yo quiero ser piloto
[Michael Wines] Un aspirante a piloto sufre turbulencias en el suelo.
Masjaing, Sudáfrica. En una parte del mundo donde tantos jóvenes no despegan nunca, el joven de 17, James Mokoena quiere ser piloto.
Pilotará un avión de guerra, pero no sólo para hacer batallas aéreas. África está llena de gente hambrienta y gente enferma de malaria, dijo. Muchos de ellos necesitan a gente como James Mokoena para el transporte de alimentos y medicina.
"No he estado en un avión", dijo, pero desdeñosamente. "Quiero pilotar uno durante cuatro o cinco años, y saber que yo estoy en el avión -yo. Ese yo, James, es el piloto".
Está parado frente a su casa de cemento estucado, una caja de cuatro cuartos en un camino de tierra en esta comuna de 30.000 habitantes en la frontera con Lesoto. Dentro hay una sola cama para él, tres hermanos y una hermana. Su madre está enferma. Su padre nunca pasó el sexto. Todo aquí grita que el sueño de James es un disparate.
Excepto James mismo. Hace dos años, después de terminar sus años básicos en la escuela primaria del municipio, hizo el kilómetro y medio de Masjaing a Fouriesburg, la ciudad mucho más próspera al otro lado de la autopista. Allá anunció que quería la mejor educación que pudiera tener en la aburrida escuela secundaria de la localidad, en la que sólo algunos estudiantes terminan sus estudios, y que quería matricularse para el octavo.
"Le pregunté si se daba cuenta de que tenía que pagar la matrícula, y él me dijo que su padre la pagaría", dijo Irina Grice, la directora de la Escuela Intermedia de Fouriesburg. "Su padre vino, pero, eh, sus ropas eran harapos, y era muy, muy pobre.
"Pero el padre dijo: El niño eligió, y quiere estudiar en esta escuela'".
Uno de cada tres de los 37 millones de negros de Sudáfrica viven en municipios como Masjaing, barriadas construidas para mantenerlos alejados de la gente blanca cuando no estaban trabajando en las minas de carbón de los blancos o limpiando las casas de los blancos. De los residentes de esos municipios de más de 15 años, más de la mitad son desempleados. De los que tienen empleo, uno de seis gana menos de 250 dólares al mes. Los municipios son hoyos económicos y sociales, trampas de pobreza en un país donde la brecha entre ricos y pobres es la más grande del planeta.
Jeremane Mokoena -se llama a sí mismo James, dijo, porque no le gusta su primer nombre- quiere marcharse de Masjaing. Quiere escapar de la clase baja que creó el apartheid hacia el mundo de oportunidades que el fin del apartheid abrió para jóvenes con más suerte.
Aquí pocos de sus amigos -niños haraganeando en la polvorienta cancha de fútbol y reunidos en las esquinas de calles de gravilla, sin tener ni idea de cómo la inminente madurez les cerrará su ruta de escape- tienen el valor para hacer el viaje que James ansía. Para los que lo intenta, el éxito es raro. El fracaso, y el confinamiento a una vida en el sótano de la sociedad es aplastante.
Listo, con una amplia si tímida sonrisa y la manía de mirar hacia otro lado mientras habla, James se parece a cualquier cosa, menos a un pionero. Pero no hay que subestimar sus agallas.
"Mi padre trabaja", dijo James. "Siempre me dice que la vida es fuerte, como una roca. Tú tienes que empujarla. Tienes que valerte por ti mismo, y no esperar hasta que aparezca alguien y te diga: James, vamos'".
Su padre, Petrus Mokoena, 44, es la improbable inspiración de James. Un demacrado hombre en mono azul raído y una chaqueta roja fluorescente, trabaja en una cuadrilla del departamento sanitario de Masjaing, recogiendo basura en el amanecer, durmiendo un rato para volver a recoger más basura en la tarde.
Por esto Mokoena gana menos de 300 dólares al mes. La Escuela Intermedia de Fouriesburg cobra 40 dólares por la matrícula. Mokoena la pagó. El apartheid, dijo, lo mantuvo a él adeudado y fue toda su juventud un ignorante trabajador en una granja blanca.
"Quiero que James se de cuenta que no ir a la escuela es malo", dijo Mokoena, hablando en sotho, su única lengua. "Quiero que hable inglés y escriba inglés".
Cuarenta dólares no es un sacrificio pequeño. Grice dijo que una vez le preguntó a James porqué le iba mal en una asignatura. "Dijo: No alcanzo a terminar antes de que oscurezca, porque no tenemos electricidad'", dijo.
"Así que le dije: Es posible leer con una vela'. Y él me dijo: No tenemos velas'".
Es James, la esperanza de la familia, el que se ha transformado en su centro de gravedad.
Petrus Mokoena pasa muchas tardes bebiendo cerveza Lesotho. Su esposa MaDibeo, silenciosa y con la mirada perdida en su misteriosa enfermedad, ha dejado un hueco en la casa y un mordiente temor en el estómago de los niños. El pequeño Mampho, 7, y su hermano mayor, 9, Thabiso, exigen ahora la atención de James. También la limpieza y la cocina.
El guapo hermano mayor de James, Dibeo, 19, estuvo cuatro años seguidos hasta el noveno en la Escuela Secundaria de Ypokaleng, la escuela de donde escapó James.
Joseph, de 13, tan carismático y listo como tranquilo y meditativo es James, es quizás el amigo más cercano de su hermano.
Están las niñas, por supuesto, y James dijo que tenía algún interés. Pero "si tuviera una novia, no podría pensar muy bien", dijo. "No tengo una novia, así que me puedo concentrar".
En realidad, James tiene pocos amigos íntimos. Torpe y tímido, está a horcajadas entre dos mundos, y no se siente a gusto en ninguno de los dos.
Algunas tardes Mokoena se queja sobre los costes de la educación de su hijo y cómo James, ahora el miembro más educado de la familia, se está alejando de su tosco padre.
"Mi padre me dijo que desde que estaba en esta escuela, había perdido mi cultura", dijo James. "Que me estoy transformando en un blanco. Que no como con la mano, sino con un tenedor".
Pero todas las noches de la semana de los últimos dos años, cuando Mokoena sale de casa para ir a recoger basura, cogió un bolígrafo para marcar sus entradas en su plantilla de trabajo. Y cuando volvía hacia las seis de la mañana, justo cuando James empezaba a despertar en su hacinada cama, le daba el bolígrafo a su hijo para que lo usara ese día en la escuela.
Entonces James se ponía su uniforme de la escuela de Fouriesburg y caminaba el kilómetro y medio hacia ese otro mundo.
Rígidamente afrikaner y exclusivamente blanca durante el apartheid hace una década, la escuela de Fouriesburg se ha transformado en casi completamente negra. La mayoría de los estudiantes atiborraron las escuelas secundarias cuando terminó el apartheid; los actuales alumnos son en su mayoría negros acomodados y los pocos blancos que no pueden pagar una escuela privada.
James no era ninguno de los dos. "Estaba en la peor situación, porque los niños lo menosprecian y lo ven como realmente pobre", dijo Mick Andrew, 67, el profesor de literatura inglesa y lo más cercano a un mentor que tiene James.
James hizo un intento de terminar con el ostracismo. "La mayor parte de las veces, en la escuela, yo no hago cosas porque sí", dijo. "Vengo, hago lo que tengo que hacer y vuelvo a casa".
En casa, estudiaba. Cuando vino por primera vez a la escuela, en enero de 2003, sus notas eran abismales, en parte debido a su pobre inglés. En su primer término falló en cinco asignaturas. En el segundo, sólo inglés.
Las clases en Fouriesburg terminan en el noveno. Cuando se aproximaba el fin del semestre en diciembre, James concibió elaborados planes para matricularse en el décimo en una escuela privada en Tweeling, a 120 kilómetros al norte. James dijo que su padre pagaría la matrícula. Él podría ayudar, dijo, vendiendo caramelos y refrescos.
"Elegí esta escuela porque quiero marcharme lejos", dijo. "Este lugar está lejos, pero no demasiado. Tweeling está lejos".
Pero su sueño excedía sus posibilidades: lo que James realmente necesitaba era una beca, y sus notas no se lo permiten. Cuando empezó el nuevo semestre en enero, James asistió a la Escuela Secundaria Breda, a unos 16 kilómetros de Fouriesburg. Fue la única escuela que podía permitirse admitir a James.
"Muy a menudo, los chicos más inteligentes encuentran un modo de salir", dijo Andrew. "Alguien verá que tiene futuro. James no ha progresado muy bien en la escuela, y eso se lo pone más difícil".
Ismail, otro joven de Masjaing en noveno que fue el mejor amigo de James en la escuela de Fouriesburg, estuvo de acuerdo. "Le dije", dijo: "Si quieres ser piloto, tienes que estudiar más'".
1 de mayo de 2005
©traducción mQh
©new york times
©traducción mQh
Pilotará un avión de guerra, pero no sólo para hacer batallas aéreas. África está llena de gente hambrienta y gente enferma de malaria, dijo. Muchos de ellos necesitan a gente como James Mokoena para el transporte de alimentos y medicina.
"No he estado en un avión", dijo, pero desdeñosamente. "Quiero pilotar uno durante cuatro o cinco años, y saber que yo estoy en el avión -yo. Ese yo, James, es el piloto".
Está parado frente a su casa de cemento estucado, una caja de cuatro cuartos en un camino de tierra en esta comuna de 30.000 habitantes en la frontera con Lesoto. Dentro hay una sola cama para él, tres hermanos y una hermana. Su madre está enferma. Su padre nunca pasó el sexto. Todo aquí grita que el sueño de James es un disparate.
Excepto James mismo. Hace dos años, después de terminar sus años básicos en la escuela primaria del municipio, hizo el kilómetro y medio de Masjaing a Fouriesburg, la ciudad mucho más próspera al otro lado de la autopista. Allá anunció que quería la mejor educación que pudiera tener en la aburrida escuela secundaria de la localidad, en la que sólo algunos estudiantes terminan sus estudios, y que quería matricularse para el octavo.
"Le pregunté si se daba cuenta de que tenía que pagar la matrícula, y él me dijo que su padre la pagaría", dijo Irina Grice, la directora de la Escuela Intermedia de Fouriesburg. "Su padre vino, pero, eh, sus ropas eran harapos, y era muy, muy pobre.
"Pero el padre dijo: El niño eligió, y quiere estudiar en esta escuela'".
Uno de cada tres de los 37 millones de negros de Sudáfrica viven en municipios como Masjaing, barriadas construidas para mantenerlos alejados de la gente blanca cuando no estaban trabajando en las minas de carbón de los blancos o limpiando las casas de los blancos. De los residentes de esos municipios de más de 15 años, más de la mitad son desempleados. De los que tienen empleo, uno de seis gana menos de 250 dólares al mes. Los municipios son hoyos económicos y sociales, trampas de pobreza en un país donde la brecha entre ricos y pobres es la más grande del planeta.
Jeremane Mokoena -se llama a sí mismo James, dijo, porque no le gusta su primer nombre- quiere marcharse de Masjaing. Quiere escapar de la clase baja que creó el apartheid hacia el mundo de oportunidades que el fin del apartheid abrió para jóvenes con más suerte.
Aquí pocos de sus amigos -niños haraganeando en la polvorienta cancha de fútbol y reunidos en las esquinas de calles de gravilla, sin tener ni idea de cómo la inminente madurez les cerrará su ruta de escape- tienen el valor para hacer el viaje que James ansía. Para los que lo intenta, el éxito es raro. El fracaso, y el confinamiento a una vida en el sótano de la sociedad es aplastante.
Listo, con una amplia si tímida sonrisa y la manía de mirar hacia otro lado mientras habla, James se parece a cualquier cosa, menos a un pionero. Pero no hay que subestimar sus agallas.
"Mi padre trabaja", dijo James. "Siempre me dice que la vida es fuerte, como una roca. Tú tienes que empujarla. Tienes que valerte por ti mismo, y no esperar hasta que aparezca alguien y te diga: James, vamos'".
Su padre, Petrus Mokoena, 44, es la improbable inspiración de James. Un demacrado hombre en mono azul raído y una chaqueta roja fluorescente, trabaja en una cuadrilla del departamento sanitario de Masjaing, recogiendo basura en el amanecer, durmiendo un rato para volver a recoger más basura en la tarde.
Por esto Mokoena gana menos de 300 dólares al mes. La Escuela Intermedia de Fouriesburg cobra 40 dólares por la matrícula. Mokoena la pagó. El apartheid, dijo, lo mantuvo a él adeudado y fue toda su juventud un ignorante trabajador en una granja blanca.
"Quiero que James se de cuenta que no ir a la escuela es malo", dijo Mokoena, hablando en sotho, su única lengua. "Quiero que hable inglés y escriba inglés".
Cuarenta dólares no es un sacrificio pequeño. Grice dijo que una vez le preguntó a James porqué le iba mal en una asignatura. "Dijo: No alcanzo a terminar antes de que oscurezca, porque no tenemos electricidad'", dijo.
"Así que le dije: Es posible leer con una vela'. Y él me dijo: No tenemos velas'".
Es James, la esperanza de la familia, el que se ha transformado en su centro de gravedad.
Petrus Mokoena pasa muchas tardes bebiendo cerveza Lesotho. Su esposa MaDibeo, silenciosa y con la mirada perdida en su misteriosa enfermedad, ha dejado un hueco en la casa y un mordiente temor en el estómago de los niños. El pequeño Mampho, 7, y su hermano mayor, 9, Thabiso, exigen ahora la atención de James. También la limpieza y la cocina.
El guapo hermano mayor de James, Dibeo, 19, estuvo cuatro años seguidos hasta el noveno en la Escuela Secundaria de Ypokaleng, la escuela de donde escapó James.
Joseph, de 13, tan carismático y listo como tranquilo y meditativo es James, es quizás el amigo más cercano de su hermano.
Están las niñas, por supuesto, y James dijo que tenía algún interés. Pero "si tuviera una novia, no podría pensar muy bien", dijo. "No tengo una novia, así que me puedo concentrar".
En realidad, James tiene pocos amigos íntimos. Torpe y tímido, está a horcajadas entre dos mundos, y no se siente a gusto en ninguno de los dos.
Algunas tardes Mokoena se queja sobre los costes de la educación de su hijo y cómo James, ahora el miembro más educado de la familia, se está alejando de su tosco padre.
"Mi padre me dijo que desde que estaba en esta escuela, había perdido mi cultura", dijo James. "Que me estoy transformando en un blanco. Que no como con la mano, sino con un tenedor".
Pero todas las noches de la semana de los últimos dos años, cuando Mokoena sale de casa para ir a recoger basura, cogió un bolígrafo para marcar sus entradas en su plantilla de trabajo. Y cuando volvía hacia las seis de la mañana, justo cuando James empezaba a despertar en su hacinada cama, le daba el bolígrafo a su hijo para que lo usara ese día en la escuela.
Entonces James se ponía su uniforme de la escuela de Fouriesburg y caminaba el kilómetro y medio hacia ese otro mundo.
Rígidamente afrikaner y exclusivamente blanca durante el apartheid hace una década, la escuela de Fouriesburg se ha transformado en casi completamente negra. La mayoría de los estudiantes atiborraron las escuelas secundarias cuando terminó el apartheid; los actuales alumnos son en su mayoría negros acomodados y los pocos blancos que no pueden pagar una escuela privada.
James no era ninguno de los dos. "Estaba en la peor situación, porque los niños lo menosprecian y lo ven como realmente pobre", dijo Mick Andrew, 67, el profesor de literatura inglesa y lo más cercano a un mentor que tiene James.
James hizo un intento de terminar con el ostracismo. "La mayor parte de las veces, en la escuela, yo no hago cosas porque sí", dijo. "Vengo, hago lo que tengo que hacer y vuelvo a casa".
En casa, estudiaba. Cuando vino por primera vez a la escuela, en enero de 2003, sus notas eran abismales, en parte debido a su pobre inglés. En su primer término falló en cinco asignaturas. En el segundo, sólo inglés.
Las clases en Fouriesburg terminan en el noveno. Cuando se aproximaba el fin del semestre en diciembre, James concibió elaborados planes para matricularse en el décimo en una escuela privada en Tweeling, a 120 kilómetros al norte. James dijo que su padre pagaría la matrícula. Él podría ayudar, dijo, vendiendo caramelos y refrescos.
"Elegí esta escuela porque quiero marcharme lejos", dijo. "Este lugar está lejos, pero no demasiado. Tweeling está lejos".
Pero su sueño excedía sus posibilidades: lo que James realmente necesitaba era una beca, y sus notas no se lo permiten. Cuando empezó el nuevo semestre en enero, James asistió a la Escuela Secundaria Breda, a unos 16 kilómetros de Fouriesburg. Fue la única escuela que podía permitirse admitir a James.
"Muy a menudo, los chicos más inteligentes encuentran un modo de salir", dijo Andrew. "Alguien verá que tiene futuro. James no ha progresado muy bien en la escuela, y eso se lo pone más difícil".
Ismail, otro joven de Masjaing en noveno que fue el mejor amigo de James en la escuela de Fouriesburg, estuvo de acuerdo. "Le dije", dijo: "Si quieres ser piloto, tienes que estudiar más'".
1 de mayo de 2005
©traducción mQh
©new york times
©traducción mQh
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