de hablar y se pone a mirar la pared. Se refriega las sienes y suspira ruidosamente. Pone las dos manos sobre la mesa y dice: "Yo no maté a mi marido. Yo no maté a mi hija. Estoy muy cansada de sentirme culpable".
Casi todos los que conocieron a Rodríguez en el pasado han cortado vínculos con ella. Sólo el padrastro de Rodríguez, José Rivera, que ha pagado sus estudios jurídicos, mantiene contacto con ella. Sin embargo, para este artículo ella entregó una larga lista de viejos amigos y parientes con la esperanza de que ellos declaren sobre su carácter. "Quizás", dice, "si se enteran que no estoy tratando de demostrar mi inocencia, se relajen un poco".
Hoy Rodríguez tiene todo el tiempo. No puede pagar un abogado. Pero aunque pudiera, no hay mucho que hacer por ella. La Corte Suprema de California no considerará la apelación automática en su caso -algo que exige la ley cuando se dicta sentencia de muerte- sino hasta 2009.
La condena de Rodríguez ha abrumado a todo el mundo a su alrededor. Su madre, Anita Rivera, murió de enfisema y una afección pulmonar poco después de que Rodríguez fuera condenada a muerte. Fuller dice que a su hija, Autumn, que tiene ahora 13 años, la tortura la posibilidad de que ella haya ayudado a su madre, sin saberlo, en el asesinato de Frank. Hace poco le dijo a Rodríguez que no quería volverla a ver.
Colaiacovo dice que ella rompió relaciones con su hermana después de que Rodríguez le pidiera unos caros encargos: una televisión, un VCR y perfumes caros. Esto, dice, después de que la familia agotara sus ahorros para financiar su defensa. Sin embargo, Colaiacovo se debate con sentimientos de culpa por no rescatar a su hermana menor de las garras de su abuelo. Rodríguez no estuvo nunca equipada para enfrentar las duras verdades del mundo, dice.
"No creo que entienda la realidad", dijo Colaiacovo. "Creo que ella vivía en un mundo de fantasía. Inventaba historias en las que llegaba a creer. A creerlas verdaderamente".

9 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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