Blogia
mQh

católicos en china


[Ching-Ching Ni] Buscan conexión con el Vaticano. Pekín regula a las iglesias locales, impidiendo que la inspiración papal llegue a los feligreses.
Pekín, China. Son las seis de la mañana. En las calles normalmente congestionadas, el tráfico sigue goteando. Pero los feligreses ya están sentados en las bancas de la iglesia católica más antigua de la capital china.
Para los feligreses -en su mayoría ancianos- es un rito diario. Pero hoy han estado más ansiosos que de costumbre por llegar a tiempo a la iglesia. Quieren saber sobre el nuevo Papa. Como muchos en las iglesias autorizadas en China por el Partido Comunista, no saben casi nada sobre Benedicto XVI, el católico más importante del mundo.
"No recuerdo su nombre. El Padre sólo lo mencionó una vez, y me lo perdí", dijo Meng Xianwu, 83, un dependiente de grandes almacenes jubilado con una desteñida chaqueta azul estilo Mao, cuando salía de la iglesia el jueves.
"Deberían habernos contado algo más sobre él, por lo menos escribir su nombre en una pizarra para que pudiéramos leerlo", dijo su esposa, Xiao Mingying, 74.
No es una sorpresa que la información en China sobre el nuevo líder católico sea escasa. El Partido Comunista rompió relaciones diplomáticas con la Santa Sede y expulsó a todos los clérigos extranjeros cuando se hizo con el poder hace cinco décadas. El último Papa Juan Pablo II, que predicó el evangelio en Europa del Este y se ganó la reputación de ser el Papa que ayudó a derrocar el comunismo, era particularmente despreciado en Pekín, que nunca le permitió poner pie en China.
Las relaciones son muy tensas debido a que el Vaticano es el único estado en Europa que todavía reconoce a Taiwán. China considera a la isla como parte de su territorio.
Para subrayar el conflicto, prácticamente ningún órgano de prensa controlado por el gobierno cubrió la elección del nuevo pontífice. El China Daily, el diario del gobierno en lengua inglesa destinado fundamentalmente al consumo externo, publicó una nota breve, de dos frases, sin foto y debajo de un artículo sobre la importancia del control de las inversiones en la industria metalúrgica.
Así es la vida para los católicos de China. Antes de que fueran iniciadas las reformas capitalistas hace más de dos décadas, incluso ir a la iglesia era impensable.
"Durante la Revolución Cultural tuvimos que quemar nuestras biblias y enterrar nuestras cruces", dijo Li Chunxiu, 70, refiriéndose a la campaña de Mao Tse-Tung entre 1966 y 1976 para fortalecer la ideología socialista.
Como muchos de sus amigos feligreses, ha aprendido a vivir con el Papa como un concepto más o menos abstracto. Su gran esperanza es que eso cambie.
"Juan Pablo II dijo que quería normalizar relaciones con China. Yo ruego que el nuevo Papa lo pueda hacer realidad", dijo Li. "Es muy importante para nosotros. Queremos respetar la autoridad del nuevo Papa".
Nantang, o la Catedral del Sur, es una iglesia de piedras gris construida por misioneros italianos en el siglo 16. Se ubica justo al sudoeste de la imponente Plaza de Tiananmen y fue reconstruida la última vez hace unos cien años.
El interior de la enorme y abovedada capilla causa la sensación de una iglesia católica dentro de un templo budista. Largas pancartas rojas verticales con caracteres chinos cuadrados cuelgan desde los altos pilares que contrastan fuertemente con los familiares vitrales que narran la vida y enseñanzas de Cristo.
Las banderas parecen escrituras budistas o esloganes revolucionarios. Pero alaban al Señor y a la Virgen María. Feligreses arrodillados llenan la capilla con extensas oraciones salmodiadas en chino con un ritmo similar a los cánticos budistas.
Cuando Nantang volvió a abrir sus puertas en 1979, era el único lugar en Pekín donde podían orar los católicos. La asistencia, se dice, era menos de cien personas por servicio.
Desde entonces la religión ha vivido un renacimiento. La gente joven en particular se ha volcado hacia la espiritualidad para llenar el vacío dejado por el decline de la ideología maoísta. Ahora hasta 2.000 feligreses atestan las bancas durante la misa del domingo. Muchos otros se reúnen en el puñado que conforman otras iglesias católicas de la ciudad.
"Cada año hay nuevos miembros. Casi el 90 por ciento son gente joven. Algunos se han convertido hace unos días. Los bautizamos en casa", dijo el Padre Zhao Jianmin, 42, un católico de sexta generación. Su padre era un herrero que escondía en casa un Cristo de bronce cuando se consideraba que creer en Dios era contrarrevolucionario.
Cifras oficiales estiman la población católica del país en 5 millones. El Centro de Estudios del Espíritu Santo en Hong Kong dice que la cifra real está cercana a los 12 millones. Hasta que no se diriman las diferencias entre el Vaticano y Pekín, los católicos chinos no serán nunca parte de la comunidad católica global.
Las iglesias oficiales como Nantang caen bajo la dirección del Partido Comunista a través de una organización llamada Asociación Católica Patriótica de China. Es el gobierno chino, no el Vaticano, el que aprueba los nombramientos de obispos. Para Pekín dejar que los elija la Santa Sede sería permitirle entrometerse en asuntos internos chinos.
Como resultado, ha florecido una enorme iglesia clandestina basada en casas privadas, especialmente en el campo. Autoridades no oficiales de la iglesia son a menudo detenidos y acosados por no renunciar a su lealtad a Roma.
Pocos creen que Pekín que se acerque al Vaticano pronto. Pero los católicos chinos están acostumbrados.
"Políticamente no tenemos contactos con el Vaticano, pero como miembros de la iglesia reconocemos al Papa como el jefe de la casa", dijo Sor Catherine Dai Jing, 34, una monja que es católica de tercera generación. "Es nuestro padre, nuestro jefe espiritual".
La abuela de Dai fue educada por misioneros franceses después de que la encontraran abandonada en la provincia de Yunan, al sur de China. Sus cinco hijos estudiaron en escuelas católicas y transmitieron su fe a sus hijos.
Pero la iglesia fue cerrada y convertida en una guardería durante los primeros años de régimen comunista. Fue rehabilitada y reabierta a los fieles a fines de los años noventa.
Su abuela murió sin volver nunca a poner un pie en un templo. Pero se aseguró de que sus hijos conocieran a Dios.
"Acostumbraba a leernos historias de la Biblia y sobre el nacimiento y resurrección de Cristo", dijo Dai, que no había estado en una iglesia desde que llegara a Pekín en 1992.
El feligrés Wang Ying, 50, es una obrera jubilado de una fábrica de plásticos. Era una adolescente cuando su familia fue mandada al campo porque su tío era sacerdote y su tía, una monja.
"Toda vida religiosa terminó con la Revolución Cultural", dijo. "Incluso entonces, mi abuela nunca dejó de rezar. Todas las mañanas y noche la podía oír rezando".
El último deseo de la mujer de 84 años era volver a tocar un rosario, dijo Wang. Ahora, los fines de semana, Wang lleva a su hija en el sexto a la iglesia. No le molesta que no pueda contarle demasiado sobre el nuevo Papa o sus ideas. Tampoco siente la distancia que la separa de Roma y los millones que llegaron a la Plaza de San Pedro a presenciar un acontecimiento histórico, o al menos lo miraron en la televisión.
"Todavía vivo en un país comunista y sé que el trabajo del partido es hacer publicidad para el comunismo, no para el catolicismo", dijo Wang. "Pero la religión no tiene fronteras. Creemos en el mismo Dios. Quizás no pueda viajar a Roma a decir adiós al viejo Papa o a saludar al nuevo, pero mi corazón estuvo alla. Eso es fe".

25 de abril de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

0 comentarios