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los libros en china


[Mike Meyer] Ciudad del Libro, la librería más grande de China, alberga 230.000 títulos en cinco pisos.
Aquí hay un dinosaurio rojo que exige nuestra atención. El personaje de caricatura, llamado Gogo, da brinco en un monitor en la librería más grande de China. "¿Te gustan los donuts? ¿Te gustan las hamburguesas? ¿Te gustan los bocadillos?", canta en inglés.
"¡Sí, me gustan!", indica el subtítulo. Pero a la audiencia se le escapa el significado. Todos ignoran a Gogo: un montón de suéteres verdes tejidos a mano, coletas negras y cabezas agachadas... leyendo. Están estudiando historietas -traducciones de ‘Calvin y Hobbes' y de mangas japoneses -y los libros producidos localmente, ‘Leyenda de Nezha', que ocuparon 10 de los 11 primeros lugares de la lista de éxitos de venta chinos el año pasado. Otros hojean las páginas de un diccionario Garfield inglés-chino, que no incluye la entrada para lasaña, pero sí para tofu.
Cuarenta niños concentrados están de cuclillas en el cuarto piso de Ciudad de los Libros, y 40 más se reúnen en un rincón cercano, y 40 más después de eso. Es tranquilizante llegar a este oasis en el caos que es Ciudad del Libro, cuyos cinco pisos alojan 230.000 títulos.
Abajo la muchedumbre es densa y las yuxtaposiciones, chillonas. ‘Monica's Story' está junto a las autobiografías de Bill Clinton y Hillary Clinton. Una caja de libros sobre Hermann Goering se codea con ‘What's Behind Jewish Excellence?', títulos norteamericanos en traducciones chinas que van desde lo previsible -‘El Código Da Vinci' y la dieta de Atkins- hasta lo sorprendente: ‘Get in the Van', de Henry Rollins, una memoria de sus años punk, y una colección de libros de Woody Allen, cuyo título chino promete ‘Mensa Whores'.
Pero las traducciones al chino constituyen sólo el 6 por ciento de los 190.000 libros impresos en China en 2003. En lugar de eso, el mercado del libro de más rápido crecimiento del mundo -con ventas anuales estimadas en 300 millones de dólares- se nutre de libros de texto, que constituyen casi la mitad de todas las ventas. (Esto es de acuerdo al anuario estadístico chino y a un autoritativo libro sobre ediciones, que presenta las cifras más fiables disponibles sobre el ambiente de Salvaje Oeste del mercado del libro chino).
En Ciudad del Libro los clientes tienen todo un piso de materiales para aprender inglés. Uno, ‘Love English', ofrece frases de ligue y de almohada con claves culturales. Entre sus instrucciones: que "Estoy cansado" quiere decir en realidad: "¿Quieres hacer el amor?" Incluye casetes de práctica.
A la puerta del edificio, una pancarta roja pide a los clientes "Conservar el Carácter Avanzado de los Miembros del Partido Comunista". Esta es, después de todo, un local de propiedad del estado. Ochenta por ciento de los 72.000 vendedores de libros de China son particulares, pero las tiendas nacionalizadas se hacen con dos tercios de las ventas. En Ciudad del Libro, los folletos del Partido Comunista yacen ignorados. En lugar de eso, la muchedumbre avanza a empujones hacia un librero con títulos comerciales como ‘Confronting Reality', ‘New Leadership' y ‘Change the Tape of China'.
Ciudad del Libro es abrumadora. Los delgados y ansiosos clientes, las pilas endebles de libros de bolsillo grandes -los de tapas duras son menos comunes- cuyas cubiertas claman: "Yo Fui un Agente de la Policía Americana", "Sólo Te He Criado 18 años" y "Divorcio al Estilo Chino". También hay un éxito de 2000, ‘Harvard Girl', la historia de cómo dos dedicados padres chinos prepararon a su hija para que entrara a Harvard. La página de derechos dice: 63ª edición, 1.76 millones de ejemplares. Sólo cuesta 2.41 dólares, el precio promedio de un libro de interés general, lo que ilustra las dificultades que tienen editores extranjeros y chinos para sacar beneficios.
Los éxitos de venta chinos a menudo repiten los temas. Rápidamente ‘Harvard Girl' dio origen a ‘Harvard Boy', entre otros. Toda una manada de lupinos imitadores aparecieron tras la exitosa novela ‘Wolf Totem'. Hasta los libros prohibidos se venden bien. El revelador ‘China Peasant Survey' sobre las penurias de los campesinos chinos ha engendrado una imitación titulada ‘China Migrant Worker Survey'.
Fuera de Ciudad del Libro la vista es absolutamente Nuevo Pekín: más grandes, más amplio, más plano, más. Los edificios bajos todavía se ven nuevos; sobreviven recuerdos del viejo vecindario. Un hombre que recuerda que antes de que el Starbucks número 44 abriera al otro lado de esta plaza de césped marrón, antes de Ciudad del Libro, este era el sitio de la Muralla de la Democracia, donde los vecinos de Pekín podían colgar sus peticiones de apertura y reforma. Ahora, compran libros. De hecho, Ciudad del Libro tiene tantos clientes que aparece en la organización de las Olímpiadas de Pekín de 2008. Los planes contemplan ampliar al doble el edificio existente para que pueda recibir a 200.000 clientes a la vez.
Después de una década en China, pensé que lo había visto todo: asesinatos, cárcel, extranjeros, rodeo. Pero nada me había preparado para su industria editorial, en plena pubertad.
"Hacer negocios aquí es como jugar hockey sobre hielo sin árbitros", dice Toby Eady, un agente literario de Londres que representa a varios autores que han escrito sobre China. Entre ellos se encuentran Jung Chan, que escribió la popular novela ‘Wild Swans'; Ma Jian, un disidente que escribió un documental político, ‘Red Dust'; y Tim Clissold, el autor de una memoria comercial, ‘Mr. China'. En China, dice Eady, "un contrato es válido hasta que estás 10 centímetros fuera de la oficina".
Adrian Zackheim, editor del grupo editorial Penguin, Portfolio, tiene una opinión similar. "Cuando entro a una librería de Pekín me siento como un émigré ruso en Nueva York, cuando entra por primera vez a un supermercado", dice. "Publicar libros en China es deliciosamente complicado. Aunque no me parecería tan encantador si tuviera que ganarme la vida aquí".
Para muchas imprentas chinas es una lucha constante. "Mi primera preocupación es sobrevivir", dice Yan Ping, editor de la editorial privada Lightbooks, cuyo catálogo incluye libros de Paul Theroux y Dr, Phil. "En este momento, el éxito es secundario". Yan tiene motivos para preocuparse. Técnicamente, su imprenta -lo mismo que todos los editores privados de China- es ilegal.
"La edición en China se divide en tres sectores: edición, impresión y distribución", explica Xin Guangwei, director de la Administración General de Prensa y Publicaciones, el órgano regulador que supervisa las publicaciones. "Imprimir y distribuir están abiertas para la inversión privada y extranjera, y a partir de este mes también la venta detallista. La edición, sin embargo, sigue estando bajo el control de las 568 imprentas del estado".
Como autor de ‘Publishing in China: An Essential Guide' (Thomson, 2004), en la industria china Xin es el más avanzado puente hacia Occidente, una especie de efusiva Piedra Rosetta. Durante el té en la librería particular junto a la legislatura nacional, hizo lo que pudo diplomáticamente para mostrar que la industria era tan limpia y clara como los diagramas que dibujó para mí en el reverso de sus recortes de prensa.
En realidad, la situación está lejos de ser clara. El corazón del poder editorial del estado es su control del mercado nacional del Número Bibliográfico Standard Internacional ISBN, la cifra similar al código de barras que identifica a un libro para su consumo comercial. Sin él no se puede publicar un libro en China, con excepción de los folletos del partido y los textos religiosos autorizados por el estado. (Entre los libros religiosos a la venta en la Catedral de Xishiku en Pekín se encuentra la Biblia, el catecismo y ‘God, Country, Notre Dame', la autobiografía del ex presidente de la universidad).
Pero como en muchos otros sectores de la economía china, entre los estimados 30.000 editores particulares ha surgido de la noche a la mañana un mercado paralelo, no oficial, en códigos de ISBN. Conocidas como ‘casas de la cultura' o ‘librerías', actúan un poco como editoriales: encontrar títulos, comprar los derechos y venderlos a las editoriales estatales, que emitirán un ISBN por una tarifa que va de 1.250 a 2.500 dólares, y luego el libro es publicado bajo imprimátur estatal. Los acuerdos pueden también compartir los costes de producción, mercadeo y distribución.
Es considerado un sistema abiertamente ilegal, tolerado hasta cierto punto. Oficialmente está prohibido vender o comprar números ISBN. En una ronda de recientes discursos dirigidos a excluir la pornografía y otras "publicaciones ilegales que ponen en peligro la estabilidad social" funcionarios de gobierno juraron reprimir las casas culturales, llamándolas "tumores malignos que deben ser extirpados".
La pregunta es cuánto cuesta. "Los editores particulares hacen un trabajo increíblemente valioso", dice Andrew Nurnberg, cuya agencia literaria con sede en Londres se especializa en derechos extranjeros. En Occidente las editoriales son a menudo considerados "empleados", dice. Pero en China es al revés. Aunque el estado controla ostensiblemente la edición, descansa en casas culturales particulares para hacer el trabajo pesado.
Paul Richardson, fundador del Centro Internacional para el Estudio de la Edición, de Oxford, y un cuidadoso observador de la escena editorial china, anticipa que algún día la Administración General de Prensa y Publicaciones venderá ella misma los números, y "legitimará" todo el proceso. Hay "claros mensajes oficiales de que se implementará", dice.
De momento las casas culturales proporcionan a los empresarios privados la única puerta de acceso a la industria. Incluso así, es una lucha. Gao Yun, fotógrafo, y su esposa, Cheng Yanbin, editor, usaron los ahorros de toda la vida para crear las guías ‘China on Foot'. Encontraron un socio entusiasta en la más grande imprenta turística de China. "Invertimos 50.000 dólares en nuestras ideas", dice Cheng, toqueteando orgullosamente la cubierta del libro. "Este es nuestro coche; esta, nuestra casa".
La historia de Yang Erche Namu, una autora de Pekín y antigua cantante popular, es también significativa. Namu ha publicado 12 libros en chino, y su memoria, ‘Leaving Mother Lake', fue publicada en 2003 por Little, Brown. Después de que un editor le encargara su primer libro, a Namu le pasaron una bolsa con 10.000 dólares en contante -pero no los derechos. Ella cree que se han vendido dos millones de ejemplares, sin contar las ediciones piratas. En China, los autores y editores rara vez forjan vínculos duraderos. Para cada uno de sus sucesivos 11 libros, Namu ha trabajado con editores diferentes. Ahora le pagan adelantos sobre las regalías, pero, dada la falta de fiabilidad de los datos de ventas y los piratas, dice que todavía no puede vivir de lo que escribe. En lugar de eso, depende de los ingresos que obtiene de las casas de huéspedes que posee en su pueblo natal. También empezó una línea de lencería, para la que anda buscando socios. "Soy famosa, me conoce todo el mundo, pero no tengo dinero", dice, riendo.
Estas son las historias que hacen dar respingos a los agentes. Sin embargo, en comparación con Occidente, los agentes juegan un papel mucho menor en la industria china. Unas pocas docenas cubren todo el país, y sólo tres firmas representan derechos de traducción.
Agentes y editores estadounidenses dicen que la suma promedio que reciben por los derechos chinos son unos miserables 2.500 dólares, que es lo que pagó un editor chino por el inmensamente exitoso libro ‘¿Quién se ha llevado mi queso?' Se transformó en la obra mejor vendida de la historia de China, con ventas oficiales de dos millones de ejemplares.
"De nuestros 30.000 contratos, 60 por ciento está pagando", dice Luc Kwanten, director de la agencia literaria Big Apple Tuttle-Mori, que tiene sucursales en el continente y en Taiwán. "Los editores están conscientes del hecho de que hay que pagar regalías. Y los editores tienen dinero", dice. "Existe la tendencia a ver a China como un país pobre. Pero la industria no es pobre. Hay todavía un mercado ampliamente abierto, que funciona como una esponja seca. Siente el agua, pero no está empapada".
Las ventas de libros en Chila totalizaron unos 5.6 billones de dólares en 2003, comparado con los 23.4 billones en Estados Unidos. Las ventas por internet están recién surgiendo en China, debido en parte a la dependencia de los pagos en contante, pero los sitios en internet de venta de libros ofrecen fuertes descuentos del 40 por ciento normal incluido en el precio de venta general. Entre los portales populares están dangdang.com y joyo.com, que Amazon compró el año pasado por 75 millones de dólares. También hay clubes de libros. El Grupo Bertelsman gestiona uno en Shanghai con 1.5 millones de miembros. También ha invertido en una cadena de librerías.
Rastrear las ventas sigue siendo un reto, aunque la mayoría de los editores han hecho un gesto de transparencia mencionando las ediciones en la página de derechos de los libros. El Centro Consultor para el Mercado del Libro Abierto de Pekín clasifica los éxitos de venta por género en el semanal Informe Comercial del Libro Chino, y traza los datos de venta de las ventas detallistas. "Una vez fui a una librería en Londres", dice Zhu Xiaoli, gerente de OpenBook. "Era tan tranquila, con tan poca gente. Le pregunté a la vendedora: ‘¿Ganas algo?'"
Debido a la piratería la misma pregunta se hace constantemente en China. Nadie responde ansiosamente. Cuando le pregunté a un editor por la piratería, se zambulló en una polémica sobre mi exterminio de los indios americanos, apuñalando enojado la palma de su mano con su dedo. Xin Guanwei, la Piedra Rosetta del mundo editorial chino, compara la campaña para proteger los derechos de propiedad intelectuales con la guerra de Estados Unidos contra las drogas. "La piratería es nuestro problema con las drogas", dice.
No será fácil. En mi escritorio hay una cajetilla de Marlboros falsos, un medallón de plata de imitación Allen Iverson, un DVD de ‘El aviador' pirateado y una copia del éxitoso ‘No Excuse!', cuyo autor acreditado es Ferrar Cape, un graduado de West Point y orador por vocación, pero que se dice que es un invento chino.
Sin embargo, cada vez más se tratan casos de violación. En los últimos dos meses, los titulares de los derechos de Peter Rabbit y Garfield ganaron juicios contra la piratería. Uno de los más conocidos novelistas de China fue encontrado culpable de plagio de partes de la novela romántica ‘Falling Blossoms in Romantic Dreams'. Para colmo, el mes pasado un autor chino ganó un caso contra una página en la web que había publicado ilegalmente sus materiales. ¿El tema? La protección de los derechos de propiedad intelectual.
El control de los libros extranjeros también se está soltando, hasta cierto punto. El año pasado, un editor chino ofreció comprar los derechos de ‘River Town: Two Years on the Yangtze', de Peter Hessler, un escritor de Pekín que contribuye al New Yorker. Hessler pasó cuando se enteró de que partes no especificadas serían dejadas de lado. "El punto es que tienes que ser honesto con la gente sobre la que escribes", dice Hessler. "Es condescendiente hacia ellos permitir que el material sea suavizado. Tengo la esperanza de que algún día se traduzca directamente".
En realidad, el gobierno es ahora menos restrictivo en algunos géneros, entre ellos los de historia y salud -es decir, sexo- por escritores chinos, y leyes y pensamiento político por extranjeros. Lindsay Waters, editor de la Harvard University Press, recuerda que en 1998 se le acercó un antiguo guardia rojo: "Me dijo: ‘¿Sabías que yo me dedicaba a destruir libros? Ahora estoy ayudando a publicar ‘Una teoría de la justicia', de John Rawl'". El año pasado, Waters publicó ‘China's New Order', del cientista político Wang Hui, que no habría probablemente visto nunca la luz del día en China.
Cuando se trata de exportar cultura, no cosas, América goza de un inflado excedente comercial con China. De las estimadas 12.000 traducciones publicadas aquí en 2003, casi la mitad eran de libros americanos, una razón consistente en los últimos cinco años. Tratad de mencionar más de un puñado de libros de autores chinos publicados en Estados Unidos en el mismo período.
Lauren Wein, directora de derechos para Grove Atlantic dice que se sorprendió del rango de títulos que los chinos compraron de Grove, entre ellos ‘The Hungry Gene', sobre la obesidad, y un libro del escritor experimental gay Dennis Cooper. Pero en su mayor parte, "China quiere éxitos, como ‘Sexo en Nueva York' y ‘Cold Mountain'. Después de todo, dice, "todavía tienen que publicar ‘En el camino'".
De hecho, la primera edición china del clásico de Kerouac apareció en 1989. Durante años busqué a su traductor, el exclusivo mensajero de la generación beat en China. Finalmente lo intenté en Google.
Wen Chu'an respondió su teléfono en la Universidad de Sichuam, donde enseña, entre otras cosas, Estudios Beats. La foto en la solapa de su traducción de ‘Aullido' -‘Hai jiao'- muestra a un hombre de edad mediana con una peluca.
Antes de llamar había pasado el día revisando mis notas sobre las editoriales en China y mis ojos estaban nublados de tantas estadísticas. Todas estas charlas sobre el negocio de los libros -crecimiento potencial y problemas de infraestructuca- había transformado a los textos en mercaderías, iguales a coches y calcetines.
Luego le pregunté a Wen algo obvio. Sí, había presenciado la destrucción de los mejores cerebros en manos de la locura. Pero ¿por qué traducir a Kerouac y a Ginsberg? "Porque el impacto de estas ediciones beat sobre los lectores es formidable", dijo. "La gente joven china puede encontrar algo inspirador y alentador en el modo de vida beat: el ardiente amor de la libertad en palabras y acción, la firme postura contra todo lo que es inhumano, el dar prioridad a la vida espiritual y negar la posición de que el dinero lo es todo".
Los dos títulos de Ginsberg de Wen tienen un tiraje oficial de 20.000 ejemplares. De ‘En el camino', que Wen dice que está libremente disponible en la web en China, se habían vendido 30.000 copias para 2002. Poca cosa junto a las ventas chinas de guías empresariales como ‘The West Point Way of Leadership'.
Pero, esperad. "Creo que hay ediciones piratas de editores particulares no oficiales", continuó Wen. "Así que en realidad las cifras son mucho más altas".
Pero no sonaba enfadado.

Mike Meyer viajó a China en 1995, a través del Cuerpo de Paz. Está escribiendo un libro sobre la destrucción del Pekín histórico, donde vive.

27 de abril de 2005
13 de marzo de 2005©new york times
©traducción mQh
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