auge para ricos de pakistán
[Somini Sengupta] Pakistán vive desde el 11 de septiembre de 2001 un auge, al menos para los ricos.
Karachi, Pakistán. Umar Sheikh, 31, educado en Nueva York y casado con una mujer de Nueva Jersey, soñaba con tener su propio restaurante. Londres era demasiado caro. Nueva York era muy arriesgado. Karachi parecía la ciudad más indicada.
De momento, su apuesta en esta inquieta ciudad portuaria mejor conocida por sus fanáticos religiosos que por sus ravioles, ha funcionado. Limoncello, el íntimo y elegante restaurante inspirado en la cocina italiana, con paredes color limón y un menú que no incluye el kebab y sirve rúcula y salmón noruego, es todo un éxito.
Y refleja un inesperado auge post-11 de septiembre: provocado por una combinación de medidas del gobierno, casualidad y corrientes globales fluctuantes ocasionadas por la campaña norteamericana contra el terrorismo, la economía de Pakistán está floreciendo. Al menos los ricos están viviendo extremadamente bien.
En los primeros dos meses, Limoncello ha redundado en beneficios que Sheikh no esperaba sino en meses. Desde ya, tres inversores han ofrecido participar en su siguiente aventura.
Un viernes noche reciente, estaban ocupadas casi todas las mesas. Una cena para cuatro -no incluye el vino, ya que el alcohol está prohibido en lugares públicos- costó 70 dólares, substancialmente más que el salario mensual de una criada en Karachi.
"Viene un montón de gerentes de empresas, un montón de nuevos ricos, gente del extranjero que no son necesariamente ricos pero sí saben sobre cocina", dijo Sheikh, hijo de inmigrantes paquistaníes en el Reino Unido. "La gente quiere productos de alta calidad".
La economía del país creció un 6.4 por ciento durante el último año fiscal, y el primer ministro Shaukat Aziz, un ex ejecutivo del Citibank, pronostica un crecimiento anual de 8 por ciento de aquí a dos años.
"Pakistán es hoy un país que ha pasado por una reforma muy intensa en los últimos cinco años", dijo Aziz en una entrevista en la capital, Islamabad. "Estamos viendo los resultados".
Hay muchos factores que explican el auge. Las transferencias de emigrantes paquistaníes que antes llegaban a casa a través de canales informales, están ahora aterrizando en los bancos, elevando las reservas de divisas extranjeras del país a 12.7 billones de dólares en un año, de 1 billón de dólares en 2001.
Como importante aliado de Estados Unidos, Pakistán ha sido capaz de rebajar la deuda externa. En los últimos cinco años, los ingresos de la exportación se han duplicado a más de 13 billones de dólares, en gran parte por los textiles, de acuerdo al Banco del Estado de Pakistán. "Hay confianza en la economía del país", dijo Ishrat Husain, presidente del banco.
Emigrantes ricos preocupados sobre sus futuros en Estados Unidos y Europa desde el 11 de septiembre de 2001, han apartado ahorros en casa o retornado. La bolsa de Karachi se ha disparado. El mercado de propiedades inmobiliarias ha explotado. Un terreno residencial que Sheikh compró hace dos años en la ciudad natal de su madre, Lahore, ha triplicado su valor.
"La gente se siente más optimista", dijo en una entrevista reciente Muhammad Yasin Lakhani, presidente de la Bolsa de Karachi. "La gente quiere colocar su dinero en una economía que crece cada día antes que en una economía desarrollada".
Lakhani tenía razón para estar optimista. Esa mañana la bolsa saltó a un récord de 295 puntos. Su mercado de capitales había llegado a 40 billones de dólares, de 5 billones en 1998. Gran parte de la subida de la bolsa, dicen analistas, es el resultado de las medidas del gobierno para privatizar capitales estatales.
La gran pregunta ahora es si ese impresionante crecimiento puede alcanzar a la mayoría de los paquistaníes. La pobreza creció constantemente a fines de los años noventa, de acuerdo al último estudio del gobierno, realizado hace cuatro años. En 2001, un 32 por ciento de los paquistaníes vivía por debajo de la línea de la pobreza. Ese sigue siendo el más ampliamente citado y fiable barómetro de la pobreza.
Un sondeo más limitado realizado en 2004, dijo el primer ministro Aziz, mostró un descenso de la pobreza, pero gente fuera del gobierno observó que el sondeo era más pequeño en escala y por tanto no era comparable con estudios previos. "El goteo hacia abajo no ha tomado lugar", dijo Lakhani.
En un enclave obrero apretujado contra uno de los más elegantes barrios de Karachi, unas chiquillas llenaban de agua enormes cubos en el grifo de un vecino y la cargaban hasta sus casas sobre sus hombros. Sólo algunas casas de aquí están conectadas al servicio de agua potable de la ciudad. Los que pueden, consiguen agua a través de sus vecinos; otros pagan a los camiones aguateros.
No es que la gente de aquí no esté consciente del auge económico de Pakistán. "¿Qué ha cambiado para nosotros?", dijo, lacónico, Ishtiaq Malik, 28. "Han subido los alquileres, la gasolina y la electricidad".
Como muchos de sus vecinos en esta apiñada barriada de laberínticos y fangosos callejones, Malik llegó desde un pueblo rural de Punjab para ganarse la vida en la ciudad. Hoy, como jardinero, gana unos 85 dólares al mes. Después de pagar las cuentas del alquiler, la comida y la electricidad, dice, no le queda demasiado para enviar a sus padres, campesinos sin tierra que viven en el pueblo.
Kaneez Gazar, una criada en sus 40 que llegó a Karachi para escapar de la agobiante pobreza de su propia aldea, sonrió cuando le pregunté sobre el desarrollo económico del país. "Ganamos dinero, comemos", es como lo dijo.
Entre sus propios ahorros y los de sus dos hijas, también criadas, la familia lleva a casa unos 100 dólares al mes. La mitad se destina al alquiler. Los precios del azúcar y la mantequilla han aumentado. Debe comprar agua a un aguatero particular. Con su afección cardíaca y la crónica tos de su hija, también hay que pagar cuentas médicas. Sobre su cabeza cuelga una deuda de 420 dólares, que pidió para la boda de su hija mayor.
Sin embargo, dice, la vida en Karachi ha significado algo de dignidad. "Al menos me estoy alimentando a mí misma", dijo. "Al menos tenemos ropa y zapatos".
Es la profundamente estratificada sociedad paquistaní la que hace que algunos analistas sean escépticos sobre cómo y cuánto de las sobras de arriba se filtrarán hacia abajo hacia los que, de entre los 150 millones de paquistaníes, apenas logran sobrevivir. Un estudio de diciembre pasado por el Centro de Política Social y Desarrollo, un instituto de investigación de Karachi, informó que por cada rupia de crecimiento económico, un 34 por ciento va al 10 por ciento más rico de la población, y sólo un 3 por ciento al 10 por ciento más pobre.
Son paquistaníes como el dueño del restaurante Limoncello, como Sheikh, los que han animado y explotado el auge económico de su país. Algo de este, piensa, ha sido causado por la incertidumbre de los paquistaníes en el extranjero sobre sus futuros en Estados Unidos y Europa. Otra parte, como en su caso, fue motivado por la oportunidad: el sentido común le dijo dónde se podía ganar dinero.
En los últimos años, su suegro volvió y compró propiedades en todo el país. Un amigo de Londres abrió un locutorio. Una mujer que gestiona una panadería en Londres abrió ahora una bollería, llamada Truffles, más abajo en la calle.
Recordando a los que emigraron al extranjero antes, Sheikh dijo: "Había todo tipo de gente, con todo tipo de ideas, que dejaban el país y se llevaban el dinero".
23 de marzo de 2005
©new york times
©traducción mQh
De momento, su apuesta en esta inquieta ciudad portuaria mejor conocida por sus fanáticos religiosos que por sus ravioles, ha funcionado. Limoncello, el íntimo y elegante restaurante inspirado en la cocina italiana, con paredes color limón y un menú que no incluye el kebab y sirve rúcula y salmón noruego, es todo un éxito.
Y refleja un inesperado auge post-11 de septiembre: provocado por una combinación de medidas del gobierno, casualidad y corrientes globales fluctuantes ocasionadas por la campaña norteamericana contra el terrorismo, la economía de Pakistán está floreciendo. Al menos los ricos están viviendo extremadamente bien.
En los primeros dos meses, Limoncello ha redundado en beneficios que Sheikh no esperaba sino en meses. Desde ya, tres inversores han ofrecido participar en su siguiente aventura.
Un viernes noche reciente, estaban ocupadas casi todas las mesas. Una cena para cuatro -no incluye el vino, ya que el alcohol está prohibido en lugares públicos- costó 70 dólares, substancialmente más que el salario mensual de una criada en Karachi.
"Viene un montón de gerentes de empresas, un montón de nuevos ricos, gente del extranjero que no son necesariamente ricos pero sí saben sobre cocina", dijo Sheikh, hijo de inmigrantes paquistaníes en el Reino Unido. "La gente quiere productos de alta calidad".
La economía del país creció un 6.4 por ciento durante el último año fiscal, y el primer ministro Shaukat Aziz, un ex ejecutivo del Citibank, pronostica un crecimiento anual de 8 por ciento de aquí a dos años.
"Pakistán es hoy un país que ha pasado por una reforma muy intensa en los últimos cinco años", dijo Aziz en una entrevista en la capital, Islamabad. "Estamos viendo los resultados".
Hay muchos factores que explican el auge. Las transferencias de emigrantes paquistaníes que antes llegaban a casa a través de canales informales, están ahora aterrizando en los bancos, elevando las reservas de divisas extranjeras del país a 12.7 billones de dólares en un año, de 1 billón de dólares en 2001.
Como importante aliado de Estados Unidos, Pakistán ha sido capaz de rebajar la deuda externa. En los últimos cinco años, los ingresos de la exportación se han duplicado a más de 13 billones de dólares, en gran parte por los textiles, de acuerdo al Banco del Estado de Pakistán. "Hay confianza en la economía del país", dijo Ishrat Husain, presidente del banco.
Emigrantes ricos preocupados sobre sus futuros en Estados Unidos y Europa desde el 11 de septiembre de 2001, han apartado ahorros en casa o retornado. La bolsa de Karachi se ha disparado. El mercado de propiedades inmobiliarias ha explotado. Un terreno residencial que Sheikh compró hace dos años en la ciudad natal de su madre, Lahore, ha triplicado su valor.
"La gente se siente más optimista", dijo en una entrevista reciente Muhammad Yasin Lakhani, presidente de la Bolsa de Karachi. "La gente quiere colocar su dinero en una economía que crece cada día antes que en una economía desarrollada".
Lakhani tenía razón para estar optimista. Esa mañana la bolsa saltó a un récord de 295 puntos. Su mercado de capitales había llegado a 40 billones de dólares, de 5 billones en 1998. Gran parte de la subida de la bolsa, dicen analistas, es el resultado de las medidas del gobierno para privatizar capitales estatales.
La gran pregunta ahora es si ese impresionante crecimiento puede alcanzar a la mayoría de los paquistaníes. La pobreza creció constantemente a fines de los años noventa, de acuerdo al último estudio del gobierno, realizado hace cuatro años. En 2001, un 32 por ciento de los paquistaníes vivía por debajo de la línea de la pobreza. Ese sigue siendo el más ampliamente citado y fiable barómetro de la pobreza.
Un sondeo más limitado realizado en 2004, dijo el primer ministro Aziz, mostró un descenso de la pobreza, pero gente fuera del gobierno observó que el sondeo era más pequeño en escala y por tanto no era comparable con estudios previos. "El goteo hacia abajo no ha tomado lugar", dijo Lakhani.
En un enclave obrero apretujado contra uno de los más elegantes barrios de Karachi, unas chiquillas llenaban de agua enormes cubos en el grifo de un vecino y la cargaban hasta sus casas sobre sus hombros. Sólo algunas casas de aquí están conectadas al servicio de agua potable de la ciudad. Los que pueden, consiguen agua a través de sus vecinos; otros pagan a los camiones aguateros.
No es que la gente de aquí no esté consciente del auge económico de Pakistán. "¿Qué ha cambiado para nosotros?", dijo, lacónico, Ishtiaq Malik, 28. "Han subido los alquileres, la gasolina y la electricidad".
Como muchos de sus vecinos en esta apiñada barriada de laberínticos y fangosos callejones, Malik llegó desde un pueblo rural de Punjab para ganarse la vida en la ciudad. Hoy, como jardinero, gana unos 85 dólares al mes. Después de pagar las cuentas del alquiler, la comida y la electricidad, dice, no le queda demasiado para enviar a sus padres, campesinos sin tierra que viven en el pueblo.
Kaneez Gazar, una criada en sus 40 que llegó a Karachi para escapar de la agobiante pobreza de su propia aldea, sonrió cuando le pregunté sobre el desarrollo económico del país. "Ganamos dinero, comemos", es como lo dijo.
Entre sus propios ahorros y los de sus dos hijas, también criadas, la familia lleva a casa unos 100 dólares al mes. La mitad se destina al alquiler. Los precios del azúcar y la mantequilla han aumentado. Debe comprar agua a un aguatero particular. Con su afección cardíaca y la crónica tos de su hija, también hay que pagar cuentas médicas. Sobre su cabeza cuelga una deuda de 420 dólares, que pidió para la boda de su hija mayor.
Sin embargo, dice, la vida en Karachi ha significado algo de dignidad. "Al menos me estoy alimentando a mí misma", dijo. "Al menos tenemos ropa y zapatos".
Es la profundamente estratificada sociedad paquistaní la que hace que algunos analistas sean escépticos sobre cómo y cuánto de las sobras de arriba se filtrarán hacia abajo hacia los que, de entre los 150 millones de paquistaníes, apenas logran sobrevivir. Un estudio de diciembre pasado por el Centro de Política Social y Desarrollo, un instituto de investigación de Karachi, informó que por cada rupia de crecimiento económico, un 34 por ciento va al 10 por ciento más rico de la población, y sólo un 3 por ciento al 10 por ciento más pobre.
Son paquistaníes como el dueño del restaurante Limoncello, como Sheikh, los que han animado y explotado el auge económico de su país. Algo de este, piensa, ha sido causado por la incertidumbre de los paquistaníes en el extranjero sobre sus futuros en Estados Unidos y Europa. Otra parte, como en su caso, fue motivado por la oportunidad: el sentido común le dijo dónde se podía ganar dinero.
En los últimos años, su suegro volvió y compró propiedades en todo el país. Un amigo de Londres abrió un locutorio. Una mujer que gestiona una panadería en Londres abrió ahora una bollería, llamada Truffles, más abajo en la calle.
Recordando a los que emigraron al extranjero antes, Sheikh dijo: "Había todo tipo de gente, con todo tipo de ideas, que dejaban el país y se llevaban el dinero".
23 de marzo de 2005
©new york times
©traducción mQh
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