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el nuevo papa


No es probable que Benedicto XVI se desvíe de la doctrina de Juan Pablo.
"Una fe adulta no sigue los dictados de la moda ni de la última novedad". Con esas palabras concluyó el cardenal José Ratzinger, ahora el Papa Benedicto XVI, el último sermón que dio antes de que los cardenales de la iglesia católica celebraran su cónclave en Roma. No nos corresponde comentar sobre asuntos doctrinarios de la iglesia ni en realidad sobre las deliberaciones internas de una institución religiosa. Pero como lo demostró la reacción internacional ante la muerte del Papa Juan Pablo II -y como la internacional multitud que ayer ondeaba banderas en la Plaza de San Pedro lo demostró una vez más-, el jefe de la iglesia católica tiene una extraordinaria influencia política y moral en el mundo. Hay áreas en las que el nuevo Papa podría tener un enorme impacto, tanto sobre católicos como no-católicos, aquí y en otros lugares, para mejor o peor.
El Papa Juan Pablo II se hizo famoso por acercarse a otras religiones, y hay motivos para esperar que su sucesor continúe esa tradición. El Papa Benedicto XVI podría hacer un gran bien expresando una clara y abierta oposición a la intolerancia y al prejuicio religioso en un mundo donde hay demasiado de ambos. También esperamos que este Papa, como su predecesor, haga frente a las dictaduras del mundo y en defensa de los derechos de los católicos y otros en la libre práctica de sus credos. Debido a la presencia de su iglesia en casi todos los países del mundo, el Papa goza de una posición inusualmente privilegiada para hablar sobre los abusos de derechos humanos, el respeto por la dignidad humana y el imperio de la ley.
Hay quizás menos razones para esperar que el Papa Benedicto XVI reconsidere políticas que creemos que tienen efectos nocivos, pero es justo señalar que no son sólo los católicos los que las sufren. Ciertamente esperamos que la admirable profesión del Papa Benedicto XVI sobre la "fe adulta" no signifique que la iglesia deba continuar impidiendo la distribución de condones en África y otros países en desarrollo, donde un mayor uso podría inhibir la propagación del sida y prevenir miles de muertes prematuras. También esperamos que el nuevo Papa tenga el coraje de intervenir rápida y decisivamente para implantar una política de tolerancia cero cuando se trate de sacerdotes que abusan de niños. Y esperamos que sopese los posibles beneficios de nuevas tecnologías médicas, y no desecharlas de antemano. Es un púlpito extraordinario el que le han dado al cardenal Ratzinger. Si lo usa bien, será de beneficio para todo el mundo.

20 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh

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