soldados perfectos
[Michiko Kakutani] Hombres corrientes, excepto en el mal que causaron.
En su absorbente nuevo libro sobre los secuestradores del 11 de septiembre de 2001, el periodista de Los Angeles Times, Terry McDermott, proporciona un detallado retrato de uno de esos secuestradores, Ziad al-Jarrah, y su atormentado matrimonio con la vivaz Aysel Sengün. Cuando se conocieron en una universidad alemana, escribe McDermott en Perfect Soldiers', parecía una buena elección: "un chico de la gran ciudad con la sonrisa a flor de labios, un musulmán moderado como ella al que le gustaba disfrutar de la vida" y, también como ella, estudiante de odontología.
Sin embargo, a medida que se involucra más y más en la política radical yihadista, Jarrah se vuelve cada vez más elusivo y secreto, y Sengün empieza a exigirle que pasen más tiempo juntos. Pero incluso cuando las ausencias de Jarrah se hacían más prolongadas -se había mudado a Estados Unidos para aprender a pilotar-, ella continúa soñando con la vida que compartirían: ella se hará dentista, y él obtendrá un trabajo en alguna compañía área. "Aysel creía en ello", escribe McDermott. "Él le había contado lo mucho que le gustaba volar cuando era niño; dibujaba aviones constantemente". En febrero de 2001, hablaron sobre tener un hijo.
Esas miradas en la vida de los secuestradores antes del 11 de septiembre no sólo subraya lo corriente que eran muchos de estos hombres, sino también sugiere, como escribe McDermott, que es "probable que haya muchos hombres como ellos" en el mundo. Sugiere ominosamente lo extendida que está la idea de la yihad entre ciudadanos de clase media en Oriente Medio, y sugiere que Al Qaeda encontró reclutas dispuestos entre musulmanes que provenían de "familias corrientes y apolíticas".
En realidad, Perfect Soldiers' remplaza la exagerada caricatura de los genios del mal' y fanáticos de ojos trastornados' con retratos de los secuestradores del 11 de septiembre de 2001 como gente increíblemente mundana, que podían fácilmente ser nuestros vecinos o compañeros de asiento en un avión. Nos da una imagen de Jarrah cantando para Sengün "con un largo, estirado adiós, seguido de múltiples puntos de exclamación"; de Mohamed el-Amir (o Mohamed Atta) como un joven delgado caminando silenciosamente en su apartamento en sus chancletas azules; de Ramzi bin al-Shibh saliendo con una estudiante de danza moderna y sobreviviendo a base de pizzas congeladas y bonito.
Gran parte del material sobre los secuestradores en este primer volumen nos será familiar por los artículos de prensa, y gran parte del material de fondo sobre el desarrollo de Al Qaeda y el rol que jugó Afganistán en los años ochenta como incubadora de los yihadistas se encuentra también en libros anteriores como el libro con el que Steve Coll ganó un Pulitzer, Ghost Wars', y el de Jonathan Randal, Osama'.
Sin embargo, Perfect Soldiers' reúne una gran cantidad de información personal sobre los participantes del 11 de septiembre, creando un relato de muchas texturas lleno de pequeños y significativos detalles que transformen a estos hombres, de figuras anónimas del mal en individuos con complejas historias emocionales y familiares. McDermott no siempre logra explicar -a diferencia de lo que sugiere el subtítulo del libro- por qué los secuestradores tomaron las opciones que tomaron, pero lleva a cabo un convincente trabajo trazando las trayectorias de sus vidas y ubicando sus historias personales en un contexto histórico.
Además de Jarrah, otros dos operativos del 11 de septiembre emergen como intrigantes casos de estudio. Mohamed Atta es descrito como el solemne y puritano hijo de un autoritario y ambicioso abogado de El Cairo -un chico educado que creció para transformarse en un adulto frío y meditativo, deliberadamente reservado y casi patológicamente obsesionado con el orden. Cuando un amigo lo llevó a un atiborrado teatro a ver los dibujos animados de Disney, El libro de la selva', escribe McDermott, Atta se revolvía en su butaca, "murmurando una y otra vez, enfadado: Caos, caos'".
Aunque hizo estudios de posgrado en arquitectura, se hizo cada vez más religioso mientras vivía en Alemania y empezó a dirigir grupos de discusión religiosa; cuando se mudó a Estados Unidos para aprender a pilotar, dijo a sus padres que estaba sacando su doctorado en planificación urbana. Poco antes de jurar lealtad a Osama bin Laden, Atta supuestamente preguntó a su madre si quería que se asentara en Egipto para cuidar de ella. "Fue como si", escribe McDermott, "le estuviera pidiendo a alguien que lo pararan, que le impidieran hacer algo que él mismo no podía detener".
Ramzi bin al-Shibh (conocido como Omar), que después de fracasar en la obtención de un visado para Estados Unidos terminó convirtiéndose en el coordinador de los atentados, es descrito como un hombre agradable y alegre: alguien, en las palabras de un amigo, que estaba "enamorado de la vida", una personalidad despreocupada en agudo contraste con el agrio Atta. De acuerdo a un joven converso musulmán de Sudáfrica del que se hizo amigo, Omar era "muy religioso, muy carismático", un proselitista que "entendía los motivos de la gente que conocía" y "sabía presentarse a sí mismo".
Los otros miembros de los equipos del 11 de septiembre -especialmente los saudíes que sirvieron como operativos'- son decididamente personajes más misteriosos en este libro. Se sabe menos de ellos, escribe McDermott, "en parte porque Arabia Saudí ha sido muy parsimoniosa con la información que posee, que es considerable, y ha dificultado el acceso a esta información a otros".
En cuanto a los líderes detrás de la conspiración -Osama bin Laden y Khalid Shaikh Mohammed-, los retratos trazados en este libro no agregan demasiado a lo que los lectores saben de diarios y revistas. Pero entonces, no constituyen el foco de este libro ni la razón por la que leerlo.
La razón para leer Perfect Soldiers' tiene que ver con los escalofriantes retratos en el libro de gente corriente que llevó a cabo los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, que resultaron en la muerte de casi 3.000 personas -un retrato que da nueva significación a la idea de que "el mal es banal".
20 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh
Sin embargo, a medida que se involucra más y más en la política radical yihadista, Jarrah se vuelve cada vez más elusivo y secreto, y Sengün empieza a exigirle que pasen más tiempo juntos. Pero incluso cuando las ausencias de Jarrah se hacían más prolongadas -se había mudado a Estados Unidos para aprender a pilotar-, ella continúa soñando con la vida que compartirían: ella se hará dentista, y él obtendrá un trabajo en alguna compañía área. "Aysel creía en ello", escribe McDermott. "Él le había contado lo mucho que le gustaba volar cuando era niño; dibujaba aviones constantemente". En febrero de 2001, hablaron sobre tener un hijo.
Esas miradas en la vida de los secuestradores antes del 11 de septiembre no sólo subraya lo corriente que eran muchos de estos hombres, sino también sugiere, como escribe McDermott, que es "probable que haya muchos hombres como ellos" en el mundo. Sugiere ominosamente lo extendida que está la idea de la yihad entre ciudadanos de clase media en Oriente Medio, y sugiere que Al Qaeda encontró reclutas dispuestos entre musulmanes que provenían de "familias corrientes y apolíticas".
En realidad, Perfect Soldiers' remplaza la exagerada caricatura de los genios del mal' y fanáticos de ojos trastornados' con retratos de los secuestradores del 11 de septiembre de 2001 como gente increíblemente mundana, que podían fácilmente ser nuestros vecinos o compañeros de asiento en un avión. Nos da una imagen de Jarrah cantando para Sengün "con un largo, estirado adiós, seguido de múltiples puntos de exclamación"; de Mohamed el-Amir (o Mohamed Atta) como un joven delgado caminando silenciosamente en su apartamento en sus chancletas azules; de Ramzi bin al-Shibh saliendo con una estudiante de danza moderna y sobreviviendo a base de pizzas congeladas y bonito.
Gran parte del material sobre los secuestradores en este primer volumen nos será familiar por los artículos de prensa, y gran parte del material de fondo sobre el desarrollo de Al Qaeda y el rol que jugó Afganistán en los años ochenta como incubadora de los yihadistas se encuentra también en libros anteriores como el libro con el que Steve Coll ganó un Pulitzer, Ghost Wars', y el de Jonathan Randal, Osama'.
Sin embargo, Perfect Soldiers' reúne una gran cantidad de información personal sobre los participantes del 11 de septiembre, creando un relato de muchas texturas lleno de pequeños y significativos detalles que transformen a estos hombres, de figuras anónimas del mal en individuos con complejas historias emocionales y familiares. McDermott no siempre logra explicar -a diferencia de lo que sugiere el subtítulo del libro- por qué los secuestradores tomaron las opciones que tomaron, pero lleva a cabo un convincente trabajo trazando las trayectorias de sus vidas y ubicando sus historias personales en un contexto histórico.
Además de Jarrah, otros dos operativos del 11 de septiembre emergen como intrigantes casos de estudio. Mohamed Atta es descrito como el solemne y puritano hijo de un autoritario y ambicioso abogado de El Cairo -un chico educado que creció para transformarse en un adulto frío y meditativo, deliberadamente reservado y casi patológicamente obsesionado con el orden. Cuando un amigo lo llevó a un atiborrado teatro a ver los dibujos animados de Disney, El libro de la selva', escribe McDermott, Atta se revolvía en su butaca, "murmurando una y otra vez, enfadado: Caos, caos'".
Aunque hizo estudios de posgrado en arquitectura, se hizo cada vez más religioso mientras vivía en Alemania y empezó a dirigir grupos de discusión religiosa; cuando se mudó a Estados Unidos para aprender a pilotar, dijo a sus padres que estaba sacando su doctorado en planificación urbana. Poco antes de jurar lealtad a Osama bin Laden, Atta supuestamente preguntó a su madre si quería que se asentara en Egipto para cuidar de ella. "Fue como si", escribe McDermott, "le estuviera pidiendo a alguien que lo pararan, que le impidieran hacer algo que él mismo no podía detener".
Ramzi bin al-Shibh (conocido como Omar), que después de fracasar en la obtención de un visado para Estados Unidos terminó convirtiéndose en el coordinador de los atentados, es descrito como un hombre agradable y alegre: alguien, en las palabras de un amigo, que estaba "enamorado de la vida", una personalidad despreocupada en agudo contraste con el agrio Atta. De acuerdo a un joven converso musulmán de Sudáfrica del que se hizo amigo, Omar era "muy religioso, muy carismático", un proselitista que "entendía los motivos de la gente que conocía" y "sabía presentarse a sí mismo".
Los otros miembros de los equipos del 11 de septiembre -especialmente los saudíes que sirvieron como operativos'- son decididamente personajes más misteriosos en este libro. Se sabe menos de ellos, escribe McDermott, "en parte porque Arabia Saudí ha sido muy parsimoniosa con la información que posee, que es considerable, y ha dificultado el acceso a esta información a otros".
En cuanto a los líderes detrás de la conspiración -Osama bin Laden y Khalid Shaikh Mohammed-, los retratos trazados en este libro no agregan demasiado a lo que los lectores saben de diarios y revistas. Pero entonces, no constituyen el foco de este libro ni la razón por la que leerlo.
La razón para leer Perfect Soldiers' tiene que ver con los escalofriantes retratos en el libro de gente corriente que llevó a cabo los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, que resultaron en la muerte de casi 3.000 personas -un retrato que da nueva significación a la idea de que "el mal es banal".
20 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh
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