doctor hughes y míster natural
[Randy Kennedy] El creador de Mr. Natural visita el mundo del arte.
El dibujante R. Crumb no ha sabido nunca qué hacer con los elogios que reciben sus trabajos de cómics en el mundo del arte. Una vez dibujó un lastimoso retrato de sí mismo, con los dientes salientes, una boina y la mirada extraviada, exclamando en un balón de palabras semicultas: "No soy Broigul... Está claro". Y su visión de la mayoría de las bellas artes es igualmente desdeñoso: los llama "comedores de tartas", haciendo girar sus ojos detrás de sus características gafas de culo de botella de Coca-Cola.
Pero en una rara aparición en público el jueves noche en la Biblioteca Pública de Nueva York, Crumb subió al escenario con más de uno de los más famosos comedores de tartas del mundo del arte, el crítico Robert Hughes, que ha comparado a Crumb no solamente con Bruegel sino también con Goya, uno de los artistas favoritos de Hughes y el tema de su último libro. En 1994 Hughes apareció como una cabeza parlante, una especie de voz solitaria en el mundo del arte convencional, en el exitoso documental de Terry Zwigoff, Crumb', pero hasta el jueves por la noche los dos hombres no se habían encontrado nunca. Introducidos como "dos chicos muy viciosos" ante una sala atiborrada, formaban una extraña pareja.
Hughes, 66, barrigón y vociferante, dominó el podio y de una manera en general obstinada trató de sondear las profundidades de las inquietantes y divertidas viñetas que han hecho la crónica honesta y deprimente de la propia vida de Crumb. Crumb, 61, todavía flaco y larguirucho como lo muestran sus dibujos, a menudo repantigado en su silla, se ríe graciosamente de sí mismo, de Hughes y de todas las pretensiones de una debate sobre arte, y de vez en vez jugó con su corbata, haciendo que el micrófono emitiera un fuerte ruido sordo que lo hacía sobresaltar cómicamente de su silla.
Pero por diferentes que fueran, descubrieron que tenían un montón de cosas en común en su desdén de gran parte del arte contemporáneo. De hecho, a pesar de su reputación subversiva como figura de la contracultura, Crumb es todavía más conservador en sus opiniones sobre arte que Hughes, al que en general le gustan sus "tartas" bien añejas.
"Pensaba que nadie odiaba más que yo a Warhol y lo que representaba", dijo Hughes en un momento, "pero, vaya, vaya, tú lo haces".
El debate fue la única aparición pública de Crumb en Estados Unidos para promover su nuevo libro, The R. Crumb Handbook', una memoria en colaboración con su amigo Peter Poplaski, publicada este mes. Mientras Crumb, que ahora vive en el sur de Francia, a menudo ha rechazado la cultura popular (se hizo famoso rechazando una invitación para ser el anfitrión del Saturday Night Alive' y negándose a diseñar la carátula de un álbum de los Rolling Stones, diciendo que odiaba a la banda), se ha aventurado mucho más en encuentros públicos, en parte a instancias de su esposa, la dibujante Aline Kominsky-Crumb.
Crumb, que ha dicho que detesta el mundo de la moda, ayudó recientemente a la diseñadora Stella McCartney a producir una edición limitada de camisetas con imágenes de sus cómics en la parte anterior que se venden a más de 150 dólares. Ha aparecido en elegantes fiestas de promoción de las camisetas en Londres y Nueva York. Ahora tiene un sitio en la web, www.crumbproducts.com, donde los aficionados pueden comprar una lámpara de mesa Mr. Natural por 825 dólares. Y para promover su nuevo libro, su editor, MQ Publications de Londres, está realizando un torneo de look-alikes de R. Crumb en Estados Unidos. (El ganador tendrá una "cita" con Kominsky-Crumb).
Durante el debate con Hughes -que no se privó de clásicas referencias de Crumb a la felación, monjas decapitadas, penes casi cortados y vómitos de LSD-, Crumb a menudo pareció tener ideas encontradas sobre su fama y una creciente aceptación del mundo de las galerías de arte, que lo ignoraron durante tanto tiempo. Dijo que como un joven descontento, si no hubiese tenido la oportunidad de dibujar, probablemente habría terminado dibujando sus escabrosos personajes femeninos de grandes culos "en alguna pared de una celda de cárcel o de algún manicomio en algún lugar, o estaría muerto".
"Ahora estoy mejor", dijo, agregando que "ser famoso, ayuda". Pero agregó de inmediato que podía ser "un infierno en la tierra" y en un diálogo con la audiencia -en la que se encontraban sus colegas dibujantes Art Spiegelman y Bill Griffith-, se burló de sus necesidades contradictorias.
"Quiero que me quiera todo el mundo", dijo, mitad en broma, mitad explicando que se había sentido consternado de que los estereotipos raciales y la violencia contra las mujeres que retrataba en su trabajo estuvieran hiriendo a mucha gente. "Por favor, queredme", agregó Crumb.
Una mujer en la audiencia gritó entonces: "¡Te queremos!", y Crumb levantó sus manos, avergonzado, para detener el aplaudo.
"Bien, me queréis", dijo, riendo. "Me queréis tanto que me estáis matando. Me estáis ahogando. Dejadme en paz".
Después del debate, Crumb salió rápidamente de la biblioteca, evitando a los atestados grupos de fans, y más tarde se unió a Hughes para cenar. Les tomó un tiempo para animarse mutuamente, pero al final terminaron enfrascados en una animada discusión sobre el arquitecto de Hitler, Albert Speer, al que Hughes entrevistó a fines de los años setenta.
Hughes contó una conversación en la que Speer dijo que la arquitectura era ciertamente un modo de unir a un pueblo, pero que si los nazis hubieran tenido televisión, nadie los habría podido parar.
Crumb, terminando su plato de pollo asado, sonrió: "Así es", dijo. "Es verdad".
16 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh
Pero en una rara aparición en público el jueves noche en la Biblioteca Pública de Nueva York, Crumb subió al escenario con más de uno de los más famosos comedores de tartas del mundo del arte, el crítico Robert Hughes, que ha comparado a Crumb no solamente con Bruegel sino también con Goya, uno de los artistas favoritos de Hughes y el tema de su último libro. En 1994 Hughes apareció como una cabeza parlante, una especie de voz solitaria en el mundo del arte convencional, en el exitoso documental de Terry Zwigoff, Crumb', pero hasta el jueves por la noche los dos hombres no se habían encontrado nunca. Introducidos como "dos chicos muy viciosos" ante una sala atiborrada, formaban una extraña pareja.
Hughes, 66, barrigón y vociferante, dominó el podio y de una manera en general obstinada trató de sondear las profundidades de las inquietantes y divertidas viñetas que han hecho la crónica honesta y deprimente de la propia vida de Crumb. Crumb, 61, todavía flaco y larguirucho como lo muestran sus dibujos, a menudo repantigado en su silla, se ríe graciosamente de sí mismo, de Hughes y de todas las pretensiones de una debate sobre arte, y de vez en vez jugó con su corbata, haciendo que el micrófono emitiera un fuerte ruido sordo que lo hacía sobresaltar cómicamente de su silla.
Pero por diferentes que fueran, descubrieron que tenían un montón de cosas en común en su desdén de gran parte del arte contemporáneo. De hecho, a pesar de su reputación subversiva como figura de la contracultura, Crumb es todavía más conservador en sus opiniones sobre arte que Hughes, al que en general le gustan sus "tartas" bien añejas.
"Pensaba que nadie odiaba más que yo a Warhol y lo que representaba", dijo Hughes en un momento, "pero, vaya, vaya, tú lo haces".
El debate fue la única aparición pública de Crumb en Estados Unidos para promover su nuevo libro, The R. Crumb Handbook', una memoria en colaboración con su amigo Peter Poplaski, publicada este mes. Mientras Crumb, que ahora vive en el sur de Francia, a menudo ha rechazado la cultura popular (se hizo famoso rechazando una invitación para ser el anfitrión del Saturday Night Alive' y negándose a diseñar la carátula de un álbum de los Rolling Stones, diciendo que odiaba a la banda), se ha aventurado mucho más en encuentros públicos, en parte a instancias de su esposa, la dibujante Aline Kominsky-Crumb.
Crumb, que ha dicho que detesta el mundo de la moda, ayudó recientemente a la diseñadora Stella McCartney a producir una edición limitada de camisetas con imágenes de sus cómics en la parte anterior que se venden a más de 150 dólares. Ha aparecido en elegantes fiestas de promoción de las camisetas en Londres y Nueva York. Ahora tiene un sitio en la web, www.crumbproducts.com, donde los aficionados pueden comprar una lámpara de mesa Mr. Natural por 825 dólares. Y para promover su nuevo libro, su editor, MQ Publications de Londres, está realizando un torneo de look-alikes de R. Crumb en Estados Unidos. (El ganador tendrá una "cita" con Kominsky-Crumb).
Durante el debate con Hughes -que no se privó de clásicas referencias de Crumb a la felación, monjas decapitadas, penes casi cortados y vómitos de LSD-, Crumb a menudo pareció tener ideas encontradas sobre su fama y una creciente aceptación del mundo de las galerías de arte, que lo ignoraron durante tanto tiempo. Dijo que como un joven descontento, si no hubiese tenido la oportunidad de dibujar, probablemente habría terminado dibujando sus escabrosos personajes femeninos de grandes culos "en alguna pared de una celda de cárcel o de algún manicomio en algún lugar, o estaría muerto".
"Ahora estoy mejor", dijo, agregando que "ser famoso, ayuda". Pero agregó de inmediato que podía ser "un infierno en la tierra" y en un diálogo con la audiencia -en la que se encontraban sus colegas dibujantes Art Spiegelman y Bill Griffith-, se burló de sus necesidades contradictorias.
"Quiero que me quiera todo el mundo", dijo, mitad en broma, mitad explicando que se había sentido consternado de que los estereotipos raciales y la violencia contra las mujeres que retrataba en su trabajo estuvieran hiriendo a mucha gente. "Por favor, queredme", agregó Crumb.
Una mujer en la audiencia gritó entonces: "¡Te queremos!", y Crumb levantó sus manos, avergonzado, para detener el aplaudo.
"Bien, me queréis", dijo, riendo. "Me queréis tanto que me estáis matando. Me estáis ahogando. Dejadme en paz".
Después del debate, Crumb salió rápidamente de la biblioteca, evitando a los atestados grupos de fans, y más tarde se unió a Hughes para cenar. Les tomó un tiempo para animarse mutuamente, pero al final terminaron enfrascados en una animada discusión sobre el arquitecto de Hitler, Albert Speer, al que Hughes entrevistó a fines de los años setenta.
Hughes contó una conversación en la que Speer dijo que la arquitectura era ciertamente un modo de unir a un pueblo, pero que si los nazis hubieran tenido televisión, nadie los habría podido parar.
Crumb, terminando su plato de pollo asado, sonrió: "Así es", dijo. "Es verdad".
16 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh
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