Blogia
mQh

la revuelta de uzbekistán


[C.J. Chivers] Supervivientes y chapas de identificación ofrecen claves sobre la insurrección de Uzbekistán.
Karadariya, Kirguistán. Desde el 13 de mayo, cuando las tropas uzbekas dispararon ráfagas de disparos para aplastar una fuga en una cárcel y una manifestación en la ciudad de Andijon al este del país, el presidente Islam A. Karimov, de Uzbekistán, ha insistido en que las tropas estaban luchando contra militantes islámicos, y que las bajas civiles cayeron por accidente o por las balas de los militantes.
Pero extensas entrevistas con más de 30 supervivientes que huyeron a Kirguistán, junto con versiones recogidas por trabajadores de la oposición y grupos de derechos humanos, indican consistentemente que lo que pasó no fue lo que afirma la versión oficial.
Más bien, parece que una revuelta armada pobremente organizada contra el gobierno central de Karimov desencadenó una revuelta popular local que terminó en horror cuando las autoridades uzbekas reprimieron a una multitud formada por reclusos escapados de la prisión y manifestantes, utilizando fuego de ametralladoras y rifles.
Las pocas horas de desafío culminaron, dicen los supervivientes, en una desesperada huida de cientos y quizás miles de ciudadanos uzbekos, marchando y cayendo ante los soldados que disparaban, algunos gritando "libertad" mientras la gente caía abatida.
Mucho de lo que pasó en Andijon, una ciudad de 300.000 habitantes en el principal cinturón textil del país, sigue siendo desconocido. Uzbekistán ha impedido el desplazamiento libre de los diplomáticos, activistas de derechos humanos y periodistas que buscan entrar a la ciudad.
El número de muertes ha sido vigorosamente debatido. Karimov dijo que habían muerto 32 tropas uzbekas y otras 137 personas. Un partido de la oposición dijo que al menos 745 civiles habían muerto en Andijon y Pakhtaabad, una ciudad fronteriza, al día siguiente. La Federación Helsinki Internacional de Derechos Humanos, de Viena, dice que tropas uzbekas pueden haber matado a 1.000 personas desarmadas.
Una visita espontánea a Andijon de un fotógrafo del New York Times encontró indicios de que el número de bajas fue mucho más grande de lo que dijo Karimov. Cuerpos perforados de balas fueron devueltos a sus familias con tarjetas de morgue numeradas y certificadas, contaron familias al fotógrafo y su traductor. Los números en las etiquetas de morgue, dijeron, iban de decenas y centenas.
Y aunque el gobierno haya tratado desde entonces de retirar los certificados, dijeron, dos familias los conservaron y mostraron al fotógrafo. Una era el Número 284. El otro, que acompañaba los restos de Rakhmatula Nadirov, 30, era 378. El mismo número estaba escrito en una pierna del muerto, dijo su madre.
La insurrección empezó, dijo Rashid Kadyrov, el fiscal general de Uzbekistán, en una rueda de prensa el viernes en Tashkent, que el viernes justo antes de medianoche, cuando uzbekos armados ocuparon una comisaría de policía, mataron a cuatro policías y retiraron armas de fuego, granadas y municiones. Luego, dijo, atacaron un puesto militar, mataron a dos soldados e hicieron un rehén, cogieron más armas y un camión.
Esa versión no pudo ser verificada. Pero supervivientes y Kadyrov están de acuerdo en que la violencia estalló en un centro de detención regional, donde, entre cientos de reclusos, se encontraban 23 hombres de negocios musulmanes acusados de ser extremistas islámicos, separatismo y otros cargos.
Sus juicios, que empezaron en invierno, fueron una fuente del descontento en Andijon; la pobreza, la corrupción y la represión política fueron las otras. Las familias de los 23 y gente a la que empleaban -en fábricas de muebles, panaderías, tiendas de telas, desguaces y otras empresas- dicen que las acusaciones fueron fabricadas, otro ejemplo de lo que gobiernos occidentales y grupos de derechos humanos han documentado como abusos del poder del estado para aplastar la disensión política.
Karimov, en particular, ha dejado claro que desconfía del islam; su gobierno ha encarcelado a miles de uzbekos que practican el islam fuera de las mezquitas autorizadas por el estado.
Su antipatía tiene raíces personales. En 1991, cuando se derrumbaba la autoridad soviética, grupos vigilantes musulmanes proporcionaban la seguridad y servicios sociales tan urgentemente necesitados en el Valle de Fergana. Después de que un grupo, Adolat, ocupara edificios en una ciudad, Karimov fue a negociar con ellos -y lo humillaron cuando un joven líder religioso lo obligó a rezar en público. Los dirigentes de Adolat formaron el Movimiento Islámico de Uzbekistán, un grupo terrorista aliado con Al Qaeda.
Algunos supervivientes también dijeron que los 23 acusados de Andijon fueron castigados porque no pagaron los sobornos exigidos por el gobierno.
El ataque contra el centro de detención empezó, dijo Kadyrov, cuando hombres armados echaron abajo una puerta con un camión robado y mataron a tres guardias. Uno de los acusados, Shamshudin Atamatov, 29, dijo que había despertado al oír disparos y en pocos minutos fue liberado por gente que abría las puertas de las celdas con unas barras de metal. Kadyrov dijo que 526 de los 734 reclusos fueron liberados; estimaciones previas habían sugerido la fuga de 2.000 reclusos.
Se sabe poco de los hombres que atacaron la cárcel. El gobierno dice que fueron organizados y equipados fuera de Uzbekistán; los supervivientes dicen que eran residentes locales, pero no saben mucho más.
Un recluso, que sólo dio su nombre de pila, Abushakhir, calculó que eran entre 50 y 100, y dijo que no era gente particularmente religiosa ni eran rebeldes, sino ciudadanos corrientes hartos del régimen autoritario.
Kadyrov dijo que los atacantes habían ofrecido armas a los reclusos que liberaban y los invitaron a unirse a la revuelta, y unos 200 hombres empezaron entonces a atacar los edificios oficiales. Entre sus objetivos estaba el cuartel general de la SNB, el equivalente uzbeko de la KGB. Los atacantes, dijo, tomaron unos 50 rehenes, y a la salida del sol habían ocupado el edificio administrativo regional en la Plaza de Babur, donde estuvo en el pasado una estatua de Lenin.
Los prisioneros liberados dijeron que no se les había entregado armas, aunque ellos y manifestantes reconocieron que los hombres armados -cuyo número calculan generalmente entre 6 y 20- habían tomado unos 15 rehenes, incluyendo a agentes de policía, soldados, bomberos y un fiscal; algunos rehenes, dijeron, eran funcionarios de gobierno a los que capturaron cuando llegaban al trabajo.
A medida que la noticia de la fuga en la cárcel se extendía, en gran parte boca a boca, dijeron los supervivientes, miles de personas se hicieron camino hacia la plaza y empezó una manifestación.
La noche de violencia había inspirado aparentemente una indignación espontánea más amplia. Con un pequeño sistema de altavoces que llevaron a la paza, y orador tras orador, dijeron los supervivientes, se quejaron de la pobreza en Uzbekistán, del abuso policial, de la corrupción y represión de las libertades personales. Describieron una sensación de júbilo cuando comenzaron repentinamente a hablar abiertamente.
"Me gustaron esos discursos, porque yo siento el mismo dolor", dijo Rakhmat Zakhidov, 38, carpintero, que llegó a las 6 de la mañana.
La multitud aumentó rápidamente en varios miles, dijeron supervivientes. Pero el alboroto se había extendido. Un teatro cercano y otro más alejado empezaron a arder, actos por los que el gobierno y los manifestantes se acusan mutuamente. Un superviviente, Khassan Shakirov, 27, dijo que vio a seis uzbekos llevando rifles a la plaza.
En el cuartel general, Abduldzhon Parpier, un residente de la localidad que había cumplido una pena de prisión por cargos religiosos y es ahora uno de los líderes de la insurrección, negoció por teléfono con el ministro del Interior de Uzbekistán, dijo Shakirov, que dijo que estaba en la habitación y pudo oír lo que decía Parpiev, y que Parpiev le informaba ocasionalmente durante el curso de varias horas de conversación.
Parpiev, dijo, hizo tres peticiones: que el gobierno liberara a los presos políticos, que garantizara los derechos humanos y las libertades políticas, y enviara a un funcionario importante para que se dirigiera a los manifestantes. El ministro del Interior rechazó las demandas, dijo Shakirov. El gobierno dice que negoció durante 12 horas.
El enfrentamiento final se acercaba. Shakirov dijo que los hombres que estaban en el edificio prepararon cócteles Molotov.
Tres o cuatro veces en algunas horas, dijeron los supervivientes, camiones militares pasaron rápidamente a lo largo de la muchedumbre, disparando contra los manifestantes -en un caso después de que manifestantes arrojaran piedras contra un camión, de acuerdo a una versión de un periodista de la Associated Press que estaba allá. La mayoría de los testigos también dijeron que se les disparó desde vehículos blindados.
Los manifestantes se reagruparon cada vez, dijeron, sacando a los heridos y muertos. Pero en la tarde, dijeron los supervivientes, empezaron a llegar más tropas del gobierno.
Los supervivientes que llegaron a Kirguistán dijeron que se dirigieron hacia el norte en la Vista de Chulpon, una calle comercial. Describieron un grupo de quizás 1.500 a 2.000 personas impulsadas por el temor y usando a rehenes del gobierno como escudos humanos.
Insistieron en que no había rebeldes armados entre ellos, aunque su afirmación no pudo ser confirmada. Después de andar unos 30 metros, dijo, tres buses aparcados bloqueaban el paso, y ellos empujaron e hicieron una abertura y continuaron.
Poco después de eso, dijeron los supervivientes, las tropas abrieron el fuego.
Bajo el fuego de francotiradores y otros tiradores desde edificios de apartamentos atacando a la multitud desde la izquierda, y el fuego automático disparado de frente por los soldados y personal armado de los vehículos blindados, dijeron los supervivientes, la Vista de Chulpon se transformó en una pesadilla de balas impactando contra edificios, farolas, gente y árboles. Los chillidos perforaron el aire, dijeron. Balas trazadoras rojas pasaban zumbando.
Las primeras hileras de la multitud desaparecieron después de los primeros estallidos, dijeron, sea por haber sido heridos o por dejarse caer al suelo, exponiendo a las hileras de atrás. "Yo estaba en la retaguardia de nuestra columna, pero de repente me encontré en la vanguardia", dijo Khursanoi Jorayeva, de 66 años.
En toda la columna, dijeron los supervivientes, se arrastraron o tropezaron buscando protección. La Vista de Chulpon empezó a teñirse de rojo. Varios hombres dijeron que empezaron a gritar ozodlik, la palabra uzbeka para libertad.
Gateando y corriendo, los supervivientes finalmente llegaron a un callejón, dijeron, doblaron hacia el este y echaron a correr.
Se volvieron a reunir, alejándose de la plaza. Estaban aterrados y muchos no volvieron a sus casas; más de 500 de ellos hicieron de noche los 24 kilómetros que hay hasta la frontera con Kirguistán. Allá, dijeron, fueron atacados y sufrieron 8 bajas antes de que un funcionario local les dijera que podían cruzar por el puente del río Karadariya y salir del país.
Encabezados por dos hombres con banderas blancas, la columna se puso en pie de nuevo, pasaron frente a un último, silencioso vehículo blindado y entraron a Kirguistán.
Elementos de la versión oficial de la insurrección siguen planteando problemas.
Karimov, por ejemplo, dijo que los guardias kirguiz habían encontrado 73 rifles entre los refugiados, sugiriendo que los rebeldes eran más numerosos y se habían ocultado entre los que escapaban. Pero cuatro de los guardias kirguiz que revisaron a los refugiados y Absadir Eredzhepov, subdirector del servicio fronterizo de Kirguistán, dijeron que todos llegaron desarmados.
"No encontramos ni un solo arma de fuego", dijo Eredzhepov. "Ni siquiera un cuchillo".
Karimov también dijo que lo lamentaba. Pero en Uzbekistán, donde su control es casi absoluto, había pocos signos de eso.
En un hospital regional a 40 kilómetros de Andijon, el médico jefe, Alkhan Doblotov, pudo haber ayudado a los heridos. Tenía cuatro cirujanos, tres ambulancias y amplios equipos médicos.
Pero Doblotov, miembro del partido, dijo que él no tenía interés. "No recibimos ninguna instrucción", dijo, ofreciendo té a los visitantes e indicando hacia la ventana. "Como ve, estamos plantando flores".

C. J. Chivers informó desde Karasu, Uzbekistan, y Karadariya para este reportaje. Ethan Wilensky-Lanford contribuyó desde Karadariya, y Yola Monakhov desde Andijon.

23 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

0 comentarios