cubano en medellín
[David E. Santos Gómez] Su historia es un recorrido de trabajo y amor por la capital paisa. Dice que le encanta su trabajo, la gente y la forma de la ciudad. Orlando Acuña es un cubano, taxista en Medellín desde hace 5 años.
Medellín, Colombia. El lunes pasado a las cuatro de la mañana nació Mariana Acuña en el pabellón de maternidad de la clínica Bolivariana y Orlando, su padre, dijo recibir honoríficamente el título de paisa.
Desde hace cinco años este taxista cubano recorre las calles de Medellín y se sentía uno más de sus habitantes, quizá por haber llevado miles de ellos en los asientos de su Renault 9. Quizá por hablarles, por conocerles su idiosincrasia y porque de vez en cuando al conversar se le sale un 'si o qué' típico de los jóvenes en esta región.
Pero sólo hasta al momento en el que oyó el llanto de su hija, resultado de un matrimonio con una paisa, se sintió con el suficiente derecho de reclamarle a la tierra su gentilicio.
Orlando Acuña Naranjo tiene 37 años y nació en La Habana.
Hoy maneja un R-9 de placas TIU-538 y es el móvil 28 de una de las flotas de carros amarillos de la ciudad.
Una Carrera
Dos días después de ser padre por segunda vez, pues tiene una hija de 13 años en Cuba, ya está montado en su trabajo de ruedas y tiene un recorrido de Envigado hasta San Diego.
Va en segunda marcha y hace un giro en U bajo el puente de Peldar. Dice que le gusta Envigado, que quiere vivir aquí. Estudió y se graduó como Ingeniero Electrónico en Cuba. Se interesó por primera vez en Medellín en agosto de 2000 cuando era el encargado de la seguridad de un hotel en La Habana.
Ya metió tercera marcha, se pasa al carril de la izquierda de la avenida Las Vegas y acelera. Comenta que los edificios nuevos tienen una arquitectura moderna, no común en Cuba
En ese 2000, en uno de los cuartos de su hospedaje, se registró María Griselda Aristizábal, una colombiana de Granada, Antioquia.
Se casó con ella y se vino para Medellín el mismo año. Sin conocer la ciudad consiguió un trabajo en una cafetería. "Conocí lo que era el fiado compadre, y aprendí que es mejor que le paguen a uno cuando compran, porque hay más de un vivo". Borrón y cuenta nueva. Compró un taxi y pasaron dos años.
En el 2002 María Griselda fue un fin de semana a Granada. La guerrilla se tomó una de las carreteras. Ella trató de escapar en un carro funerario. Los insurgentes se dieron cuenta. El carro fue abaleado y ella murió. Entonces Orlando, que no tenía a nadie aquí, decidió quedarse en la tierra que se le llevó el amor.
Ahora mete cuarta, neutro, mete segunda, después primera, y para en un semáforo al frente de la Clínica Las Vegas.
"Me quedé con Dios y dependía de sus fuerzas. No quería llevarme esa imagen de Colombia", dice. Entonces se dedicó a manejar, a ser conductor.
Le entregó su vida a Dios como integrante de una iglesia cristiana y se propuso ser el mejor taxista. Dice que el conseguir una moto cuando era tendero, le sirvió para conocer cada recodo de Medellín y una vez tuvo el carro a cada pasajero le preguntaba ¿Por dónde quiere que lo lleve? y así conocía las rutas.
En Las Vegas, mientras espera el verde del semáforo, la mirada se la va en una de las palmeras y dice, riendo, que le encanta esta calle, que es una de sus preferidas, que le recuerda la Quinta Avenida de Cuba por donde pasa seguido Fidel en sus recorridos presidenciales.
En Laureles y El Poblado se perdía. "Es complicado. Las calles se saltan de 73 a 79 sin saber por qué y peor aún son las circulares", comenta y se ríe. Orlando se ríe mucho. Meses después en esas calles se las aprendió de memoria.
En las lomas de la zona nororiental encontró el ingenio de la arquitectura de la necesidad y le costó trabajo entender la lógica que lleva a un colombiano a escoger un lugar para construir una vivienda. "Te hacen un edificio en una piedra compadre, en un barrial o en una montaña. Te hacen una calle en una pared", comenta.
El semáforo pasa a verde y arranca. Llega a la glorieta cerca de Monterrey.
El DIM y La Habana
Y sin olvidar su amor por María Griselda entendió que la vida seguía y no en otro lado que en la casa en la que vivió con ella en Campo Valdés, en una ciudad que se le metió por la piel.
Se apasionó por el fútbol. Se volvió hincha del DIM y en tres años disfrutó de dos títulos y una Libertadores. "Les traje la suerte a los rojos, hermano" dice, y ríe otra vez.
Ya transportó al panameño Baloy y a Jamel Ramos y a decenas de abogados, ingenieros y médicos, de los que aprende cantidades por esa manera de preguntar en ráfagas que parece un tic nervioso.
"A mí me encanta mi trabajo. Recorrerme esta ciudad tan hermosa, tan limpia. Me encanta la gente. Me gusta la seguridad que tiene de dos años para acá. Me hace falta el mar de La Habana pero tengo el Parque de las Aguas", anota.
Frena en otros dos semáforos de la avenida Industriales. Compra chicles a un señor que ya conoce y vuelve a dar marcha. La carrera va por cuatro mil pesos.
Hoy, 24 de abril, ya cumple un año de casado con Luz Ángela, otra paisa, la madre de Mariana, a quien conoció en el centro cristiano del que hace parte y es líder.
En la balanza de sus afectos, los malecones de La Habana aún tienen más espacio que los parques de Medellín, pero está seguro que en esta ciudad muere porque en sus montañas, dice, metió el dedo Dios.
Le encanta El Hueco. Llevó a su mamá el pasado diciembre cuando el día de navidad ella desembarcó en Colombia por primera vez. "Tantas cosas para vender en un mismo lugar y tan baratas", le dijo su madre.
Le gustan los fríjoles. "Aunque también es bueno comer de vez en cuando 'ropa vieja', esa comida cubana que es carne desmechada con arroz".
En su taxi no hay banderas de Cuba. Al frente del puesto de copiloto hay dos letreros. Uno habla de la bondad de Cristo y el otro del sacrificio de Jesús. La carrera se acaba. De tercera pasa a neutro y frena.
Quiere que Luz Ángela, su nueva esposa, conozca a Cuba.
Colombia le quitó a María Griselda pero le dio a Mariana. "Me abrió sus puertas y me dio un nuevo amor. Me dio a Dios", dice.
"Me quedo en Medellín porque soy paisa y tengo que luchar por estas tierras. Si los colombianos aguantaron momentos duros porque yo no. Nadie que no fue valiente triunfó en la vida. Por estas calles vale la pena luchar", finaliza.
24 de abril de 2005
©el colombiano
Desde hace cinco años este taxista cubano recorre las calles de Medellín y se sentía uno más de sus habitantes, quizá por haber llevado miles de ellos en los asientos de su Renault 9. Quizá por hablarles, por conocerles su idiosincrasia y porque de vez en cuando al conversar se le sale un 'si o qué' típico de los jóvenes en esta región.
Pero sólo hasta al momento en el que oyó el llanto de su hija, resultado de un matrimonio con una paisa, se sintió con el suficiente derecho de reclamarle a la tierra su gentilicio.
Orlando Acuña Naranjo tiene 37 años y nació en La Habana.
Hoy maneja un R-9 de placas TIU-538 y es el móvil 28 de una de las flotas de carros amarillos de la ciudad.
Una Carrera
Dos días después de ser padre por segunda vez, pues tiene una hija de 13 años en Cuba, ya está montado en su trabajo de ruedas y tiene un recorrido de Envigado hasta San Diego.
Va en segunda marcha y hace un giro en U bajo el puente de Peldar. Dice que le gusta Envigado, que quiere vivir aquí. Estudió y se graduó como Ingeniero Electrónico en Cuba. Se interesó por primera vez en Medellín en agosto de 2000 cuando era el encargado de la seguridad de un hotel en La Habana.
Ya metió tercera marcha, se pasa al carril de la izquierda de la avenida Las Vegas y acelera. Comenta que los edificios nuevos tienen una arquitectura moderna, no común en Cuba
En ese 2000, en uno de los cuartos de su hospedaje, se registró María Griselda Aristizábal, una colombiana de Granada, Antioquia.
Se casó con ella y se vino para Medellín el mismo año. Sin conocer la ciudad consiguió un trabajo en una cafetería. "Conocí lo que era el fiado compadre, y aprendí que es mejor que le paguen a uno cuando compran, porque hay más de un vivo". Borrón y cuenta nueva. Compró un taxi y pasaron dos años.
En el 2002 María Griselda fue un fin de semana a Granada. La guerrilla se tomó una de las carreteras. Ella trató de escapar en un carro funerario. Los insurgentes se dieron cuenta. El carro fue abaleado y ella murió. Entonces Orlando, que no tenía a nadie aquí, decidió quedarse en la tierra que se le llevó el amor.
Ahora mete cuarta, neutro, mete segunda, después primera, y para en un semáforo al frente de la Clínica Las Vegas.
"Me quedé con Dios y dependía de sus fuerzas. No quería llevarme esa imagen de Colombia", dice. Entonces se dedicó a manejar, a ser conductor.
Le entregó su vida a Dios como integrante de una iglesia cristiana y se propuso ser el mejor taxista. Dice que el conseguir una moto cuando era tendero, le sirvió para conocer cada recodo de Medellín y una vez tuvo el carro a cada pasajero le preguntaba ¿Por dónde quiere que lo lleve? y así conocía las rutas.
En Las Vegas, mientras espera el verde del semáforo, la mirada se la va en una de las palmeras y dice, riendo, que le encanta esta calle, que es una de sus preferidas, que le recuerda la Quinta Avenida de Cuba por donde pasa seguido Fidel en sus recorridos presidenciales.
En Laureles y El Poblado se perdía. "Es complicado. Las calles se saltan de 73 a 79 sin saber por qué y peor aún son las circulares", comenta y se ríe. Orlando se ríe mucho. Meses después en esas calles se las aprendió de memoria.
En las lomas de la zona nororiental encontró el ingenio de la arquitectura de la necesidad y le costó trabajo entender la lógica que lleva a un colombiano a escoger un lugar para construir una vivienda. "Te hacen un edificio en una piedra compadre, en un barrial o en una montaña. Te hacen una calle en una pared", comenta.
El semáforo pasa a verde y arranca. Llega a la glorieta cerca de Monterrey.
El DIM y La Habana
Y sin olvidar su amor por María Griselda entendió que la vida seguía y no en otro lado que en la casa en la que vivió con ella en Campo Valdés, en una ciudad que se le metió por la piel.
Se apasionó por el fútbol. Se volvió hincha del DIM y en tres años disfrutó de dos títulos y una Libertadores. "Les traje la suerte a los rojos, hermano" dice, y ríe otra vez.
Ya transportó al panameño Baloy y a Jamel Ramos y a decenas de abogados, ingenieros y médicos, de los que aprende cantidades por esa manera de preguntar en ráfagas que parece un tic nervioso.
"A mí me encanta mi trabajo. Recorrerme esta ciudad tan hermosa, tan limpia. Me encanta la gente. Me gusta la seguridad que tiene de dos años para acá. Me hace falta el mar de La Habana pero tengo el Parque de las Aguas", anota.
Frena en otros dos semáforos de la avenida Industriales. Compra chicles a un señor que ya conoce y vuelve a dar marcha. La carrera va por cuatro mil pesos.
Hoy, 24 de abril, ya cumple un año de casado con Luz Ángela, otra paisa, la madre de Mariana, a quien conoció en el centro cristiano del que hace parte y es líder.
En la balanza de sus afectos, los malecones de La Habana aún tienen más espacio que los parques de Medellín, pero está seguro que en esta ciudad muere porque en sus montañas, dice, metió el dedo Dios.
Le encanta El Hueco. Llevó a su mamá el pasado diciembre cuando el día de navidad ella desembarcó en Colombia por primera vez. "Tantas cosas para vender en un mismo lugar y tan baratas", le dijo su madre.
Le gustan los fríjoles. "Aunque también es bueno comer de vez en cuando 'ropa vieja', esa comida cubana que es carne desmechada con arroz".
En su taxi no hay banderas de Cuba. Al frente del puesto de copiloto hay dos letreros. Uno habla de la bondad de Cristo y el otro del sacrificio de Jesús. La carrera se acaba. De tercera pasa a neutro y frena.
Quiere que Luz Ángela, su nueva esposa, conozca a Cuba.
Colombia le quitó a María Griselda pero le dio a Mariana. "Me abrió sus puertas y me dio un nuevo amor. Me dio a Dios", dice.
"Me quedo en Medellín porque soy paisa y tengo que luchar por estas tierras. Si los colombianos aguantaron momentos duros porque yo no. Nadie que no fue valiente triunfó en la vida. Por estas calles vale la pena luchar", finaliza.
24 de abril de 2005
©el colombiano
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